– Claro que voy en serio -afirmó claramente-. Completamente en serio.
– Qué bien -las gemelas sonrieron-. Bueno, mucha suerte.
Recogieron los bolsos y se marcharon. Él esperó a que se dejaran de oír sus pasos y miró a Lori.
– Me has salvado.
– Eso crees. No puedo creerme que hayas salido con ellas.
Él la miró fijamente.
– No he salido con ellas. Sólo fue sexo. Yo era así. Un canalla que aceptaba cualquier proposición que me hacían. No pedía nada de ellas y estoy seguro de que ellas tampoco pedían nada de mí -era completamente sincero-. No estoy orgulloso de mi pasado. No voy a disculparme, pero está zanjado. Ya no soy así.
Se preparó para algún comentario burlón o algo peor, que ella lo dejara. Sin embargo, Lori se puso de puntillas y lo besó.
– Lo sé -susurró ella-. Te has convertido en alguien increíble.
A él le gustó oírlo. La agarró de la cintura y la estrechó contra sí.
– Siempre he sido increíble.
– Es posible, pero ahora no tiene nada que ver con desnudarse.
Él le tomó el trasero con las manos.
– Podría…
– Tengo que bajar con tu abuela -ella se rió levemente-, pero queda pendiente para luego, ¿de acuerdo?
– De acuerdo…
Los dos sonrieron y fue como si lo hubieran alcanzado en el pecho con una pelota de béisbol. Notó el golpe y se quedó sin respiración. La amaba. Amaba cómo hablaba, cómo pensaba, el aroma de su piel, su sentido del humor, su mezcla de sensibilidad y dureza. Era lo mejor que tenía y había hecho de él un hombre mejor. La quería y la necesitaba. Quería estar con ella todo el tiempo. Quería casarse con ella.
– Reid, ¿te pasa algo?
– Estoy bien.
Quiso decírselo en ese preciso instante, pero dudo. Decirle que la amaba era algo muy importante y quería decirlo bien. Quería decirlo en un momento especial e intenso. No quería que ella pensara que estaba agradecido porque había lidiado con las gemelas. Se lo diría esa noche, cuando estuvieran solos. Le confesaría sus sentimientos y sus intenciones. ¿Tendría tiempo para comprarle un anillo?
Sonó el móvil de Lori. Lo sacó del bolsillo y miró la pantalla.
– Es Madeline -dijo con tono de preocupación-. No me molestaría en el trabajo si no fuera algo urgente -pulsó el bolón para contestar-. Hola.
Reid comprobó que la preocupación daba paso a la euforia.
– ¿Estás segura? -preguntó Lori-. ¿De verdad? ¿Cuándo? Voy ahora mismo. Lo sé. Es increíble.
Lori colgó y miró a Reid.
– Ha recibido la llamada. Hay un donante.
Capítulo19
Lori se sentó en la cama de Madeline y empezó a contar calcetines.
– No tenemos que preocuparnos por llevarlo todo -comentó Lori-. Puedo llevarte cualquier cosa en cualquier momento.
– Lo sé -Madeline esbozó una sonrisa, pero sus ojos denotaban preocupación-. Estaré mejor cuando tenga la maleta hecha.
Lori sospechó que la preocupación de Madeline no era por la maleta.
– ¿Te pasa algo?
– No. Estoy asustada, pero ilusionada. ¿He dicho que estaba asustada?
– ¿Asustada? -preguntó Reid mientras entraba con una maleta vacía y la dejaba en la cama de Madeline-. ¿Quién está asustada?
– Nadie -contestó Madeline con una sonrisa.
Lori se levantó y abrazó a su hermana.
– Es maravilloso. Lo sabes, ¿verdad? Es tu oportunidad.
– Lo sé. Sólo estoy un poco acoquinada. Me siento muy agradecida de que hubiera alguien compatible. No creía que fuera a aparecer. Es un tipo de sangre muy raro, pero ha aparecido y tengo otra oportunidad. Reid, no quiero que pienses que soy una desagradecida. Te has expuesto por mí.
– He divulgado un mensaje importante. Nada más -él le dio una palmada en el brazo-. Os dejaré haciendo la maleta.
Madeline suspiró cuando se fue.
– Es muy bueno. Me encantaría que hubiera más tiempo.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Lori.
– No estoy preparada -Madeline levantó la mano antes de que Lori dijera algo-. Lo sé. Sin trasplante, moriré. Quiero operarme, pero…
Lori lo entendía. Estaban hablando de una operación comprometida.
– Tu médico es muy bueno. No lo olvides.
Madeline retrocedió y sonrió.
– No lo olvido. Pero es muy raro pensar que tengo el hígado de otra persona en mi cuerpo. Me repele la idea.
