– Gracias, Garth -respondió la princesa mirando a unos y a otros-. Me gustaría decir que el conde Boris me parece un hombre estupendo y que me cae muy bien, que os agradezco que os preocupéis por mi bienestar y que os quiero mucho- respiró profundamente-. Pero no me voy a casar con él. No puedo, porque estoy enamorada de Jack Santini.

Todos los rostros mostraron su patente desconcierto y la duquesa fue la primera en darle voz.

– ¡Lo sabía! ¡Sabía que ese cazafortunas nos crearía problemas! Va detrás de su dinero. ¡Lo despediré inmediatamente!

Marco le puso la mano a Karina en el brazo.

– Dime, Karina, ¿qué ha pasado con tu aclamado sentido del deber?

Sus palabras fueron como una daga en el corazón, pero ella no se alteró.

– Sigo creyendo en el sentido del deber, Marco. Pero no puedo seguir adelante con toda esta farsa; sencillamente, no puedo -luchó contra las lágrimas que amenazaban con salir-. Sé que te he hecho muchas promesas, Marco. Estaba segura de que podría mantenerlas. Pero ahora me siento incapaz.

La decepción que se leía en su mirada la hirió profundamente. Lo último que deseaba en el mundo era que Marco se sintiera defraudado. Pero no tenía otra elección. Amaba a Jack con todo su corazón y no podía fingir lo contrario.

– ¡Eres una necia! ¡Jamás te casarás con él! -dijo la duquesa.

– Tienes toda la razón, tía -respondió ella-. Porque se lo he pedido y me ha dicho que no.

La sorpresa duró breves segundos, tras los cuales todo el mundo se puso a hablar a la vez.

Karina se levantó y se dirigió a todos.

– La cuestión es que no voy a casarme. Sé que no se puede cancelar la fiesta a estas alturas, así que sigamos adelante y tratemos de disfrutar lo más que podamos.

Sin decir más, se dio la vuelta y se encaminó hacia la salida.

A pesar de los sentimientos de Karina, la fiesta resultó deliciosa.

Donna había hecho verdaderos milagros con su pelo, y le había colocado una tiara de diamantes que ensalzaba aún más su belleza natural. Llevaba un espectacular vestido azul que dejaba adivinar sus imponentes curvas con elegante detalle. Parecía un ángel cuando se movía.

Y se movía mucho. Bailó con tantos hombres que perdió la cuenta. Toda la atención estaba centrada en ella y se sentía ligeramente culpable, pues todo aquel despliegue de sonrisas e intentos de seducción se basaba en la falsa premisa de que habría de escoger marido.

No obstante, durante toda la noche, y baile tras baile, siguió fiel a su determinación, añadiendo otra: no acabaría la noche sin poder danzar en brazos del único hombre al que amaba.

Fuera del local del club de campo en el que estaba teniendo lugar la fiesta estaba Jack, coordinando los esfuerzos de varios hombres por hacer de aquel un lugar seguro. Las grandes ventanas permitían tener una vista particularmente buena de lo que sucedía en el interior.

Jack podía ver lo bien que Karina se lo estaba pasando. Debería haberse alegrado por ella, pero no podía. Cada vez que la veía en brazos de otro ser se retorcía de rabia.

Por suerte, sus obligaciones y la visita del duque lo mantenían ocupado.

Era curioso cómo a lo largo de las semanas que llevaba a su servicio había llegado a trabar una cierta amistad con el anciano.

Escuchaba atento sus explicaciones sobre los problemas de traducir Shakespeare al nabotavio.

En un momento dado, comenzó a halagar la belleza de la casadera princesa.

– Sí, estoy de acuerdo en que está preciosa -le dijo él.

Él duque sonrió.

– Sé que estás de acuerdo -el hombre miró a Jack-. He estado en todas las cenas y fiestas que se han organizado este verano, he visto a todos los pretendientes que le han presentado, y no puedo sino estar de acuerdo con ella: ninguno vale la pena como tú, muchacho. Voy a sentir mucho que tengas que marcharte.

Le dio unos golpecitos en el hombro y se encaminó hacia la fiesta.

Jack lo vio alejarse, confuso por el comentario que acababa de hacerle. Pero en el momento en que vio aparecer a Karina desterró todo pensamiento de su mente.

– Hola -le dijo ella.

Él admiró perplejo la inmensa belleza de la muchacha.

– Pareces realmente una princesa.

