– Iré a presentarme -comentó Lori-. La ambulancia ya ha llegado para llevarla a su casa. Recogeré toda la documentación cuando salgamos.
– Claro -Vicki asintió con la cabeza-. Estaré por aquí. Buena suerte.
Lori se despidió con la mano y fue hacia la habitación de Gloria. Pobrecilla. todo el mundo estaba empeñado en considerarla un fastidio. Sin embargo, según lo que había podido descubrir, nadie de su familia había querido saber nada de ella. Gloria estaba lastimada, sola y, seguramente, se sentiría decaída. La soledad no era recomendable en ninguna circunstancia.
Llamó a la puerta antes de entrar.
– Señora Buchanan -Lori sonrió a la mujer de pelo blanco que estaba tumbada en la cama-. Me llamo Lori Johnston. Seré su enfermera de día durante la convalecencia.
Gloria dejó el libro que estaba leyendo y la miró por encima de las gafas.
– Lo dudo. Reid iba a elegir las enfermeras que se ocuparían de mí. Estoy segura de que le parecerá cómico: a él sólo le gustan las mujeres guapas con pechos grandes. Desgraciadamente, tienen un cociente intelectual más pequeño que sus cinturas. Usted no es atractiva ni está bien dotada. Se ha equivocado de habitación.
Lori abrió la boca y volvió a cerrarla. Se quedó atónita ante el insulto, lo cual, seguramente, fue una ventaja.
– No pongo en duda los gustos de su nieto en cuanto a las mujeres. En realidad, encaja perfectamente con todo lo que sé de él. Es posible que no sea su ideal, pero, no obstante, sí me eligió para que la cuidara a usted. Al menos, durante el día. Tendrá otra enfermera de noche.
– No quiero trabajar con usted.
– ¿Por qué?
– Capto a la gente. No me gusta su aspecto. Márchese.
Ése era el tono en el que Lori podía desenvolverse mejor. Sonrió mientras se acercaba a la cama.
– Le expondré la situación. Tengo una ambulancia que está esperándola y hay dos tipos fornidos que van a llevarla a su casa. Allí hay una cama en el piso de abajo, además de una comida y la privacidad que nunca encontrará en un sitio como éste. ¿Por qué no espera a que lleguemos antes de despedirme?
– Está siguiéndome la corriente y no lo soporto.
– No me hace gracia que me insulten, pero voy a aguantarme. ¿Y usted?
Gloria entrecerró los ojos.
– No es una de esas personas que está siempre contenta, ¿verdad?
– No. Soy sarcástica y exigente.
– ¿Se ha acostado con mi nieto?
Lori se rió. Quizá lo hubiera echo en sueños, pero no en la vida real. Al fin y al cabo, ni era atractiva ni estaba bien dotada.
– No he tenido tiempo. ¿Es un requisito?
– Ese hombre es incansable -Gloria suspiró-. Si usted tiene vagina, seguramente haya estado dentro.
– No en la mía. Efectivamente, es guapo y superficial. Siempre es lo mismo, ¿no? ¿Ha hecho la maleta?
– Nunca me hago la maleta -respondió Gloria tajantemente-. Además, si lo hiciera, mi estado lo desaconsejaría.
Vaya, el entendimiento se había esfumado. Fue divertido mientras duró.
– No importa. Yo recogeré todo. ¿Tiene maleta? Si no, estoy segura de que podré encontrar algunas bolsas de plástico.
La anciana chirrió de furia.
– No va a meter nada mío en una bolsa de plástico. ¿Sabe quién soy?
Lori le dio la espalda mientras sacaba la maleta del armario que había junto al cuarto de baño. Las cosas se complicarían si Gloria se daba cuenta de que la conversación le parecía divertida.
– Claro. Es Gloria Buchanan. Por cierto, la llamaré Gloria. Señora Buchanan es demasiado serio y vamos tener una relación bastante personal.
– No lo creo. Voy a despedirla.
Lori dejó la maleta en la butaca y la abrió.
– No quieres despedirme, Gloria. Hago muy bien mi trabajo. Tengo experiencia con pacientes del corazón y ortopédicos. Soy suficientemente implacable para obligarte a hacer todo lo que tienes que hacer. Gracias a eso podrás levantarte antes. Te lo diré claramente. Las ancianas que se rompen la cadera solo tiene dos alternativas: o se mueren o se ponen bien. Mis pacientes no se mueren.
Gloria la miró con recelo.
– No eres una persona simpática.
– Tampoco lo eres tú.
– ¿Cómo te atreves? -Gloria se puso tensa-. Soy increíblemente educada y considerada.
