Jack disfrutaba también de aquellas escapadas, aunque, a la larga, resultaban más una agonía que un éxtasis. La relación iba haciéndose cada vez más profunda y compleja.

El modo en que sus cuerpos reaccionaban cuando estaban cerca lo instaba a ir cada vez un poco más lejos y tenía que luchar desesperadamente por no cometer ninguna tontería y acabar besándola.

Hablaban de todo con total compenetración y Jack tuvo que reconocer que nunca se había sentido tan próximo a nadie.

Solo necesitaba hablar con ella para que esa cercanía se hiciera patente.

También deseaba su cuerpo, con una fuerza a veces difícil de controlar. Pero sabía que tenía que poner freno a sus impulsos. Dejarse llevar no haría sino complicar las cosas aún más.

Un día, en el parque, Jack estuvo contándole cómo al regresar de un campamento de verano, se había encontrado con que la familia que lo acogía se había mudado sin decirle nada. Había dormido en la calle durante semanas hasta que los servicios sociales le buscaron otro hogar. Era curioso, pero hacía muchos años que no había pensado en aquello y, desde luego, no se lo había contado a nadie. Por algún motivo, Karina lo incitaba a abrirle su alma.

Generalmente, la conversación siempre acababa volviendo al tema del matrimonio.

– ¿Tu tía y tú ya habas decidido quién va a ser el afortunado? -preguntó él una mañana, mientras estaban tranquilamente sentados bajo un roble-. ¿Va a ser Boris?

Ella se sentó y suspiró.

– No lo sé. Sé que todo el mundo quiere que elija al conde. Pero jamás podré amarlo.

– ¿No?

– No.

Jaek no pudo evitar una profunda satisfacción al oír sus palabras. En el silencio quedaba dicho quién era la persona a la que ella podía amar. Él miró al horizonte, secretamente feliz, pero pronto lo conmovió una esperada melancolía. El verano estaba a punto de terminar. En cuestión de pocas semanas aquella mujer había despertado en él sentimientos desconocidos hasta entonces. Era especial para él y, probablemente, siempre lo sería. «Y, sin embargo, pronto acabaría aquel sueño.

Solo días antes había recibido la notificación de que el juicio tendría lugar el día antes de la última fiesta. Sus respectivos futuros serían decididos casi a la vez.

Él sabría si sería readmitido en el cuerpo de policía y ella quién sería el hombre que, finalmente, la hiciera suya, dejando a Jack de lado.

La melancolía se convirtió en una náusea.

Tenía la sensación de que iba a perder algo muy preciado cuando, en realidad, nunca lo había tenido. No le pertenecía a él, sino al pueblo de Nabotavia. Los dos habían sabido eso desde el principio.

Probablemente, acabaría casándose con el conde Boris y regresando a su tierra.

Mientras tanto, si Jack tenía suerte y recuperaba su trabajo, volvería a su solitario apartamento en Wilshire.

Pero ¿y si no podía volver a la policía, qué sucedería entonces? Había habido momentos en los que había llegado a pensar que ese sería el fin de su vida, que todo perdería sentido. Pero ya sabía que había cosas más importantes. Al conocer a Karina su vida y sus expectativas habían cambiado radicalmente. Le había abierto una ventana a un mundo que ni siquiera sabía que existía. ¿Acaso esa ventana volvería a cerrarse otra vez? Quizá emprendería otro camino después de aquello. Aún no lo sabía. Pero no quería pensar.

Miró a Karina. El sol hacía que sus ojos brillaran con tal intensidad que iluminaban su bello rostro. Le parecía tan encantadora y hermosa que a veces su visión le resultaba dolorosa. Aquello no era normal. No había sentido nada parecido por ninguna mujer antes. Claro que nunca había conocido a nadie como Karina.

– ¿Así que aún no estás convencida de comprometerte con Boris?-preguntó él, incapaz de mantenerse al margen.

Ella negó con la cabeza.

– No me ama.

– ¿Cómo lo sabes?

– Por el modo en que me mira -sonrió de lado-. Soy como un coche que está pensando en comprar porque puede quedar bien al volante -él se rio y ella Continuó-. Cualquier día empezará a darme patadas en las ruedas, para ver cómo están.

– ¡No voy permitir que nadie te dé patadas en las ruedas a mi chica!

«Mi chica», se oyó a sí mismo decir, y notó que ella se estremecía de placer. Él trató de sonreír, pero le costó.