– Una princesa en busca de un guapo príncipe -dijo ella, tendiéndole los brazos-. ¿Quieres bailar conmigo?

Él dudó.

– ¿Aquí fuera?

– ¿Por qué no? Se oye perfectamente la música.

Él sonrió, dejó el walkie talkie en la silla más próxima y la tomó en sus brazos.

– Tus deseos son órdenes para mí -murmuró él.

La música era lenta, y daba al momento la atmósfera perfecta. Karina se sentía como Cenicienta a punto de perder su zapato, como Bella en brazos de la Bestia. Era una princesa y se merecía un instante de cuento en su vida. Apartó de su mente la cruda realidad y se dejó encandilar por la magia del momento.

El la apretó con fuerza y hundió el rostro en su pelo, aspirando su embriagador aroma.

Karina sentía que se derretía contra su cuerpo, que se fundían en uno.

Por un instante, Jack se permitió pensar que ella era suya y tuvo que admitir que estaba enamorada de él.

Ella aún no le había dicho a quién había elegido, pero quizá fuera lo mejor. No sabía cuál sería su reacción al ver a su competidor, al tenerlo delante.

La canción terminó y, lentamente, se separaron el uno del otro. Ella lo miró sin sonreír.

– Adiós, Jack Santini – le dijo dulcemente-. Espero que tengas una buena vida, que encuentres a alguien con quien tener muchos hijos y que tu trabajo te dé todas las satisfacciones que esperas -los ojos se le llenaron de lágrimas-. Tú siempre serás el único hombre al que he amado.

Él quería responder, pero tenía un nudo tan fuerte en la garganta que no podía.

Vio cómo se alejaba, cómo volvía a la fiesta.

Todo su ser ansiaba correr tras ella, confesarle que él sentía lo mismo, que nunca amaría a nadie como la había amado a ella, Pero sabía que eso no haría sino atarla a una relación imposible. Solo la decepción podría liberarla.

Capítulo 10

HABÍA pasado ya un mes desde su partida de la mansión de los Roseanova cuando Jack volvió a oír el nombre de Karina.

Había buscado en los periódicos alguna noticia sobre su enlace matrimonial, pero parecía que la familia había sido extremadamente discreta al respecto.

Se decía a sí mismo que cuanto menos supiera de ella, antes podría olvidarla. Pero no parecía funcionar así. Había días en los que lo único que ocupaba su pensamiento era ella.

Volver a trabajar le resultó reconfortante. Su nuevo compañero era un tipo estupendo y se llevaron muy bien desde el principio. Sus superiores, además, le habían recomendado que se examinara para ascender a capitán cuando se convocara la plaza, pues consideraban que estaba cualificado para ello. Las cosas iban muy bien en el terreno profesional.

No obstante, durante el tiempo que había trabajado para la familia de Karina había descubierto tener una serie de actitudes para otras funciones y no descartaba desarrollarlas en el futuro.

El día en que recibió la llamada del hermano de Karina estaba ante su escritorio, resolviendo unos papeles. Su compañero había salido a almorzar. El teléfono sonó y él respondió.

– Santini al habla.

– Jack, soy Garth-su voz sonó alarmada-. Tienen a Karina.

El policía apretó el auricular.

– ¿Quién?

– No lo sabemos. Suponemos que son los miembros de Diciembre Radical. Se dirigía a la biblioteca de Pasadena cuando ocurrió. Dispararon a Greg y al señor Barbera y la secuestraron a ella.

– ¡Cielo santo! -el estómago se le encogió y sintió una profunda desesperación-. ¿Cuándo ocurrió?

– Hace unos diez minutos. Hemos llamado a la policía, pero pensamos que tal vez tú…

– Conseguiré rescatarla. Rápido, necesito todos los detalles.

La información que obtuvo no le sirvió de mucho y se metió en el coche sin tener un destino claro al que dirigirse.

Al menos pudo ponerse en contacto con los oficiales que llevaban el caso, y decidió encaminarse al lugar de los hechos.

– ¡Piensa! -se ordenó a sí mismo.

De pronto, su móvil sonó. Respondió convencido de que sería alguno de los otros policías.

– Al habla Santini.

Nadie respondió. Esperó un segundo. Luego, resopló indignado e hizo un amago de colgar, cuando algo llamó su atención. Había raido de fondo, voces. Frunció el ceño y escuchó con detenimiento. De pronto se dio cuenta de que se trataba de una voz femenina.-¡Era Karina!

Apagó el motor del coche y se quedó escuchando atentamente.

