– Sí -exclamó-, Amanda tendrá a Adrián… y tú la fortuna de papá. ¿Estás seguro de que no es esto lo que quieres?

– Oh, fierecilla -rió-, ¡qué criatura tan suspicaz eres! No necesito el dinero de tu padre. Heredé una bonita fortuna de mi abuela y en los diez últimos años la he triplicado. Si te casas conmigo pondré el dinero de tu padre en un fondo para ti. Podrás disponer de la mitad la próxima primavera, cuando cumplas dieciocho años, y el resto cuando cumplas veintiuno. Será todo tuyo.

– ¿Y si me niego?

– Tú, tu madre y Amanda tendréis siempre un hogar aquí, pero nada más. Tampoco dotaré a ninguna de las dos.

– Entonces no tengo más remedio que casarme contigo, señor.

– Pero te aseguro que tu suerte no será peor que la muerte.

– Esto lo veremos -replicó con aspereza.

– La vida contigo no será aburrida, ¿verdad, fierecilla? -comentó riendo, pero ella se limitó a alzar elegantemente una ceja en respuesta y él rió de nuevo. Qué adorable brujita, pensó, y qué mujer sería algún día-. ¿Puedo decir a tu madre que has aceptado mi proposición, entonces?

– Sí.

– Sí, Jared. Me gustaría oírte decir mi nombre, Miranda.

– Sí, Jared -repitió con voz dulce y el corazón del hombre se aceleró. Pero estaba desconcertado. ¿Por qué tenía aquel efecto sobre él?

Dorothea y Amanda recibieron la noticia con exclamaciones de alegría, que Miranda silenció brutalmente.

– No es una unión por amor, mamá. Necesita una esposa y ha ofrecido poner el dinero en un fondo para mí. Quiero que Amanda sea feliz con lord Swynford. Jared conseguirá su esposa, yo tendré el dinero y Mandy se casará con Adrián. Un arreglo perfecto.

Jared tuvo que contenerse para no reír. Dorothea, su dulce y dolorosamente convencional futura suegra, parecía avergonzada. Miranda entonces dedicó un agudo comentario a su prometido.

– ¿Te quedarás en Wyndsong hasta que nos casemos, señor, o volverás a tu barco?

– Yo no pertenezco a la armada, Miranda, pero tengo derecho a hacer de corsario para el gobierno. En los últimos seis meses mi barco ha rescatado treinta y tres marineros americanos enrolados a la fuerza en barcos ingleses. Quiero que siga navegando, aunque yo no viaje en él.

– Eres perfectamente libre de hacerte a la mar, señor -declaró con dulzura.

Jared le besó la mano y dijo tranquilamente:

– No me perdería nuestra luna de miel ni por el honor de mi amado país, querida fierecilla.

Ruborizándose violentamente le dirigió una mirada venenosa y él le devolvió una sonrisa. Iba a disfrutar viéndola crecer, pensó, y disfrutaría especialmente ayudándola a hacerse mujer, Pero primero tenía que ganarse su confianza y eso, se dijo con cierta tristeza, no le resultaría fácil.

– Mañana tendré que volver al Dream Witch, Miranda. Voy a llevarlo a Newport, donde lo entregaré a mi amigo Ephraim Snow. Será su capitán y continuará su misión, pero después yo iré a Plymouth para ver a mis padres y anunciarles nuestra boda. Creo que el seis de diciembre será una buena fecha para la ceremonia, si te parece bien.

Miranda asintió, pero no pudo contener una pregunta.

– ¿Asistirán tus padres a la boda?

– Vendrá toda mi familia. Mis padres, mi hermano Jonathan, su esposa Charity y sus tres hijos; mi hermana Bess, su marido Henry Cabot y sus dos hijos también vendrán. Estoy impaciente por presentarles a mi adorada, dulce y educada novia.

Los ojos verdes de Miranda relampaguearon.

– Prometo no decepcionarte, Jared -murmuró con inocencia y él rió mientras Dorothea y Amanda se miraban confusas, preguntándose qué estaba pasando.

El día había aclarado. Jared contempló a su retadora prometida y preguntó:

– ¿Saldrás a caballo conmigo. Miranda? Me gustaría mucho ver la isla y sospecho que tú eres quien mejor la conoce. ¿Me enseñarás nuestra propiedad?

Era la forma apropiada. Muerto su padre, Miranda empezaba a aceptar el hecho de que Jared Dunham fuera el nuevo amo de la isla. Pero ella iba a ser la dueña de la mansión. ¿Acaso no era realmente esto lo que deseaba? Después de todo, no perdía Wyndsong. Una sonrisa radiante iluminó su rostro encantador, la primera sonrisa sincera que jamás le viera él y Jared de nuevo se sintió perdido.

