– Mucha gente, sobre todo mujeres, creen que los famosos no tienen que portarse muy bien en la cama porque no lo necesitan. ¿Crees que ése es parte de tu problema?
Lori gruñó. Dio un paso al frente, pero se detuvo. Reid no necesitaba que ella irrumpiera en el plato para decir a todo el mundo que era un amante excepcional.
– Odio a esa mujer -le dijo a su hermana.
– Yo tampoco le tengo mucho aprecio.
– No sé qué pasó con la periodista que empezó con todo esto -contestó Reid-. Nunca ha hablado conmigo de nada. Se me presentó en un bar. Que yo sepa, todo estaba preparado. Ha sido desagradable. Es algo que a ningún hombre le gusta tener que tratar. Como sabrás, he estado eludiendo a la prensa.
– Lo sé -ronroneó ella-. De todos los periodistas, me has elegido a mí -apoyó la mano en el brazo de Reid-. ¿Intentas decirme algo?
Reid miró directamente a la cámara.
– Sí. Estoy aguantando estas preguntas porque me dan igual. Pueden decir lo que quieran, no me importa. Hay algo mucho más importante que lo que la gente piense de mi vida amorosa, hay personas que mueren todos los días cuando podrían seguir viviendo.
La periodista suspiró, como si supiera que la parte más jugosa de la entrevista ya había terminado.
– Te refieres a quienes están esperando la donación de un órgano.
– Efectivamente. En otros países, la donación de órganos es la norma.
Siguió con su tema, pero Lori no lo escuchaba. Se quitó los auriculares y se volvió hacia su hermana.
– Lo ha conseguido. No puedo creérmelo. ¿Lo has visto?
– Ha estado perfecto -contestó Madeline con un suspiro-. De verdad, increíble. Estoy muy agradecida.
– Yo también -Lori la abrazó-. Sigo sin creerme que estuviera dispuesto a aguantar esto por ti.
– No, Lori -Madeline sonrió-. No lo ha hecho por mí. ¿No lo comprendes? Lo ha hecho por ti.
Capítulo17
– Bernardo es muy bueno -dijo Lucia Guiseppe mientras vertía un cazo de salsa sobre la pasta de Dani-. Su padre puso el restaurante hace unos cincuenta años. Entonces éramos unos jóvenes soñadores y tontos.
La diminuta mujer vestida de negro miró la resplandeciente cocina del restaurante.
– Quizá no tan tontos -siguió ella mirando el plato de Dani-. ¡Come! ¡Come!
Dani tomó otro bocado de la magnífica pasta. La salsa era tan deliciosa que por un momento pensó en lamer el plato cuando hubiera terminado. Pero como todavía no había empezado la entrevista, decidió que lo mejor era no perder los modales.
Había llegado a las tres e inmediatamente la habían llevado a la cocina. Los cocineros estaban en plena faena y se gritaban e insultaban en italiano. Sin embargo, a tenor de sus expresiones y sus risotadas, podía entender lo que decían. Había cosas en las entrañas de los restaurantes que eran iguales en todas partes.
La había recibido Bernardo, el propietario de Bella Roma, pero lo habían llamado por teléfono y había dejado a Dani con su madre. Ésta le había ofrecido una comida increíble y Dani no tenía queja.
– He indagado -le comento Lucia-. Sé que eres una Buchanan, como los restaurantes. Tu abuela no es muy simpática.
Dani no supo qué replicar.
– Puede ser… exigente.
– ¿Ahora se llama así? Bueno, no elegimos a la familia. ¡Qué se le va a hacer! Yo tengo cuatro hijos. Cuatro. Dios se portó bien con nosotros. De los cuatro, sólo Bernardo ha querido seguir con el negocio familiar. Con uno basta, ¿no? Ahora, mis nietos están creciendo. Uno quiere ser abogado, otro médico y Nicolas, peluquero -ella sacudió la cabeza-. Sin embargo, es de la familia y lo adoro. ¿El restaurante? A Alicia le encantaba trabajar aquí, pero se va a Nueva York para casarse. ¿Qué te parece? ¿Acaso no podemos celebrar una boda en Seattle? -Lucia suspiró-. ¡Qué se le va a hacer! ¿No estás casada?
– No. Lo estuve. Mi marido y yo… Él…
– Lo entiendo -intervino Lucia Guiseppe-. Algunos hombres son buenos y otros no tan buenos. Bernardo es bueno. Su mujer murió -hizo una pausa pensativa-. Eres demasiado joven para él. Es una pena.
Dani estuvo a punto de atragantarse. Bernie, como le había pedido él que lo llamara, tenía casi cincuenta años. El hombre en cuestión entró precipitadamente en la cocina.
