– Soy la mejor y muy cara. Deberías tenerlo en cuenta.
Gloria la miró de arriba abajo y olisqueó.
– Eres pobre y miserable. Puedo oler tu pobreza.
– ¿Lo dices por experiencia personal? Al fin y al cabo, saliste de la pobreza. Tu primer trabajo fue de doncella en un hotel, ¿no?
– No voy a hablar contigo de mi pasado -replicó Gloria con indignación.
– ¿Por qué? La verdad es que me interesa saber cómo pasaste de aquello a esto. Dirigías un imperio cuando la mayoría de las mujeres tenía miedo de soñar algo parecido. Eres una precursora y lo admiro.
– ¿Crees que me importa tu opinión? Lori lo pensó un segundo y sonrió.
– Sí. Hay poca gente que te admire, y ellos se lo pierden -Lori volvió a acercar la mesa con la bandeja-. Elegí la comida para los primeros días, pero el servicio de comidas ha dejado un menú. Puedes revisarlo y elegir la comida o, si lo prefieres, contratar a una cocinera.
Gloria no se inmutó, pero a Lori le pareció captar un destello de algo que no supo qué era.
– Te tomas muchas libertades con mi dinero -farfulló Gloria.
Lori se rió aunque sabía que su paciente no había intentado ser graciosa.
– Es uno de los privilegios de mi profesión. ¿Quieres que le corte el pollo?
Gloria la miró con los ojos entrecerrados.
– Sólo si quieres que le clave el tenedor.
– Tengo muchos reflejos. Tendrías que ser muy rápida.
– Podría estar motivada.
Por fin algo parecido al humor. Otra buena señal.
– Muy bien. Te dejaré comer en paz. ¿Quieres ver la television? -le dejo el mando a distancia en la cama-. Llámame si quieres algo.
A las cuatro y media de esa tarde, Lori se sentía como si estuvieran jugando al ratón y al gato. El progreso con Gloria había quedado como un recuerdo lejano cuando la anciana no dejó de quejarse de que la cama era demasiado dura, de que las almohadas eran demasiado blandas, de que las sábanas olían de una forma muy rara y de que la televisión tenía un zumbido.
– Traeré a un electricista lo antes posible.
Lori hizo todo lo posible por mantener la calma y no mirar el reloj. Había sido la tarde más larga de su vida y sólo había pasado media jornada con Gloria. No paraba de decirse que la anciana era infeliz por algún motivo y que todo iría a mejor.
Poco después de las cinco, fue a la cocina y se encontró con una mujer alta, guapa y con grandes pechos que estaba vaciando una bolsa. Su uniforme la identificaba como una enfermera y su físico le dijo claramente quién la había contratado.
– Hola -saludó la mujer con una sonrisa-. Me llamo Sandy Larson, la enfermera del crepúsculo. Normalmente, soy la enfermera de noche. «De servicio en la oscuridad». Vaya, parece al título de un libro o de una película porno -Sandy sonrió-. No sé en cuál de los dos preferiría estar. En un buen día…
Lori hizo un esfuerzo por saludar amablemente a pesar del nudo que tenía en el estómago. ¿Qué le pasaba? Reid había sido coherente con la elección de la otra enfermera. ¿A ella qué le importaba?
– Está cansada y un poco malhumorada, pero no es espantoso -le explicó Lori.
– Puedo manejarla -afirmó Sandy-. Si mi paciente me complica las cosas, empiezo a hablar de mi culebrón favorito. Normalmente, les aburro tanto que se quedan dormidos. Por eso me encanta el turno de noche -se inclinó hacia Lori-. Aunque hay que amar este trabajo. Te pagan doce horas por un turno de ocho.
– Fantástico. Iré a despedirme de Gloria.
– Claro. Hasta mañana.
Lori asintió con la cabeza y volvió al despacho.
– Me marcho -le dijo a Gloria-. Volveré por la mañana.
Gloria dejó de mirar la revista que estaba leyendo y la miró por encima de las gafas.
– No sé por qué crees que me importa que vengas o te vayas. Me da exactamente igual.
– Yo también lo he pasado bien, Gloria -Lori sonrió-. Ha sido un día estupendo.
Reid aparcó el deportivo detrás del Downtown Sports Bar y se bajó. Se quedó un minuto mirando la puerta y se dijo a sí mismo que no iba a ser tan espantoso. Llevaba trabajando en el bar familiar desde que se rompió el brazo y tuvo que retirarse del béisbol. «Trabajar» era una forma de llamar a lo que hacía. En teoría, era el director general. En la práctica, entraba y salía cuando quería, a veces trabajaba detrás de la barra, contaba historias de su carrera como jugador de béisbol y contrataba al personal femenino. Siempre había pensado que ese bar dedicado al deporte era su refugio; un sitio donde recalar cuando era conocido y admirado. Ese día se le caía la cara de vergüenza. Todo el mundo que había dentro lo conocía y apostaría su abultada cuenta bancaria a que todos habían leído el periódico de la mañana.
