– ¿Qué tal? -preguntó al oír la voz de Cal.
– Bien. ¿Dónde estás?
– No estoy en el bar -contestó él-. ¿Hay algún sitio en Seattle que necesite material deportivo? Un colegio en alguna zona pobre, un club…
– Claro. Espera -Reid oyó que tecleaba algo-. Hay un par de sitios a donde van los niños pobres después del colegio. Seguramente necesiten material. ¿Por qué?
– Voy a hacer una cosa. ¿Tienes una dirección?
Cal se la leyó junto al número de teléfono. Reid colgó, llamó y pidió hablar con el director. Una mujer se puso al teléfono.
– ¿Tienen un patio donde juegan los niños? -le preguntó.
– Sí… -contestó ella con cautela.
– ¿Qué tal están de material? Me gustaría mandarles unos bates, pelotas y otras cosas. ¿Les vendrían bien?
– Claro. Naturalmente. ¿Quién es?
Reid colgó.
Dos horas después, estaba aparcado ante un edificio viejo y medio derruido. Había unos treinta niños alrededor de un camión enorme de reparto. Los niños gritaron de alegría cuando descargaron el material.
– No lo entiendo -dijo una mujer bastante mayor-. Un hombre llamó y preguntó si lo necesitábamos. ¿Está seguro de que es gratis?
– Todo está pagado -le confirmó el repartidor-. Firme el recibo y en paz.
La mujer sonrió y firmó. Reid metió la primera y se marchó.
Capítulo9
Reid llegó a casa de Gloria y se encontró a Lori esperándolo. Habían pasado las cuatro y su turno había terminado. El coche de Sandy estaba aparcado y eso quería decir que no había motivo para que Lori siguiera allí. A no ser que quisiera verlo.
Ver a aquellos niños con sus bates nuevos le había venido muy bien para sentirse menos desastroso. Que Lori estuviera esperándolo aumentaba sus buenas vibraciones.
– Te has quedado -la saludó Reid.
– Tengo que hablar contigo. En privado.
A él le gustó la idea. Por algún motivo que no podía entender, seguía acordándose de aquel beso. Quería repetirlo, pero no había encontrado la ocasión. Siguió a Lori a la parte de atrás de la casa. Allí había una pequeña habitación con una televisión y un equipo de música. Entraron y Lori cerró la puerta. Él se acercó a ella expectante. Ella le detuvo con una sola frase.
– Han llamado de una productora de televisión preguntando por ti.
El deseo se le congeló y se esfumó.
– ¿Qué les has dicho?
– Mentí. Dije que no sabía dónde estás y que tampoco sabía de qué estaban hablando.
– Gracias.
– No me las des. No quiero tener que hacer estas cosas. Ya tuve bastante con la periodista emboscada.
– No puedo detenerlos. ¿Qué quieres que haga?
– No ser así. No acabo de entender quién o qué eres. Por un lado, tienes momentos en los que eres amable e inteligente. Por otro, parece que sólo te interesa acostarle con todas las mujeres del país. No tiene sentido.
No parecía molesta, más bien desconcertada e impotente. Se puso en jarras y lo miró.
– ¿Cómo puede interesarte tanto la cantidad? ¿Cómo es posible que te de igual la persona que lleva dentro?
– Para ti, sólo importa qué hay dentro… -dijo él.
– Naturalmente. Quiero tener alguna relación con mi pareja sexual. Eso te parecerá reaccionario.
– No.
Reid se preguntó por los hombres que habrían pasado por su vida. ¿Quiénes eran y por qué no se había casado? ¿Se habría negado ella o no se lo habían pedido?
– ¿Sales con alguien?
– ¿Cómo? No, pero ésa no es la cuestión.
– Entendido. Era mera curiosidad.
– No estamos hablando de mí -Lori se cruzó de brazos-. Explícame el proceso mental, Reid. ¿Por qué actúas de esa manera?
Podría darle cien respuestas distintas. Argumentos ingeniosos que había empleado otras veces, pero no quería emplearlos con Lori.
– No soy el tipo de hombre con el que se casan las mujeres. No soy el tipo de hombre con el que las mujeres mantienen una relación seria.
Lori esperó un instante, abrió la boca y volvió a cerrarla.
– ¿Ya está? ¿Te portas como un perro con las mujeres porque no es culpa tuya?
– No soy un perro. Digo muy claramente lo que va a pasar y lo que no. Digo la verdad.
– Tienes razón. Perdóname -Lori se sentó en el sofá de cuero-. ¿Dices que actúas así porque el mundo espera muy poco y has decidido vivir a su altura?