– Perdona -se disculpó con Dani-. Mi hija va a casarse dentro de un mes. Tenemos que salvar una crisis cada cuatro horas. ¿Te ha torturado mucho mi madre?
– En absoluto -contestó Dani con la mirada en su plato-. Me ha dado de comer muy bien. Me encanta todo.
– ¡Una chica que come! -exclamó Lucia-. Me gusta.
– Voy a ir con Dani al despacho, mamá -Bernie suspiró-. Vamos a hablar de trabajo. Querrás dejarnos solos un rato…
– Ya. Soy una vieja. ¿Qué sé yo de esas cosas? No me gustaría interferir en nada importante. ¿Acaso no levanté este sitio con tu padre? ¿No trabajé todas la horas del día mientras criaba cuatro hijos?
– No le hagas caso -le susurró Bernie mientras salían de la cocina-. Puede ponerse melodramática.
– Me encanta -replicó Dani sinceramente.
– Si no tienes cuidado, puede organizarte toda tu vida.
Dani pensó que ella no estaba haciéndolo muy bien y que quizá fuera buena idea que alguien lo intentara.
Se sentaron en el abarrotado despacho de Bernie. Éste miró el montón de papeles y cárpelas que tenía en la mesa.
– Tengo que ordenar todo esto -gruñó-. Nunca tengo tiempo. Por eso quiero contratar a alguien. Alicia, mi hija, se ocupaba de hacerlo, pero se ha ido a Nueva York para estar con su novio. Esperaba que le interesara a alguno de mis hijos o sobrinos, pero no. Les encanta comer aquí, claro, pero trabajar, no tanto.
Dani pensó que Bernie se parecía mucho a su madre y reprimió una sonrisa. Le impresionó que los dos pudieran trabajar juntos todos los días sin matarse.
– Nos llevamos muy bien -le explicó él-. Casi todos los empleados llevan años aquí. La mitad de los clientes son habituales. ¿Sabes lo que significa eso?
Dani captó que no era una mera conversación y que la entrevista había empezado.
– Los clientes habituales son una fuente de ingresos fija y quieres que estén contentos -contestó ella-. Tienen sus gustos. Algunos se resisten a los cambios. Esperan mucho. Quieren que se acuerden de ellos y que los traten de una manera especial porque están ofreciendo algo que no se puede comprar con dinero: fidelidad.
– Efectivamente -Bernie lo dijo complacido-. Durante un tiempo, casi todos nuestros clientes eran jubilados y padres de familia. Estaban envejeciendo. Entonces el vecindario empezó a cambiar. De repente, estamos en la onda. O de moda. Nunca sé como decirlo. No sé si hay diferencia.
Dani sonrió. Era fantástico y, por un segundo, también lamentó, como Lucia, que no fuera un poco más joven.
– Ahora viene gente más joven. Llegué a pensar que podían chocar con los habituales, pero no ha pasado nada. Es estupendo ver a recién casados o universitarios -le dio una carta-. Somos tradicionales, mamá se ocupa de eso, nuestro cocinero jefe responde ante ella. Nick lleva diez años aquí y cuando mamá y él empiezan a gritarse, es mejor ponerse a cubierto -se rió-. Tienes suerte, porque discuten en italiano y no entenderás casi nada -repasó un par de documentos-. ¿Qué más? Ahora no hay problemas entre los empleados, pero surgen. Los empleados que llevan más tiempo recelan de los nuevos, pero se acaba solucionando. El restaurante marcha casi como la seda, pero siempre hay tensiones.
Hizo una pausa y Dani tuvo la sensación de que estaba dándole tiempo para que se imaginara a qué tensiones se refería.
– Provisiones que llegan tarde, mantelería que falla, una partida de vino defectuosa, un plato que devuelve todo el mundo -enumeró ella-. El grupo de veinte que tiene un reservado y que media hora antes de presentarse quiere cambiar el menú. ¿Ese tipo de cosas?
– Sí -Bernie asintió con la cabeza-. Muy bien, hablemos de tu experiencia.
Durante un hora, ella fue desgranando todo su currículo, desde su formación universitaria hasta el tiempo que fue responsable mientras Penny estaba de baja por maternidad. Cuando terminó, Bernie se dejó caer contra el respaldo de la butaca.
– Queremos alguien que pueda empezar inmediatamente -dijo él-. ¿Tú puedes?
– Ya he avisado en The Waterfront -confirmó Dani-. Puedo marcharme cuando quiera.
