– No me gustaría repetirlo.
Lori se quitó al abrigo mientras iba a la cocina. Lo dejó en una silla, el bolso en la mesa de la cocina y abrió la nevera. Siempre tenía una botella de vino blanco para casos de emergencia.
– ¿Tan malo ha sido? -le preguntó Madeline.
– En algún sentido, ha sido bueno. En otros, peor que malo.
Lori descorchó la botella y Madeline sacó un solo vaso. Lori lo tomó, lo llenó y, unos segundos después, dio un buen sorbo. Suspiró.
– Enseguida estaré bien -resopló-. ¿Qué tal tu día?
– Bien. Tranquilo. He comido con Julie. ¿Te acuerdas de ella? Fue mi compañera de habitación en la universidad y una de mis damas de honor en la boda.
Fueron ocho y, la verdad, Lori no se molestó en aprenderse los nombres.
– Ya… -mintió-. Me alegro de que hayas salido. No puedes quedarte encerrada todo el tiempo.
Madeline se pasó un mechón caoba por detrás de la oreja y sonrió.
– Me gusta quedarme en casa.
Su hermana no encajaba con el estereotipo de persona débil y a punto de morir. Estaba pálida y un poco delgada, pero eso realzaba su belleza etérea. Madeline nació hermosa y nunca pasaría por una fase de decadencia.
– ¿Qué ha pasado? -siguió Madeline-. ¿Gloria te ha desquiciado?
– No… Creo que hoy hemos dado una paso adelante.
– ¿De verdad? ¿Qué ha sucedido?
Lori le contó cómo se había echado a llorar y había reconocido que estaba sola.
– Puede cambiar perfectamente -dijo Lori-, pero no sé si lo hará.
– Te conozco, Lori -Madeline ladeó la cabeza-. Una situación así con una paciente anciana no hace que te des a la botella. Pasó algo más. Yo diría que tiene algo que ver con un ex jugador de béisbol.
– Gloria estalló conmigo y yo con él -Lori dejó escapar un gruñido-. No paraba de decir que su representante la había fastidiado y que todo era un desastre.
– ¿No fuiste tan comprensiva como él esperaba? -preguntó su hermana con las cejas arqueadas.
– No exactamente -Lori dio otro sorbo de vino-. No te había contado esto antes porque no querías que pensaras…
Lori se detuvo. No podía engañar a su hermana, Madeline la conocía demasiado bien.
– Hace un par de días estuve hablando con Sandy y, no sé cómo, me contó que ella y Kristie se acostaron con Reid durante sus entrevistas -volvió a sentirse furiosa-. ¿Puedes creértelo? Allí mismo, en el despacho del bar. Es repugnante. Él debería estar buscando las mejores enfermeras, no acostándose con ellas. ¿Tiene cerebro o es una leyenda? ¿Todos los hombres son así? ¿Todos aspiran a ser como él? A mí me parece que es una pesadilla en muchos sentidos.
– Te molesta que se acostara con ellas y no contigo -Madeline ni siquiera parpadeó.
– ¡Ni hablar! No me acostaría con él aunque… -tragó saliva-. Más que molesta, me siento humillada. No soy como ellas ni lo seré jamás. Los hombres como Reid ni siquiera ven a las mujeres como yo, lo cual no me importa. No quiero un hombre como él.
– No es verdad -le contradijo su hermana con delicadeza-. Quieres uno exactamente como él.
– Me estoy ocupando de ese asunto -Lori frunció el ceño-. Acabaré con él.
– A lo mejor no deberías hacerlo.
– Por favor… Nunca le interesaré, y yo no puedo aceptar cómo es por dentro. Es como el algodón de azúcar. Si lo metes en agua, se disuelve.
– Pero te gusta.
– No. No me gusta. Lo desprecio. Sólo tengo una reacción física muy fuerte ante él. Eso no significa nada.
– Te equivocas. Nunca te había pasado con otro hombre.
– Y nunca volverá a pasarme.
No saldría bien. Reid representaba todo lo que detestaba de un hombre y, además, era invisible para él. Tomó aliento.
– Lo despaché. No le gustó.
– Se repondrá. Además… -Madeline sonrió-. Los hombres son tontos cuando se trata de las mujeres. Puedes usarlo a tu favor.
Lori miró a su maravillosa hermana y supo que muchos hombres habían sido tontos por ella.
– Se me ocurrirá una manera de lidiar con esto. Una manera de deshacerme de él.
– Sigo queriendo que busques la forma de que las cosas salgan bien. Te mereces una aventura y Reid parece el indicado.
Lori pensó que su hermana era muy amable al pensar que tenía la posibilidad, pero antes de poder decir nada, llamaron a la puerta trasera.
