Lori se imaginó que lo apropiado sería una respuesta delicada y amable, pero estaba muy cansada y se cruzó de brazos.

– Siempre había sospechado que te creías el ombligo del mundo, pero nunca me había esperado esto. Madeline se murió porque el corazón dejó de latirle. Ya está. A menos que tengas línea directa con Dios y le pidieras que acabara con la vida de mi hermana, tú no tuviste nada que ver.

– Pero yo…

– Basta -lo interrumpió ella-. Ya está bien. Madeline iba a morir por su enfermedad. Por un motivo u otro, estaba desahuciada. ¿Sabes lo que es vivir día tras día con la certeza de que el final se acerca? Claro, todos vamos a morir antes o después, pero todos llegamos a convencernos de que todavía queda mucho tiempo. Vivimos vidas normales. Sin embargo, eso no pasaba con ella. Cada día estaba más enferma. El hígado depura el cuerpo por dentro. Ella se envenenaba más a medida que pasaba el tiempo. El torso se le cubriría de moratones. Su propio cuerpo la envenenaría hasta matarla.

Lori dejó caer los brazos a los costados del cuerpo, pero no lo tocó. Quería que la escuchara y que nada lo distrajera.

– Reid, le ofreciste lo que nadie había podido ofrecerle. Le diste esperanza. Es más, nos la diste a todos. Nunca le quites el valor que tiene. La esperanza lo es todo. La esperanza es un milagro.

– Entonces, si no me culpas, ¿por qué me dijiste que me marchara?

– ¿Cómo? Yo no hice tal cosa -replicó ella-. Pensé que querías marcharte. Sé que estaba absorta por el sufrimiento y me pareció que querías estar en otro lado.

– ¡Lori! -Reid la miró con rabia-. ¿Por qué haces siempre lo mismo? ¿Por qué das por supuesto que estoy aquí porque me siento obligado? ¿Por qué crees que desapareceré en cuanto surja la primera complicación?

El arrebato de furia de Reid la sorprendió, pero su reacción la sorprendió casi más. Estaba más que dispuesta a discutir.

– Porque tienes un historial bastante largo de escurrir el bulto. Ya hemos hablado de eso. Nunca te quedas cuando las cosas se complican.

– Hablas de mi pasado -le rebatió él-. ¿Cuándo he escurrido el bulto estando contigo?

– No has tenido ocasión…

– Fantástico. ¿Estás esperando a que meta la pata? Es lo que suelo hacer, ¿no?

– No. No quiero decir eso -al menos, no exactamente eso.

– Entonces, ¿qué quieres decir? ¿Me has rechazado antes de que te rechace yo?

– No -contestó ella-. Estoy llorando la pérdida.

– Una excusa muy oportuna.

– Lo sabrás muy bien… Eres un especialista.

– Hablas de mí -Reid sacudió la cabeza-. Es verdad que me he pasado la vida escurriendo el bulto, pero tú te la has pasado sin atreverte a nada. Yo, al menos, he dado la cara.

Lo injusto y certero de la declaración la dejaron cortada.

– ¡No sabes nada de mí! -exclamó ella-. No sabes lo que es vivir a la sombra de alguien.

– ¡Tonterías! -exclamó también él-. Me reprochaste que utilizara lo mal que lo pasé con Jenny para ocultarme. Permíteme que te devuelva el reproche. Hace mucho tiempo que dejaste de estar a la sombra de Madeline. Te vino muy bien cuando eras niña, pero hace mucho tiempo que te vales por ti misma. Tienes una profesión y una casa; eres muy capaz de defenderte sola. Entonces, ¿por qué tienes tanto miedo de dar un paso y arriesgarte un poco?

¿Por qué la acosaba de aquella manera? ¿Acaso no sabía como estaba pasándolo?

– ¿Por qué estabas siempre tan convencida de que no podría quererte? -preguntó él ante el silencio de ella.

– ¡Porque no podrías! -gritó ella.

– Entonces, ¿todo ha sido un juego? ¿Crees que estoy jugando contigo?

– Es posible -susurró ella.

– ¿Es posible?

– Sí. Todo esto es fácil y divertido, pero cuando se complique, tú no estarás aquí.

