– Tenemos una buena base económica -intervino uno de los consejeros.

– Estoy de acuerdo -Reid se inclinó hacia delante-. Espero que tengamos más. Todo el dinero que obtenga por hablar en empresas dispuestas a pagar, será para la fundación. Aprovecharé mi nombre y mi prestigio para entrar donde otros no pueden hacerlo. Quiero centrar la atención en lo que es necesario. Si eso conlleva un par de reveses de la prensa, aguantaré -Reid se levantó-. Todos vosotros aportáis competencia. Algunos, administraréis el dinero. Otros, tenéis el don de saber a qué fines asignar ese dinero. Si estáis preguntándoos por la función de Lori -la señaló con la cabeza-, ella nos mantendrá con los pies en el suelo. Es enfermera de profesión. Sabe cómo tratar a la gente que está pasándolo mal. Nos mantendrá centrados.

Le sonrió. Fue una de esas sonrisas que le derretía los huesos. La mujer que estaba sentada a su lado se inclinó hacia ella.

– Vaya, se me ha acelerado el pulso, y eso que estoy felizmente casada.

– Qué me va a contar a mí…

Reid siguió hablando de lo que esperaba de ellos. Mientras lo escuchaba, ella se preguntó si aquello sería un sueño. Toda su vida había temido buscar los finales felices. Esa vez había querido intentarlo lo suficiente como para arriesgar su corazón y una relación fuera de su alcance.

Reid aparcó a la entrada del embarcadero.


– Ya sé que no es un restaurante. ¿Te importa?

Lori miro las luces de las casas al otro lado del lago y la fila de casas flotantes que había al fondo del embarcadero.

– Es fantástico -contestó ella-. ¿Vas a cocinar?

– Ni lo sueñes -él sonrió-. Más tarde traerán la comida. Pasa. Llevo mucho tiempo fuera y no debería haber periodistas merodeando.

Fueron hacia su casa. Lori aspiró el olor del agua y de las plantas y se dio cuenta de que, si no había periodistas, tampoco había motivo para que Reid se quedara en casa de Gloria. Eso significaría que ya no lo vería tanto. La idea la entristeció y la desechó para centrarse en la casa flotante de dos pisos que tenía delante. Era azul marino, las ventanas tenían marcos blancos y estaba apartada de las demás casas. Unas macetas flanqueaban el camino hasta la puerta. Reid la abrió y encendió las luces. Lori entró en un espacio sorprendentemente amplio de cuero y madera. Había una chimenea, alfombras y una escalera que llevaba al otro piso. Detrás de la sala estaba el comedor y un paso que llevaba a una cocina que parecía muy grande. En un costado estaba el despacho. Todo era perfecto. Debajo de la escalera había estanterías con libros, armarios en los rincones, baldas, colores acogedores y una verdadera sensación de hogar.

– Es preciosa -dijo ella-. Perfecta y sorprendente. Me habría imaginado un piso por todo lo alto.

– Miré algunos -Reid se encogió de hombros-, pero vi esto y lo compré al instante. Era vieja, así que la vaciamos y volvimos a construirla entera.

– ¿En plural? -Lori hizo un esfuerzo para disimular los celos-. A ver si lo adivino. Alta, rubia, grandes pechos y del sur…

Reid se acercó a ella y la besó.

– Crees que lo sabes todo, pero te equivocas. Mi decorador era un hombre y no me acosté con él.

¿Un hombre? A Lori le gustó saberlo.

– Antes de que lo preguntes -Reid le pasó los dedos entre el pelo-, no traigo mujeres aquí. Es mi refugio. Eres la primera.

Si no hubiera estado enamorada de él, esa declaración lo habría conseguido. Contuvo el aliento sin saber qué decir. Unos golpes en la puerta la salvaron de hacer una confesión.

Reid la soltó y fue a abrir al repartidor. Le pagó, y se dirigió a la cocina con dos bolsas.

– Marsala de pollo, pasta, ensalada y una tarta muy decadente de postre -le aclaró él-. Me decidí por el chocolate porque sé que te vuelve loca -sonrió-. Intento seducirte. ¿Qué tal estoy haciéndolo por el momento?

Era el hombre más guapo que había visto en su vida, pero eso ya le daba igual. La atracción física seguía siendo tan fuerte como siempre, pero ése no era el motivo de que estuviera allí. Estaba allí por él. No la había seducido con su cuerpo, la había seducido con su alma. El hombre que llevaba dentro, el ser humano, había entonado una melodía irresistible.

Fue hasta él, tomó las bolsas y las dejó en la encimera. Luego, lo besó.