– ¡Dios mío! -exclamó Madeline mientras iba hacia el fondo de la cocina-. Ha venido.
– ¿Qué has hecho? -preguntó Lori con un nudo en el estómago.
Entonces la puerta se abrió y su madre entró en la cocina. Sonrió a sus dos hijas y levantó dos bolsas enormes.
– He traído comida china -dijo Evie Johnston-. Tendréis restos para unos días.
– Estupendo, mamá -dijo Madeline mientras dejaba las bolsas en la encimera y daba un beso a su madre-. Huele de maravilla. Tengo hambre.
– Perfecto. Creo que no comes lo suficiente -Evie sonrió a Lori-. ¿Qué tal estás?
– Bien.
Lori sonrió sin ganas mientras luchaba contra el fastidio y la sensación de sobrar allí. Daba igual que fueran su casa y su familia. Cuando estaba con su madre y su hermana, no encajaba.
– Tienes buen aspecto -Evie miró a Madeline-. ¿Descansas mucho? ¿Haces lo que te ha dicho el médico?
– Estoy bien -Madeline se rió-. Me siento estupendamente. Lori me mantiene a raya.
– Tiene que hacerlo. Es enfermera. Hazle caso. Lori, tienes que cuidar mejor a tu hermana.
Lori pasó por alto la crítica y empezó a vaciar las bolsas de comida. Estaba acostumbrada a que su madre pensara que no estaba a la altura. Hacía años, cuando ella decidió que iba a ser enfermera su madre se limitó a decirle que nunca aprobaría el examen de enfermera titulada, y que lo pasaría mal vaciando cuñas para vivir; que intentara ser esteticista.
Madeline y su madre siguieron hablando. Lori puso la mesa y dispuso la comida en el centro. Era la primera en reconocer que Evie había tenido una vida difícil. Se casó joven, se quedó embarazada muy pronto y su marido se fue con otra antes de que Lori, su segunda y no deseada hija, naciera. Había vivido toda su vida en una caravana y aceptado cualquier trabajo que le permitiera beber a espuertas. Lo único brillante en su sombría vida había sido tener una hija perfecta.
Madeline fue preciosa desde que nació; aprendió a hablar y andar enseguida; era simpática, encantadora y abierta con todo el mundo. Lori no fue nada de eso y su madre no se lo perdonó.
Evie llevó los platos a la mesa.
– Lori, no deberías beber vino. Sabes que es malo para ti. Además, Madeline no puede beberlo y se siente incómoda al verlo.
Madeline agarró el vaso de vino y lo dejó en el sitio de Lori.
– Mamá, no me importa. Lori trabaja mucho y si quiere un vaso de vino al final del día, debe beberlo.
– No está bien -insistió Evie con los labios apretados.
Lori no estaba segura de si su madre se preocupaba por Madeline o por sí misma. Llevaba siete años sin probar el alcohol.
– Lo retiraré -Lori tapó la botella y volvió a guardarla en la nevera-. No la habría abierto si hubiera sabido que ibas a venir.
– A mí no me importa -Evie la miró-. No me importa estar cerca del alcohol.
– Entonces ¿por qué lo mencionas siempre?
– El alcohol es malo para ti.
– Eso ya lo has dicho. No creo que un vaso de vino signifique que tengo un problema.
– Así se empieza.
– Tú lo sabes muy bien… -Lori giró el vaso.
– Efectivamente -replicó Evie-. Crees que estoy criticándote, pero sólo quiero ayudarte.
¿Diciéndole todo lo que hacía mal? Lori no lo dijo y vació el vaso en el fregadero.
– Yo tomaré té helado -intervino Madeline-. Esta mañana hice una jarra. ¿No os parece refrescante?
Lori hizo un esfuerzo por no salir corriendo. Su hermana intentaba por todos los medios poner paz en la familia y, aunque ella quería respetar sus deseos, había demasiado mar de fondo entre Evie y ella.
– Lori estaba contándome su día -comentó Madeline mientras se sentaba-. Está ocupándose de una anciana muy complicada y hoy tuvieron un rifirrafe.
– ¿Qué pasó? -le preguntó Evie.
Lori resumió la actitud de Gloria en general y el enfrentamiento de esa tarde.
– Creo que va a intentar cambiar. Eso espero. Su familia lo intenta una y otra vez y ella los ahuyenta; qué forma tan triste de vivir.
– ¿Le has dicho que si cambia, tendrá una segunda oportunidad? -le preguntó su madre mirándola fijamente.
Lori captó el peligroso derrotero de la conversación, pero no sabía cómo cambiar de tema.
