– La princesa tiene una cita con una firma de diseño de moda en Goldmar a las dos. Irá sola, porque yo tengo visitas. Necesita protección.
Jack apretó los dientes. Ninguno de sus guardas estaba disponible.
– Me temo que no tengo hombres…
– ¡Pues usted irá con ella! -dijo la mujer con impaciencia-. Proteger a la princesa es su prioridad número uno.
Jack lo sabía mejor que nadie. Había sido informado del peligro que los rebeldes representaban para la Familia Real en general y para Karina en particular. El país estaba pasando por un período turbulento, y cada vez parecía más cercana la implantación de una monarquía constitucional.
Pero tener constancia de todo eso no hacía que deseara acompañarla y, menos aún, a solas. Solo le quedaba rezar para que la cita fuera cancelada.
– Por supuesto, señora. Estaré listo a la una y media.
Desde el día de su presentación oficial, Jack había encontrado el modo de evitar a Karina. Parecía estar adquiriendo un instinto especial para reconocer cuándo iba a aparecer o a encontrarse en una situación difícil. Sabía que mantener la distancia era primordial para evitar la tentación.
El peor momento había tenido lugar un par de días atrás, durante una reunión de Nabotavios exiliados que habían ido a visitar a la familia.
Entre ellos había dos muchachas de la misma edad de Karina y, las tres juntas, habían decidido darse un baño en la piscina.
Él se había permanecido al margen hasta que, al salir de la oficina, se había encontrado con el maravilloso espectáculo de Karina en bañador. Por suerte, ella estaba de espaldas y… Totalmente ajena a su presencia y a la respuesta. que sus atributos varoniles habían dado a su impresionante belleza.
Lucía tan hermosa e inocente, con aquella piel dorada y el pelo rubio enmarcando su rostro. Su cuerpo delgado era perfecto, con los senos turgentes danzando bajo la apretada tela del bañador y unas piernas largas y bien formadas.
Había sentido un deseo incontrolable nacerle dentro y lo había apaciguado como había podido, marchándose de allí a toda prisa, sin dejar de maldecir su suerte.
Pero la imagen lo había envenenado y noparecía tener antídoto.
Aquella tarde tendría que enfrentarse a ella a solas y le daba miedo.
A la una y media, hora concertada, se encontró con ella a la puerta de la casa. Karina sonrió y entró en el Cadillac, invitándolo a sentarse a su lado.
Él no pudo sino seguir su mandato, y se situó junto a ella, mientras trataba con todas sus fuerzas de olvidar que, a su lado, estaba el cuerpo que había visto días antes.
Viajaron en silencio, mientras él mantenía la mirada fija en la carretera, hasta que ella le preguntó:
– ¿Por qué me odias?
Él la miró confuso y se encontró con sus ojos fijos en él.
Jack se volvió de nuevo hacia el conductor y se preguntó si la mampara de cristal que los separaba insonorizada el habitáculo.
Karina respondió a su tácita pregunta.
– No puede oírnos. Está medio sordo. Pero puede ver perfectamente y le contará todo lo que vea a mi tía, de eso puedes estar seguro.
«¡Muy tranquilizador!», pensó Jack.
– No te odio-le respondió, moviendo los labios lo imprescindible y con la cara en dirección a la ventana.
– Me has estado evitando como si fuera la peste.
– No te evito. Solo trato de hacer mi trabajo.
– Pensé que podríamos ser amigos -su voz tembló ligeramente.
– Karina… quiero decir, princesa, perteneces a la realeza. Yo no soy más que un sirviente, un. empleado. Estamos en dos niveles muy diferentes. Es difícil que lleguemos a ser amigos.
Aquella respuesta encendió su rabia.
– ¡Cómo puedes decir algo así! Vivimos en un país en el que todos somos iguales.
El frunció el ceño.
– Pero siempre hay jerarquías, aunque la gente finja que no. Tienes que ser realista.
En pocos minutos llegaron a un exclusivo bloque de apartamentos. El chófer, el señor Barbera, detuvo el coche ante la entrada. El portero abrió la puerta y, sin decir nada más, Jack salió. Se volvió hacia Karina y la ayudó a bajar. Le hizo al conductor una seña de que podía marcharse y se dirigieron al edificio.
– No te estoy pidiendo que te cases conmigo – le dijo ella-. Solo que seas mi amigo.
Se detuvieron ante el ascensor esperando a que llegara.
