– ¿Qué vas a hacer después del trabajo?

– No lo sé. ¿Se te ocurre algo? -preguntó ella con cierta ansiedad.

– En mi habitación -Reid miró hacia el techo-. A las cuatro. Seré el tipo guapo que te espera.

Ella sería la mujer estremecida, pero prefirió no decírselo.

– Parece divertido -susurró Lori mientras se separaba.

– Falta mucho -comentó él mirando el reloj de pared.

– Cuatro horas…

– ¿Sigues llevando el tanga?

Él lo preguntó con una voz profunda que hizo que ella notara una sacudida entre los muslos.

– Mmm…

– Pide a mi abuela que te deje escaparte un poco antes.

Capítulo15

Lori, emocionada y nerviosa, subió las escaleras. Estaba segura de saber lo que Reid tenía pensado; la idea general, no los detalles. Si bien estaba excitada por la idea de volver a estar con él, también se preguntaba qué tendría de distinto. La vez anterior, la situación la había arrastrado completamente. Esa vez, sabía lo que la esperaba y, además, tenía que pugnar con unos sentimientos que cada vez eran más intensos. Hacer el amor en ese momento conseguiría que quisiera unirse a él con más fuerza. ¿Quería atarse más? ¿Tenía alguna alternativa?

Llegó a la habitación de Reid antes de decidirse. La puerta estaba entreabierta y entró. Se encontró con una música suave y seductora, velas encendidas por todos lados y el hombre de sus sueños que se acercaba a ella. Cuando la abrazó y la besó, supo que la respuesta a su pregunta era negativa; no tenía la fuerza de voluntad para alejarse de él. Iría hasta el final. Si le hacía daño, apechugaría con el sufrimiento.

– Creí que no ibas a llegar nunca -musitó él mientras la besaba en el cuello.

Ella llevaba una camisa de manga larga y él le desabotonó los dos primeros botones, le abrió la camisa y le besó el hombro.

– Tengo vino de chocolate y frambuesas bañadas en chocolate -susurró él-. ¿Estás preparada para la seducción?

– ¿Vino «de chocolate»?

– Te encantará -aseguró él-. Créeme.

Ella se dejó abrazar y empezaron a dejarse llevar por la música, una música voluptuosa con el ritmo marcado por el deseo. Reid la sujetaba con una mano en el final de la espalda y la otra hundida en su pelo. La besó con una boca ardiente y ávida. Ella separó los labios. Reid introdujo la lengua con un movimiento excitante. Tenía el cuerpo duro y su excitación era palpable. El contacto de su erección en el vientre hizo que el anhelo se adueñara de ella.

Reid la deseaba a ella; a ella… Lo imposible se debatió con lo real y lo real ganó. Lo abrazó con más fuerza y se abandonó. Lo besó con toda su alma, correspondió a cada una de sus caricias, cerró los labios alrededor de su lengua y succionó. Él se quedo rígido con la erección palpitante, mordisqueó su labio inferior y se separó un poco.

– ¿Qué te parece un poco de vino de chocolate? -preguntó.

– No hace falta -Lori abrió los ojos.

– Pero tengo pensada toda la seducción. Sobre todo, la parte del chocolate.

Era un detalle. Evidentemente, él se había tomado muchas molestias y ella agradeció el gesto.

– De verdad, más tarde aceptaré el vino de chocolate, pero no en este momento.

Se apartó un poco y se quito los zapatos con los pies. También se quitó los calcetines y los vaqueros y los tiró al sofá. Lo agarró de las manos y las puso en su trasero… casi desnudo con el tanga que llevaba. Él contuvo el aliento, tomó las curvas entre las manos, agarró la cinta de seda y la bajó por las piernas. Ella también se lo quitó. Reid la acarició entre los muslos con esa destreza que la dejaba sin respiración. Empezó a trazar círculos sobre la esencia de su deseo casi sin tocarla. Lo hizo una y otra vez hasta que ella estuvo a punto de suplicarle. Estaba con las piernas separadas y las manos en sus hombros para mantener el equilibrio, aunque también quería que todo su mundo se volviera del revés. Cuando iba a agarrarle la mano para llevarla a donde ella la necesitaba, él introdujo un dedo y apoyó el pulgar en el punto exacto. Los músculos se le pusieron en tensión y se le aceleró la respiración. Reid sabía muy bien cómo excitarla. Era como si tuviera acceso directo a su cerebro y pudiera sentir lo que sentía ella.

Cada segundo que pasaba, estaba más cerca del orgasmo. No había altibajos. Todo era un deslizamiento húmedo e imparable hacia el paraíso. Le clavó los dedos en los hombros y rezó para que las piernas la sostuvieran. Podría haberle propuesto ir al sofá, pero no quiso romper la sintonía del momento cuando estaba tan cerca.

