La respuesta era clara. Por supuesto que se libraría de él. Solo Karina podría encontrar el modo de garantizar su permanencia.
– Te aseguro que a la duquesa no le vas a gustar en ningún caso, porque no le gusta nadie -le dijo-. Pero la princesa es otra historia.
– ¿Cómo es ella?
– ¿La princesa? -Karina fingió un estremecimiento-. Es fea como un bulldog. Es tonta, carece totalmente de inteligencia.
Él sonrió.
– Se ve que eres muy buena amiga suya.
– Somos como hermanas.
– ¿Cómo hermanas? Ya… -él asintió y la miró con cinismo-. Pues yo he oído decir que es muy hermosa.
Ella hizo un gesto de impaciencia.
– Ya sabes cómo es la gente con las celebridades, les atribuyen belleza y cualidades que no les corresponden. Lo mismo ocurre con la realeza.
– ¿Tú crees?
– Sí. He visto a los hombres mirar a la princesa sin reparar en que es bizca; jorobada y enjuta.
– ¡Pobres dementes! -dijo él soltando una carcajada.
– Exacto -se rio ella también-. La gente puede llegar a estar realmente ciega.
Sus ojos se encontraron y, de pronto, ella se dio cuenta de lo suave y distinto que le resultaba el aire. Se sentía flotar.
– ¿No estarás insinuando que yo también estoy ciego?
– No -le aseguró ella-. Solo quería advertirte sobre la princesa para que estuvieras preparado. No querría que cayeras en sus trampas.
– ¿Por qué? -preguntó él con un noto grave y cadencioso-. ¿Tienes miedo de que me enamore de ella?
Ella se encogió de hombros de un modo tremendamente sugerente.
Algo hacía que se atrajeran peligrosamente, un magnetismo incontrolable. De pronto, parecía imposible que no se besaran. La noche, el sonido del agua, el aroma de las rosas, todo se combinaba para alterar sus sentidos.
Pero Jack sabía que, si se dejaba llevar, cometería el mayor error de su vida. Intentó levantarse, pero ella lo detuvo.
– Quédate quieto -le dijo-. Tienes una miga en la cara.
Acercó su mano cálida hasta el rostro de él y Jack notó cómo se le aceleraba el corazón.
Karina no sabía lo que estaba haciendo, solo sabía que no lo podía evitar. Necesitaba tocarlo.
Con los dedos le quitó suavemente el trozo de tarta, pero luego dejó que las yemas rozaran su piel.
De pronto, su mirada cambió y, por primera,vez en su vida, se sintió objeto del deseo de um hombre.Lo extraño fue que no la asustó, sino muy al contrario. Hizo que se sintiera viva. La palma de su mano se posó sobre la mejilla de Jack y lo acarició, mientras su mirada se centraba em los labios de él. Necesitaba urgentemente besarlo. Lentamente, se fue inclinando hacia él.
Jack gimió anticipando lo que estaba a punto de sentir. Pero recobró la razón justo a tiempo, la sujetó de la muñeca y la detuvo.
– Será mejor que te vayas a casa -le dijo secamente, tratando de controlar su respiración acelerada. Jamás antes se había sentido tan excitado. No sabía cómo había ocurrido tan rápido y tan fácilmente con aquella mujer. Solo sabía que tenía que evitar el peligro que representaba si quería conservar su trabajo.
Estaba claro que ella era inocente, y era precisamente esa inocencia la que lo atraía aún más.
Por eso, iba a tener que evitarla a toda costa.
De pronto, ella se volvió hacia la casa y vio en su ventana la sombra de la duquesa.
– ¡Me tengo que ir! -dijo repentinamente-. La duquesa me está buscando. Buenas noches.
Se despidió con una rápida sonrisa y salió a toda prisa, dejándolo más alterado de lo que jamás se había sentido.
Cinco minutos con aquella mujer habían sido suficientes para pensar en lo bien que se sentiría con ella en la cama. Indudablemente, era el tipo de mujer que tenía la palabra «peligro» escrita en el rostro.
¿Cómo había permitido que ocurriera lo que acababa de ocurrir? No volvería a pasar, porque se aseguraría de no acercarse a Karina.
Capítulo 3
KARINA, ¿puedes dejar de mirarte al espejo? -le dijo la duquesa desde un extremo del vestidor. Se estaban preparando para la primera de una larga lista de fiestas a las que la princesa tendría que asistir.