El verano pasaba demasiado deprisa y, cuando terminara, iban a ocurrir demasiadas cosas.

La tomó en sus brazos y la tuvo así hasta que llegó la hora de marcharse. Le resultó difícil apartarse de ella. Le gustaba su calor, su suavidad, y le producía una agradable sensación de placer.

Una semana antes de la fiesta, dos de los hermanos de Karina fueron a visitarla.

Los preparativos de la llegada revolvieron toda la casa. Las criadas limpiaron y abrillantaron todo con esmero, el cocinero preparó algo especial y exclusivo y el señor Barbera dejó relucientes todos los coches.

El recibimiento de los jóvenes príncipes se hizo con todos los honores, reuniendo al servicio pulcramente ataviado ante la puerta. Los dos atractivos jóvenes hicieron su entrada triunfal en la casa.

Karina se lanzó a sus brazos con entusiasmo, haciendo caso omiso de las formas y el protocolo. Adoraba a sus hermanos.

Los dos eran mayores que ella y habían sido educados en distintas partes del país. Pero el lazo que los unía los mantenía cercanos a pesar de todo.

Pasaron horas hablando formalmente con el duque y la duquesa, hasta que esta se llevó a los dos hermanos a ver los jardines.

Karina, mientras tanto, se encaminó a la cocina a ver cómo iba la comida.

Al cabo de un rato, cuando todos parecían haber cumplido con sus obligaciones sociales, salieron juntos al jardín, riendo y comportándose como niños. Se sentaron a charlar amigablemente, sin que la duquesa estuviera presente para reprenderlos por sus modales.

Después de un rato, su hermano Garth se fue a ver a los perros y Marco se quedó con Karina.

– ¿Qué es lo que he oído de ese tal Jack Santini? -le preguntó muy serio.

Ella se quedó desconcertada por la pregunte y se ruborizó ligeramente.

– Dependiendo de quién te haya hablado de él lo que hayas oído será bueno o malo.

– La duquesa me ha dicho que considera que ese hombre es una mala influencia para ti.

– ¡Una mala influencia! -Karina se rio, tratando de disimular así el temblor de sus manos. Marco era el mayor de los hermanos y la única figura autoritaria que realmente respetaba. Le importaba demasiado lo que pensaba de ella-. Ya conoces a nuestra tía. Siempre exagera las cosas.

– Sé que es cierto. Pero también sé que si ella piensa que hay un problema, puede que lo haya.

– Venga, Marco… -dijo ella y lo miró claramente descompuesta.

– ¿Qué sucede exactamente? ¿Tienes algún tipo de relación con ese hombre?

Ella alzó la barbilla, muy digna.

– Sí, una relación que se conoce con el nombre de «amistad»-respondió-. Sé cuál es mi obligación, hermano, y voy a cumplir con ella.

El principe Marco había sido quien más había inculcado en ella el concepto de «responsabilidad» desde su más tierna infancia. Él era el primero que ponía en práctica sus principios. Su adorada esposa había muerto hacía dos años, dejándolo solo con dos niños. Había optado por contraer matrimonio por segunda vez con una princesa de una facción opuesta para facilitar el retorno de la monarquía. Karina sabía el dolor que había supuesto para él tener que pensar en casarse cuando aún no se había recuperado de la pérdida. Pero Marco siempre pensaba en qué era lo mejor para los demás. Le admiraba por ello y no lo decepcionaría.

– Esta tarde, antes de la fiesta, he convocado una reunión. En ella discutiremos quién es el mejor candidato para desposarte. Ha llegado el momento de que tomemos una decisión. ¿Te atendrás a lo que dispongamos?

– Por supuesto -dijo ella con la cabeza bien alta y las mejillas coloreadas-. Para eso he nacido y he sido educada. Haré lo que se espera de mí. Estoy preparada para desempeñar el papel que me corresponda en la restitución monárquica. Es mi destino.

– Bien. Me alegro de que hayas superado aquella fase de rebeldía adolescente.

Ella lo miró fijamente.

– Marco, hace mucho que dejé de ser una adolescente y me convertí en una mujer.

– Sí, puedo verlo. Eres, además, una mujer muy hermosa -le tomó las manos-. Princesa Karina, sé que nuestros padres estarían muy orgullosos de ti.

– Me alegro de que pienses eso -los ojos se le llenaron repentinamente de lágrimas-. Los echo mucho de menos.

Él la abrazó con fuerza.