– Tú sabes que quieres algo más que un amigo-dijo él suavemente, asegurándose de que nadie lo oía.
– ¿Cómo sabes lo que yo quiero? -preguntó ella con aquellos ojos inmensamente azules muy abiertos.
El dudó. No era momento ni lugar para discutir. Pero una vez iniciado el tema era difícil abandonarlo sin más.
– Las vibraciones que hay entre tú y yo hablan por sí mismas -le dijo él.
– ¿Vibraciones? -dijo ella en un tono de voz más alto del adecuado.
Al entrar en el ascensor, Jack marcó el piso. Empezaba a temer que ella estaba dispuesta a seguir con aquella conversación sin importarle quién estuviera escuchando.
– Sí, vibraciones-dijo él cuando se cerraron las puertas-. Tú las sientes y yo también. Si pasamos mucho tiempo el uno al lado del otro, algo acabará por pasar.
Los ojos de ella parecieron más grandes que nunca.
– ¿Tú crees? -preguntó ella suavemente.
– Sí -Jack quería tomarla en sus brazos. Había algo tremendamente vulnerable en su mirada. Quería darle calor, reconfortarla, decirle que no se preocupara, pero no podía hacerlo.
Las puertas se abrieron y se encontraron a la entrada de la sala de exhibición.
Una elegante mujer estaba en la puerta.
Karina tomó a Jack de la mano.
– No discutamos más, limitémonos a disfrutar de la tarde.
– Me quedaré atrás hasta que…
– ¡No, por favor! Quiero que estés a mi lado-su sonrisa resplandeció-. Ninguno de los presentes sabe que soy una princesa. Piensan que soy otra niña malcriada de Beverly Hills. No les extrañará que venga con mi novio. Les parecerá perfectamente normal.
Él negó con la cabeza.
– No creo que sea buena idea.
– Por favor…
Él miró aquel bello rostro y tragó saliva. No podía negarse.
– De acuerdo.
Ella sonrió aún más.
– Fantástico.
Y lo guió hacia la puerta.
Capítulo 4
LAS azafatas de la sala donde se realizaría el pase privado condujeron a Karina a una mesa que había sido especialmente preparada para ella justo delante del escenario.
– Desde aquí tendrá usted una estupenda vista, señorita Roseanova -dijo una mujer fría y eficiente-. Su tía nos ha pedido que le mostremos un cierto número de trajes de la colección pero, si lo prefiere, podemos limitar el número.
– ¡No, no es necesario! Quiero verlos todos. También querríamos que nos sirvieran té con unas pastas, ¿verdad? -dijo mirando a Jack y volviendo a la mujer-. Gracias.
Jack se inclinó sobre ella.
– ¿Qué demonios estás haciendo? -le murmuró él.
– Cuanto más dure el pase más tiempo tendremos para hablar.
– Hablar no es parte de mi trabajo -le recordó él.
– Quizá no. Pero mantenerme contenta sí lo es.
Su rostro se oscureció y ella se dio cuenta inmediatamente de que había hecho el comentario equivocado.
Se mordió el labio inferior y volvió el rostro hacia la pasarela. Acababa de parecer una mocosa inmadura y se arrepentía. Se prometió a sí misma que jamás volvería a contestar así. Mientras trataba de encontrar un modo de retractarse de sus palabras, dio comienzo el pase.
La modelo hizo una pausa delante de ellos, pero no pudo evitar que su mirada se centrara en Jack. Karina soltó una leve carcajada, asintió a la modelo y luego a la encargada, que apuntó su orden en la hoja de pedido.
– ¿Las mujeres siempre te miran así?
Él levantó una ceja, inocente.
– ¿Así, cómo?
– Sabes exactamente cómo.
La siguiente modelo ya estaba en la pasarela.
Una suave música creaba una agradable atmósfera, pero Karina apenas si la notaba. Su mirada estaba fija en él. Jack, por su parte, parecía más pendiente de su entorno que de la princesa.
Karina habría deseado hacer algo para que le prestara más atención, pero contuvo su impulso. Quería que la respetara tanto como que la atendiera, así que concluyó que era mejor comportarse con la dignidad que le correspondía.
Pasado un rato, la encargada anunció un descanso y el té con pastas fue servido en tazas de porcelana china con cubiertos de plata.
Karina dio un sorbo al cálido brebaje y miró al hombre que tenía a su lado.
– Estás realmente aburrido, ¿verdad?
– Jamás podría aburrirme a vuestro lado, princesa -respondió él suavemente, en un tono jocosamente engolado.
