– Hola -saludó con amabilidad-. Me llamo Lori Johnston.
– Kristie Ellsworth -replicó la impresionante morena con una sonrisa-. Gloria durmió casi toda la noche y cuando se despertó, preguntó por ti. Creo que la has impresionado.
– Espero que para bien.
– Iba a llevarle el desayuno -dijo Kristie.
– Puedo llevárselo yo si quieres marcharte.
– Sería fantástico.
Cinco minutos más tarde, Lori entró con el desayuno de Gloria.
– Has vuelto -la recibió la anciana-. Qué desdicha.
– Me han dicho que has preguntado por mí, así que no finjas que no te alegras de verme.
– No me alegro. He preguntado con la esperanza de que hubieras dimitido.
– Mala suerte -Lori dejó la bandeja en la mesa-. Vamos a buscarte un entretenimiento, aparte de ser impertinente. Podrías hacer punto; ya sabes: bufandas, calcetines… Gloria hizo caso omiso y señaló la tortita.
– No como en el desayuno. Tomo café y nada más.
Lori se inclinó hacia ella y bajó la voz.
– Sólo te digo una cosa, jovencita. El tubo para alimentarte. No me enfades. Come y sé feliz.
– Eres una persona insoportable.
– Ya me lo habían dicho. Es un orgullo para mí.
Gloria la miró fijamente unos segundos y luego señaló el artículo de un periódico.
– ¿Leíste esto ayer?
– No leo el periódico.
– Deberías hacerlo. Las mujeres tienen que saber qué pasa en el mundo. Pero no se trata de eso. Reid ha venido a vivir aquí de manera provisional. Evidentemente, está aprovechándose de mi debilidad. Podría pensarse que ya es mayor para resolver sus embrollos, pero, al parecer, no es así. Ha arrastrado el apellido de la familia por el lodo. Es una decepción y un motivo de bochorno.
Lori miró el titular y parpadeó.
– «¿Bueno en la cama? No tanto». Es un varapalo.
– Al parecer, no complació a la periodista y ella ha decidido contárselo al mundo. Es repugnante y ella es una furcia, pero Dios nos libre de decir algo así -dio un golpecito en el periódico-. Léelo y aprende. A mi nieto se le dan bien las mujeres. No seas una de esas necias que se enamoran de él y se quedan con el corazón hecho añicos. No tengo paciencia con las necias.
– ¿Estás previniéndome? -preguntó Lori con una sonrisa-. Te preocupo…
– Lárgate.
Por una vez, Lori obedeció. Fundamentalmente, porque quería leer el artículo.
Se sentó a la mesa de la cocina y extendió el periódico. Leyó los dos primeros párrafos e hizo una mueca de disgusto. A cualquier hombre le dolería que dudaran de sus virtudes en la cama, sobre todo en publico y por escrito. Casi sintió lástima por Reid. Si bien no conocía su destreza sexual, algo debía haber aprendido con tanta experiencia, ¿no?
El objeto de sus conjeturas entró en la cocina con aspecto agotado. Sólo se había puesto unos vaqueros y estaba despeinado y sin afeitar. Estaba mucho más que impresionante.
Lori lo observó mientras cruzaba la cocina y se servía una taza de café. Sus músculos se contraían y extendían con cada movimiento. Parecía cálido y sexy a la vez, y ella notó un leve estremecimiento en las entrañas. Él levantó la cabeza y la vio.
– Buenos días -farfulló antes de marcharse.
Ella no existía para él. Nunca había existido y nunca existiría. Sentirse atraída por Reid la convertía en una necia de tal calibre que nunca dejaría de serlo. Era una vergüenza para todas la mujeres inteligentes. Peor aún, no podía hacer absolutamente nada al respecto.
Capítulo3
Lori entró en el camino de su casa poco después de las cinco. Su barrio era muy distinto del de Gloria con sus mansiones, pero le daba igual. Le encantaba su casa. Tenía dos dormitorios y dos baños, justo lo que necesitaba. Le encantaban los detalles artesanales y las molduras. Le encantaba haber pintado ella misma todas las paredes. Le encantaban los colores, el jardín, el porche y el aspecto sólido de la casa, que le transmitía seguridad. Entró y notó que olía a ajo.
– Estás cocinando -dijo a modo de saludo-. No deberías.
Madeline salió de la cocina y sonrió.
– Creo que en el contrato que firmé no dice nada al respecto, pero tengo que comprobarlo. Además, estoy pasando un día estupendo y me apetece cocinar.