Él no lo habría dicho así y se sintió incómodo. ¿Cómo habían empezado a hablar de eso? Se sentó en el otro extremo del sofá.
– No tienes muy buen concepto de mí.
– No me das motivos para tenerlo mejor.
Tenía razón. Normalmente, no le importaba lo que las mujeres pensaran de él. Había suficientes que lo adoraban y las demás le daban igual. Sin embargo, Lori era distinta por algún motivo.
– Hubo una chica -dijo Reid lentamente-. Jenny, la conocí cuando entré en un equipo filial. Todos los equipos importantes tienen equipos filiales para formar jugadores.
Ella sonrió y él pudo ver la arrugas que se formaron en los pliegues de los ojos.
– Sé lo que es un equipo filial. No soy muy aficionada, pero tampoco una ignorante absoluta.
– Perfecto. Conocí a Jenny y fue maravilloso desde el principio. Era guapa, lista y graciosa y yo estaba loco por ella.
Lori se revolvió en el sofá y torció el gesto.
– Así que fuiste normal una vez.
– Más que eso. Estuve enamorado.
No le gustaba recordarlo. Aquellos tiempos con Jenny fueron los mejores de su vida, pero el accidente… No sabía si se repondría alguna vez.
– No puedo imaginarte enamorado. ¿Quieres decir siendo fiel y deseando tener un porvenir enamorado?
Ella lo dijo vacilantemente y él quiso pensar que se debía a la envidia o algo parecido, pero tuvo la sensación de que era incredulidad.
– Le pedí que se casara conmigo.
– No lo sabía -susurró Lori.
– Nadie lo sabe.
Reid se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y se quedó mirando el suelo. Sin quererlo, recordó todo lo ocurrido aquella noche. Llovía, aunque hacía calor. No hubo partido por la lluvia. El campo estaba machacado después de tres días jarreando. Jenny y él estaban sentados en los escalones que llevaban a su casa. Recordó la sensación de su cuerpo cerca del de él y cómo le brillaba el pelo largo y rubio a la luz de la luna. La miró y supo que era la mujer más hermosa que había visto. Era todo lo que había deseado siempre: alguien a quien podría querer toda la vida. Le pidió que se casara con él.
– Ella no quiso.
Lo dijo inexpresivamente, como si aquellas palabras no tuvieran significado. Como si no recordara lo que sintió al oír su risita de sorpresa.
– Lo siento -dijo Lori.
– No lo sientas todavía, eso sólo es una parte. Dijo que no estaba interesada en casarse conmigo. Que creía que yo era muy divertido y fantástico en la cama, pero el matrimonio ni se lo planteaba. Que no era el tipo de hombre con el que se casaban las mujeres. En realidad, estaba saliendo con alguien. Él iba a pedírselo y ella iba a aceptar. Yo era el tipo de hombre con el que las mujeres se daban el último revolcón, pero no con el que querían compartir un trayecto largo.
Lori pasó la noche muy inquieta y la mañana fue complicada. No conseguía concentrarse en lo que hacía, sobre todo, porque no paraba de revivir la conversación con Reid.
Sabía que había dicho la verdad, pero le costaba creer que una mujer lo rechazara tan fácilmente. Efectivamente, era demasiado guapo para ser de verdad, pero también era encantador y divertido. Además, sólo de pensar que volvía a besarla, le flaqueaban las rodillas por muy humillante que eso fuera. Al parecer, conocerse a sí misma no tenía nada que ver con ser inexpugnable. No podía dejar de dar vueltas en su cabeza a lo que él le había contado: que lo hubiera dejado alguien de quien estuvo enamorado, que lo hubiera rechazado sin compasión. Tenía que haber algo más.
Lori sabía que muchas preguntas se quedarían sin respuesta; sobre todo, por qué le resultaba tan fascinante todo aquello. No quería saber la respuesta a eso.
Terminó de retirar los platos de la comida y de meterlos en el lavaplatos. Luego, fue a ver a Gloria. La paciente dejó el libro que estaba leyendo cuando entró ella.
– La mujer de mi nieto mayor va a venir a visitarme -Gloria lo dijo con más resignación que agrado-. Acaba de tener una hija. El padre biológico lo consiguió en un banco de esperma. ¿Puedes creértelo? No entiendo que Cal quisiera volver con una mujer que hace algo así. Como si fuera una vaca de cría que…
Lori arqueó las cejas. Gloria tomó aliento y se calló.