– Algo así.
– No pensé que creyeras en las segundas oportunidades ni en que la gente pueda cambiar…
Capítulo7
Reid se sentía más cansado de lo que le habría gustado. Había sido la conversación con Lori y todo lo que ésta le había dicho. Si bien casi toda la perorata fue una sandez, algunas de sus frases dieron en la diana. Efectivamente, fue irreflexivo al acostarse con Sandy y Kristie durante las entrevistas, pero las dos se le abalanzaron. Las dos estaban deseándolo, él era libre, nadie estaba casado… Entonces ¿cuál era el inconveniente? Tampoco eran malas alternativas para cuidar a su abuela. Daba igual las vueltas que le diera para exculparse, toda la situación era un poco… vulgar. Era, lo reconocía, un ejemplar repugnante de la especie humana.
Bajó a ver a la única persona que se sumaría a su remordimiento; su abuela. Gloria estaba admirando un modesto anillo con un diamante en la mano izquierda de Sandy.
– Hola -saludó él al entrar en la habitación-. ¿Qué pasa?
– Estoy prometida -contestó Sandy con una sonrisa-. ¿Te acuerdas del chico del que te hablé? Esta mañana me lo ha pedido. Fue muy romántico.
– Enhorabuena.
– ¿Has empezado a preparar la boda? -preguntó Gloria.
– No en lo práctico, pero en mi cabeza, desde luego -contestó Sandy sin dejar de sonreír-. Sólo me queda convencer a Steve de que escaparnos a Las Vegas es muy romántico. Hay una capilla muy pequeña que es preciosa. Podíamos quedarnos en el hotel Bellagio. Siempre he querido ir a un hotel de ensueño como ése.
– Entonces es lo que tendrías que hacer -le dijo Gloria dándole una palmadita en la mano-. Una chica sólo se casa una vez… o dos.
– Muy aguda -contestó Sandy entre risas.
– Evidentemente, esta noticia tan buena cambiará tus planes de quedarte aquí. Aunque a mí me encantaría que te quedaras durante mi convalecencia, entiendo que no es posible.
– ¿Lo dices de broma? -Sandy sacudió la cabeza-. Me encanta mi trabajo. Claro que voy a quedarme. Lo paso muy bien y el sueldo me permitirá ir al Bellagio.
Sandy se rió y Gloria también se rió con ella. Reid las miró fijamente sin saber muy bien qué estaba pasando. Su abuela nunca habría aceptado una boda en Las Vegas y detestaba que alguien dejara un trabajo sin haberlo terminado.
Sandy siguió hablando de lo maravilloso que era Steve y luego se disculpó y salió. Cuando Reid se quedó a solas con su abuela, se acercó a ella.
– ¿Te han cambiado la medicación? -le preguntó sin rodeos-. ¿Estás drogada?
Ella lo miró con los ojos entrecerrados y con un aire parecido al que él estaba acostumbrado.
– No me han cambiado nada. Estoy muy bien y mejorando.
– Estuviste afable, y eso no es muy frecuente.
– No has estado por aquí para saber lo que hago -Gloria bajó la mirada y empezó a alisar las sábanas-. He decidido cambiar un poco.
– ¿Cambiar qué, por ejemplo? -preguntó Reid con cierta perplejidad.
– Voy a ser más amable. Más soportable. Menos ácida. Me gustaría que te dieras cuenta.
Había recibido muchos pelotazos durante su carrera en el béisbol, pero sólo dos lo habían alcanzado en la cabeza. Eso fue igual que uno de ellos.
– ¿«Amable», «amable»…? -preguntó Reid con incredulidad.
– Podrías fingir que no desconoces el significado de ese concepto. Hablando de cambios, hay algo que tú también tienes que aceptar. Tus circunstancias actuales son imperdonables. Has avergonzado a la familia. Sinceramente. Reid, ¿en qué estabas pensando para no rendir al máximo al acostarte con una periodista? Dada tu experiencia, yo habría esperado que supieras lo que estabas haciendo.
Hasta ese momento, él no sabía muy bien qué quería decir que a uno se lo tragara la tierra. ¿Su abuela lo censuraba por no haberse portado mejor en la cama?
– No voy a hablar de esto contigo -replicó Reid.
– Sin embargo, ya estamos hablando -su abuela tomó aliento-. Supongo que las acusaciones de defraudar a unos niños tampoco fueron culpa tuya. Tienes muchos defectos, pero ser inhumano no es uno de ellos.
– No me halagues ahora -dijo él-. No sabría cómo asimilarlo.
– No pienso halagarte. Pienso decirte unas cuantas verdades. ¿Qué pasó con aquellos chicos?
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