Envidiaba ese vínculo. Vidas entrelazadas, lazos reforzados por años de amor. Se preguntó cómo sería tener tanto, saber que siempre habría alguien a quien acudir cuando lo necesitara.
– Bella, ¿te encuentras bien?
– Sí. Simplemente… me has sorprendido. Eso es todo.
– ¿Por qué? ¿Porque tengo familia?
– No. Por lo mucho que los quieres.
– ¿Te sorprende saber que quiero a mi familia?
– Jamás me pareciste… No importa.
– Bueno, pues si estas fotografías te han impresionado, deberías saber que aún tengo más,
– ¿Más?
– Muchas más en mi casa. Aquí me he quedado sin espacio en la pared.
– Esto no es justo.
– ¿El qué?
– Creía que te tenía etiquetado -admitió ella-. Que eras un ladrón de la vida moderna que avanzaba tomando lo que deseaba sin disculparse.
– Pues te equivocas. Claro que persigo lo que quiero y no dejo que nadie me detenga para conseguirlo.
Se acercó a ella hasta que lo único que los separó fue unos cuantos centímetros y la firme resolución de Bella.
Ella sintió cómo el calor emanaba del cuerpo de Jesse. Resultaba tan tentador dejarse llevar, permitirle que cerrara el espacio que los separaba para poder sentir por fin el alto y fuerte cuerpo de él contra el suyo… Los recuerdos de la única noche que habían pasado juntos seguían siendo demasiado vivos. Podía lanzarse sobre él, pero sabía que, si lo hacía, se perdería para siempre. Por eso, hizo lo único que era capaz de hacer. Dio un paso atrás, mental y físicamente.
Jesse suspiró.
– No tienes que tener miedo de mí, Bella.
– No lo tengo. Sólo estoy siendo cauta.
– Ser cauteloso está bien. Sólo significa que uno se toma su tiempo, pero que, cuando se está seguro de dónde se va a poner el pie, se avanza sin vacilar.
Bella sabía de lo que él estaba hablando. No había mucho que leer entre líneas. Jesse la deseaba y ella lo deseaba también. ¿Qué le había reportado aquello? Una noche de gloria y tres años de tristeza. ¿Estaba de verdad preparada para enfrentarse de nuevo a esa clase de dolor?
Jesse King no era la clase de hombre de los que pensaban en el «para siempre». Y Bella no era la clase de mujer que se conformaba con algo temporal. Los dos no coincidirían nunca.
– ¿Por qué no sales alguna vez a cenar conmigo?
– ¿Cómo dices?
– A cenar. Ya sabes, se considera habitualmente la última comida del día.
– No sé si eso es buena idea.
– A mí me parece una idea genial -replicó él, cerrando de nuevo la distancia que los separaba-. Has recorrido mi empresa. Has visto que el lugar no es un taller clandestino. Mis empleados son felices y están bien pagados. Debo de ser un jefe bastante decente, ¿no te parece?
– Sí…
– Además, no resulta muy difícil pasar tiempo conmigo, ¿verdad?
– No…
– Por lo tanto, salimos a cenar. Charlamos…
– Jesse, sigo sin querer venderte mi negocio.
Jesse la interrumpió. Le colocó las manos en los hombros y dejó que ella sintiera cómo el calor de la piel traspasaba la suave tela de la camisa.
– En estos momentos no estoy hablando de negocios. Te deseo, Bella. Llevo tres años deseándote -susurró, dejando que su mirada la recorriera de la cabeza a los pies como si se tratara de una caricia-. Demonios, llevo tres años soñando contigo. Tú también me deseas. Lo noto cada vez que estamos juntos.
– Yo no siempre hago lo que quiero -le dijo. No hacía más que pensar que debía ser fuerte. Que no debía ceder, pero, desgraciadamente, su cuerpo no escuchaba.
– Deberías hacerlo, pero ya hablaremos de eso en otra ocasión. En estos momentos, tengo un trato que proponerte.
– ¿Qué clase de trato? -preguntó ella con cautela.
– Uno muy sencillo. Perfecto para los dos. Tú crees que me conoces, ¿verdad?
– Demasiado bien.
– Sí. Bueno, yo creo que te equivocas y estoy dispuesto a apostarme algo en ello. Si consigo mostrarte algo sobre mí que te deje verdaderamente atónita, nos acostaremos juntos. Otra vez.
Esa palabra de cuatro letras, sexo, conjuraba en ella tantas emociones y necesidades que Bella casi no podía respirar debido al efecto estrangulador que le producía en los pulmones.