– Dame unos minutos para cambiarme -gritó y salió corriendo del salón.

– Si se da cuenta de que te has enamorado de ella abusará de ti vergonzosamente -le advirtió Amanda dulcemente.

– ¿Tanto se nota, paloma? -Casi parecía un muchacho en su desencanto.

La boca de Amanda se entreabrió en una sonrisa.

– Me temo que sí, hermano Jared. Miranda puede ser, a veces, el bicho más odioso.

– ¡Amanda Elizabeth Dunham! -Dorothea estaba avergonzada.

– ¡Oh, mamá! Es verdad y tú lo sabes. ¿No crees que Jared debe estar sobre aviso? Pues yo sí. Verás -continuó, volviéndose hacia él-, Miranda nunca ha estado enamorada. Yo he estado enamorándome desde que tenía doce años, pero me figuro que era algo necesario para que pudiera reconocer el amor verdadero cuando se presentara. Verás, yo soy mucho más lenta que Miranda. Para ella sólo será una vez. Ella es así. Hasta ahora nadie ha llegado a su corazón.

– ¿Crees que yo puedo llegar, paloma?

– Ya lo creo, pero no debe saber que tú la quieres. Si piensa que te domina, te pisoteará el corazón y le dará una patada si ve debilidad en ti. Para Miranda el único premio digno de ser conseguido es el que resulte más difícil de obtener. Tendrás que hacerla confesar que te quiere antes de que admitas tu amor por ella.

Jared se inclinó y la besó en la mejilla.

– Muchas gracias, tendré muy en cuenta tu consejo, paloma.

Media hora más tarde, montado en un precioso caballo como nunca había visto uno igual salió de la casa con Miranda cabalgando, Sea Breeze a su lado. La joven llevaba sus viejos pantalones verdes y la camisa blanca que Jared le había visto el otro día. Sus pequeños senos redondos brillaban como nácar a través del tejido. Era totalmente inconsciente de su sexualidad o del efecto sensual que su ropa de muchachito causaba sobre su prometido.

– En el futuro -le dijo con voz tranquila-, ponte una chambra debajo de la camisola. Miranda.

– ¿Eres acaso un arbitro de la moda, señor?

– No tiene nada que ver con la moda. Preferiría que nadie, excepto yo, disfrutara de la visión de tus bellos senos, que resultan perfectamente visibles a través de la camisa. Ya no eres una niña, Miranda, aunque a veces te portas como tal.

– ¡Oh! -Avergonzada bajó la vista y se ruborizó-. Nunca pensé… Siempre he llevado esta camisa para montar.

Jared alargó su gran mano y cubrió con ella la manita de Miranda.

– Eres muy hermosa, y me hace feliz saber que eres aún inocente. Una temporada en Londres no te ha maleado. Pensé que los adoradores te harían perder la cabeza. -Esto la tranquilizó y ahora retiró la mano. Cabalgaron pierna contra pierna.

– Era demasiado sincera para convenir a los petimetres londinenses. Oír un halago como que mis ojos son «verdes como un límpido estanque en el calor de agosto» me molesta más que me complace.

– Eso espero-replicó Jared-. Los límpidos estanques en agosto suelen ser verdes debido a un exceso de algas.

Miranda se echó a reír encantada.

– Eso es lo que pensé yo, pero debes darte cuenta de que la mayoría de esos elegantes caballeros de la buena sociedad jamás ha visto un verdadero estanque en el bosque en agosto, como tú y yo hemos visto. Además, soy demasiado alta y el color de mi pelo no está de moda. Amanda fue la perfecta incomparable. La temporada pasada se puso de moda estar enamorado de ella. Tuvo lo menos dos docenas de proposiciones, incluyendo la del duque de Whitley.

– Yo no te encuentro demasiado alta y tu cabello es exquisito-declaró a media voz-. Seguro que todas las bellezas de Londres envidiarán tu perfecta tez.

Lo observó con cuidado.

– ¿Me estás halagando, señor?-¿Era eso un cortejo?

Jared se detuvo y simuló considerar el asunto. Luego dijo:

– Creo que sí, que te estoy halagando, fierecilla. Tendré que dejar de hacerlo. -Encontró delicioso su aire decepcionado.

