¿Qué pasaría si no se separaba de Lori? ¿Qué pasaría si las cosas evolucionaban entre ellos? ¿Qué pasaría si ella se enamoraba de él? Sabía que él le gustaba, que no era solo que se hubiera encaprichado, como reconocía ella, sino que le gustaba de verdad. Si no, no se habría acostado con él. Le gustaría pensar que su transformación física se debía a él, pero sabía que no tenía nada que ver. Lo utilizaba como excusa, pero en realidad, ella quería cambiar desde hacía mucho tiempo. Lori ya no se sentía cómoda ocultándose.
Sin embargo, ¿podía enamorarse de él? ¿Estaba dispuesta a correr ese riesgo definitivo? Sabía que, superficialmente, era una buena conquista. Era atractivo y rico. Sin embargo, ¿qué podía decir de su interior? Nunca se había comprometido con una mujer. Solo lo intentó una vez. Como señaló Lori, luego se aprovechó de ese momento para no intentarlo otra vez. Eso no era suficiente para Lori. Ella tenía principios elevados y no sabía si estaría a su altura. Se sirvió café y siguió con el montón de cartas que tenía en la mesa. Eligió las que le preocupaban más. Tenía que ser capaz de hacer algo por aquellos niños.
Se fijó en una de las cartas. Era de un niño al que se le había muerto su hermano gemelo. Sus hermanos Cal y Walker, junto con Dani, significaban todo para él. Si les pasara algo…
Descolgó el teléfono y llamó al número que aparecía en la carta.
– ¿La señora Baker? -preguntó al oír una voz de mujer.
– Sí.
– Buenos días. Soy Reid Buchanan. Era jugador de béisbol.
– ¿De verdad? Sé quién es. Mi hijo es muy aficionado al béisbol. Es su mundo. Sobre todo desde… bueno, hace poco. Le fastidió mucho que se retirara. Estuvo hablando de eso durante días enteros.
Si el niño supiera cómo había tirado la carrera por la borda, no pensaría tanto en él.
– Señora Baker, su hijo me escribió y me contó la pérdida que han sufrido recientemente. Lo lamento mucho.
– Gracias, ha sido muy difícil -consiguió decir ella después de un silencio.
– Puedo imaginármelo. Estaba pensando qué podría hacer por Justin. Cómo distraerlo un poco. Tengo algunos amigos en el Seattle Mariners y he hablado con el director general. ¿Les gustaría, a usted y Justin, pasar un fin de semana largo con el equipo durante la preparación de primavera? Les llevarían en avión, en primera clase, y los alojarían en un buen hotel. Tendría a su disposición un coche con conductor y dinero para las comidas. El hotel tiene spa. Tendría acceso gratis a todos los servicios. Yo me ocuparía de que hubiera alguien que cuidara de Justin mientras usted se relaja.
– No sé qué decir -reconoció ella casi sin poder hablar-. ¿Por qué iba usted a hacer algo así?
– Porque puedo. Justin y usted lo han pasado muy mal.
– Es usted increíblemente generoso -dijo ella en voz baja-. No sé qué pensar.
– Me encantaría que me permitiera hacerlo. Si quiere un poco de tiempo para pensárselo, le daré mi número de teléfono. Puede llamarme cuando quiera.
– Señor Buchanan -ella se rió, nerviosa-, es posible que no sepa muy bien qué hacer durante todo el día, pero no estoy tan loca. A Justin le entusiasmaría y, sinceramente, a mí también. Claro que iremos. Muchas gracias.
– Será un placer. Dentro de un par de horas la llamarán de una agencia de viajes. Se lo organizarán todo, pero también quiero que tome mi número de teléfono. Si tiene algún inconveniente, lo que sea, llámeme.
– Es increíble. Gracias.
– Vaya con su hijo y pásenlo muy bien.
– Lo haremos.
Reid le dio su número y colgaron. Luego se dejo caer contra el respaldo de la butaca y miró la lista de cosas que tenía que organizar. La agencia de viajes le había prometido que supervisaría todo, pero él llamaría para comprobarlo personalmente. No quería que se repitiera el desastre de los billetes de vuelta. Arrancó una hoja de papel y la añadió a la lista de los asuntos en marcha. Si la fundación no iba a tener una agencia de viajes propia, quería que alguien se ocupara de que todo se organizara bien.
Lori llegó a su casa poco antes de las cinco y vio un coche conocido en el camino de entrada. Entró en el garaje, cerró la puerta y pasó a la cocina. Oyó que Madeline y su madre se reían en la sala y se le encogió el estómago. No le importaba que su hermana invitara a gente, también era su casa, pero ¿por qué tenía que ser a su madre? Independientemente de cómo transcurriera la velada, ella siempre se quedaba con la sensación de sobrar.
