Él sonrió. Ella también lo hizo y luego, empezó a reírse.

– Soy lamentable.

– No. Jamás. Eres preciosa.

Lo era. Estaba desnuda, sonrojada y sonriéndole. La besó. Ella separó los labios y él introdujo la lengua. La acarició todo el cuerpo. La acarició entre las piernas y ella las separó. Estaba húmeda y abrasadora. Quiso entrar allí.

Lori se movió un poco para que pudiera penetrar. Él sintió un momento de pánico. Sabía que no podía, pero estaba llenándola. Estaba duro, se dijo con alivio. Acometió con ganas.

Capítulo12

Lori hizo todo lo posible por serenar su respiración. Era un poco bochornoso seguir jadeando diez minutos después. Sin embargo, si se tenía en cuenta por todo lo que había pasado su cuerpo durante la última media hora, quizá fuera lo mínimo que podía esperarse.

Se sentía débil e incapaz de moverse. Irradiaba satisfacción por cada poro.

Reid la abrazó con un brazo y le acarició el costado.

– Increíble -Lori resopló-. Te digo en serio lo del culto. Cuenta conmigo.

Él la besó en vez de contestar. Lo hizo con cariño y ella, sin darse cuenta, notó que le brotaban las lágrimas. ¿Lagrimas después de hacer el amor? Se sentó y miró el reloj que había en la mesilla. Eran casi las cinco; una hora después de que hubiera terminado su turno.

– Tengo que irme -lo dijo fundamentalmente por las lágrimas, pero, también, porque casi nunca llegaba tan tarde-. Madeline se preguntará qué me ha pasado.

– Déjala con su chico -dijo Reid abrazándola otra vez-. Llámala y dile que no irás a cenar. Quédate conmigo.

Distintos pensamientos se amontonaron en su cabeza sin orden ni concierto, pero Reid quería que se quedara. ¿Acaso los hombres no lo hacían y luego se largaban? Ella habría apostado cualquier cosa a que él era uno de ellos. Un hombre que sólo buscaba sexo no quería compañía después. Entonces ¿era un caso extraordinario o se trataba de una situación completamente distinta?

Ella sabía qué quería que así fuese, pero no iba a preguntarlo.

También estaba el comentario del chico de Madeline. Como si él fuera su chico, el de ella. ¿En qué planeta? Para terminar, quería quedarse, pero tenía miedo. Miedo de los sentimientos. Miedo de que él la aplastara como si fuese una niña abrumada por los sentimientos. Una mujer fuerte y conocedora de sus posibilidades afrontaría sus temores. Una mujer inteligente que quisiera sobrevivir saldría corriendo como alma que llevaba el diablo.

Él le acercó su móvil y sonrió. La sonrisa la cautivó. Estaban desnudos, en su cama, y ella había tenido la experiencia sexual más increíble de esta vida o de cualquier otra. ¿Por qué iba a querer marcharse?

– Hola, soy yo -saludó Lori a Madeline cuando descolgó.

– Qué interesante -comentó Madeline con tono burlón-. Según la pantalla, estoy hablando con Reid Buchanan.

– Te llamo… desde su móvil.

– ¿Vas a decirme por qué?

Lori sabía que se lo confesaría más tarde, pero en ese momento no quería entrar en detalles.

– Quería decirte que llegaré un poco tarde esta noche.

Reid la tumbó de espaldas y empezó a lamerle los pechos. A pesar de la lava que empezó a correrle por las venas, Lori hizo un esfuerzo por respirar de una forma normal.

– ¿Quién habría dicho que mi hermanita recia y formal caería prendada de un jugador de béisbol golfo? -Madeline se rió-. Que lo pases muy bien.

Reid agarró el teléfono.

– No esperes despierta -dijo antes de colgar y de acariciar a Lori entre las piernas-. ¿Por dónde íbamos?

Media hora y dos orgasmos más tarde, Lori se repuso, se tumbó de costado y pasó un dedo por la cara de Reid.

– Eres muy guapo.

– No digas eso -replicó él con el ceño fruncido.

– ¿Es algo malo?

– Es una de las cosas que no me gustan de mí.

– Eso no es verdad. A mí me gusta que seas guapo.

– A ningún hombre le gusta que le digan que es guapo -Reid hizo una mueca-. No soy guapo.

– Algo parecido.

Él la besó en la mano.

– Crees que soy insustancial y que me he aprovechado de mi talento y mi físico.

– Un poco. ¿Quieres decirme que has hecho algo distinto?

– Me gustaría, pero sería mentira -le pasó los dedos entre el pelo-. Esto sí es bello.