Ella se puso a llorar al darse cuenta de lo que había dicho. Las semanas pasadas habían sido muy complicadas y él la había acompañado en todo momento. No había eludido ni una dificultad. Ella se había escondido, había tenido miedo de creer que podían quererla.

– Si piensas eso sinceramente -dijo él sin alterarse-, entonces me he equivocado de sitio.

Él se dio la vuelta para marcharse.

Fue como si estuviera ahogándose. En cuestión de segundos, Lori vio toda su vida pasar por delante de sus ojos. Sin embargo, no fueron los años que había vivido, sino los que le esperaban por vivir. Los años vacíos, sólo repletos de arrepentimiento. Años en los que buscaría el nombre de Reid en todos los periódicos; en los que malgastaría la vida preguntándose cómo habría podido cambiar las cosas. Pudo verse escondida entre la multitud para vislumbrarlo con la esperanza de que él la viera y le diera otra oportunidad. Pudo ver años sin correr riesgos.

– ¡No te vayas!

Corrió a la sala y lo agarró del brazo antes que llegara a la puerta.

– No te vayas. Por favor -Lori se secó las lágrimas para poder verlo-. Reid, no te vayas. Te quiero. Te quiero mucho. Me aterra que te marches y que no pueda sobrevivir. Por eso pensé que era mejor olvidarte lo antes posible. Tengo miedo, pero eso no es justo con ninguno de los dos. Siempre me he escondido porque es más fácil y seguro, pero es muy solitario y ya no quiero vivir así.

– ¿Qué pasaría si yo no correspondiera a tu amor? -preguntó él.

Ella se quedó helada.

– Serías un majadero -contestó para intentar una bravuconada, pero sin éxito-. Me dolerá, pero me repondré. Es más fácil reponerse de una decepción amorosa que del arrepentimiento. Yo me arrepentiría de haberte alejado de mí. Me arrepentiría durante el resto de mi vida -Lori decidió ser más sincera con él de lo que lo había sido consigo misma-. He pasado demasiado tiempo sin arriesgarme, tirando la toalla en vez de intentándolo. Se ha acabado. Te quiero, independientemente de todo. Eres parte de mí.

– Yo también te quiero.

– ¿De verdad? -Lori parpadeó.

– De verdad. Te quiero como no había querido a nadie. Haces que sea mejor, Lori. No me consientes nada. No eres fácil, pero tampoco lo había pasado mejor en mi vida -la agarró de las manos y le beso los nudillos-. Te quiero profundamente. Sólo quiero estar contigo. Quiero casarme contigo. Quiero tener hijos contigo.

– Te adoro -Lori lo abrazó con todas sus fuerzas-. ¿Como no iba a adorarte? Lo eres todo para mí.

Él la apartó lo suficiente para verle la cara.

– ¿De verdad?

– De verdad -Lori sonrió.

– ¿Te casarás conmigo?

– Sí.

Ella notó un roce leve y cálido en el brazo. No había sido Reid y la calefacción no estaba encendida. Aun así, lo había notado y supo que había hecho lo que tenía que hacer. Por primera vez desde la muerte de su hermana, sintió el corazón en paz. Dio las gracias para sus adentros.

Volvió a notar el roce y también oyó un susurro: «Que seas feliz».

Si no hubiera estado ahorrando para poder quedarse con Madeline, no habría aceptado el trabajo con Gloria. Si no hubiera aceptado el trabajo con Gloria, no habría conocido a Reid ni habría sabido lo que era sentirse amada por él. Quizá nunca lo habría encontrado, ni a él ni a sí misma. Por primera vez en su vida, supo lo que quería y donde quería estar: con Reid. Por fin había llegado a un punto en el que no sólo podía confiar en él. Podía confiar en los dos.

Susan Mallery

Autora de bestsellers románticos, ha escrito unos treinta libros, históricos, contemporáneos e incluso de viajes en el tiempo. Comenzó a leer romance cuando tenía 13 años, pero nunca pensó escribir uno, porque le gustaba escribir sobre filosofía o existencialismo francés. Fue en la escuela superior cuando acudió a clases sobre Cómo escribir una novela romántica y empezó su primer libro, que cambió su vida. Fue publicado en 1992 y se vendió rápidamente. Desde entonces sus novelas aparecen en Waldens bestseller list y ha ganado numerosos premios.