– A mí qué me importa -farfulló mientras abría la puerta trasera con su llave.
Con la intención de pasar el trago lo antes posible, dejó a un lado la seguridad relativa de su despacho y entró en el bar. Se hizo el silencio y todos los ojos se clavaron en él. Reid siguió adelante.
– Hola… -lo saludó una de las camareras con una mueca que parecía una sonrisa-. Me alegro de verte.
Él asintió con la cabeza y siguió su camino entre el gentío.
– ¡Reid! -gritó un tipo-. ¿Qué se siente al salir en los papeles?
Reid no hizo caso, echó una ojeada y vio dos caras conocidas en un rincón. Fue directamente hacia ellos.
– Reid -Maddie, una de las camareras, lo agarró del brazo-. Es una asquerosa. La noche que pasamos juntos fue maravillosa. ¿Quieres que firme una carta o algo así?
Él hizo un gesto con la cabeza. Sabía que habían pasado la noche juntos en la misma cama, pero no podía acordarse de nada concreto en medio de su borroso pasado sexual.
Fue hasta donde estaban sus hermanos y se dejó caer en la silla que le ofrecieron. La habían colocado de tal forma que nadie pudiera verlo directamente. Cal, su hermano mayor, le acercó una jarra de cerveza.
– ¿Cómo lo llevas?
– ¿Tú qué crees? -Reid dio un sorbo-. Es un infierno.
Walker, su hermano menor, hizo una mueca de compasión.
– Es una canallada.
Reid miró el plato de nachos que había en la mesa, pero no tenía hambre.
– Lo peor de todo es que ni siquiera me acuerdo de ella. Fue durante la semana que mi equipo jugaba las eliminatorias. Estoy seguro de que estaba borracho -sacudió la cabeza-. ¿Qué más da? Ella quería vengarse y lo ha conseguido. Hay periodistas por todos lados. Han rodeado mi casa.
– Es una posición imposible de defender -comentó Walker.
– Lo dice nuestro hermano el ex marine -añadió Cal.
– Sabe de lo que está hablando -masculló Reid-. Tengo que marcharme de allí. He pensado en ir a un hotel, pero me encontrarían. Algún empleado me vendería.
– Quédate con Penny y conmigo -le propuso Cal-. Tenemos sitio.
Reid vaciló. Tenían una casa bastante grande, pero acababan de tener un hijo y estaban concentrados en otras cosas.
– Te lo agradezco, pero sería un estorbo.
– ¡Qué va! -replicó Cal.
– Puedes quedarte conmigo -intervino Walker-, pero tendría que ser en el sofá.
– Muy tentador -Reid sonrió-, pero no.
– Siempre puedes ir a casa de Gloria -dijo Cal-. Nadie te buscaría allí. ¿No dijiste que una de las enfermeras la había instalado en el piso de abajo.
– En el despacho… -confirmó Reid mientras pensaba esa alternativa.
– Tendrías todo el piso de arriba para ti -siguió Walker.
– Hay mucho espacio -murmuró Reid.
Además, su presencia desquiciaría a Lori y eso era un aliciente.
Una mujer se acercó a la mesa. Era alta y exuberante. Le sonrió.
– Cariño, sólo quería decirte que la noche que pasamos juntos fue increíble. Me acuerdo de cada instante y estoy dispuesta a jurarlo. ¿Quieres mi número de teléfono?
Reid la miró fijamente y se dio cuenta de que no la recordaba en absoluto. ¿Qué significaba eso?
– Te lo agradezco. Si necesito una declaración firmada, le lo diré.
– No lo dudes. Siempre estoy dispuesta.
Ella se dio la vuelta y se alejó. Él miró el contoneo de sus caderas y no sintió nada. Después del día que había pasado, tardaría meses en volver a pensar en el sexo, y eso era una perspectiva desoladora. Se dejó caer contra el respaldo de la silla y miró a sus hermanos.
– La periodista me tiene bien atrapado. No puedo demandarla. No ganaría nada y sería un circo. Mi representante dice que si desaparezco, se desvanecerá el interés.
– Tiene razón -afirmó Walker-. La gente se fijará en la vida de otro.