Lori miro la cara de su hermana para buscar algún indicio de cansancio o palidez. Madeline, muy al contrario, mostraba la belleza serena que había tenido siempre.
Para Lori, la naturaleza tenía un sentido del humor macabro. Ella era de estatura media y Madeline, algunos centímetros más alta. Ella había heredado unos rizos anaranjados que, afortunadamente, se habían convertido en un dorado rojizo mientras que Madeline tenía el pelo ondulado y color caoba. Se despertaba como si fuera una estrella de cine de los años cuarenta y, con un maquillaje mínimo, parecía una diosa. Lori había necesitado casi toda su vida, pero había conseguido no atormentarse por aquella tremenda injusticia.
– ¿Qué tal el segundo día? -preguntó Madeline-. ¿Gloria sigue siendo una prueba a superar?
– Exactamente. Esta mañana casi me dio a entender que le gustaba tenerme cerca y luego se pasó el resto del día insultándome. Tengo que decir que su cerebro funciona perfectamente. Es una maestra aplastándote con una frase.
Madeline se cruzó los brazos por encima de la camiseta de la Universidad de Washington.
– ¿Sigue cayéndote bien?
– Sí. Ya sé que no debería. Mantenemos una lucha de poder y voy a ganar, pero, aun así, tiene algo especial. Intenta por todos los medios ser desagradable, y no sé por qué. ¿Es un mecanismo de defensa? ¿Es una forma de salir adelante? ¿Tuvo que ser desagradable durante todos aquellos años y se ha olvidado de dar marcha atrás? Llamó uno de sus nietos, un tal Cal, para ir a verla, pero ella no se puso al teléfono y me dijo que le dijera que iba a morirse muy pronto y que él podría ser feliz.
– No se lo dijiste, ¿verdad?
– No, pero me dio que pensar.
– No todas las personas enfermas son unas santas. ¿Acaso no son igual que en la vida normal?
– Sí, en teoría. Sin embargo, no quiero que sea así en el caso de Gloria. Sigo pensando que pasa algo. Quizá sea por el empeño de Reid en mostrarla como espantosa. Cuando me entrevisté con él para el trabajo, me la presentó como el diablo.
– Vaya, volvemos a hablar de Reid -Madeline sonrió-. No te lo quitas de la cabeza.
– No sé de qué estás hablando -Lori esperó no haberse sonrojado-. Huele a ajo. ¿Qué hay de cena?
– No cambies de tema. Reconócelo, Reid Buchanan te gusta. ¿Mi juiciosa hermana se ha prendado de un as del deporte?
– No me he enamorado -farfulló Lori-. Siento una atracción estúpida, es verdad. Es algo físico y no es culpa mía. Me altera, pero no quiere decir nada. Lo superaré. Soy más inteligente que él.
– Ser inteligente no tiene nada que ver.
– Es lo mismo que me dicen mis hormonas todo el rato.
– A lo mejor deberías salir con él. Quizá sea mejor de lo que te imaginas.
Seguramente, Madeline era una de las personas más buenas del mundo. Veía bondad en todos y creía en los milagros. Ella, en cambio, no era tan incondicional y casi todo el mundo la sacaba de quicio. En el mundo de fantasía de Madeline, los hombres como Reid Buchanan salían sin problemas con las mujeres como ella y podían encontrarlas fascinantes. Desgraciadamente, ella no vivía en el mundo de su hermana.
– Cree que no soy su tipo -Lori se levantó las gafas-. Le pongo nervioso. No soy lo bastante complaciente.
Era una mera excusa; Reid nunca la consideraría un ser con sexualidad. Era la enfermera de su abuela, una especie de aparato viviente. Por mucho que se empeñara en que fuera de otra forma, no lo sería.
– Eres divertida, guapa e inteligente. Claro que eres su tipo.
Lori evitaba los espejos siempre que podía, pero no podía escapar de ellos. ¿Guapa? Era normal.
– Eres muy optimista -replicó Lori-. A veces, es un fastidio.
– No puedes enfadarte conmigo -Madeline se rió-. He hecho espaguetis con pan de ajo.
– ¿Un festín de hidratos de carbono de cena? -preguntó Lori, a quien se le había hecho la boca agua.
– Efectivamente. Me apetecía -Madeline agarró a su hermana del brazo y la llevó a la cocina-. Mientras cenamos, podemos planear una estrategia para que captes la atención de Reid.
– No quiero su atención. No quiero salir con él.
Era un recurso muy viejo, pero siempre le había dado resultados. La ayudaba a deshacerse de lo que no podía alcanzar. Facilitaba mucho el no tenerlo.