– No necesito chocolate si te tengo a ti -susurró ella.

– Esta noche, tendrás las dos cosas. Muy parecido al paraíso, ¿no?

– Más de lo que te imaginas -contestó ella con una sonrisa.


– Voy a cortarte un sándwich en trocitos y te los daré -dijo Reid con una sonrisa-. Luego, te leeré un rato.

– No harás tal cosa -Gloria lo miró con el ceño fruncido-. Estaré reponiéndome de una cadera rota, pero todavía puedo tirarte algo a la cabeza.

– ¿Crees que me alcanzarías? Dudo de tu puntería.

– ¿De dónde crees que has heredado tu destreza para lanzar pelotas? -Gloria hizo una mueca como si intentara contener una sonrisa-. Esta mañana estás de buen humor. ¿Por qué?

Porque, por primera vez, su vida marchaba sobre ruedas. Desde que se había lesionado el hombro y había tenido que retirarse, se preguntaba qué podía hacer con su vida. El béisbol había sido su mundo. Por fin, tenía alguna posibilidad.

– Estoy en paz con el universo -bromeo él-. Tengo tranquilidad de espíritu.

– Eres un pelmazo -Gloria puso los ojos en blanco-, pero me aguantaré. Constituir esa fundación ha sido una decisión acertada.

Él no necesitaba su beneplácito, pero le gustó oírlo.

– Eso creo.

– No me gustan las entrevistas. Has humillado a toda la familia.

Él pensó que ningún cambio era perfecto, acercó una silla y se sentó.

– Es necesario y es el precio que tengo que pagar para transmitir mi mensaje.

Gloria se sentó en la cama. Llevaba dos semanas vistiéndose y peinándose. Llevaba ropa de andar por casa, no la ropa elegante de costumbre, pero tenía casi el mismo aspecto que siempre. Había desaparecido la mujer frágil y desvalida de hacía un par de meses.

– Estás recuperándote -reconoció él-. Me alegro.

– O me recuperaba o me moría -replicó su abuela-. Lori me atosigó, pero hizo bien -Gloria entrecerró los ojos-. Sé que estás viéndola.

A él no le extrañó. No lo habían disimulado.

– Efectivamente.

– ¿Es algo formal?

– No voy a comentar mi vida privada contigo.

– ¿Por qué? Soy tu abuela.

– Sé muy bien cuál es nuestra relación -Reid sonrió-. Llevas casi toda mi vida siendo mi abuela.

– Eres tremendamente insoportable -Gloria suspiró.

– Encantador. Querías decir encantador.

– No. Quiero hablar de Lori.

– Cotillear.

– Quiero saber qué estas haciendo con ella.

Él supo que se refería a la relación sentimental, no la sexual, pero, en cualquier caso, no iba a hablar. Tenía un par de motivos. Era juicioso que Gloria no entrara en sus asuntos personales. Además, no sabía qué contestar.

Sabía que Lori le importaba mucho. No quería pensar en sus sentimientos ni definirlos, pero los tenía. Cada vez más intensos. Se sentía bien con ella y la echaba de menos cuando no estaba. Por el momento, eso era suficiente.

– Reid. Te he hecho una pregunta -insistió su abuela.

– Lori es aparte.

– Podría decirte lo mismo.

– Sé que la aprecias y yo también.

– Yo no voy a romperle el corazón -puntualizó Gloria-.Tú podrías hacerlo.

– No voy a hacerlo -replico Reid sinceramente-. Además, ¿cómo sabes que no será ella la que me haga daño a mí?

Su abuela no dijo nada, se limito a mirar por la ventana como si supiera algo que no quería decirle. ¿Habían hablado Lori y ella?

– He oído decir que has recibido llamadas sobre donaciones -comentó Gloria antes de que él pudiera decir algo-. ¿Qué tal va eso?

– Bien. Todavía no hay ninguna compatible. No va a ser fácil encontrar sangre para Madeline, pero hay posibilidades. La buena noticia es que un hombre que se dañó gravemente el hígado en un accidente va a recibir uno nuevo. Se ha salvado una vida.

– ¿Te compensa? -preguntó Gloria-. He visto las entrevistas. Tienen que ser un mal trago para ti.

Si le parecía que la humillación pública en televisión por su rendimiento sexual era «un mal trago», entonces tenía razón.

– Me compensa -respondió él-. Aunque no se hubiera salvado ninguna vida. La gente tiene que donar, y yo se lo recuerdo.

Su abuela alargó mano. Él se inclinó y la agarró.

– Estoy orgullosa de ti.

– Gracias.