Tim Blodnick llegaría de un momento a otro para hacer la presentación oficial del nuevo jefe de seguridad. Jack Santini habría de encargarse de que llegaran a su destino sanas y salvas.
– Estás desarrollando un insano hábito de admirarte.
Karina miró una vez más a la impecable mujer que su propio reflejo representaba. Su figura delgada portaba con gran elegancia un vestido azul de seda con un delicado escote adornado de cuentas. Llevaba en la cabeza un pequeño sombrero con velo, cuidadosamente colocado de medio lado. Las perlas, complemento indispensable según su tía, daban el toque final.
Parecía sacada de un libro de historia.
¿Qué ocurriría si un día se atreviera a salir con un suéter y una falda ajustada de cuero? Su tía le formaría un consejo de guerra, estaba segura.
– Primero me dices que cuide de mi imagen y ahora me criticas por hacerlo.
La duquesa se volvió hacia ella y la miró con ojos inquisitivos.
– Es importante dar la imagen adecuada -le dijo-. Pero idénticamente importante es hacerlo sin que parezca que ha habido un esfuerzo. Tu aire real debería fluir naturalmente, como el agua en el rio Tannabee que atraviesa Nabotavia -hizo un elegante gesto con la mano-. La perfección es fundamental y obligada. Pero nunca permitas que los demás noten que te es dificultoso alcanzarla.
Karina sonrió para ocultar que se sentía molesta.
Habría deseado poder quitarse aquel ridículo sombrero y haberlo lanzado por la ventana, haberse podido poner unos vaqueros y una camiseta. Quería ser una mujer normal, como las muchachas que veía desde su limusina.
Pero eso era imposible y su único desahogo era hacer uso de su lacerante lengua.
– Ya entiendo. Tengo que ganarme un premio de interpretación para fingir realeza. Todo mentiras y engaños, pero válidos si no te descubren.
La duquesa hizo un gesto de desprecio y casi de desmayo.
– Eres demasiado vulgar para ser princesa -añadió y miró a su reloj de diamantes-. Espero que el señor Blodnick se dé prisa. Tiene que presentarnos cuanto antes a ese nuevo jefe de seguridad. No me gusta el modo en que ha hecho las cosas con ese hombre. Sabe que necesito dar mi visto bueno antes de que se le ofrezca a alguien un contrato.
Karina se dio la vuelta y trató de parecer inocente. Si su tía se enteraba de que había sido voluntad suya que Jack Santini se quedara, tenía la certeza de que lo despediría de inmediato.
La verdad era que la duquesa habría sido una estupenda «generala», capaz de conquistar tierras y proteger países, pero no entendía el alma humana.
Jamás habría podido comprender lo que había sucedido entre ella y Jack la noche anterior. Aunque, a decir verdad, ni Karina misma lo entendía.
– Karina, ¡no te encorves como si fueras una adolescente!
La princesa se estiró de forma mecánica, acostumbrada a oír lo mismo una y mil veces.
Ese era su modo de sobrellevar el imperativo carácter de su tía. Sabía que la mujer la apreciaba y se preocupaba por ella. Pero, a quien realmente quería era a su tío, pues le había dado ese amor paternal que, como huérfana, necesitaba. La duquesa era la que imponía las reglas, míentras que el duque le había enseñado a silbar y a jugar al escondite en el bosque, era el que le leía cuentos a la hora de dormir, el que siempre llevaba su caramelo favorito escondido en el bolsillo de la camisa, el que la llevaba hasta la cama, cuando se quedaba dormida entre los juguetes.
El teléfono sonó y la duquesa respondió.
– Ya están abajo-le anunció a su sobrina-. Vamos.
Karina dudó, con el pulso acelerado. La ponía nerviosa pensar que iba a ver a Jack, pues temía su reacción cuando descubriera que era la princesa.
No le iba a gustar que lo hubiera engañado.
– Duquesa Irinia Roseanova, permítame que le presente a nuestro jefe de seguridad Jack Santini-dijo Tim Blodnick en cuanto estuvieron en la sala.
Jack se concentró en escuchar a la dama que comenzó a darle instrucciones.
– Este verano vamos a tener un gran número de actividades y entretenimientos que requerirán más seguridad de la habitual.
Continuaron hablando de los planes futuros sin que nada delatara a Karina. Esta observaba a Jack, que iba vestido con unos pantalones negros, una camisa negra y una corbata plateada. Se preguntó si ese sería el nuevo uniforme. Sin duda, le favorecía.
