– Si tú lo dices… Podrías intentarlo con mujeres.

– No, gracias -Dani arrugó la nariz.

– Por cierto, no tienes que hacer eso -Penny señaló el archivador.

– Quiero terminar lo que he empezado.

– Ya no trabajas aquí. Tienes que pasar página.

– Lo he hecho -Dani se encogió de hombros-, pero sigo echando de menos este sitio, aunque estoy entusiasmada con el trabajo.

– Si vas a olvidarte de los hombres, podrás dedicarte en cuerpo y alma al trabajo. Sabe Dios que yo lo he hecho muchas veces -dijo Penny.

Dani asintió con la cabeza y tomó un bolígrafo que asomaba por debajo de un montón de papeles.

– He pensado en intentar encontrar a mi padre.

– Es un paso considerable -Penny se dejó caer contra el respaldo de la butaca-. ¿Sabes algo más de él?

– No. Ni siquiera sé su nombre. Hablé con una detective, pero me dijo lo que ya me imaginaba. Si no tengo más información, estoy perdida. Necesito algo para poder avanzar. He preguntado a mis hermanos, pero ellos tampoco saben nada.

– Sabes cuál es el paso siguiente -Penny lo dijo con delicadeza.

– No voy a darle otra oportunidad a Gloria para que me amargue la vida. Con una vez he tenido bastante.

– Es la única que sabe algo. Piénsalo -le recomendó Penny-. Ha cambiado. No sé cómo ni por qué. A lo mejor se dio un golpe en la cabeza cuando se cayó, o quizá la enfermera de día ha obrado un milagro, sólo sé que ya no es la mujer espantosa que conoces.

– No quiero darle el placer de tener que suplicarle. Significaría que se ha salido con la suya.

– ¿No se habrá salido con la suya si te pasas la vida dándole vueltas?

Dani no contestó, y las dos sabían que Penny tenía razón. Sin embargo, ¿cómo iba a pedirle ayuda a Gloria?

– Lo pensaré -contestó Dani lentamente-. No soporto que siga teniendo control sobre mí.

– No lo tiene si no se lo otorgas.


Lori, al fondo del pasillo del hospital, vio las puertas batientes que se cerraban detrás de su hermana. Elevó una plegaria para que todo saliera bien y volvió a la sala de espera, donde pasaría todo el día. Sin embargo, cuando entró, comprobó que no era el mismo sitio espacioso y vacío de una hora antes. Los tres sofás y la docena de sillas estaban rebosantes de gente y víveres. Penny levantó la cabeza y la vio.

– Lo hemos invadido -comentó-. He traído comida porque va a ser un día muy largo y… ¿comida de hospital? Ni hablar -fue hacia unos termos y recipientes alineados contra la pared-. Bebidas, ensaladas, entrantes, postres… El azúcar es esencial en estas situaciones. ¿Qué tal estás?

– Bien -consiguió contestar Lori, aunque estaba abrumada.

Reid se acercó a ella y la abrazó.

– ¿Le has contado chistes verdes? -preguntó él.

Había sido idea suya, disparatada y encantadora, para pasar el tiempo mientras se llevaban a Madeline al quirófano.

– Lo he intentado.

– ¿Intentado? -repitió él-.Te conté unos buenísimos.

– Ya, pero ella no estaba muy centrada, aunque se rió.

Era la imagen que Lori conservaría en la cabeza. Madeline riéndose por el chiste de las ranas lesbianas.

– Ha venido mi familia -aclaró él innecesariamente.

Lori miró alrededor. Cal tenía a su hija Allison en brazos. Walker y Elissa sacaron unas bolsas llenas de platos y vasos de plástico. Zoe, la hija de Elissa, colocó unos muñecos de peluche como si estuvieran en clase.

– No deberías haberles pedido que vinieran.

Lori estaba sorprendida de que hubieran querido participar en un día tan largo y complicado.

– No se lo he pedido. Les dije que estaría aquí para acompañarte y han decidido venir.

– Eres muy bueno conmigo -susurró ella con un nudo en la garganta-. Quiero que sepas que te estoy inmensamente agradecida. Fuiste a la televisión y permitiste que esos periodistas te torturaran para que mi hermana tuviera una oportunidad. Ahora están dándole un hígado nuevo gracias a ti.

– No me atribuyas tanto mérito -Reid le acarició la mejilla-. Podrían haber encontrado un donante en cualquier caso.

– No lo creo. Eres el mejor hombre que conozco.

– Lori, yo… -él la miró a los ojos.

– Hola a todos.

Lori se dio la vuelta y vio a una mujer menuda y guapa que entraba en la sala de espera. Tenía vientimuchos años, ojos grandes y una sonrisa conocida.