– ¿Tienes claro que mi madre es parte esencial del restaurante? Va a entrometerse y a decirte lo que tienes que hacer. Jurará que no va a hacerlo, pero no te lo creas.
– Tu madre me cae muy bien -reconoció Dani-. Trabajaremos bien juntas.
– Entonces tienes el empleo si lo quieres -Bernie dijo un sueldo impresionante-. Te llevarás parte de los beneficios. Me gustaría que empezaras durante el día. Es más tranquilo y podrás adaptarte. Cuando te hayas integrado, haremos turnos para que ninguno de los dos trabaje siempre por la noche.
– ¿Estás ofreciéndome el puesto? -Dani lo miro fijamente-. ¿Así? ¿Sin más?
– Sin más. Es algo visceral. Trabajarás bien aquí, Dani. ¿Qué dices?
Lori intentó centrarse en que Reid la había invitado a salir a cenar, como si fuera una cita formal. Además, preocuparse por la cita era menos aterrador que pensar en la reunion del consejo de administración de la fundación. Nada era oficial todavía. Los abogados seguían redactando los borradores, pero todo el mundo iba a reunirse para comentar la dirección, el objetivo, y redactar una declaración de intenciones.
La noche anterior, había navegado por Internet para hacerse una idea de lo que era una declaración de intenciones. Busco otras instituciones benéficas para saber qué intentaban hacer con el dinero. En cierto sentido, le vino bien estar asustada con la reunión del consejo porque así se olvidó un poco de lo que había dicho su hermana un par de días antes, cuando vieron la entrevista de Reid. Según Madeline, Reid había dado la cara y había soportado la humillación por ella, y no acababa de asimilarlo. Que alguien como Reid tuviera que defender su rendimiento sexual en una televisión de difusión nacional era una mortificación mayor que cualquier otra que pudiera imaginarse; sin embargo, lo había hecho de buena gana. Más aún, fue una idea suya.
¿Lo había hecho por ella? ¿Lo había hecho porque la quería, a su modo? Sintió una opresión en el pecho y los ojos le escocieron. Le daba miedo creerlo porque si lo creía, tendría que reconocer que se había enamorado de él.
Aparcaron en el estacionamiento del hotel Doubletree y entraron en el vestíbulo. Reid la tomó de la mano y la llevó a la sala de conferencias que había alquilado para la reunión.
– Estoy nerviosa -reconoció ella.
– Entonces ya somos dos.
– ¿Qué te preocupa? -Lori lo miró con asombro-. Estás haciendo algo increíble.
– Soy un mamarracho que ha salido en la primera página de los periódicos de cotilleo. He reunido un consejo de administración de primera. ¿Por qué gente tan importante y tan competente iba a tomarme en serio?
– Porque tienes el talonario.
– Quiero ser algo más que el nombre en la fachada. Preferiría no usar mi nombre, pero entiendo que soy útil como cabeza visible.
– Estás haciendo lo que tienes que hacer -ella le puso una mano en el pecho-. Estoy impresionada. En serio.
– Eso significa mucho para mí -Reid la miró a los ojos.
– Me alegro porque es verdad.
Se sonrieron y Reid sacó pecho.
– ¿Preparada?
Ella asintió con la cabeza, aunque no era verdad, y entraron en la sala de conferencias.
Ya había ocho persona sentadas. Cinco hombres y tres mujeres. Todos tenían más de cuarenta años, iban muy bien vestidos y hablaban entre ellos como si se conocieran.
Lori se sintió desplazada. No era por la ropa, Madeline la había ayudado a elegir un traje de chaqueta clásico pero atractivo, era porque aquellas personas eran ricas y triunfadoras, mientras que ella se había criado en una caravana.
Reid presento a todos. Había dos consejeros delegados, un directivo fundador de Microsoft, una mujer cuya familia era propietaria de bancos y otras personas que generaban millones con sus profesiones. Una vez sentados, Reid empezó.
– Os agradezco a todos que hayáis aceptado sentaros en este consejo. A la mayoría, no os conozco; mi director administrativo me dio una lista de nombres y empecé a llamar. Sois los mejores en vuestras actividades y eso es algo que voy a necesitar. Yo no tengo experiencia con la filantropía, pero quiero tenerla. Quiero cambiar el mundo a través del deporte, eso sí, de niño en niño. Ésta es mi declaración de intenciones. Puede ser tan sencillo como proporcionar material nuevo para la temporada de fútbol americano o tan complicado como proyectar y construir un estadio después de un huracán. Que otras instituciones benéficas se ocupen de las enfermedades, quiero que nosotros encontremos la forma de mejorar la vida de los niños mediante el deporte.
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