– ¿Estás segura? ¿Quieres saber lo que opina el personal de aquí?
– Son un pandilla de ineptos. Aquí todo es de ínfima categoría.
– Entonces le encantará mi forma de trabajar -se inclinó hacia ella y bajó la voz-. Soy una maniática de las cosa bien hechas. Tendrás que respetarlo.
– No dirás palabrotas en mi presencia, jovencita. No lo tolero.
– De acuerdo. Y tú no serás un incordio.
– Yo nunca soy un incordio.
– ¿Se lo preguntamos a tus allegados?
– No tengo allegados.
Lori se acordó, un poco tarde, de que eso era verdad. Cuando la contrató, Reid le contó que Gloria no tenía amigos y que sus nietos la veían muy rara vez. No era de extrañar que fuera complicada, era una situación descorazonadora.
Lori terminó de hacer la maleta. Había metido un par de camisones, alguna ropa interior, la ropa que llevaba puesta cuando la ingresaron, dos libros y algunos cosméticos. Nada más. Ni flores ni un osito de peluche para que se recuperara, nada personal. Nada de la familia.
Una cosa era que una persona mayor estuviera sola, se dijo Lori enfadándose con los nietos Buchanan, pero le indignaba cuando esa persona tenía una familia numerosa que sólo pensaba en sus asuntos. Lori dejó a un lado los sentimientos y se acercó a la cama.
– Te diré lo que vamos a hacer -tocó levemente el brazo de Gloria-. Le diré a una enfermera que te dé un analgésico fuerte. El viaje te va a zarandear y eso te dolerá. Te pondrá algo bastante fuerte para que te alivie durante un rato.
Gloria entrecerró los ojos y apartó la mano del contacto de Lori.
– No hace falta que me hables como si tuviera ocho años. Puedo entenderlo sin que me des un explicación larga y prolija. Muy bien. Llama a la enfermera. Estará encantada de dar rienda suelta a sus tendencias sadomasoquistas conmigo.
– De acuerdo. Ahora vuelvo.
Lori fue a la sala de enfermeras, donde Vicki ya estaba preparada.
– Estamos preparadas. Si quieres pincharla, luego nos iremos.
Vicki salió de detrás del mostrador.
– Bueno… ¿qué te ha parecido?
– Me cae bien.
Vicki se paró en seco y la miró fijamente.
– ¿Es una broma? ¿Te cae bien? ¿Gloria Buchanan? Es un bicho.
– Está sola, doLorida y asustada.
– Le das demasiado margen de confianza, pero si así se va a su casa, por mí encantada.
Reid estaba sentado en su casa flotante y deseó haberse comprado un buen piso. Allí, en el agua, estaba demasiado al alcance de cualquiera. Había cerrado todas las persianas, pero eso no había disuadido a la prensa. Estaban por todos lados. Habían puesto cámaras en el embarcadero y las lanchas no paraban de acosarlo. Querían una historia inmediatamente. Les daba igual que se sintiera humillado. Su representante le había dicho que el interés decaería en un par de días y que desapareciera hasta entonces. Era un consejo fantástico, pero ¿adonde podía ir? Aquella era su cuidad y lodo el mundo en Seattle lo conocía.
Sonó su móvil. Miró la pantalla antes de contestar y frunció el ceño al ver el nombre de su abuela. Si había leído el periódico, iba a vapulearlo verbalmente y dejarlo hecho un trapo.
– ¿Sí…? -contestó él con un hilo de voz.
– Soy Lori Johnston, la enfermera de día de tu abuela. Tu abuela está saliendo ahora del servicio de rehabilitación y estará en su casa dentro de una hora.
– A ver si lo adivino -Reid sonrió-. Quieres que pase por allí para animarla.
Doña Sabelotodo lo necesitaba. Al final, todas lo necesitaban.
– No precisamente. Le han dado un analgésico muy potente y está drogada.
– ¿Has drogado a mi abuela? -preguntó él con furia.
– No seas ridículo -Lori suspiró-. Claro que no la he drogado. Le pedí al médico que le recetara algún analgésico. En su estado, el viaje en coche podía ser insoportable. Algo que a ti te da igual…
– ¿De dónde has sacado su teléfono? -preguntó él sin hacer caso de la reprimenda.
– Lo saqué de su bolso y, antes de que empieces a protestar, lo hice porque tenía que ponerme en contacto contigo. Nadie le ha mandado flores ni una tarjeta deseando que se recupere. Me parece asombroso. Me sorprende que la llevarais al hospital. Podrías haberla subido a un témpano de hielo y dejarla flotando en el mar.
