Julian llegó en el Mercedes 600 que su suegro había insistido en regalarle. Era un coche imposible, necesitado constantemente de reparaciones, pero muy hermoso, y cabían todos sus hijos. Consuelo sostuvo las manos de las dos niñas y Julian la ayudó a bajar. Las niñas lo siguieron, riendo felices, como solía hacer su padre de pequeño. Julian bromeaba con Max, que ya tenía nueve años y era muy guapo. Y, al volverse, pudo observarse el abultado vientre de Consuelo, que indicaba un embarazo ya bastante avanzado. La criatura nacería en otoño. Sería su tercer hijo en cuatro años. Habían estado muy ocupados.

Y por último llegó Xavier, con la mochila sobre el brazo, en un viejo jeep que había tomado prestado en alguna parte. Mostraba un intenso bronceado y se había convertido ya en un hombre fuerte y recio. Sarah lo miró, abrumada por los recuerdos. Si se le acercara un poco más, habría pensado que era William que acudía a su lado.

Ahora, mientras los miraba a todos, pensó en él, en la vida que compartieron, en el mundo que habían construido, los hijos a los que habían amado, y que habían salido al mundo por su propio pie, habían tropezado, y se habían vuelto a levantar por sí mismos. Todos ellos eran personas fuertes, buenas y queridas. Algunos más que otros; a unos resultaba más fácil comprenderlos, o amarlos. Pero ella los quería a todos. Y al pasar de nuevo ante la mesa donde estaban las fotografías, se detuvo para contemplarlas… William…, Joachim y Lizzie… Ellos también estaban allí, en su corazón. Siempre estarían. Luego, había una fotografía de ella, en brazos de su madre…, recién nacida… hoy hacía ya 75años.

Increíble. Resultaba extraño comprobar qué rápido pasaba todo, cómo volaba el tiempo…, con lo bueno y lo malo, lo débil y lo fuerte, las tragedias y las victorias, las pérdidas y ganancias.

Oyó una suave llamada en la puerta de la habitación. Era Max, que venía acompañado de sus dos hermanas pequeñas.

– Te estábamos buscando -dijo con excitación.

– Me alegro mucho de que hayáis venido -dijo Sarah sonriéndole.

Caminó hacia él, con aspecto orgulloso, alta y fuerte. Lo levantó en alto para darle un fuerte abrazo, y luego besó a sus dos hermanas.

– ¡Feliz cumpleaños! -gritaron al unísono.

Levantó la mirada y vio a Julian ante la puerta, y a Consuelo…, a Lukas y a Isabelle, a Phillip y a Yvonne, a Xavier… Y si cerraba los ojos, todavía podía ver a William. Aún podía sentirlo allí, con ella, como siempre había estado, a su lado, en su corazón, en cada momento de su vida.

– ¡Feliz cumpleaños! -gritaron todos al mismo tiempo.

Y ella les sonrió, incapaz de creer que aquellos 75preciosos años hubieran podido pasar tan rápidamente.

Danielle Steel


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