Y era verdad en cierto modo. Aunque reconocía que un pase de modelos no era su idea de diversión. Acompañar a una princesa caprichosa era una rutina muy distinta a la que desarrollaba durante sus días en el cuerpo de policía.
– Pero ¿sabes lo que sí es realmente aburrido? La ropa que estás viendo. No sabía que todavía hubiera lugares que vendieran la moda que llevaba mi abuela en su juventud.
Karina suspiró.
– A mi tía le gusta mantenerme bien anclada al pasado.
Jack la miró unos segundos.
A él no le agradó el comentario.
– Tú has sido la que me ha pedido consejo.
– Sí, tienes razón. Por favor, continua.
Él se hizo esperar unos segundos pero, finalmente, continuó.
– De acuerdo. Si alguien quiere besarte, está en tu mano valorar cuando quieres decir que sí o que no.
– ¿Y si decido que quiero besarlos a todos?
– ¡No! -respondió él frenéticamente-. Porque un beso no es solo un beso.
Ella lo miró interrogante.
– ¿Qué es?
– Es una invitación, una proposición. Es el modo en que una mujer abre la puerta a su alma.
Ella lo miró sorprendida.
– ¿Un pequeño beso puede hacer eso?
– Sí.
Ella lo miró fijamente y, de repente, comenzó a entender sus consejos. Sintió un poco de ese poder del que él hablaba y notó que a él le gustaba. Era un sensación embriagadora que la incitaba a pensar en cosas que no había pensado antes…
De pronto se levantó y se situó a su lado.
– Creo que deberías besarme ahora -le insinuó suavemente.
Él la miró confuso unos instantes, pero pronto reaccionó.
– No quiero besarte.
Karina sonrió ligeramente.
– Claro que quieres -dijo ella-.Me gustaría que fuéramos totalmente honestos. Yo sé que quieres besarme y yo estoy ansiosa por que lo hagas. ¿Qué nos lo impide?
Él pensó en darse la vuelta y apartarse de ella. Pero ya no podía. Estaba demasiado cerca, su aroma llenaba sus sentidos y lo inmovilizaba.
– Princesa… ¿No podemos hacer esto?…
– Jack -dijo ella-. Si no me besas tú, alguno será el primero. Yo quiero que seas tú.
– Bueno… solo un beso pequeño, uno rápido… sin tocarte…
Ella se puso las manos detrás de la espalda y él apretó los puños y dejó los brazos caer a lo largo de su cuerpo.
Karina cerró los ojos.
Lo primero que la sorprendió fue que sus labios fueran tan suaves. Era un hombre duro y fuerte y, sin embargo, sus labios eran suaves. Sintió un calor intenso que subía por su cuerpo como el humo, mientras el fuego ardía en sus venas. Cada nervio estaba alerta, preparado para el ataque inminente.
Mantuvo las manos atrás, pero se arqueó ansiosa de sentir sus senos contra los de él. Al mismo tiempo, sus labios se abrieron y la punta de la lengua de él los tocó. Él se sobresaltó y se apartó de ella.
– No era mi intención hacer eso -comenzó a decir. Luego, maldijo y se dio la vuelto exasperado.
Ella se quedó de pie, con el rostro iluminado, los labios entreabiertos y dejando adivinar que quería más.
Él parecía consternado.
Se volvió hacia ella con resolución.
– Vamos a hablar las cosas claramente y a enfrentarnos a una serie de hechos -le dijo él en un tono casi acusatorio-. Tú eres una princesa, perteneces a una élite. Yo soy un don nadie, que no viene de ninguna parte y que no tiene nada.
Ella parpadeó.
– Jack…
– De hecho, estoy en este trabajo solo porque me han suspendido temporalmente de empleo y sueldo en la policía, y no sé aún si será definitivo.
Aquella sí era una nueva noticia para ella. No sabía ni qué decir.
– Pero eso no importa, Jack. Yo sé qué tipo de hombre eres tú.
– ¿Lo sabes? -él negó con la cabeza-. Si ni siquiera lo sé yo. Tú sabes de dónde procedes. Tienes libros enteros con tu árbol genealógico. Yo no sé nada de mi pasado, excepto que, por algún lado, hay un italiano o italiana entre mis antepasados. He crecido sin historia, sin raíces y sin dinero -habría querido añadir «sin amor», pero no lo hizo-. Tú sabes que no hay ninguna posibilidad de que llegue a haber algo entre nosotros.
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