Reid abrió la boca y volvió a cerrarla. Para cualquiera que no conociera bien a Gloria, esa falta de interés era espantosa.
– No le gustan las flores -replicó al cabo de un rato.
– ¿Es lo mejor que se te ocurre? Habría sido más ingenioso decir que tiene alergia. Tú eres el jugador de béisbol rico y famoso, ¿no?
– Ex jugador de béisbol.
– Me da igual. Encarga flores para tu abuela. Muchas flores. Que las vayan entregando periódicamente. ¿Me has oído? Añade algunos animales de peluche: osos, gatos, jirafas, lo que sea. Algo que le haga creer que a su familia le importa si vive o se muere. Si no lo haces, tendrás que darme explicaciones y te aseguro que no va a gustarte.
A él le pareció que Lori se preocupaba por lo que no debía, pero respetó su entusiasmo.
– No me asustas.
– Todavía, pero ya le asustaré.
Capítulo2
Lori instaló a Gloria, casi sin problemas, en el despacho que habían adaptado como dormitorio. Naturalmente, que la paciente estuviera casi inconsciente facilitó las cosas. Deshizo la maleta de Gloria, confirmó la cita con el fisioterapeuta para la mañana siguiente y eligió algo ligero para la cena. Si bien la anciana estaba recuperándose, había perdido peso durante las últimas semanas y quería que sus huesos recuperaran algo de la came que los rodeaba.
Iba a ver cómo estaba la paciente cuando llamaron a la puerta. Abrió y se encontró con dos repartidores con varios floreros llenos de flores. Uno de ellos, además, tenía una jirafa enorme debajo del brazo.
– Perfecto -Lori los hizo entrar para que dejaran los floreros en el suelo-. Agradezco la rapidez del servicio.
– El cliente que los encargó nos pidió que le preguntáramos si está satisfecha.
– Dígale que ni mucho menos -respondió ella con una sonrisa.
El hombre se encogió de hombros y se marchó con su compañero.
Lori agarró dos de los floreros y fue al despacho. Acababa de colocarlos cuando Gloria abrió los ojos.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó con una voz sorprendentemente firme.
– Colocando las flores que han mandado tus nietos. Son preciosas, ¿verdad?
– No. Detesto las flores y no veo ningún motivo para que mis nietos me manden nada. Son demasiado egoístas.
Lori estaba de acuerdo, pero siguió sonriendo con alegría.
– Me encanta cómo huelen. ¿No te gusta?
– Claro que no. Las flores cortadas se mueren enseguida y eso me deprime. Llévatelas.
– Lo siento, pero no.
Impasible ante las quejas de Gloria, fue por la jirafa y volvió con ella. Gloria levantó ligeramente la cama y miró con furia al animal de peluche.
– ¿Qué es eso? Es espantoso.
Lori abrazó a la deliciosa criatura.
– Está aquí para que sonrías. Me parece encantadora.
– Tienes el listón muy bajo.
– Creo que no -dejó la jirafa en un rincón-. Muy bien, ya está todo. Te traeré algo de comer. Estarás muriéndote de hambre…
– No tengo nada de hambre. Lárgate.
Lori obedeció, pero fue a la cocina. Metió el plato en el microondas y repasó la bandeja. Todo estaba en su sitio. El microondas dio la señal, ella recogió la comida humeante y la llevó al despacho.
Gloria podría decir que no tenía hambre, pero había levantado la cama para comer mejor. Una buena señal.
– Toma -dijo Lori mientras dejaba la bandeja en la mesa.
Gloria miró fijamente la bandeja y empujó la mesa. Como tenía ruedas, se alejó.
– Es repugnante. No voy a comérmelo. Llévatelo. No tengo hambre.
Lori se puso en jarras. La mayoría de sus pacientes insoportables, al menos habían empezado siendo amables. El miedo y la rabia solían tardar un par de días en aflorar. Tenía que admirar que Gloria empezara como pensaba seguir todo el tiempo.
– Estás demasiado delgada -le explicó sin alterarse-. Hay dos formas de solucionarlo. Puedes comer y recuperar un par de kilos o podemos enchufarte a un tubo para alimentarle. Tengo que avisarte que, según mi experiencia profesional, vas a preferir comer. El tubo es muy desagradable. No obstante, es una posibilidad. Al fin y al cabo, eres rica, ¿no? Sólo tendrás lo mejor.
– Entonces, ¿qué haces aquí?
Lori parpadeó. La capacidad de razonar de Gloria estaba intacta.
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