– Podría centrarme en lo que quiero -se dijo Reid a sí mismo en voz alta-. Los niños y el deporte.

– Más aún -intervino su hermano-. Todo el mundo está interesado en ti. Puedes acceder a gente a la que los demás no soñamos con conocer.

Reid sabía que era verdad. Le bastaba con llamar para hablar con quien fuera.

– Podría ser generoso sin que nadie supiera que soy yo.

– ¿Es lo que quieres?

Reid pensó en todas esa cartas y peticiones, y en las respuestas tan frías que habían recibido.

– Ya no necesito que se me aprecie por hacer lo correcto -contestó Reid con calma.


Lori entró en la habitación de Gloria y se preparó para oír todo tipo de comentarios. Llevaba unos vaqueros nuevos y un jersey ceñido. Pese a su inexperiencia, había conseguido imitar las cascada de rizos de Ramón y no se había sacado un ojo al maquillarse. Sin embargo, una vez allí, se sentía ridícula. Como una cabra que intentara pasar por una gacela.

– Buenos días -la saludó Gloria mientras la miraba por encima del periódico-. ¿Lo pasaste bien en tu día libre?

– Sí. ¿Qué tal te encuentras?

– Como una vieja con la cadera rota. Esta mañana me duele un poco, pero sobreviviré.

– Esperaba algo más de la vida. Sobrevivir no es divertido.

– Crees que vas a distraerme para que no me de cuenta de los cambios, pero te equivocas -Gloria sonrió-. Ponte en medio de la habitación y date la vuelta despacio.

– No me pagas para que haga de modelo.

– Te pago para que satisfagas mis caprichos. Adelante.

Lori, cohibida y sintiéndose absurda, obedeció. Se puso en el centro de la habitación y se dio la vuelta lentamente. Gloria la miró y asintió con la cabeza.

– Mejor -dijo-. Mucho mejor. Viste a Ramón.

– Sí. Me cortó el pelo y me enseñó a usar unos productos bastante pringosos.

– La ropa también es bonita. Por fin pareces una mujer y no una patata.

– ¿Una patata…? -Lori se rio.

– Si hubiera tenido que volver a ver otro jersey marrón, habría vuelto al hospital.

– Lo dudo.

– ¿Te ayudó tu hermana a elegir la ropa?

Lori pensó decirle que era perfectamente capaz de hacerlo sola, pero las dos sabían la verdad.

– Sí. Lo eligió todo. Es un poco bochornoso que yo no sepa lo que me favorece.

– Claro que lo sabes -Gloria se inclino hacia delante -, pero hay que hacer algo con esas gafas.

– No puedo llevar lentillas y no empieces a hablarme de rayos láser. No voy a achicharrarme la córnea. ¿De acuerdo?

– No te la achicharran entera, pero déjalo. Estás muy bien. Reid se quedará impresionado.

Lori se quedó helada. La verdad era que se había acostado con Reid en casa de Gloria, pero nunca se habría imaginado que ella lo sabía. No podía saberlo. Sería demasiado humillante. Debía estar hablando de otra cosa. De Reid en general o de su enamoramiento de él, algo que tampoco debería saber nadie.

– No lo he hecho por… Reid -balbució Lori.

– Claro que no, cariño. Sólo quiero que tengas cuidado. Te aprecio mucho y no quiero que te hagan daño.

Lori agradeció el gesto. Supo que Gloria lo decía con cariño y preocupación. Sin embargo, la inquietó que diera por supuesto que Reid sería quien hiciera el daño. Parecía imposible que ella pudiera ser quien lo dejara o le hiciera sufrir. Era lógico, pero, por una vez, le gustaría ser ella la que tuviera la sartén por el mango y no la que fuera suplicando.

– Te traeré café -dijo Lori antes de salir de la habitación.

Fue a la cocina y se sorprendió de encontrarse con Reid. Él levantó la mirada, empezó a hablar y la miró fijamente.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella.

– Nada. Hola, me alegro de verte. Ayer te eché de menos.

– Tenía el día libre.

Ella supo que había sido un poco antipática y el verdadero motivo no tenía nada que ver con él.

– Nadie ha dicho que no lo tuvieras -él se acercó y la besó-. Me gusta tu pelo.

– Me lo he cortado -Lori se sintió ridícula y cohibida.

– Antes no sabías si querías cortártelo. Estás bien -Reid sonrió-. Mejor dicho, estás fantástica.

– Ahora -Lori no pudo evitar el tono de rencor-. Te has olvidado de decir «ahora». Pero me alegro de haber salido del pelotón de las feas y ser una más de tus guapas.

– ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás furiosa conmigo?

No lo estaba. Estaba furiosa consigo misma, pero era más fácil gritarle a él.

– Soy lamentable. Doy verdadera pena y no lo soporto. ¿Por qué no puedo cautivarte? ¿Por qué no estás preocupado de que ya no me intereses más?

– ¿Qué te hace pensar que no lo estoy?

Ella agarró la cafetera, se sirvió y lo miró con rabia.

– Por favor… Me he transformado. Llevo maquillaje y un tanga y lo he hecho todo por ti. ¿Para qué? ¿Cuál es el objetivo? Es un disparate y es culpa tuya.

– ¿Culpa mía? ¿El qué? ¿Por qué?

Lo oyó farfullar algo mientras ella se marchaba, pero no se dio la vuelta. Había sido un error, se dijo sombríamente. ¿A quién iba a engañar? No daba el tipo y nunca lo daría. Había sido un error intentarlo. Era preferible jugar sobre seguro y no correr el riesgo de sufrir.

Capítulo14

El Valerie's Garden era un antiguo jardín victoriano restaurado en una parcela de media hectárea. A la derecha había unas plazas de aparcamiento, pero el resto del jardín que rodeaba la casa estaba asilvestrado y era muy bonito. Tenía plantas exuberantes, setos, árboles y senderos que atraían a Dani. Quiso recorrerlos para descubrir los secretos de ese lugar tan hermoso.

Sin embargo, entró por la puerta principal y pasó al comedor. La recibió una joven con pantalones caqui, una camisa blanca de manga larga y un mandil con flores bordadas.

– Está cerrado, es la hora de la comida -dijo la chica con una sonrisa-, pero a lo mejor puedo convencer a la cocinera para que prepare algo rápido para llevar. ¿Qué te parece?

Dani agradeció la intención y se fijó en el nombre de la joven.

– Gracias, Belhany. Soy Dani Buchanan y tengo una cita con Valerie a las dos y media.

– Ah, es verdad. Está esperándote. Su despacho está por ahí.

Belhany la acompañó hasta el fondo de la casa y luego subió un tramo de escaleras bastante estrecho. El despacho de Valerie había sido un dormitorio. El papel de la pared tenía flores, casi todas moradas. Valerie era una mujer de cincuenta y tantos años, con el pelo largo y rubio, tirando a canoso, sujeto en lo alto de la cabeza y llevaba ropa vaporosa y romántica.

– Val, es Dani Buchanan -la presentó Bethany.

– Perfecto -Valerie se levantó y rodeó la mesa-. Dani, me alegro mucho de conocerte. Llevo toda la vida buscando alguien que dirija esto. Es muy difícil encontrar a alguien con la mezcla adecuada de talento y conceptos fundamentales, pero según lo que me ha contado Penny, tengo muchas esperanzas con esta entrevista.

– Yo también.

Dani estrechó la mano de la mujer y tomó nota de que tenía que llamar a su cuñada para agradecerle el cable que le había echado.

– Muy bien. Empezaremos con una charla, luego daremos una vuelta y terminaremos comiendo algo. Le he pedido a Martina, nuestra cocinera jefe, que te impresione.

– Estoy deseándolo.

Dani se sentó en una silla blanca de enea sorprendentemente cómoda.

– Es muy buena. Mejor que muy buena. ¿Eres vegetariana?

– No -Dani vaciló-. Lo siento. Las condiciones del trabajo decían que no era un inconveniente.

– No lo es -la tranquilizó Valerie-. Sólo hay que conocer muy bien los distintos platos. Hay que conocerlos en cualquier sitio, pero aquí es muy importante. Nuestros vegetarianos estrictos quieren saber exactamente lo que van a tomar, mientras que los que están experimentando quieren ideas para hacer en casa.

– Aprender el menú no me costará.

– Muy bien. Somos apasionados de los productos frescos. Tenemos proveedores de temporada que nos suministran casi todos nuestros productos. Son increíbles.

Dani se acordó de lo insistente que era Penny con que los productos tenían que ser frescos.

– Es fundamental que los ingredientes sean adecuados -comentó Dani.

– Ya me gustas -Valerie sonrió-. Vamos, te enseñaré el restaurante.

Fueron a la zona de provisiones en el piso de arriba y luego bajaron para conocer al personal, que estaba comiendo y charlando. También vio la bodega, los dos comedores principales y oirás tres habitaciones pequeñas que servían para reuniones privadas.