– ¿Cuándo? -preguntó Reid-. También comenté con mi representante la parte del artículo donde dice que dejo de ir a los actos benéficos cuando he aceptado asistir. Nunca haría algo así.
No lo había hecho. Detestaba esos actos y, por principio, nunca aceptaba una invitación. Mandaba cheques… Su representante los mandaba.
– Que un niño me mande una carta para invitarme a un acto benéfico no significa que tenga que asistir. Sin embargo, la periodista opina otra cosa.
– No te obsesiones -le aconsejó Cal-. No puedes hacer nada.
Reid sabía que era verdad, pero no soportaba que dijeran que era un canalla desalmado.
– Luego comenté con Seth lo del equipo de béisbol que fue al campeonato del Estado. Según él, es una confusión de la agencia de viajes. Yo no sabía nada de ese asunto.
Sus hermanos lo miraron con compasión, pero no sirvió de mucho. La compasión no era suficiente cuando lo acusaban de patrocinar a un equipo de béisbol para que fuera al campeonato del Estado y la agencia de viajes se olvidó de darles el billete de vuelta. Los niños y sus familias se quedaron abandonados a cientos de kilómetros de sus casas sin poder volver.
– Yo no hice nada malo -farfulló. En realidad, no había hecho nada en absoluto-. Le dije a Seth que me mandara todo, el correo electrónico del niño admirador y la solicitud de apoyo. Lo leeré yo mismo.
– ¿Y luego? -preguntó Cal.
– ¡Yo qué sé! Haré algo. Una cosa es que esa periodista opine que soy una nulidad en la cama, y otra muy distinta que diga que defraudo a los niños. Nunca haría algo así.
Uno de sus motivos principales para no responder personalmente las cartas que le mandaban era que no quería complicaciones.
– Me fastidia -siguió Reid antes de dar otro sorbo de cerveza-. Mi vida ha vuelto a tocar fondo.
– ¿Es peor que cuando te rompiste el brazo? -preguntó Walker.
– No -contestó Reid-. No tanto.
– Sólo quería que vieras las cosas con perspectiva -Walker se encogió de hombros.
Efectivamente, no era peor que aquello, pensó Reid. Pero se acercaba demasiado.
Esperó hasta casi las diez para volver a su casa flotante. Había tomado prestado el todoterreno de Walker para poder cargar sus cosas y llevarlas a casa de Gloria. Aunque era tarde, había dos periodistas en el embarcadero. Le sacaron unas fotos y oyó que uno de ellos hablaba por el teléfono móvil y decía que lo había encontrado.
Veinte minutos más tarde, había llenado dos maletas y salía de su plaza de aparcamiento. También había alquilado una furgoneta con conductor y la había colocado detrás de los coches de los fotógrafos para que no pudieran seguirlo. La quitarían al cabo de unos minutos.
Cuando llegó a casa de Gloria, Walker estaba esperándolo para ayudarlo a descargar. Luego su hermano se marchó con el todoterreno y su deportivo quedó escondido en el garaje.
– Qué vida tan espantosa -se dijo mientras entraba en la casa.
Empezó a subir la escaleras, pero se quedó parado al ver una rubia que le sonaba de algo y que lo miraba con una sonrisa desde arriba.
– Hola, Reid.
– ¿Qué tal te va?
– Bien -mintió él mientras intentaba recordarla.
– Soy Sandy Larson. Me hiciste una entrevista para contratarme de enfermera de noche -le aclaró ella cuando llegaron al mismo escalón.
Se acordó. Sandy se mostró deseosa de acostarse con su jugador de béisbol favorito y lo pasaron muy bien sobre la enorme mesa de despacho del Downtown Sports Bar.
– He oído decir que vienes a vivir aquí -siguió Sandy.
– Provisionalmente.
– Claro. Lo entiendo -ella le tocó el brazo-. Mira… Lo pasé de maravilla contigo aquella tarde, pero quiero que sepas que ahora estoy con alguien. No va a interesarme repetir la experiencia. No te lo tomes como algo personal. ¿De acuerdo?
– Claro que no -replicó él fingiendo cierto interés.
Le daba igual no acostarse con Sandy, pero no se trataba de eso. Ella debería estar anhelante; él era Reid Buchanan. Sin embargo, tal y cómo había transcurrido el día, tampoco podía extrañarle.
Lori llegó unos minutos antes de que empezara su turno. Dejó la chaqueta y el bolso en el armario del recibidor y se encontró con otra belleza alta y bien dotada en la cocina. Se encontró baja y sin formas, y le sentó fatal. Aunque peor le sentó el motivo. Se negaba a que un mujeriego descerebrado le fastidiara el día.
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