– Es mi hermana Dani -le dijo Reid-. Ven a saludar.

Dani había saludado a sus hermanos, a Elissa y a Penny, y se dirigió a Lori.

– Me alegro de conocerte por fin. Siento que sea en una situación así, con tu hermana en el quirófano.

– Gracias por venir.

– Encantada. Los Buchanan vamos en lote -Dani sonrió-. Además, ¿cómo iba a perderme la oportunidad de conocer a la mujer que ha atrapado al abyecto Reid Buchanan?

– No lo he atrapado precisamente… -Lori se sonrojó.

– No estoy atrapado -mascullo Reid-. Estoy esperando…

– Ya -la expresión de Dani fue muy elocuente-. Llámalo como quieras. Estás fuera de órbita y el país se ha llenado de corazones rotos.

Lori no sabía qué decir. Dani se excusó y fue a tomar a su sobrina de los brazos de Cal. Reid rodeó los hombros de Lori con un brazo. Ella se relajó. Era curioso que se sintiera tan segura cuando estaba cerca de él.

– No tienen que quedarse -dijo ella en voz baja-. La operación va a durar todo el día y es posible que parte de la noche. Nadie tiene que quedarse.

– Lo saben -le susurró él-. Les he dicho que pueden marcharse, pero creo que van a quedarse el tiempo que sea. Estás atrapada entre nosotros.

Si eso era estar atrapada, le encantaba, se dijo para sus adentros. Se sintió rebosante de amor. De amor, de anhelo y de la sensación de ser muy afortunada. Sin embargo, aquél no era el momento ni las circunstancias para confesarlo. Cuando Madeline hubiera salido de aquello, le diría a Reid lo que sentía por él. Si él no le correspondía, podría sobrevivir y, al menos, tendría esa certeza. Ya no se reprimiría por miedo.

– ¿Dónde está mi madre? -preguntó con el ceño fruncido.

– En la capilla. Quería rezar, pero ha dicho que volvería enseguida. Penny le enseñó la comida y, aunque sólo sea por eso, estará tentada a volver.

Lori pensó que un día como ése su madre no comería por nada del mundo. Aunque los Buchanan consiguieron distraerla bastante, parte de su cabeza sólo pensaba en la operación. ¿En qué fase estaría? ¿Habría llegado ya el hígado? ¿Qué sería de la otra familia, sumida en el dolor en vez de tener esperanza? ¿Cómo podría agradecerles que le hubieran dado una oportunidad a su hermana?

Un rato después, la madre de Lori volvió a la sala de espera. Lori y Reid le presentaron a todo el mundo y, después, Lori hizo un aparte con ella.

– ¿Qué tal estás, mamá? -le preguntó al ver las ojeras y el gesto de sufrimiento.

– Con confianza. Todo está en manos de Dios. He rezado hasta quedarme sin palabras. Dentro de un rato, volveré a rezar un poco más.

– Es lo único que podemos hacer -corroboro Lori.

– Tengo una corazonada. Madeline se merece una oportunidad -los ojos se le empañaron de lágrimas y tomó la mano de Lori-. Sé que yo no me la merezco. Sé que te he hecho mucho daño durante mucho tiempo. Lo siento de verdad. Si no te crees nada más de mí, créete esto.

A Lori se le nubló la vista e intentó no llorar.

– Mamá, no hace falta que…

– Sí hace falta. Tendría que haber dicho algo hace mucho tiempo. Sé que estás enfadada conmigo y no puedo reprochártelo. Yo quiero achacárselo al alcohol, a haber estado borracha, pero no tengo excusas. Te hice daño y sólo eras una niña. Eso es lo que me duele en el alma. Eras una niña adorable y nunca te lo dije. Nunca te dije que te quería. Pero te quería y te quiero. Solo me odiaba a mí misma. ¿Puedes entenderlo?

Lori entendió la intención, aunque no las palabras, pero asintió lentamente con la cabeza.

– No era una alcohólica contenta -su madre suspiró-. Lo sabes mejor que nadie. Decía unas cosas… -Evie se encogió de hombros-. Si pudiera retroceder en el tiempo, te tomaría en brazos y te diría lo importante y especial que me parecías. Sigo pensándolo, pero temo que creas que es por Madeline: que quiero recuperarte porque puedo perder una hija.

El orgullo y las viejas heridas se debatieron con la necesidad de pasar página. Hubiera lo que hubiese entre ellas, eran una familia. Tomó la mano de su madre.

– Sé que has intentado acercarte a mí desde hace un tiempo: que no es por Madeline.