– Hola, he llegado -saludó desde la cocina mientras dejaba el bolso en la encimera.
– Estamos en la sala -contestó Madeline-. Ven con nosotras.
Lori se quedó un instante pensando una excusa para refugiarse en la tranquilidad de su cuarto. Ojalá Reid hubiera querido seducirla esa noche, pero él no estaba en casa cuando terminó el turno y no quiso llamarlo al móvil para preguntarle qué estaba haciendo. Tenían una relación, pero ella no sabía ni entendía cuáles era los límites. Tenía la sensación de que encontraría las respuestas con una conversación, pero no se atrevía a hacer las preguntas. Parecía tonta, se reprendió a sí misma. Debería estar dispuesta a preguntarle qué pensaba y a explicarle sus deseos y necesidades. Presumía de ser una persona que no eludía nada, y era verdad. Pero lo era menos con Reid y su madre.
Evie entró en la cocina y le sonrió.
– Hola, Lori. ¿qué tal ha ido el día?
– Bien, gracias. Gloria está mejorando mucho. He estado preocupada por su recuperación, pero avanza un poco todos los días. Dentro de un par de meses debería volver a su vida normal.
– Qué bien.
Su madre la agarró del brazo y la llevó a la sala, la sentó en el sofá y se sentó a su lado.
– Tu hermana y yo nos hemos confesado.
Evie miró a Madeline y las dos se rieron. Lori las miró fijamente sin entender el chiste.
– ¿Qué ha pasado?
Madeline agitó una mano en el aire.
– Nada malo -dijo entre risas-. A no ser que seas el pollo.
Volvieron a soltar una carcajada y Lori intentó no perder la paciencia, aunque quería gritar. ¿Qué era tan gracioso?
– Deberíamos tener pollo de cena -le explicó Evie mientras se secaba los ojos-. Vine para ayudar a Madeline. Estábamos sazonando el pollo, pero estaba resbaladizo y salió volando hasta la otra punta de la cocina.
Las dos volvieron a reírse sin parar. Lori podía entender que la escena fuera graciosa, pero aquello le pareció un poco exagerado.
– Bueno -replicó Lori lentamente-. ¿Y…?
Madeline se llevó una mano al pecho.
– Lo recogí y cuando estábamos lavándolo, volvió a escapársenos. El pollo estaba decidido a no acabar en el horno.
– Es verdad -corroboró su madre-. Se nos cayó otras dos veces, pero conseguimos sazonarlo, ponerlo en la fuente y meterlo en el horno. Vinimos a la sala para reponemos y cinco minutos antes de que llegaras, nos dimos cuenta… -volvió a echarse a reír.
Madeline también se rió.
– Nos habíamos olvidado de encender el homo -consiguió farfullar.
Volvieron a troncharse de risa. Lori intentó encontrarle la gracia a que se les hubiera olvidado encender el homo. Al parecer, era uno de esos momentos que había que vivir.
– La cuestión es -le dijo su madre-, que tú no te habrías olvidado. Eso era lo que estaba diciéndole a Madeline cuando llegaste. Tú siempre has sido la fiable, Lori. No eres inestable como tu hermana y como yo.
Lori contuvo las ganas de decir que su hermana no era inestable. Su madre dejó de reírse.
– Eras una niña muy buena, Lori. Podía confiar en ti para que te ocuparas de las cosas. Cuando estaba sobria, pensaba que eso no era bueno. No te lo reprocho. Sobrevivimos sólo gracias a ti, contigo cerca no tenía que preocuparme de lo que pasaba en casa. Todo estaba controlado.
Lori no supo qué decir. Ella recordaba lo mismo, pero nunca había pensado que eso hubiera unido a la familia. Hizo lo que había que hacer porque su madre estaba siempre borracha y Madeline estaba muy ocupada con su vida.
– Recuerdo que Lori se ponía muy pesada para que comiera -comentó Madeline-. O, al menos, para que comiera mejor de lo que comía.
– A mí me hacía lo mismo -añadió Evie-. Todavía puedo ver a aquella chiquilla deliciosa en medio de la cocina con un puchero y gritando que nos sentáramos a comer juntas, que si no lo hacíamos nos sentaría ella misma.
Lori notó la avalancha de recuerdos, casi todos malos. Intentó esquivarlos, como hacía siempre, pero su madre siguió hablando de todo lo que había hecho.
– Habría estado perdida sin ti -concluyó Evie-. ¿Te lo había dicho alguna vez? Es verdad.