– Es mejor que estar muerta.
– Siempre se te dio bien poner las cosas en su sitio -Madeline dobló un camisón-. Estoy contenía, claro. Tengo la oportunidad de llevar una vida relativamente normal. Pero no puedo dejar de pensar en que alguien ha tenido que morir para que esto pasara. Creo que no puedo compensar eso.
– Tú no mataste a esa persona. Estará muerta aunque no aceptes su hígado.
– Lo sé, pero… -Madeline sacudió la cabeza-. No puedo explicarlo. Tengo una sensación rara. Estoy contenta y agradecida, pero me siento rara.
– No vas a cambiar de idea sobre el trasplante, ¿verdad?
– Es demasiado tarde -Madeline sacudió la cabeza-. Además, ¿cuántas personas tienen una oportunidad como ésta? Nunca pensé que fuera a pasar, pero aquí la tengo. Aun así, me hace pensar. Si no vuelvo, quiero que lo aceptes bien.
¿No volver? Madeline siguió hablando, pero Lori no la escuchaba. Tenía que volver. No había otro resultado posible. Lo esencial del plan era que volviera. Hasta ese momento, la muerte de su hermana era algo meramente teórico. La intervención podía complicarse, pero eso era algo que le pasaba sólo a otras personas. Su hermana era parte de su vida. Eran una familia.
– No puedes morir -Lori lo dijo tajantemente y sin pensarlo-. No lo soportaría.
Madeline la agarró de la mano, se sentó en la cama y la abrazó.
– No voy a morir.
– Pero es una posibilidad. Sé que tu hígado puede fallar, pero no ahora. Sería injusto.
– La vida no siempre es justa, pero lo más seguro es que siga mareándote durante muchos años.
– Eres mi mejor amiga -replicó Lori con lágrimas en los ojos.
– Lo sé. Tú también lo eres para mí.
– Yo no lo sabía -reconoció Lori-. Te he odiado y adorado, y durante todo ese tiempo has sido mi mejor amiga -Lori parpadeó para contener las lágrimas-. Lo siento.
Madeline le pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja.
– ¿Por odiarme? No lo sientas. Si yo hubiera sido tú, también me habría odiado.
– Porque eres perfecta.
– No soy perfecta.
– Tengo fotos para demostrarlo. Te quiero aunque seas perfecta.
– Gracias por ser tan generosa -Madeline se rio-, pero olvídate de eso. Las personas perfectas no se ponen enfermas.
– No es culpa tuya. Tuviste aquel accidente de coche y te hicieron una transfusión de sangre.
– Muy bien. Mi marido me abandonó cuando caí enferma. Eso no le pasa a las personas perfectas.
– Tampoco es culpa tuya -Lori puso los ojos en blanco-. Es un cretino.
– Yo lo elegí.
– Es verdad. Ya tienes un defecto. Un gusto pésimo con los hombres.
– Es un defecto considerable que impide que sea perfecta.
– Para mí siempre serás perfecta -Lori la abrazó-. Te quiero. Ni se te ocurra morirte.
– No lo haré. Lo prometo. Quiero llegar a ser un incordio para ti cuando seamos viejas.
– Me encantaría.
– Además, también quiero bailar con Reid en vuestra boda.
– No habrá ninguna boda.
– Creía que estabas loca por él.
– Lo estoy, pero no tengo ni idea de lo que piensa Reid. Sé que le gusto, pero entre eso y casarse hay todo un mundo. Ni siquiera pienso en ello.
Era mentira. Claro que pensaba. A veces, era lo único que pensaba. Estar con Reid le parecía un sueño imposible. Sin embargo, a veces se concedía esa fantasía.
– Es mucho mejor de lo que me imaginé -siguió Lori-. Es un hombre maravilloso.
– Tú tienes el mérito de algunos cambios.
– Te lo agradezco, pero lo hizo todo él solo. Yo… -Lori tragó saliva- estoy enamorada.
– ¿Se lo has dicho?
– No. Me da miedo de que se ría.
– ¿Qué posibilidades hay de que pase eso?
– En este momento, hasta la más mínima posibilidad es demasiado grande. No soportaría ese sufrimiento.
– Está loco por ti -Madeline la agarró de la mano con fuerza.
– Es posible…
Aun así, Lori no sabía si eso era suficiente.
– Lo está -insistió su hermana-. Plantéatelo de esta manera. Ha estado con suficientes mujeres para saber lo que quiere. Te quiere a ti. Lo veo en sus ojos.
Lori quiso creerlo con tanta fuerza que le dolió.
– Cambiemos de tema -ordenó Lori-. Ahora no puedo seguir hablando de Reid.