– He echado de menos esta cocina -dijo Penny Buchanan mientras acariciaba la encimera de The Waterfront-. Es más grande de lo que la recordaba. ¿Es posible?
Dani Buchanan sonrió a su cuñada.
– No. Recuerdas la cocina llena de gente y ahora está vacía.
– Pero pronto estará llena -susurró Penny con aire soñador-. Estaremos cocinando alguna comida deliciosa y será como si nunca me hubiera marchado -se apoyó en la encimera y miró fijamente a Dani-. ¡Caray! Soy una madre espantosa por estar emocionada de volver a trabajar, ¿verdad?
– ¡No! -Dani se rió.
– Sí -Penny sacudió la cabeza-, no es natural. Sólo debería importarme mi hija. ¿Qué pasaría si Allison se enterara de que necesito más a mi trabajo que a ella? Se entristecería mucho.
Dani agarró a Penny del brazo.
– Cálmate. No pasa nada. Está bien que te guste tu trabajo. Tienes que estar en la cocina porque ser jefe de cocina es parte de ti misma. En cuanto al bebé, Allison está bastante mimada y tiene mucho amor. Alégrate de que te guste tu trabajo.
– Quieres que sea racional -replicó Penny con una sonrisa compungida-. Algo difícil cuando vivo en medio de un marasmo de hormonas. Pero lo intentaré. Tienes razón. Adoro a Ally, pero la cocina es mi pasión.
– Creo que lo tienes más complicado con Cal. Él no va a asimilar bien que vayas detrás de un montón de sartenes y cazos.
– Sabe que lo quiero -Penny sonrió un poco más.
A Dani le gustaba Penny desde la primera vez que ésta y Cal se casaron. La segunda vez fue mucho mejor.
– Has vuelto y estás emocionada -dijo Dani-. Eso está muy bien.
– Creo que sé por qué -Penny la miró-. Quieres marcharte.
Dani miró a su alrededor. Penny le había dado el trabajo cuando quería por todos los medios hacer algo con su vida, pero no quería estar allí metida durante cinco años, ni durante cinco semanas.
– Digamos que se ha desvanecido la emoción de fastidiar a Gloria -reconoció Dani-. Te agradezco muchísimo que me dieras la oportunidad, pero tengo que avanzar.
– Lo entiendo. No me gusta, pero lo entiendo. ¿Sabes qué vas a hacer?
– Intentaré compensar todo el tiempo que he perdido intentando complacer a Gloria.
– Quizá si te lo tomas como una experiencia enriquecedora… -Penny le puso la mano en el hombro.
– Ya no me sirve. Gloria es perversa. Todavía no puedo creerme que me dejara trabajar para ella todo esos años, que me dejara creer que iba a ascender en la empresa cuando ella no iba a permitir que eso pasara.
Dani cerró los ojos y tomó aire. Si dejaba que Gloria siguiera desquiciándola, la vieja arpía saldría ganando. Sin embargo, era difícil olvidarse de todo, era imposible olvidarse de que el motivo por el que no podía prosperar en el imperio Buchanan era que ella, Dani, no era una auténtica Buchanan.
– Míralo por el lado positivo -le aconsejó Penny con cariño-. Tienes un magnífico currículo y espléndidas cartas de recomendación de Edouard y mía.
Dani sonrió al oír el nombre del cocinero que se había quedado a cargo de la cocina mientras Penny estaba de baja por maternidad.
– Edouard me dijo que no me daría una carta de recomendación. Dijo que no había sido suficientemente atenta mientras estaba al mando; que no había soportado su desazón.
– ¿De verdad? Entonces, quizá le diga que no estoy preparada para volver. Puedo dejarlo un poco más al mando.
Como Edouard había pasado las últimas ocho semanas quejándose del trabajo suplementario por tener que cubrir la ausencia de Penny, Dani sabía que era la amenaza perfecta.
– Por mí, puedes decírselo.
– Me muero de ganas.
Lori se quedó atónita al ver a una mujer merodeando por el porche de Gloria. En esa zona de Seattle, las casas eran auténticas mansiones, con un césped perfecto y nadie merodeaba.
– ¿Desea algo? -preguntó Lori con los brazos cruzados.
La mujer iba impecablemente vestida y parecía normal, pero Lori tuvo un mal presentimiento que no pudo explicarse.
– Hola, me llamo Cassandra -la mujer sonrió-. Los amigos me llaman Cassie. Soy periodista y hace poco escribí un artículo sobre Reid Buchanan.
No hacía falta explicar de qué artículo se trataba.
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