– Un momento…
– Vamos, Bella. Tú misma has dicho que sabes exactamente qué clase de hombre soy.
– Sí, pero… Con esto ya me has sorprendido -dijo ella señalando las fotos que había en la pared.
– Porque amo a mi familia -replicó él, como si no pudiera creer que algo así hubiera podido sorprenderla-. Sin embargo, yo no estoy hablando de sorpresa, sino de shock. Sí te dejo atónita, tú te acuestas conmigo. Otra vez.
– Deja de decir "Otra vez».
– No hay razón para fingir que te sientes insultada o algo así -observó él-. Ya nos hemos conocido físicamente en una ocasión. Lo único que te estoy diciendo es que sería realmente agradable volver a conocernos otra vez.
– Estoy segura de que lo estás haciendo a propósito. Para recordármelo.
– Tienes razón. ¿Y está funcionando?
Bella estuvo a punto de gritar que así era. Se sentía tan fuera de su elemento allí… Jesse King era un seductor de campeonato. Podía hacerlo en sueños, pero ella se sentía completamente perdida. No sabía entrar en el juego de la seducción. Su juego era más bien el de la sinceridad y la honradez. No obstante, decidió mirarlo a los ojos y no dejarle ver lo asustada que se encontraba. No quería que Jesse pensara que tenía miedo de aceptar el trato.
– Ya sé lo que saco de este trato si pierdo, pero, ¿qué consigo si gano?
Jesse frunció el ceño. Luego, sonrió.
– Si yo no consigo dejarte completamente atónita, y tú tienes que ser sincera al respecto, dejaré de insistir sobre lo de que me vendas tu negocio.
Vaya. Bella jamás se había imaginado algo así. Era demasiado fácil. Jesse la estaba contemplando con una sonrisa en los labios. Evidentemente, creía que podía ganar fácilmente aquella apuesta. ¿Acaso no le había dicho que los King jamás esperan perder?
Pensó en lo satisfactorio que le resultaría dejarlo en evidencia. Derrotarlo en el trato que él mismo le había propuesto. La oportunidad de algo así resultaba demasiado atractiva como para rechazarla. Además, estaba convencida de que él jamás podría dejarla atónita. Sabía exactamente quién era Jesse King.
– Está bien. Trato hecho.
– El viernes por la noche. La cena y la apuesta.
– Sí. El viernes -dijo ella. Entonces, levantó la barbilla y extendió la mano.
– ¿Quieres que te estreche la mano?
– Sí, claro.
– Pues no.
De repente, agarró la mano que Bella le ofrecía y tiró de ella. La estrechó tan íntimamente contra su cuerpo que Bella pudo notar todo el contorno de su cuerpo, por no mencionar una parte en concreto que no dejaba duda alguna sobre cómo se sentía él en aquellos momentos. Bella levantó la mirada y contuvo el aliento al ver que el bajaba la cabeza. En el momento en el que sus labios se unieron, todo pareció detenerse a su alrededor. Definitivamente, ella dejó de respirar.
Lo más importante de todo fue que no le importó. Todas las células de su cuerpo parecieron cobrar vida. La sangre le palpitaba en las venas frenéticamente, Jesse la besó con un gesto duro y apasionado, que la hizo vibrar como si se tratara de unos fuegos artificiales sin control. Se sintió viva, expectante. Jesse enredó la lengua con la suya y la pasión se apoderó de ella, empujándola a una especie de espiral en la que nada era como debía ser y todo brillaba con nuevas posibilidades.
Jesse le dio un apetito que alimentó.
Le dio una pasión que prendió.
Le dio un deseo que nutrió.
Bella se aferró a él, apretándole contra su cuerpo, gozando con el contacto de la rígida prueba de su deseo. Mientras su cerebro se cerraba por completo, su cuerpo cantaba, ella sólo podía suplicar que Dios la ayudara si perdía el trato que los dos acababan de cerrar.
Capítulo Siete
Durante los siguientes días, Bella trató de olvidarse de Jesse y del beso que los dos habían compartido, lo que no le resultó nada fácil. Demonios, la noche que pasó con él hacía ya tres años seguía aún fresca en su mente.
La ayudaba mantenerse activa. Eran los momentos de relax lo que más le fastidiaban. En el momento en el que el cerebro se relajaba, comenzaba a pensar en Jesse y el cuerpo no le andaba a la zaga.
A lo largo de los años, casi había podido convencerse de que los besos de Jesse no eran tan maravillosos como ella creía. Sin embargo, habían bastado unos segundos en su despacho para darse cuenta de que se estaba engañando. Aquel beso había sido tan maravilloso como los que Jesse le había dado tres años atrás. La piel aún le vibraba. Ya era viernes y había llegado el momento de poner a prueba su acuerdo. Aquella noche, iban a cenar juntos. Si él conseguía dejarla verdaderamente atónita, tendrían sexo de postre.
