– Soy una profesional -Lori sonrió-. Los dementes no me asustan.
– Me alegro. ¿Y las ancianas perversas?
– No sé lo que es el miedo.
– Me encantaría poder decir lo mismo.
– Ya lo dirás. Soy Lori Johnston, le enfermera de día de Gloria -se presentó-. Pasa.
– ¿Es necesario? -preguntó Penny mientras entraba-. Estoy casada con Cal, el nieto mayor de Gloria. Seguramente ya lo habrás adivinado por mi verborrea. Ésta es Allison.
Lori sonrió al bebé e intentó hacer caso omiso del tic-tac de su reloj biológico.
– Es preciosa -dijo sinceramente.
Allison era sonrosada y con una pelusa rubia. Olía a polvos de talco y vainilla y su boca era como un capullo de rosa.
– A mí también me lo parece. Tendrías que ver a Cal. Se le cae la baba. Sé que a algunos hombres les agobian los niños, pero a Cal no. Quiere participar en todo. Incluso le da rabia que le de el pecho porque él no puede ayudar -suspiró-. Es un hombre estupendo.
Lori sintió una punzada de envidia. No porque le interesara mínimamente el marido de Penny, sino porque era tan tonta que también quería un hombre estupendo. Algo muy improbable cuando nunca se había enamorado. Esa falta de amor no era una cuestión sólo suya, al fin y al cabo, nadie se había enamorado de ella. No supo si eso era un consuelo.
Lori tomo la bolsa de pañales que Penny llevaba colgada del hombro.
– La dejaré en la cocina. ¿Quieres algo mientras estás con Gloria? ¿Un té? ¿Un café?
– Me gustaría decir que una escapatoria -Penny suspiró-, pero tengo fama de dura. Incluso de complicada. Una vez apuñalé a un hombre. Fue por accidente, pero me niego a tener miedo de una mujer anciana.
– ¿Apuñalaste a un hombre? -preguntó Lori con los ojos como platos.
– Si sobrevivo a esto, le lo contaré -levantó la cabeza y sacó pecho-. Estoy preparada.
– No hace falta que te prepares -la tranquilizó Lori-. Todo saldrá bien. Gloria ha cambiado.
– Eso he oído decir, pero como no he visto que las ranas tengan pelo, me reservo el veredicto.
Lori la acompañó a los aposentos provisionales de Gloria.
– Ha venido Penny -anunció mientras se apartaba de la puerta.
Gloria se incorporó en la cama y sonrió con amabilidad.
– ¡Penny! Qué alegría me da verte. Muchísimas gracias por venir. Sé que tienes que estar muy atareada ocupándote de Allison y cocinando esas deliciosas comidas en el restaurante.
Penny se quedó estupefacta y miró a Lori. Luego, volvió a mirar a Gloria.
– Pasa -la invitó Gloria con cortesía-. ¡Qué niña tan guapa! Es perfecta e igualita que tú.
Lori hizo lo posible por no parecer orgullosa, salió de la habitación y cerró la puerta.
Una hora más tarde, Cal llegó con Reid pisándole los talones. Llevaban unas bolsas enormes con comida del Downtown Sports Bar. Lori sabía que Reid, en teoría, trabajaba allí, pero últimamente no había ido mucho. Ella no se lo reprochaba. Todo el mundo quería hablar de lo inepto que era en la cama o comprobar que no lo era.
– Tu mujer y tu hija ya han llegado -le comentó Lori mientras tomaba las bolsas de Cal-. Iré preparándolo. ¿Queréis comer en la habitación de Gloria o en el comedor?
Cal miró a Reid y éste señaló con la cabeza hacia la habitación de Gloria, donde Penny y Allison seguían.
– Me gustaría estar de humor para comer… -dijo Cal con recelo.
– Lo estarás -le aseguró Reid-. Confía en mí. Pasa, saluda y si le desquicia, comeremos en el comedor.
– Quieres reírte de mí, lo presiento.
– ¿Haría yo algo así? -preguntó Reid con tono de inocencia.
– Sin pestañear -contestó Cal antes de ir al recibidor.
Reid siguió a Lori hasta la cocina.
– ¿Qué tal va todo con Penny? -preguntó él.
– No he oído gritos y eso es una buena señal.
– Sí…
Él empezó a sacar la comida y ella hizo lo mismo, pero tuvo que hacer un esfuerzo para no decir nada al abrir envases con alitas de pollo, salsas variadas, ensalada de espinacas con alcachofas, gambas fritas, patatas y taquitos. Oyó una risa detrás de ella y se dio la vuelta.
– Dilo -la animó Reid con una sonrisa-. Estás deseando gritarme por la comida, ¿verdad?
– No sé a qué te refieres.
– Mentirosa.