Lori se sintió muy incómoda. Su madre y ella no se llevaban bien. No estaba permitido que estrecharan lazos.
– No fue para tanto.
– Claro que lo fue. Una parte de la rehabilitación consiste en reconocer cómo afectó el alcohol a tu familia. A ti te obligó a crecer demasiado de prisa. Tú te convertiste en la madre. Yo nunca quise serlo.
Lori se movió, incómoda, en el sofá.
– No pasa nada -murmuró con ganas de cambiar de conversación.
– Sí pasa -replicó su madre-. Ojalá las cosas hubieran sido distintas -Evie frunció el ceño-. ¿Dónde están tus gafas? ¿Llevas lentillas?
– Se ha operado -intervino Madeline con tono orgulloso-. ¿Verdad que está muy guapa?
– Nunca será tan guapa como tú -fue la respuesta de su madre.
Madeline hizo una mueca de disgusto, pero sirvió para que Lori recuperara la perspectiva.
– Creí que no querías operarte de los ojos -comentó Evie.
– No puedo llevar lentillas -le explicó Lori-. Lo intenté, pero es imposible. Ya no tengo que preocuparme por las gafas.
– ¿Hay algún hombre? -preguntó su madre sin rodeos-. Las mujeres siempre hacemos tonterías por un hombre.
Lori recordó que había querido cambiar de tema, pero no a ése.
– No lo he hecho por un hombre -afirmó Lori rotundamente-. Me gusta poder ver sin gafas.
Su madre no se inmutó. Lori no soportaba que pareciera que había cambiado por Reid. Él había sido un catalizador, pero no el motivo.
– De acuerdo. Estoy viendo a alguien, más o menos. No es nada importante.
– ¿Nada importante? -preguntó Madeline-. Es fabuloso, como él. ¿Te acuerdas de Reid Buchanan? Aquel jugador de béisbol imponente que se fastidió el hombro el año pasado y tuvo que retirarse.
– No me acuerdo de eso -contestó Evie -, pero ¿no han publicado un artículo despreciable sobre él hace poco? Algo sobre que era un… -Evie no terminó la frase.
Lori no sabía qué decir. Parecía que si callaba otorgaba y si no lo hacía, significaría que lo sabía de primera mano.
– No es verdad -dijo por fin-. Nada de todo eso es verdad.
– Entiendo.
Evie y Madeline intercambiaron una mirada. Lori prefirió no saber lo que estaban pensando.
– Es fantástico -dijo Madeline-. Adora a Lori.
– Me alegro -Evie sonrió-. Ya era hora de que encontraras a alguien.
Lori supuso que la vida nunca era rectilínea, como tampoco lo eran las personas. Evie lo había intentado. No lo había conseguido, pero lo había intentado.
Capítulo16
Lori se sirvió un poco de pollo a la naranja.
– Está muy bueno -comentó-. ¿Dónde está ese sitio de comida para llevar?
– A un par de manzanas de aquí. Te lo enseñaré. Por fuera no parece gran cosa, pero la comida es muy buena.
Reid y ella estaban sentados en el suelo de la sala de casa de Gloria con las espaldas apoyadas en el sofá. La mesita estaba llena de recipientes de aluminio. Reid había llevado la comida y una botella de vino blanco. Lori estaba segura de que acabarían en el dormitorio, pero le gustaba esa situación. Era más normal, por decirlo de alguna manera.
– Anoche todo fue bastante raro con mi madre -Lori volvió al tema de conversación que estaban teniendo-. Sé que está intentando reconciliarse y empiezo a creer que se siente fatal por lo que pasó durante los años que bebía. Sé que lo correcto es perdonarla.
– La perdonarás cuando estés preparada.
– Es posible.
A veces quería perdonarlo todo y estar cerca de su madre, pero otras se sentía tan furiosa que quería castigarla para siempre.
Todavía se acordaba de cuando tenía diez años y se le rompió su vaso favorito. Era un vaso alto, perfecto para mezclar bebidas sin mucho hielo que aguara el alcohol. Lori estaba lavando los platos y se le resbaló el vaso. Su madre estaba borracha y cuando Lori confesó, empezó a gritar.
– ¡No sirves para nada! Lamento haberte traído al mundo. Naciste por accidente. Ya tengo una hija perfecta, ¿para qué iba a querer una niña espantosa como tú?
El dolor todavía se clavaba en ella, como los trozos de cristal roto.
– Sé que cuando muera Madeline, será la única familia que me quede. Eso debería significar algo. No dejo de pensar que si lo intento con ganas, podría olvidarlo todo.
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