– Gloria quiere que me lo corte.

– ¿Qué quieres tú?

– No lo sé. Siempre he detestado mi pelo. Cuando era más joven, era de un color rojo espantoso. En el colegio se metían conmigo. Ha mejorado desde hace unos años, pero no sé qué hacer con los rizos y todo eso. Así que no le hago caso.

– No hacer caso a algo no consigue mejorarlo.

– Si vas a ponerte profundo y sensible, muchas mujeres se sentirán defraudadas.

– ¿Y tú?

Era la segunda vez que daba a entender que ella le importaba. A Lori le fastidiaba desear que fuese verdad.

– Estoy abierta a los cambios.

– Menos con tu pelo.

– A lo mejor debería cortármelo.

– Deberías hacer lo que te haga sentirte bien.

Estar con él la hacía sentir bien, se dijo ella mientras le acariciaba el pecho desnudo. Le gustaba sentir la calidez de su piel. Todavía no podía creerse que estuviera allí, desnuda y acariciándolo cuando y como quisiera. Él le pasó un dedo por el labio inferior.

– ¿Por qué eres enfermera?

– Quería ayudar a la gente y que la gente me necesitara -se quedó atónita de su sinceridad.

– Buenos motivos.

– Altruista, en parte, y a la vez egoísta -reconoció ella-. También quería una profesión que me sustentara. Sabía que tendría que mantenerme económicamente.

– ¿Nunca pensaste en casarte con un hombre rico? -preguntó él con una sonrisa.

– Nunca pensé en casarme con nadie.

– ¿Por qué?

Ella sabía por qué. No confiaba en ningún hombre lo suficiente para creer que la amaba.

– No soy de las que se casan, y no me importa.

– ¿No crees que las personas tienen la necesidad biológica de emparejarse?

– ¿Por qué lo preguntas? -Lori parpadeó.

– Fui a la universidad -contestó él con una sonrisa engreída.

– Donde te licenciaste en animadoras y en ser irresistible.

– Me licencié en antropología cultural.

– ¿Qué? -preguntó ella sin dar crédito a lo que había oído.

– Me pareció que gustaría a las mujeres y me conseguiría muchas.

– Al menos, eres sincero -Lori se rió.

– Intento serlo. Bueno, volviendo a tu pregunta. Sí, creo que la mayoría de las personas necesitan pareja. Sin embargo, la necesidad es mayor en unas que en otras. Para mí no tiene mucha importancia. Sólo quiero poder ocuparme de mí mismo. Comprarme mi casa me metió en ese camino.

– Te cambia la cara cuando hablas de tu casa.

– ¿De verdad? Será porque me encanta. Me encanta poder decorarla como quiero. Me encanta tener una provisión de fondos para emergencias, por si necesito un calentador de agua nuevo o tengo algún problema de fontanería. Me encanta pagar un poco más de hipoteca cada mes para poder saldarla en quince años en vez de en treinta. Me siento seguro allí -concluyó Reid sin dejar de mirarla-. Sentirte segura es importante para ti.

Él no hizo una pregunta, era suficientemente inteligente para deducirlo.

– Me crié en una caravana en Tacoma. No era la idea de una buena vida -dijo ella.

– Madeline dijo que tu madre era complicada.

– ¿De verdad? ¿Qué más te dijo mi hermana?

– Que tu madre se desahogaba contigo.

– Mi madre bebía mucho -le explicó Lori con tristeza-. Cuando estaba borracha, era muy mala.

– ¿Y ahora? -preguntó él.

– Lleva siete años sin probar el alcohol.

– Eso está bien, ¿no?

– Supongo. Intenta volver a juntar las piezas.

Reid se inclinó sobre ella y la besó levemente.

– ¿Vas a dejar que lo consiga?

– No seas demasiado agudo. Cambiaría mi opinión de ti.

– Puedo soportarlo. ¿Vas a contestarme?

– No lo sé -reconoció lentamente ella-. Algunas veces quiero de verdad que lo consiga.

– ¿Pero…?

– Pero todavía estoy furiosa con ella -Lori arrugó la nariz-. Ya sé que es espantoso. Es mi madre. Está recomponiendo su vida y yo sigo rabiosa por cómo me trató cuando tenía doce años. Tendría que olvidarlo y seguir adelante.

– Eso lo dice tu cabeza, no tu corazón.

– Espera un segundo -ella entrecerró los ojos-. Un título en antropología cultural no te permite jugar al psicólogo conmigo.

– ¿Qué te parece si jugamos desnudos? -Reid sonrió.

– Estamos desnudos y mi respuesta es: no.

– No eres una mujer fácil -Reid la besó.