Estaba tan cerca de ella que podía ver los tonos marrones y dorados de sus ojos. Sonrió levemente y ella se estremeció. La comida dejó de importarle y quiso estrecharse contra él para repetir la escena del beso. Algunos detalles lo impidieron. Por ejemplo, que, salvo el fugaz beso al saludarla en su casa, no había vuelto a intentarlo, y que, además, no estaban solos en la casa. Sin embargo, el verdadero motivo fue el miedo a que la rechazara. Reid era de los que tomaban lo que querían y ella estaba allí, casi suplicándolo. Que no hiciera nada era muy elocuente.
– No le gusta la comida -dijo él.
Ella tardó un instante en saber a qué se refería.
– Seguro que es muy buena -contestó Lori.
– No te parece sana -replicó él.
– Yo no voy a comerla.
– Vamos, Lori -Reid sonrió un poco más-. No te reprimas. Estás deseando gritarme y yo oírte. A lo mejor lo entiendo. Grasas, calorías vacías, nada de verdura… Bueno, menos las espinacas y las alcachofas. Algo es algo, ¿no?
Las ganas de besarlo se esfumaron entre la indignación. Sabía que estaba metiéndose con ella, pero no le importó. Una buena discusión sobre sus hábitos alimenticios podría conseguir que se olvidara de cuánto le dolía desear a alguien que no la correspondía.
– Eres un adulto, no un adolescente. Más aún, has sido un atleta. Te han enseñado lo que le conviene a tu cuerpo. Esta bazofia te matará. Ésa es la mala noticia. La buena es que morirás lentamente y tendrás tiempo de disfrutar de tu viaje a las tinieblas.
– Así me gusta.
– Lo digo en serio -Lori entrecerró los ojos-. Come verdura y fruta. Para esto, bébete un litro de lejía y acabarías antes.
– No va a hacerte caso.
Ella se dio la vuelta y vio a Cal en la puerta.
– Lo sé. Me deshago porque lo necesito, no porque quiera cambiarlo.
– Bien hecho -Cal se acercó a ella-. Aunque si hay alguien capaz de hacerle entrar en razón, creo que serías tú. Parece que puedes obrar milagros.
A ella se le paró el pulso por un instante. ¿Podía cambiar a Reid? ¿Cómo? ¿Le había dicho algo a su hermano? ¿Cal había captado que a él le gustaba ella o que él…?
– No sé qué le has hecho a Gloria -siguió Cal-, pero es increíble.
¡Se trataba de Gloria! Lori recuperó el pulso.
– Sólo le hice ver las posibilidades -contestó ella con un tono jovial que intentó parecer convincente-. Ella tomó la decisión de cambiar. Es un proceso que lleva tiempo, pero va bien.
– Mejor que bien -apostilló Cal-. No sé cómo agradecértelo.
– No hace falta que me lo agradezcas.
Reid le rodeó los hombros con un brazo.
– ¿Las elijo bien o no?
– A mí no me engañas -replicó Lori-. La agencia de enfermeras te mandó una lista de nombres y elegiste al azar.
– Eso no lo sabes -Reid pareció ofendido.
– Apostaría algo.
– No se traga tus cuentos -intervino Cal-. Me gusta.
– Hace que sea sincero -reconoció Reid-. Nadie lo había conseguido.
Lori intentó complacerse con el cumplido, pero no quería conseguir que Reid fuera sincero, quería conseguir mantenerlo despierto durante noches de placer desenfrenado.
– Sincero, ¿eh? -Cal arqueó las cejas-. Interesante…
– Sí… Fascinante -farfulló Reid-. Vamos a comer. Gloria tendrá hambre.
– Ni hablar. Tu abuela no va a comer esa comida espantosa.
– Crees que lo sabes todo, pero no -replicó Reid mientras se apartaba de ella.
Entonces, él le dio el plato de alitas de pollo con el cuenco de salsa en medio.
– Cal, lleva el resto -siguió Reid-. Yo llevaré platos y servilletas. Dile a Penny que no quiero quejas sobre la comida. Ahora que es una chef consumada, se queja demasiado.
Lori se sintió incómoda mientras llevaba el plato a la habitación de Gloria. Había demasiada familia y no quería que nadie creyera que daba por supuesto que era una más. Sin embargo, cuando entró, vio que había cuatro sillas junto a la cama de Gloria. Lori dio vueltas con la comida y los platos hasta que Reid la sentó en una silla y se sentó a su lado.
– Yo debería… -empezó a decir hasta que Reid le dio un plato lleno de comida frita.
– Come -le ordenó él.
– Pero…
Reid agarró un taquito y se lo puso entre los labios.
– Come.
Ella comió y la conversación fue como la seda. Escuchó mientras hablaban de los negocios y de la familia. Ya conocía a Walker y podía situarlo, pero todavía no había visto a Dani, la hermana de Reid y Cal.