Cabalgaron en silencio. Jared estaba impresionado. La isla de tres mil acres era sumamente fértil, con campos por una de sus secciones que llegaban hasta el mismo borde del agua. La luz de la tarde sobre aquellos campos era de tai claridad y color que le hubiera gustado saber pintar. En ninguna parte del mundo había visto Jared semejante luz, excepto en los Países Bajos de Europa y en ciertas partes de la costa de Inglaterra.

Vacas gordas pastaban en los prados y había caballos preciosos. Los caballos de Wyndsong eran muy apreciados entre los aficionados a las carreras. La isla era virtualmente autosuficiente y parte de las cosechas ya habían sido recogidas. Había cuatro depósitos de agua dulce en la isla, varios prados de heno salado, un bosque de árboles madereros tales como robles, arces, hayas, abedules y castaños, y también un pequeño bosque de pinos.

La tierra ondulaba hacia el extremo norte de la isla y la mansión se alzaba en lo alto. A sus pies se extendía una maravillosa playa de arena blanca y un pequeño puerto bien protegido conocido como Little North Bay.

La mansión original se había construido con madera en el año 1663. A lo largo de los cincuenta años siguientes se le habían añadido varias alas que fueron cobijando diversas generaciones de Dunham, porque los hombres de la familia eran especialmente longevos. Durante una violenta tormenta de verano, en 1713, un rayo cayó en la casa y el edificio ardió hasta los cimientos. A la sazón, el primer lord contaba setenta y cinco años, su hijo cincuenta y dos y su meto veintisiete. A la semana siguiente se instaló en la isla un horno para cocer ladrillos.

La casa nueva con su tejado de pizarra negra cortada a mano era más airosa y espaciosa que su predecesora. Era una casa preciosa, de tres pisos, con chimeneas en ambos extremos. La entrada principal estaba en el centro, flanqueada por altos ventanales que corrían a lo largo de la casa. La estructura estaba dividida por un vestíbulo central, a un lado del cual se abrían dos salones: uno para las visitas en el frente y otro familiar en la parte de atrás. Del otro lado del vestíbulo estaba el comedor. Detrás de él una gran cocina. El segundo piso contenía también un amplio distribuidor central con ventanas en ambos extremos, y cuatro grandes dormitorios, uno en cada esquina de la casa. El tercer piso era un gran ático con varias habitaciones más pequeñas para niños y servicio, y un cuarto mayor para desván.

Al contemplar la casa desde una colina cercana, Jared Dunham sintió un extraño orgullo y cuando su vista abarcó la isla encera comprendió la pasión de Miranda por aquel pequeño reino, fundado ciento cuarenta y ocho años atrás por su antepasado. También comprendía la tristeza de Thomas sabiendo que su linaje terminaría con él. Y ahora, por fin, Jared se daba cuenta de la razón por la que el testamento de Thomas Dunham había forzado la boda entre Miranda y él.

Miró a la muchacha montada en su caballo, a su lado. «Dios -pensó-, si alguna vez llegara a mirarme como mira a esta isla, comprenderé que me ama de verdad.» El día se había vuelto fresco y despejado, y desde su puesto de ventaja en la colina se divisaba la costa de Connecticut y de Rhode Island y el perfil borroso de Block Island.

– Debes contarme todo lo referente a Wyndsong -le pidió-. ¡Por Dios que sí hay algún lugar más bello sobre la Tierra, no sé dónde está!

A Miranda le sorprendió su vehemencia.

– Dicen que cuando el primer Thomas Dunham vio Wyndsong por primera vez, comprendió que había llegado a su casa. Era inglés y exiliado. Cuando vino la Restauración se le regaló esta isla como recompensa por su lealtad. Los holandeses reclamaban toda el área y no comprendo cómo el rey Carlos II tuvo el valor de regalar esta tierra incierta a Thomas Dunham.

Le explicó mucho más y él comentó:

– Conoces bien tu historia. Pensé que las niñas sólo aprendían buenas maneras, pintura, canto, piano y francés.

– Amanda es muy competente en todo ello -rió-. Es lo que atrajo a lord Swynford. Yo, por desgracia, no tengo modales… como ya sabes. No tengo talento para la pintura, canto como un cuervo y los instrumentos musicales se encogen a mi contacto. Pero sí tengo buen oído para los idiomas y me han enseñado historia y matemáticas. Esto va con mi naturaleza mucho mejor que las acuarelas y las quejumbrosas baladas. -Lo miró por entre las pestañas-. Espero que seas un hombre culto, Jared.

– Me gradué en Harvard. Confío en que te satisfaga, mi amor. También pasé un año en Cambridge, y otro año recorriendo Europa. Yo también hablo varias lenguas y he estudiado historia y matemáticas. ¿Por qué te preocupa tanto?