– Hablemos de mamá -propuso Madeline-. Vas a tener que ayudarla con todo esto.
– Lo sé.
Lori tampoco quería pensar en eso.
– No es el demonio.
– Nunca he dicho que lo fuera.
– Tienes que perdonarle lo que paso -insistió Madeline-. No era ella misma.
Lori no estaba segura de que las borracheras fueran una excusa, pero asintió con la cabeza por Madeline.
– Si pasara algo -siguió su hermana-, he detallado mis cuentas bancarias y otra información económica en una carpeta. Está en el cajón superior de mi cómoda. También hay una póliza de un seguro de vida. Me la hice cuando me casé, pero ahora mamá y tú sois las beneficiarias. Ayúdala a invertir el dinero. Ella no sabe de esas cosas.
Lori tuvo que hacer otro esfuerzo para contener las lágrimas y dio una palmadita en el brazo de su hermana.
– Deja de hablar como si fueras a morirte.
– Tengo que decirlo -replicó Madeline con delicadeza-. Ayuda a mamá. Tendrá dinero para comprase un piso. Le dará cierta seguridad.
– Querrá comprarse otra caravana. Estoy segura.
– Entonces ayúdala a comprarla. Está haciéndose mayor, Lori. Su salud no es muy buena. Tantos años bebiendo la han envejecido. Quiero que esté contenta y segura.
– Muy bien -Lori se secó los ojos-. La ayudaré para que se asiente en algún sitio, sea un piso o una caravana. Si sobra, la ayudaré a invertir el dinero en algo seguro. No quiero seguir hablando de esto.
– Lo sé, pero quiero que lo prometas.
– Lo prometo.
– ¿Estás segura?
– ¿Por qué no? -Lori sollozó-. Las dos sabemos que no va a pasarle nada. ¿Por qué no iba a prometer cualquier cosa?
– Me gusta que pienses así.
– ¿De cuánto dinero hablamos por el seguro de vida? -Lori decidió que eso les pondría de mejor humor-. ¿Debería hacerme ilusiones?
– Tendrás que esperar -Madeline sonrió.
– Me encantaría esperar para siempre.
Dani archivó los menús y miró a su cuñada. Penny había pasado un par de horas en la cocina supervisando los preparativos para la cena de esa noche.
– Me encantan las buenas reducciones -susurró Penny para sí misma-. Si añadimos un poco más de vino tinto a la salsa, debería resaltar los elementos frutales. ¿Qué opinas?
Dani cerró el archivador y se dejó caer en la butaca que había delante de la rebosante mesa de despacho de Penny.
– Echo de menos trabajar contigo.
Penny la miró con una mueca de fastidio.
– Yo no soporto que te hayas ido. Ya sé que no debería decirlo, que tienes que ponerte a prueba en otro sitio, pero no tiene por qué gustarme. Por cierto, sólo estás poniéndote a prueba para ti misma. Todos los demás ya estamos convencidos. ¿De acuerdo?
– A mí tampoco me gusta -reconoció Dani-. Quiero decir, estoy muy ilusionada, pero me ha encantado trabajar contigo.
– Soy la mejor jefa de cocina que conocerás en tu vida -aseguró Penny con una sonrisa-. Y la más modesta.
– Sin duda.
– Te encantará trabajar con Bernie. Es adorable y bastante atractivo -Penny arqueó las cejas-. Un poco mayor para ti, pero si te gustan esas cosas…
Dani levantó las manos con los dedos cruzados.
– Ni hablar. Parece encantador, pero no. He zanjado definitivamente la relaciones sentimentales. He recibido un mensaje muy claro de alguien muy importante que está en el cielo.
– Que Gary sea ex sacerdote no significa que Dios quiera que te olvides de los hombres.
– Entonces ¿cuál es el mensaje?
– Que te olvides de ése. O no. Quizá Dios quisiera decirte que Gary es un encanto y que deberías ser afable con él.
– No lo creo -Dani sacudió vehementemente la cabeza-. Tengo remordimientos por haberme alejado de Gary, pero te aseguro que no soy la mujer indicada para tratar los asuntos que una relación con él pondría sobre la mesa. No tengo tanta paciencia.
– No lo sé. Todo tiene un elemento romántico. ¿Qué pasaría si fueras su primera vez?
Dani no quería llegar ahí. En cuanto Gary le había confesado su pasado, había notado un nudo en las entrañas que le indicaba que tenía que salir corriendo, y ella le hizo caso. No se sentía muy orgullosa, pero tampoco lo lamentaba.
– Se ha acabado mi relación de amistad con Gary y cualquier relación con un hombre, para siempre.
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