La cocina ocupaba la parte trasera de la casa. Era espaciosa, luminosa y olía muy bien. Martina era una mujer diminuta y con una sonrisa muy franca.

– Conozco a Penny -dijo a modo de saludo-. Dice cosas muy buenas de ti.

Dani y ella se estrecharon las manos y Martina le presentó a su equipo.

– La mayoría de las cocinas son sitios complicados y crispantes -siguió Martina-. Yo intento que ésta sea distinta. Todos queremos agradar a nuestros clientes. Prefiero la armonía. Naturalmente, estoy dispuesta a partir alguna cabeza si hace falta.

A Dani le encantó el restaurante. Le encanto todo el personal y le encantaron Valerie y Martina. Le encantó el sitio, el ambiente y que nadie pareciera aterrado.

– Id a sentaros -le pidió Martina-. Gerald te llevará el primer plato. He preparado un menú degustación para vosotras dos.

– Fantástico -dijo Valerie-. Gracias.

Valerie la llevó a una mesa situada al lado de la ventana. Era invierno y la vista del jardín era impresionante. Dani no pudo por menos que imaginarse cómo sería en verano.

– Espero que todo se resuelva contigo -comento Valerie mientras se sentaban-, pero aunque sea así, estoy tentada de fingir un par de entrevistas más para que Marina siga preparando su menú degustación. Es delicioso. Empezaremos con quesadillas vegetales con algunas sorpresas especiadas y una sopa de puerros de chuparse los dedos.

Gerald, un hombre guapo de treinta y pocos años, apareció con una bandeja y una jarra de té helado.

– Lo elaboramos nosotros -aclaró Valerie mientras les llenaban los vasos.

Luego Gerald sirvió unos cuencos con sopa y dejó una bandeja de tortitas humeantes entre ellas dos.

Dani probó el té y se quedo mirando fijamente el vaso. No era muy aficionada al té, pero le gustaba tomar un vaso de vez en cuando. Sin embargo, aquél tenía un sabor raro. Como si lo hubieran mezclado con zumo de apio o agua de pepino. No era una combinación muy buena.

Probó una cucharada de sopa. Los puerros tenían un aspecto insulso y no esperaba gran cosa, pero mucho menos el sabor punzante a regaliz.

– ¿Anises? -preguntó ella mientras hacía un esfuerzo para tragarlo.

– Hinojo y algunas otras hierbas que resaltan el sabor. El caldo tiene una base de coliflor y lo hacemos todos los días. Los clientes nos suplican que les demos la receta o que les vendamos algo de caldo, pero Martina lo mantiene en secreto.

Dani asintió con la cabeza y una sonrisa, pero sintió cierta preocupación. Le encantaban Valerie y el restaurante. Nunca le había pasado que encontrara el sitio ideal para trabajar y que no pudiera comer su comida. Todo iría a mejor, se dijo a sí misma. Sin embargo, la quesadilla vegetal fue peor que la sopa, que resultó ser la estrella de la comida.

Para poder dirigir un restaurante tenía que ser una entusiasta de todo lo que se servía. No sólo lo comería ella todos los días, sino que tendría que comentarlo con los comensales y hacerles recomendaciones. ¿Cómo podría hacerlo si ni siquiera podía tragarlo?

– ¿No te parece increíble? -preguntó Valerie.

– Martina es… innovadora.

Dani pensó que todo era una injusticia. Ese restaurante era el empleo que había soñado. ¿Por qué Valerie no tenía pasión por los chuletones, la comida tailandesa o cualquier otra cosa? Cualquier cosa que ella, Dani, pudiera por lo menos tolerar. ¿Como le diría la verdad a Valerie?

Entonces ésta recibió una llamada urgente de su suministrador de raíces y ella se salvó de tener que darle una evasiva cortés. Valerie le prometió que se pondría en contacto con ella.

Dani fue hacia su coche y se dio la vuelta para mirar la preciosa casa antigua. Si Valerie le hacía una oferta, tendría que tener lista una disculpa aceptable para rechazarla y tendría que seguir buscando. El trabajo de su vida no estaba allí.


Lori estuvo subiendo y bajando escaleras durante casi toda la tarde. Quería encontrarse con Reid, pero de forma fortuita. Lo sensato, y maduro, sería ir a su habitación y llamar a la puerta. El inconveniente era que esos días no se encontraba especialmente madura. Había estado merodeando tanto tiempo que cuando él apareció, se sorprendió y no supo qué decirle. Se quedó al pie de las escaleras hasta que él bajó y no se le ocurrió cómo decirle lo que tenía pensado.