– Mírame -le pidió él con un susurro.

Sorprendida, ella obedeció y lo miró fijamente a los ojos. Estaban echando fuego, candentes, con un anhelo abrasador que la excitó más.

– Me gusta hacer esto -susurró él con voz ronca por el deseo-. Me gusta acariciarte, excitarte. Me gusta lo húmeda que estás y poder sentir cómo te estremeces. Me gusta todo tu cuerpo. Me gusta la suavidad de tu piel y tus contracciones cuando todavía no has llegado plenamente al límite. Te deseo, Lori. Te deseo con todas mis fuerzas.

A Lori se le aceleró la respiración al oír aquello. Fue a cerrar los ojos, pero hizo un esfuerzo para mantenerlos abiertos.

– Déjate llevar. Alcanza el clímax por mí -le pidió él.

Ella sobrepasó el límite entre convulsiones de placer. Él no separó el pulgar y con otros dos dedos imitó el acto del amor. Ella se estremeció hasta lo más profundo de sus entrañas y susurró su entrega. Casi no había vuelto a la realidad cuando él se inclinó y la besó. Ella también lo besó y se deleitó con el contacto de su cuerpo. Aquello no había hecho más que empezar, se dijo con felicidad mientras él le desabotonaba los botones de la camisa, le soltaba el sujetador y tiraba las dos prendas al suelo. Tomó los dos pechos entre las manos y le acarició las puntas de los pezones erectos. Un instante después, dejó de besarla y se inclinó para tomar su pecho derecho con la boca. Succionó mientras le acariciaba el otro con la mano. La conexión entre sus pechos y su palpitante centro del placer se hizo más intensa. Notaba cada caricia, cada succión y cada círculo de su lengua en lo más profundo de sí misma. A pesar de que hacía un minuto había tenido un orgasmo, se encontró excitada otra vez.

Quiso tenerlo desnudo, que sus cuerpos se estrecharan y se quedaran así hasta que estuvieran exhaustos.

– Quítate la ropa -le ordenó ella-. Ahora.

– Me gusta cuando te pones mandona -replicó él con una sonrisa.

Reid se quitó el jersey, los vaqueros y los calzoncillos. Ella pudo verlo de cuerpo entero. Era un cuerpo perfecto, se dijo mientras caminaba alrededor de él acariciando aquello que más le gustaba. Sus hombros, su espalda, su trasero… Hizo lo mismo que había hecho Reid la primera vez que hicieron el amor. Se puso detrás de él, se estrechó contra su cuerpo y lo acarició por todos lados.

Era demasiado alto para poder verlo por encima de los hombros, pero cerró los ojos y se lo imaginó. Le acarició el pecho y le pellizcó las tetillas. Él dejó escapar un gruñido mientras ella le besaba la espalda con ligeros mordiscos.

Bajó las manos hasta el abdomen y sus estrechas caderas. Le acarició los musculosos muslos y lo tomó con las dos manos. Estaba duro; era esa combinación que siempre la sorprendía de carne inconcebiblemente rígida cubierta por la piel más delicada. Recorrió toda su longitud, se detuvo en el extremo, trazó unos círculos y volvió para tomar los testículos entre sus dedos.

Lo deseaba como no había deseado a nadie. Lo quería dentro; que la tomara, que la poseyera. Ésa era su verdad secreta. Quería que ese hombre la poseyera, la reclamara como suya; que entre ellos sólo hubiera carne desnuda y deseo. Además de corazón, pensó, cuando los sentimientos empezaban a abrumarla. Quería que él la quisiera; lo quería con unas ganas que la dejaron sin aliento. Esas ganas, más profundas e intensas que cualquier otra que hubiera sentido en su vida, amenazaron con sofocar su excitación y decidió dejarlas a un lado hasta otra ocasión.

Se puso delante de él y lo besó. Él respondió como un hombre hambriento. La besó con pasión y la acarició por todo el cuerpo. También empezó a arrastrarla hacia su dormitorio. Él tenía una mano sobre un pecho y la otra entre sus piernas. Ella sintió la misma avidez.

Se encontró en la cama. Reid, en cuestión de segundos, se puso un preservativo y entró en ella. La colmó, la tomó con una intensidad que no le dio otra alternativa que entregarse y gozar con sus embestidas.


– Un desastre -sentenció Dani mientras se sentaba frente a Gary en The Daily Grind-. Fue un desastre absoluto. El sitio me encantó. Valerie era estupenda y el personal encantador. Además, me habría encantado trabajar con Martina, la jefa de cocina.

– Entonces ¿dónde está el desastre?

Dani miró alrededor para cerciorarse de que no había nadie del restaurante de Valerie.