– ¿Bella? -le preguntó una voz desde el probador. Bella agradeció profundamente la distracción.
– ¿Necesitas algo?
Una rubia de ojos azules asomó la cabeza por encima de la puerta del probador y sonrió.
– Necesito una talla más pequeña del bañador plateado.
Bella se echó a reír.
– ¿No te lo había dicho?
La mujer era una nueva clienta y, como todas las que acudían a su tienda por primera vez, no había creído a Bella cuando ésta le había dicho que sus bañadores le darían menos talla que los de las otras tiendas.
– No me lo puedo creer, pero sí, tenías razón.
– Volveré enseguida con una talla más pequeña.
– Madre mía, me encanta escuchar esas palabras -exclamó la mujer con una carcajada.
Bella pasó junto a tres otras clientas que estaban inspeccionando las perchas y se dirigió a la que correspondía a aquel bañador para encontrar una talla más pequeña. Inmediatamente, regresó al probador y se lo dio a su clienta. Entonces, regresó al mostrador.
Justo en aquel momento, la puerta se abrió. Bella esbozó inmediatamente una sonrisa, que se le borró del rostro al ver que se trataba de Jesse King. Él, que parecía estar por completo en su salsa, sonrió a las clientas y centró su atención en Bella.
Dios… Ella odiaba admitir lo que podía sentir con sólo verlo. Iba vestido con prendas de su línea de ropa deportiva. Tenía el cabello rubio revuelto por el viento. Las arrugas de expresión que tenía en torno a los ojos se profundizaron un poco más cuando sonrió.
– Buenos días, señoras -dijo. Entonces, se dirigió directamente hacia el lugar en el que se encontraba Bella.
– ¡Dios mío! Es Jesse King -exclamó una de las mujeres. Inmediatamente después, siguió a la declaración una suave carcajada.
Naturalmente, él escuchó este comentario y profundizó aún más la sonrisa. «Genial», pensó Bella.
– Bella-dijo él, colocando las manos sobre la vitrina de cristal. Entonces, bajó el tono de voz-. Me alegro de volver a verte. ¿Me has echado de menos?
– No -replicó, cuando la realidad era bien distinta. Jesse se había mantenido alejado de ella durante tres días. Sin duda, lo había hecho deliberadamente para volverla loca. ¡Pues no estaba funcionando!
«Sé muy bien que no es así», se dijo.
Jesse sonrió como si supiera lo que ella estaba pensando.
– Te he echado de menos-susurró.
– Estoy segura de ello -replicó Bella-. ¿Has venido para decirme que te has echado para atrás en lo de la cena? -le preguntó, sin muchas esperanzas.
– ¿Y por qué iba yo a hacer algo así cuando estoy decidido a llevarte donde tanto deseo verte? No. He venido para decirte que, si te parece bien, pasaré a recogerte a las siete.
– Oh, no tienes por qué hacer eso. Puedo reunirme contigo donde sea.
– ¿En nuestra primera cita oficial? -replicó él-. No lo creo. Te recogeré en tu casa.
– Bien -accedió ella-. Te escribiré mi dirección.
– Oh, ya sé dónde vives.
– ¿Qué? ¿Cómo? -preguntó. Entonces, recordó el contrato de arrendamiento.
– Hice todo lo posible por enterarme -respondió él. A continuación, se inclinó sobre ella por encima del mostrador y le plantó un rápido beso en la boca. Por último, le guiñó un ojo-. Bueno, nos vemos a las siete.
– De acuerdo. A las siete.
– ¡Excelente! Hasta luego.
Bella estaba completamente segura de que oyó cómo sus clientas suspiraban. O tal vez, había sido ella…
Jesse se dio la vuelta y les dedicó una deslumbrante sonrisa a las señoras que estaban en la tienda.
– Señoras…
Los suspiros velados comenzaron prácticamente en el momento en el que la puerta se cerró. Bella decidió no escuchar. En vez de eso, se enterró en su trabajo y trató de no pensar en la noche que le esperaba.
Jesse se marchó de la tienda de Bella y se dirigió a un pequeño café que había en una esquina cercana. El establecimiento contaba con una pequeña terraza desde la que se dominaba una hermosa vista de la playa, del muelle y de unos hombres que trabajaban para colgar un gran cartel en el que se leía Exhibición de surf: venid a ver a los campeones.
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