Por algún motivo que no podía explicar, esas palabras le importaron mucho.

Capítulo18

Dani entregó las llaves del coche al recepcionista y entró apresuradamente en el restaurante. Vio que Gary la esperaba junto a la ventana y se acercó a toda velocidad.

– Llego tarde -dijo a modo de saludo-. Lo siento. Es mi segundo día en el restaurante y tengo que aprender muchas cosas. Pierdo la noción del tiempo.

Gary sonrió y la sorprendió cuando le dio un beso en la mejilla.

– Hola. No estoy enfadado. Pareces contenta.

– Lo estoy. Me encanta mi trabajo. Sé que es pronto y que todavía estoy en la fase divertida del proceso, pero me encanta. Me encanta el quipo, me encantan los clientes y adoro la comida. Es increíble. Voy a tener que empezar a hacer ejercicio para no engordar.

Ella siguió hablando sin parar. En parte, por el entusiasmo, pero, sobre todo, por la impresión. El leve roce de los labios de Gary no había sido nada del otro mundo, pero había sido inesperado. Agradable, pero inesperado.

Hizo un esfuerzo para no llevarse la mano al punto donde su boca la había tocado e intentó no dilucidar lo que había sentido. No había sentido ningún chispazo ni excitación, pero eso estaba bien, ¿no? El sexo no lo era todo. Gary no la derretía, pero le gustaba.

– Creo que ya me he desahogado -Dani sonrió-. ¿Qué tal tú? ¿Qué tal tu día?

– Bien -la llevó a un pequeño mostrador-. Tenemos una reserva.

Ella miró alrededor. Era uno de esos restaurantes de barrio con comida muy buena y repleto de clientes habituales. Olía muy bien y le gustó la mezcla de clientes. Había familias, parejas, algunos grupos grandes y unas mujeres que se reían en una esquina.

– Está muy bien -dijo ella-. Nunca había estado aquí.

– La comida es excelente. El menú es variado y todo es bueno.

Siguieron al camarero hasta una mesa al fondo del restaurante.

– ¿Cómo conociste este sitio? -preguntó ella.

Gary retiró una silla y se sentó enfrente de ella.

– Trabajaba por aquí cerca.

Estaban en la parte antigua de Seattle y Dani frunció el ceño al intentar situar un centro universitario. No había ninguno. Era una zona residencial.

– ¿Dónde? -preguntó ella-. ¿En un centro privado?

– No siempre he sido profesor… -contestó él vacilantemente.

– Ya, claro.

Entonces Dani recordó que no sabía gran cosa de su acompañante. Sabía que tenía una hermana, que era amable y que escuchaba muy bien. Se sintió dominada por el bochorno cuando notó que se sonrojaba.

– Soy un espanto -reconoció ella-. Soy despreciable y egocéntrica.

– ¿De qué hablas?

– De mí. De mi comportamiento. ¿Cuántas veces hemos tomado café juntos? ¿Cuántas veces hemos hablado de mi vida, mis problemas, mi trabajo? Yo, yo, yo. Es horrible. ¿Cómo es posible que quisieras salir a cenar conmigo?

– Porque me caes bien.

Evidentemente, si no le cayera bien no se lo habría propuesto. Ella dejó a un lado la carta y se inclino hacia delante.

– Te pido perdón por haber sido tan ruin y te prometo que esta noche está dedicada a ti. Quiero saberlo todo. Puedes saltarte el nacimiento, es un poco desagradable como tema de conversación durante una cena, pero empieza por tu primer recuerdo después de nacer.

– No tienes que disculparte de nada -él sonrió-. Me gusta hablar de ti.

– A los hombres les gusta hablar de ellos mismos.

– Me siento más cómodo escuchando. Es una costumbre que tengo desde hace mucho tiempo.

Eso lo convertía casi en el novio perfecto. Era gracioso, inteligente y amable. Una persona recta de verdad.

– ¿Por qué no estás casado? -preguntó ella-. Hemos llegado a la conclusión de que no eres homosexual.

– Pero estoy pensando en poner al día mi guardarropa -replicó él con una sonrisa.

– En serio, Gary -rogó ella entre risas-. ¿Tienes algún secreto?

Dani lo preguntó con desenfado, pero se quedó cortada cuando él no se rió ni bromeó.

– No es un secreto, pero sí cierta información -contestó.

Ella comprendió que, fuera lo que fuese, no iba a gustarle nada y notó un nudo en el estómago.

– ¿Estás casado? ¿Has matado a un hombre? ¿Te has cambiado de sexo? ¿Tienes una enfermedad contagiosa y me quedan tres semanas de vida?