– Gracias. Toda mi vida he ambicionado no ser fácil.

– Te creo. ¿Por qué no te has casado?

Reid era de una tenacidad que ella no se había imaginado. No estaba dispuesta a reconocer el verdadero motivo y contestó una verdad a medias.

– Nadie me lo ha pedido.

No le explicó que tampoco había dejado que nadie se acercara lo suficiente para pedírselo.

– ¿Nadie estuvo a punto? -preguntó Reid sin cambiar de expresión.

– Nadie.

– Entonces, o no encontraste al hombre adecuado o estabas asustada.

Aquello empezaba a entrar en un terreno demasiado personal.

– ¿Y tú? -preguntó ella-. Puede decirse lo mismo de ti.

– No he salido con muchos hombres. Lo intenté una temporada, claro, pero solamente fue un arrebato.

– Sabes lo que quiero decir -replicó ella entre risas.

– Me enamoré una vez, ¿te acuerdas? Estaba deseando casarme.

Con una mujer que no lo quiso, recordó Lori con tristeza. La vida era perversa.


Dani entró en el Daily Grind y miró alrededor buscando a Gary. Hacía un par de semanas habían fijado una cita para tomar café. Lo saludó con la mano cuando lo vio sentado en un rincón. ¿Qué indicaría sobre su vida que el mejor chico que había conocido desde hacía mucho tiempo fuera homosexual?

– ¿Qué tal la búsqueda de trabajo? -le preguntó Gary mientras ella se sentaba frente a él.

– Bien. He tenido un par de entrevistas, pero no me han convencido. La cuestión es que me encanta trabajar con Penny en The Waterfront. Se trabaja mucho, pero somos un equipo -Dani hizo una mueca-. Menudo topicazo…

– Desde luego, pero no tiene nada de malo. ¿Preferirías trabajar en otro sitio donde no formaras parte de un equipo?

– No. Por eso rechacé la última oferta de trabajo. Ya sé que me dijiste que tuviera paciencia, y tenías razón. Pero… -tomó aliento-. Me fastidia tener que reconocerlo, pero si Walker dirige la empresa, no me apetece cambiarme. Tratar con él hace que me sienta conectada a la familia.

– Seguirá siendo tu familia independientemente de dónde trabajes. ¿Sigues pensando en buscar fuera de Seattle?

– Debería, pero no he empezado. No quiero marcharme -contestó Dani.

– Entonces no estás obligada. No hay ninguna ley al respecto.

Él sonrió. Fue una sonrisa delicada y amable que hizo que ella se alegrara de que fueran amigos. Era bueno, y saber que nunca habría nada sexual entre ellos había ayudado mucho. No quería más errores con el mundo masculino.

– No puedo reprocharte que quieras quedarte -siguió él-. Yo no me marcharía de Seattle. Toda mi familia está aquí también. Los quiero, incluso a mi hermana, que se ha pasado los últimos seis meses presentándome a todas las mujeres solteras que conoce. Hasta me da miedo contestar sus llamadas. La última era muy simpática, pero tenía una voz tan chillona…

Él siguió hablando, pero Dani no lo escuchaba. Estaba tan atónita que no podía dejar de mirarlo fijamente. Si su hermana le presentaba mujeres, eso quería decir…

– ¿No eres homosexual? -preguntó a bocajarro.

Gary se quedó con la taza de café a medio camino de la boca y el ceño fruncido por la perplejidad.

– ¿Creías que soy homosexual?

Dani quería que la tragara la tierra. ¿Cómo había podido equivocarse? ¿Qué pensaría de ella? Peor aún, era encantador y le gustaba, pero ella le había dicho casi a gritos que había algo en él que le hacía pensar que no le gustaban las mujeres. Ningún hombre heterosexual se lo tomaría como un halago.

– Lo siento -susurró ella haciendo un esfuerzo para mirarlo-. No debería haberlo dicho. No quería decir…

¿Qué era lo que no quería decir? No había muchas interpretaciones posibles. Le había preguntado claramente si no era homosexual.

– Homosexual… -Gary dio un sorbo de café-. Interesante.

– ¿No me odias? -preguntó ella temerosamente.

– No. ¿Por qué iba a odiarte?

– Algunos hombres no lo considerarían un halago.

– Ya, pero así intentaré vestir mejor.

– Vistes bien -Dani sonrió vacilantemente.

– Un poco conservador -Gary se encogió de hombros y se miró la camisa color marfil y los pantalones oscuros-. Mi hermana no para de perseguirme para que me ponga algo de color. Una camisa rosa… -bromeó él-. Así parecería mucho más homosexual.