Mientras esperaba, Karina se quitó los guantes. Cuando los presentaran, quería notar el tacto de los labios de Jack sobre la piel y no a través de la tela. Antes de que estuviera preparada, vio que Tim Blodnick se disponía a dar su nombre.
Se aproximaron a ella.
– Según creo ya ha tenido el placer de conocer a la princesa, pero creo oportuno hacer una presentación formal. Princesa Karina Alexandra Roseanova, este es Jack Santini.
Tim se volvió de inmediato a hablar con la duquesa, dejando que Jack y Karina se las arreglaran a solas.
Sus ojos se encontraron y Karina no pudo adivinar qué decían los ojos de su nuevo jefe de seguridad, lo que la intranquilizó aún más.
Ella le tendió la mano izquierda y él bajó los ojos y miró sus dedos largos y delgados.
– ¿Qué se supone que debo hacer con ese tentáculo?
Ella contuvo la respiración. Sin duda él estaba furioso. No podía culparlo. Pero tampoco podía dejar que su tía viera el tipo de relación que había entre ellos, así que alzó la barbilla y respondió, altiva:
– Se supone que debes besármela.
Él le agarró la mano con firmeza y se acercó hasta poder hablarle al oído.
– Más bien te mereces un azote.
La muchacha se ruborizó dé tal manera que Jack estuvo a punto de arrepentirse de lo que había hecho. Pero aquella jovencita necesitaba una lección por haberlo llevado a una situación absurda y haberlo empujado a contarle cosas de su vida personal.
A pesar de todo, había unas formas que guardar y él sabría hacerlo.
Inclinó la cabeza elegantemente y le rozó los dedos con los labios.
– Es un honor para mí conoceros, princesa. Me alegra ver que vuestra bizquera se ha corregido y que ya no os dais golpes contra las paredes. La joroba también parece haber desaparecido -afirmó con tono de agrio sarcasmo.
Pero en cuanto sus miradas se encontraron ella pudo ver que su rabia iba diluyéndose.
Ella contuvo una sonrisa.
– Con la fisioterapia puede que llegue incluso a andar derecha.
La duquesa se volvió hacia ella con el ceño fruncido.
– ¿Ocurre algo, Karina?
Karina sonrió a su tía.
– Nada, duquesa, nada.
La mujer retomó su conversación con Tim.
– Podrías haberme dicho la verdad -reprendió Jack a Karina.
– Lo hice, pero no me creíste.
Tenía razón, por mucho que le pesara admitirlo. Sin decir nada más, ella se encaminó hacia la salida mientras se ponía el guante. Él la miraraba fascinado.
– Pareces sacada de una película de los años cincuenta. ¿Para qué sirve ese sombrero? Ella se lo tocó y sonrió.
– Así se supone que debe vestir la realeza. Es clásico, viene del pasado para llevarme directamente al futuro.
Ella lo miró con una adorable sonrisa en los ojos y él le respondió con otra.
Pero su tiempo a solas había acabado. Tim y la duquesa se aproximaban a ellos. Esta se dirigió a Jack directamente.
– Me alegro de haberlo conocido, señor Santini -dijo en un tono engolado-. Seguro que desempeñará un trabajo impecable si se ciñe a las normas y al plan establecido por mí. Hoy necesitaremos que nos proteja durante toda la tarde. Vamos a la Liga de Damas, donde Karina será la invitada de honor. Ahi dará una pequeña charla sobre la historia de Nabotavia. Pero, aun en un entorno tan benigno, puede haber peligro para ella.
– Muy bien, señora-dijo él-. He asignado a Will Stratro para que las acompañe. Estará esperándolas fuera en este instante.
No tuvo que mirar a Karína para notar su desilusión. Sin duda había pensado que él, personalmente, las acompañaría. Pero tenía hombres preparados para hacer ese trabajo.
– Adiós-dijo ella al pasar a su lado-. Te vas a perder un gran discurso.
Dejó su delicioso aroma flotando en el aire y él lo inhaló sin pensar. Segundos después, se arrepintió de haberlo hecho. Recordar su perfume no hacía sino empeorar los síntomas que le provocaba la memoria del breve encuentro de la noche anterior. Y no quena dar rienda suelta a deseos imposibles. ¡Aquella mujer era una princesa! Como si las cosas no hubieran estado ya lo suficientemente mal de por sí.
Tres días más tarde
– Señor Santini.
Jack se volvió hacia la duquesa, que acababa de informarlo de algunos cambios que quería hacer en el sistema de alarma. Él regresó a su lado.
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