– Ya veo que vamos hacia la autopista de San Diego -dijo Karina, pronunciando las palabras claramente-. ¿Vamos hacia la frontera? No, supongo que vamos al aeropuerto de Orange County.

– ¡Cállate!

Sonó una fuerte bofetada y Jack se estremeció. La idea de que alguien hiciera daño á Karina lo volvía loco.

Controló su rabia y trató de mantener la calma. Tenía que pensar.

Las voces se hicieron ininteligibles, pero ya tenía un destino.

– Al aeropuerto -se dijo-. Eres una chica lista, princesa.

Estaba seguro de que no se encaminaban a un terminal público, sino a embarcarse en un jet privado.

Informó por radio al resto de las unidades de hacia dónde se dirigía y puso rumbo al aeropuerto, dispuesto a llegar a su destino.

Al llegar al aeropuerto le pareció que todo estaba en calma. Pero, de pronto, los vio. Había un coche negro detenido junto a un jet privado que tenía los motores en marcha.

Solo había un modo de que pudiera alcanzarlos antes de que fuera demasiado tarde. Aceleró, y derribó la barrera de entrada; que saltó por los aires con gran estrépito. La adrenalina lo impulsaba a seguir sin mirar atrás.

Detuvo el coche y sé bajó de él a toda prisa.

No se paró a pensar, no había tiempo para eso. Agarró al primer hombre, lo golpeó y lo lanzó contra el suelo, donde lo dejó inconsciente. El segundo hombre estaba arrastrando a Karina hacia la puerta del avión, pero ella le dificultaba la labor, lo que le dio a Jaek tiempo de lanzarse sobre él. Un buen puñetazo fue suficiente para que la dejara ir.

Antes de que pudieran alejarse, un tercer hombre apareció con un arma. Pero Jack no se quedó a esperar. Agarró a Karina en brazos y echó a correr, ignorando el sonido atronador de los disparos.

En ese instante, comenzaron a sonar las sirenas que anunciaban la proximidad de los demás policías.

Estaban a punto de arrancar el coche, cuando los otros vehículos aparecieron.

– Tengo conmigo a la víctima del secuestro. La voy a sacar de aquí -le dijo al oficial al mando.

En cuestión de dos minutos ya estaban a millas de distancia de allí.

– ¿Estás bien? -le preguntó él aún nervioso.

– Sí, estoy bien -respondió ella-. Lo que has hecho ha sido increíble.

Algo en su voz le confirmó que estaba perfectamente y le permitió relajarse.

– Bueno, ya estás sana y salva.

– Sí, más o menos.

Él se volvió a mirarla y notó que su piel estaba ajada por los golpes. Detuvo el coche a un lado de la calzada.

– ¡Cielo santo! Pareces…

– Un gato que acaba de recibir una paliza. Lo sé. Conseguí enfurecer a uno de los secuestradores en varias ocasiones.

Él sintió deseos de llorar al ver cómo la habían maltratado, pero en lugar de eso sonrió. No podía dejar de mirarla, de devorarla con los ojos.

– Mi pequeña gata salvaje.

– ¿Tuya?-preguntó ella.

– Mía, sí, mía -la tomó en sus brazos y la besó sin pensárselo dos veces. Ella se dejó llevar, riéndose suavemente, mientras sentía un río de dulces besos sobre su rostro. Luego él atrapó su boca y la besó con pasión.

Dé pronto, se detuvo.

– Un momento, ¿estás casada?

– No -dijo ella-. Ni siquiera estoy comprometida.

– ¿Por qué no?

– La noche de la última fiesta le dije a mi familia que no me casaría con nadie que no fueras tú.

Él se rio suavemente.

– ¡Estás loca!

– Lo sé -le acarició la mejilla-. Loca por ti.

Él la besó suavemente, cuidando de no hacerle daño en las heridas.

La miró de nuevo.

– No me puedo creer que los secuestradores no te quitaran el móvil.

– Lo sé. Me quitaron el bolso y chequearon mis bolsillos, pero no repararon en el móvil que llevaba a la cintura. No me fue fácil encontrar el modo de hacer la llamada, pero lo logré. Por suerte tenía tu teléfono adscrito a un único número.

– ¿No te ataron las manos?

– No. Creo que pensaron que era una princesa caprichosa sin recursos.

– Pues estaban muy equivocados.

Ella sonrió.

– ¿Sabes lo que pensaba mientras íbamos en el coche? Que si me mataban no volvería a verte jamás.