– Walker le ha tomado la medida al negocio -comentó Cal-. Las ventas han aumentado
– Eso me fastidia un poco -reconoció Penny-. Me he ausentado durante casi dos meses. ¿Cómo han podido aumentar las ventas sin que yo supervisara las comidas? No soporto la idea de ser sustituible.
– Nunca lo serás -le dijo Cal.
Gloria mastico y tragó.
– Evidentemente, has dejado una plantilla bien formada. Además, Walker dijo que había aumentado la publicidad. Eso no habría servido de nada sin tus magníficos menús.
Cal y Penny se intercambiaron una mirada de perplejidad.
– Gracias -susurró Penny.
Lori se sintió como una madre orgullosa que presenciaba la primera representación de su hija. Quiso recordarles a todos que Gloria no era mala. Sólo se había descaminado, pero prefirió no decirlo y estropear el ambiente. A cambio, disfrutó de esa comida mortífera y de la proximidad de Reid. Era una sandez absoluta fingir que todo aquello era real. Fingir que era una más y que Reid… ¿qué? ¿Que le gustaba Reid?
El anhelo era tan intenso como estúpido. Si fuera amiga de alguien en su situación, le aconsejaría que se olvidara de un hombre que estaba fuera de su alcance y que siguiera con su vida; perdía el tiempo soñando.
Reid le pasó un par de alitas de pollo.
– Es una receta secreta -le susurró al oído-. Te encantarán.
Él le guiñó un ojo mientras hablaba. Hablando de encanto, ella ya sabía más cosas de su pasado y no podía pensar que tenía la misma profundidad emocional que una galleta. Era algo más que un hombre guapo. Eso le sirvió de poco. Él seguía tan lejos de su alcance como la luna y ella era como un lobo que aullaba por lo que nunca alcanzaría.
Capítulo10
Cal, Penny y la niña se marcharon cuando llego Sandy para hacer su turno. Sandy ayudó a Lori a recoger los restos.
– Llévate lo que quieras -le ofreció Lori-. No creo que Gloria quiera repetir y a Reid no le conviene.
– No sé… -Sandy sonrió-. A mí me parece que está muy bien.
– Me refería más a su corazón que a poder meterse los vaqueros -replicó Lori-. ¿No estás prometida?
– Estoy enamorada, pero no muerta. Es un hombre guapo. ¿Tienes tú algún motivo para no llevarte tu parte? Sé que está interesado.
A Lori se le paró el pulso.
– ¿Cómo dices? -preguntó con un susurro y casi sin poder respirar-. A mí no me lo parece.
– Podría equivocarme -Sandy se encogió de hombros-, pero no lo creo. Te mira… como si le importaras. Eres importante para él.
– ¿Para Reid…?
A Lori le fastidió desear tanto que eso fuera verdad y volvió a sentirse penosa.
– Tengo cerebro -añadió Lori.
– Reid se queda con lo fácil porque puede -le explicó Sandy-, pero ninguna de nosotras significamos nada para él. Tiene algo que me hace pensar que lo ha pasado mal, no sé qué.
Sandy era asombrosamente perspicaz, se dijo Lori. Había captado lo que ella no se había imaginado. Al acordarse de la historia de amor y rechazo que le había contado, Lori quiso ir a buscarlo para pedirle perdón por haber pensado que era tan superficial que no tenía sentimientos. También quiso preguntarle por el resto de la historia. Tenía que haber algo más.
– Haz lo que quieras -siguió Sandy-. Lo harás en cualquier caso, pero no descartes a Reid todavía. Creo que le gustas mucho.
Lori no supo que decir y notó que se sonrojaba, algo que no soportaba. Sandy era una persona generosa que no sería cruel intencionadamente. Si lo decía, era porque creía sinceramente que a Reid le interesaba ella: algo que, sin embargo, hacía que dudara de su inteligencia.
Aun así, lo peor era la extraña mezcla de resignación y esperanza que le había transmitido Sandy con su fe. Quería que Reid sintiera algo por ella, pero, por mucho que lo quisiera, era tan improbable como imposible de imaginárselo. Era como si volviera a tener dieciséis años, pero con un conocimiento de sí misma que la abrumaba.
– Tengo que irme. Hasta mañana -se despidió Lori.
Recogió el bolso y la chaqueta y fue hacia la puerta. Sin embargo, cuando pasó junto a las escaleras, giró y las subió. Durante los dos primeros días había explorado la casa, pero una vez que se hizo una idea, no había vuelto a darse una vuelta. Desde que Reid se instaló allí, el piso de arriba era terreno vedado. Aun así, sabía qué habitaciones se había quedado. Al fondo de la casa había un dormitorio con sala, cuarto de baño y una terraza con vistas magníficas de la ciudad.
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