– Karina, Karina, vaya vida has tenido que llevar. Lo siento. Siento no haber podido estar a tu lado, no haberte podido ayudar. Pero todo ese sacrificio habrá valido la pena cuando regresemos triunfales a Nabotavia.

– Supongo que tienes razón -dijo ella-. Confío en ti.

Su otro hermano, Garth, era muy diferente. Carecía de la reserva y seriedad del mayor, siendo mucho más impulsivo y vividor. A pesar de que afirmaba estar preparado para regresar a Nabotavia, Karina notaba ciertas reticencias. No le había dicho nada claramente, pero sí captaba las respuesta irónicas con las que aplacaba los excesos románticos que Marco hacía respecto al regreso.

Garth se dio cuenta desde el primer momento qué tipo de ralación había entre Jack y Karina. No obstante, eso no impidió que el príncipe y el guardaespaldas llegaran a trabar una inesperada amistad. Mientras Marco lo trataba con sospecha y mucha reserva, Garth lo consideraba un amigo con el que podía tener una relación de igual a igual. Tanto era así que Karina tuvo incluso que reprenderlo para que dejara que Jack hiciera su trabajo.

Garth no hacía sino alagar la labor del jefe de seguridad.

– Debo decir que estoy impresionado con las medidas que has adoptado. Esto parece un lugar diferente -le dijo un día mirándolo interrogante-. Nos vendría bien tener a alguien como tu en Nabotavia. Vamos a empezar desde cero en todo lo relativo a las fuerzas de seguridad. He estado estudiando las nuevas técnicas y estrategias. Si tienes tiempo, me gustaría comentarlas contigo para ver qué opinas. Karina los observaba, orgullosa de ambos. Le gustaba que su hermano estuviera tan abierto a nuevas ideas y apreciaba enormemente que un miembro de su familia reconociera la valía de Jack.

Garth llegó a proponerle a Jack que considerara la posibilidad de ir a trabajar a Nabotavia para ellos. La idea provocó una inicial excitación en Karina.

Más tarde, le preguntó a Jack sobre ello.

– ¿Has pensado sobre la propuesta de Garth de ocuparte de la seguridad en el castillo de Nabotavia?

Él se volvió hacia ella lentamente y la miró con los ojos cargados de emoción.

– No -dijo simplemente.

No tuvo que aclarar más. Ella supo inmediatamente lo que quería decir. Tenerla a su lado sin poder estar juntos sería una pesadilla. Karina sabía que tenía razón. Por supuesto, la respuesta debía ser «no».

La presencia de sus hermanos hacía que el regreso a Nabotavia resultara mucho más próximo y real. Toda su vida había escuchado lo hermoso que era su país, con aquellas montañas nevadas y bellas cascadas de agua. Su tío le había contado que la capital, Kalavia, había sido como una ciudad de cuento antes de la revolución. ¿Sería aún así?

Esperaba que lo fuera. Y, si no lo era, daba igual. Sus hermanos y ella se encargarían de devolverle su esplendor. Ese era su cometido en la vida.

Capítulo 9

EL día de la gran fiesta estaba cada vez más próximo. Pocos días antes, Karina se levantó una mañana con un pensamiento totalmente nuevo.

– ¿Por qué tengo que casarme? Vivía en una nueva era en la que las mujeres no estaban obligadas a actuar como lo hacían cientos de años atrás. Solo porque fuera a regresar a un país con costumbres atrasadas no implicaba que ella tuviera que atenerse ciegamente a ellas. Quizá podría planteárselo así al resto de la familia y ver cómo reaccionaba.

Pero no, no lo admitirían. No obstante, tendría que recapacitar sobre ello.

Cuando llegó la noche ya había concluido que no se trataba de negar el matrimonio, sino que el único hombre con el que se querría casar era Jack. Pero eso era absolutamente imposible. Su vida era tan diferente a la de ella.

Karina no podía aspirar a vivir en una pequeña casa con un diminuto jardín como una persona normal. Siempre necesitaría protección, porque siempre habría gente dispuesta a secuestrarla.

Tampoco podría llevarse a Jack a Nabotavia. El sistema no admitiría que la princesa se casara con su guardaespaldas.

Así que la única opción que le quedaba era no casarse. ¿Qué opinaría su familia de semejante propuesta? Podía imaginárselo y no le gustaba la respuesta.

Tenía que encontrar una solución y solo le quedaban dos días.