– La mujer de mi nieto va a venir a visitarme -empezó otra vez-. Va a traer a su hija. ¿No te parece maravilloso?
– Creo que te gustará la compañía -Lori sonrió.
– Me gustan los bebés -dijo Gloria lentamente-. Independientemente de dónde… -volvió a callarse-. Penny es guapa, seguro que su hija será muy atractiva.
– Vas avanzando -la animó Lori-. ¿Qué tal te sientes?
– La mayoría de las veces, ridícula -reconoció Gloria-. Pero tienes razón. Tiene importancia. Quiero que mi familia forme parte de mi vida y si ése el precio, lo pagaré.
– Las cosas que hacemos por amor…
– O que no hacemos -replicó Gloria mirándola fijamente-. ¿Por qué no estás casada?
– Nadie me lo ha pedido.
– Me extraña. Eres muy apta.
Lori supo que tras ese calificativo tan poco estimulante había un halago sincero.
– Vaya, debería bordarlo en un almohadón: «Muy apta».
– Sabes lo que quiero decir. Eres el tipo de mujer que sería una buena esposa.
– A ti te lo parezco, ¿verdad? Sin embargo, al parecer, los hombres han decidido que pueden vivir sin mí.
Lori lo dijo con desenfado, sin reconocer que podía sentir cierto resquemor. Tenía casi treinta años y ningún hombre se había enamorado de ella. La teoría de su hermana era que siempre elegía hombres que nunca le gustarían para que le fuera más fácil poder mantener las distancias. Ella no estaba segura. Nunca se había enamorado, así que Madeline podía tener razón. Además, efectivamente, se inclinaba hacia hombres que no le causaran problemas.
Excepto con Reid. Ella nunca le gustaría, pero podía soñar con él. Había pasado toda su vida sin encapricharse de nadie. ¿Por qué tenía que pasarle en ese momento y con él?
– No eres suficientemente sexy -sentenció Gloria.
– ¿Cómo dices? -Lori la miró fijamente.
– Los hombres son unos necios con el sexo. Lo han sido siempre. No resaltas tus atractivos.
– Me visto adecuadamente para mi trabajo.
– No me cuentes que eres así durante el día y completamente distinta el resto del tiempo. Te has especializado en camuflarte con el entorno. No vas a engañarme. Dame el bolso.
Lori agarró el bolso de cuero y se lo dio.
– A lo mejor me gusta como soy -replicó Lori algo molesta-. A lo mejor no agradezco tu crítica.
Gloria se puso las gafas y sacó una agenda electrónica.
– Soy la reina de las arpías. ¿Qué te hace pensar que me importa?
Lori intentó disimular una sonrisa, pero no lo consiguió.
– No es para tanto.
– Soy eso y más. Anota este número de teléfono -Gloria la miró por encima de las gafas y luego lo leyó-. Habla con Ramón y sólo con él. Dile que vas de mi parte. Eso le meterá un miedo atroz en el cuerpo.
– ¿Quién es Ramón?
– Mi peluquero. No temas. Soy una señora mayor y me peina como yo le digo, pero podría hacer algo maravilloso con tu pelo.
Lori contuvo las ganas de pasarse los dedos por el pelo. Siempre había sido un desastre que ella no había sabido dominar y siempre se había preguntado si un buen corte serviría para algo. Sin embargo, le había dado miedo y lo había dejado largo y recogido con una trenza. Aun así, se sintió tentada. ¿Si cambiaba de peinado, Reid la miraría de otra forma? Le fastidió muchísimo que eso fuera lo primero que se le ocurriera.
– Gracias. Me lo pensaré.
– Llamarás -insistió Gloria-. Es una orden.
– A sus órdenes.
– Muy bien -Gloria miró el reloj-. Ahora deja el bolso y ayúdame en el cuarto de baño. Penny llegará en cualquier momento.
Veinte minutos más tarde, Lori abrió la puerta y se encontró con una mujer muy atractiva que llevaba un bebé en brazos. La mujer parecía tensa y temerosa.
– Soy Penny Jackson -se presentó con una sonrisa forzada-. No Buchanan, algo que, estoy segura, Gloria no soporta. Para tratarse de una mujer que fue precursora en su tiempo, tiene un concepto bastante peculiar del resto del mundo. A mí me da igual, pero es la abuela de Cal y mi abuela política, de modo que, aunque quiera que me dé igual, me afecta -hizo una pausa, tomó aliento y pareció calmarse-. Seguramente estarás pensando que no quieres dejar entrar a una demente. Lo entiendo.
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