– La comida era malísima -contestó en voz baja-. Espantosa, de verdad. Hasta el té helado. Al parecer, no tengo buen paladar para la comida vegetariana más sofisticada. Si me hubieran dado una quesadilla normal y corriente, habría firmado con los ojos cerrados. O si hubiera sido otro tipo de comida. Incluso si me hubiera gustado mínimamente, habría intentado hacer el trabajo, pero te aseguro que lo que me sirvieron era casi repugnante.

– No creo que te busquen para hacerles propaganda -Gary se rio.

– Yo tampoco. Estoy desalentada. ¿Por qué tiene que pasarme esto? Nada me sale bien.

Gary le dio una palmada en la mano.

– Encontrarás algo. Estoy seguro.

– Eso espero -farfulló ella mientras intentaba discernir qué sentía con el contacto de su mano-. Seguiré buscando. Estoy dispuesta a progresar en mi carrera. Recibo llamadas y eso es bueno. Sólo tengo que tener paciencia.

– Así me gusta -la animó él-. ¿Has hablado con la detective?

– Sí. Gracias por darme su nombre. Es fantástica y congeniamos, pero me dijo que si no le daba más datos, no podría ayudarme. Yo no sé nada de él, ni el nombre ni la dirección. Ni siquiera puedo darle una descripción. Le he preguntado a mi hermano mayor, Cal, si sabe algo, pero tampoco sabe nada. Era muy joven y seguro que mi madre tuvo mucho cuidado de que no conociera al hombre con el que tenía una aventura.

Gary retiró la mano y dio un sorbo de café.

– ¿Tu madre no dejó cartas, notas o un diario?

– No lo sé, pero es una buena idea. Se lo preguntaré a mis hermanos, aunque tampoco tengo muchas esperanzas. Sólo hay una persona que puede saber algo, pero sería un milagro que me lo contara.

– Los milagros ocurren.

– No en mi mundo.

Era imposible que Gloria quisiera ayudarla. Sus hermanos juraban que había cambiado, pero ¿era eso suficiente? Gloria había dejado muy claro que la despreciaba.

– No quiero darle el placer de tener que pedirle algo -comentó Dani-. No se lo merece.

– ¿Qué te mereces tú? -preguntó él-. Si tienes la oportunidad de conseguir algo, ¿no te compensa mantener una conversación incómoda?

– Claro… -ella sonrió-. Tengo que ser racional.

– Soy profesor de matemáticas. ¿Qué esperabas?

– Sé que tienes razón -Dani suspiró-. Pero no soporto la idea de rogarle algo, aunque ya sé que dirás que, entonces, encontrar a mi padre no me importa lo suficiente -Dani dio un sorbo de café-. Hablaré con Reid. Está viviendo en casa de Gloria y pasa mucho rato con ella. Si me dice que está dispuesta a ayudarme, se lo preguntaré.

– Ya tienes un plan.

– Crees que debo enfrentarme al dragón -replicó ella mirándolo fijamente.

– Nuestros miedos se hacen mayores sin no los afrontamos a la luz del día.

– Eso lo dice el profesor de teología.

– Es posible, pero también el hombre que hay en mí.

– Nunca hablamos de tu vida. Se te da muy bien hacer preguntas.

– Me interesa mucho más tu vida -reconoció él-. Mis días son muy parecidos.

– Y mi vida es como una serie de televisión. Me encanta saber que por lo menos puedo entretener a mis amigos.

– Te lo agradecemos -Gary se inclinó hacia ella-. ¿Te gustaría salir a cenar conmigo alguna vez?

La había invitado a salir. Ella ya se había preguntado si lo haría alguna vez y qué sentiría. Él lo había hecho y no sintió pánico ni la necesidad de evitar que las cosas pasaran a otro nivel. Gary era un tipo estupendo. Le gustaba. Era amable y sincero. Además, que no hubiera atracción física podía ser positivo. Últimamente, ya se había abrasado bastante con la pasión.

– Me encantaría salir a cenar contigo -respondió ella.


Reid estaba encantado de la vida. El día era soleado y hacía cierto calor, había decidido qué hacer con su vida y esa noche había seducido a Lori hasta el paroxismo. No había aceptado lo que le habían ofrecido, no se había conformado con lo más fácil. Había planeado la velada, la había derretido y había conseguido que gritara. Le gustaba pensar que podía conseguir eso de ella. También le gustaba que no hubiera fingido. Podía interpretar el cuerpo de Lori como el suyo propio y sabía cómo complacerla. Se sentía bien con ella. Deseaba cosas en las que no había pensado desde hacía mucho tiempo. Eso debería haberlo aterrado, pero, en cambio, se encontró pensando en el futuro; planteándose qué pasaría si…