– No lo es -insistió su madre con lágrimas en las mejillas-. Es por todas nosotras. Siempre dices que tu hermana es perfecta. Nunca lo fue. Nadie lo es. Os quiero mucho a las dos y me gustaría que fuésemos una familia.

– A mí también, mamá -Lori tragó saliva.

– ¿De verdad?

Lori asintió con la cabeza. Su madre se secó las lágrimas y miró alrededor. Los Buchanan se habían retirado un poco para que ellas pudieran hablar tranquilas.

– Me gusta ese joven -comentó su madre-. ¡Caray! Es una expresión espantosa que habría usado mi abuela.

– Sé lo que quieres decir -la tranquilizo Lori con una sonrisa-. Ya somos dos. Es muy especial.

– Deberías quedártelo.

– Es lo que tengo pensado.

Se abrazaron. El abrazo de su madre le pareció inusitado, pero decidió que dejaría de serlo. La familia sería un incentivo para que Madeline se repusiera más deprisa.

– ¿Qué tal estáis? -les preguntó Elissa-. ¿Queréis algo? Penny había pensado servir algo de comer. Como un desayuno tardío. Hay toneladas de comida. He hecho un pastel, que, ahora que lo pienso, es bastante disparatado, pero a Walker le encantan mis pasteles -se calló un instante-. Perdonadme, estoy diciendo tonterías, es que no sé qué decir.

Lori no había pasado mucho tiempo con Elissa, pero en ese momento le agrado.

– No tienes que decir nada. Que estés aquí significa mucho. Mamá y yo agradecemos el apoyo. ¿Sabes una cosa? Me encantaría probar el pastel.

– Son las nueve… -su madre la miró fijamente.

– Ya, pero me apetece pastel.

– Creo que a mí también -su madre sonrió-. ¿Hay nata?

– Seguro que Penny ha traído -Elissa se rió-. Ha pensado en todo.

– Tu hija es muy buena -dijo Lori mientras Elissa cortaba un trozo de pastel-. A su edad, yo estaría subiéndome por las paredes.

– Siempre se ha portado muy bien -confirmo Elissa-. En parte, es gracias a que pasa mucho tiempo con Walker. Ella dice que es el príncipe azul de nuestras vidas.

Lori vio a la niña acurrucada junio al ex marine. Parecían absortos en su mundo. Walker levantó la mirada y sonrió a Elissa. Lori, pese a la preocupación, también sonrió. Eran una pareja enamorada.


Por algún motivo, se supo que en la sala de espera había una fiesta y algunas enfermeras y celadores se pasaron por allí. Lori se fijó en que la familia de Reid se ocupaba de su madre; hablaba con ella y la distraía. Se sentó al lado de él en el sofá y apoyó la cabeza en su hombro. Los minutos pasaban lentamente. Podía pensar en algo distinto durante algunos segundos, pero luego, su cabeza volvía al quirófano. ¿Cuántas horas quedarían hasta saber que todo había salido bien? ¿Cuánto quedaría hasta que Madeline estuviera fuera de peligro?

El médico entró en la sala de espera. Era alto y todavía llevaba la bata, que estaba manchada. Lori se levantó de un salto. El arrebato de alegría dio paso al desconcierto. Era demasiado pronto. La operación podía durar todo el día. Entonces se dio cuenta. Ni siquiera tuvo que mirar a los ojos del médico para captar el desconsuelo. La habitación se disipó en una nebulosa. Sólo quedaron los latidos de su corazón y la expresión abatida del médico.

– Lo… siento -susurró con la voz entrecortada por el dolor y la impotencia-. Fue el corazón. Una complicación inesperada.

Siguió hablando, pero Lori dejó de escuchar. No hacía falta. Su hermana perfecta ya no estaba allí.

Capítulo20

Lori no se acordaba de haber salido del hospital ni de haber ido a su casa, pero, súbitamente, se encontró allí. Reid le rodeaba la cintura con un brazo. La llevó hasta el sofá y quiso que se sentara, pero ella se resistió. No podía pensar ni moverse. Casi no podía respirar. Era como si se hubiera quedado sin aliento vital. Sentía un dolor tan abrumador que ni siquiera tenía ganas de llorar. Era como si llorar fuera una reacción insignificante para lo que había pasado. Madeline estaba muerta. La frase le daba vueltas en la cabeza como la letra de una canción obsesiva. El dolor le brotaba de lo más profundo y supo que todo sería distinto. Madeline ya no estaba. Su hermana, graciosa, hermosa y perfecta no había sobrevivido a la operación que debería haberte salvado la vida.

– ¿Quieres que te traiga algo? -le preguntó Reid.