Lo de la exhibición había sido idea suya. Había decidido reunir a algunos de sus amigos para que todos pudieran divertirse en el océano. Al mismo tiempo, la exhibición supondría una importante publicidad para su empresa. Vendrían muchos turistas a la ciudad y gastarían mucho dinero en las tiendas.
No le gustaba admitirlo, pero echaba de menos la competición. La excitación de una reunión con expertos surfistas. No echaba de menos a la prensa o a los fotógrafos, aunque nada podía superar la excitación de una victoria.
Sonrió y se sentó en una de las mesas. Esperó a que una joven camarera llegara para atenderlo.
– Sólo un café, por favor -dijo Jesse.
– Por supuesto, señor King-respondió la chica muy dispuesta-. Va a participar usted en la exhibición de surf, ¿verdad^
– Así es.
– Es genial. ¡Me muero de ganas por verlos a todos en acción!
La joven rubia sonrió y se echó la coleta hacia atrás. Entonces, sacó pecho por sí él no se había dado cuenta.
Jesse asintió con indiferencia. Claro que se había dado cuenta, pero no le interesaba. No hacía mucho tiempo, habría comenzado a flirtear con aquella joven y se habría aprovechado del brillo que relucía en los ojos de la camarera. La única mujer que a él le interesaba tenía otra clase de brillo en los ojos, el de la batalla. Lo más extraño de todo era que aquella clase de brillo lo atraída más que el de la descarada rubia.
La camarera sonrió esperanzada y desapareció en el interior del café. Jesse se quedó solo, a excepción de unos cuantos desconocidos que también estaban sentados en el café. Notó que uno le dedicaba una mirada de interés, pero no le prestó atención. El lado negativo de la fama era que uno jamás podía estar solo.
– Bueno -dijo una voz profunda a sus espaldas-. Creo que deberíamos hablar.
Jesse giró la cabeza y vio que se trataba de Kevin, el amigo de Bella. El recién llegado rodeó la mesa y fue a sentarse en la silla que quedaba enfrente de la de Jesse. Antes de que él tuviera oportunidad de hablar, llegó la camarera con el café de Jesse.
– Hola, Kevin -dijo ella-. ¿Lo de siempre?
– Sí, Tiff. Muchas gracias -respondió Kevin aunque sin dejar de mirar a Jesse.
Cuando volvieron a quedarse solos, Jesse examinó a Kevin. Tenía el aspecto de un perro guardián, lo que hizo que Jesse se preguntara qué clase de amistad compartía con Bella. ¿Eran pareja? No le gustaba, pero era posible. Jesse jamás había creído en el hecho de que los hombres y las mujeres pudieran ser simplemente amigos. Sin embargo, al mismo tiempo, no creía que Bella fuera la clase de mujer que pudiera estar con un hombre y besar a otro. Entonces, ¿en qué situación dejaba todo eso al tal Kevin? ¿Qué interés tenía él en aquel asunto?
– ¿De qué quieres hablar? -le preguntó Jesse, tratando de contener su irritación-. ¿Has venido a decirme que ya tienes esos pendientes de esmeralda?
– No. Vendrán la semana que viene. Se trata de Bella.
Por supuesto. Se lo había imaginado. Era mejor tener una pequeña charla con él y aclarar algunas cosas. Quería saber qué terreno pisaba él con Bella. No es que a Jesse le importara en lo más mínimo. Deseaba a Bella e iba a tenerla a cualquier precio. Sin embargo, resultaba bueno saber a cuántos hombres tendría que apartar para poder llegar hasta ella.
– Bien. Hablemos -dijo Jesse-. Empezaré yo. ¿Has venido a ahuyentarme? Te voy a ser muy sincero. No te va a servir de nada.
Antes de que Kevin pudiera responder, la rubia regresó con el café con nata que Kevin le había pedido.
– Gracias -murmuró él.
La rubia se marchó. Kevin tomó su taza y le dio un sorbo antes de volver a ponerla sobre la mesa.
– Sé que Bella te va a mandar a paseo si es eso lo que quiere. Así que ésa no es la razón de que yo esté aquí.
– Muy bien. ¿Entonces?
– Quiero saber qué está pasando contigo.
– ¿Y por qué te interesa eso?
A Jesse no le gustaba cómo sonaba eso. No le gustaba que Kevin creyera que tenía derecho a defender a Bella de él. Entornó los ojos y apretó los dientes.
– Te preocupas por ella. ¿Para qué has venido? ¿Para convertirte en su caballero andante?
– ¿Acaso necesita uno?
– Si lo necesitara, no creo que fueras tú.
– Es ahí donde te equivocas.
– ¿Te has acostado alguna vez con ella? -le preguntó Jesse, sin rodeos.
– No.
– Bien. En ese caso, si no eres su amante, ni su esposo ni su padre, ¿a qué viene todo esto?
– Soy su amigo. Más que eso -replicó Kevin-. Somos familia.
– ¿Es eso cierto?
– Sí. Ella se quedó bastante dolida hace tres años cuando tú te marchaste. No voy a consentir que le hagas otra vez lo mismo.
Jesse no era la clase de hombre que se autoexaminara con frecuencia. Normalmente, las mujeres con las que pasaba su tiempo buscaban tan sólo lo mismo que él, una tarde agradable. Sabía que Bella no pertenecía a esa categoría. Diablos, tal vez incluso lo había sabido entonces, instintivamente. Simplemente, no había querido reconocerlo.
– Normalmente, no acepto órdenes.
– Considéralo una sugerencia.
– Tampoco me gustan demasiado-dijo Jesse. Apoyó los codos sobre la mesa y observó a Kevin cuidadosamente. No había ira ni celos. Sólo preocupación. Tal vez, efectivamente, era simplemente el amigo de Bella. Si era así, no podía culparlo por querer protegerla. Sin embargo, ése sería a partir de aquel momento el trabajo de Jesse. Sería él quien la protegiera. Lo que había entre Bella y él no era asunto de nadie-. No te estoy pidiendo permiso para nada.
Sorprendentemente, Kevin se echó a reír.
– No, demonios, no. Hombre, Bella me mataría si supiera que estoy hablando contigo.
– Entonces, ¿por qué lo estás haciendo?
Kevin se puso de pie y dejó unas monedas al lado de la taza de su café.
– Bella no es la clase de mujer a la que tú estás acostumbrado. Es de verdad. Y, por lo tanto, se rompe.
Jesse se puso también de pie y deslizó un billete de diez dólares bajo la taza de su café.
– Yo no tengo intención alguna de romperla.
– Ese es el problema -dijo Kevin encogiéndose de hombros-. Un tipo como tú puede romper a una mujer sin ni siquiera tener intención.
Kevin se marchó y dejó a Jesse observándolo. ¿Que había querido decir con eso de «un tipo como tú»? ¿Tan diferente era él de otros hombres? No lo creía. En cuanto a Bella… No tenía intención de hacerle daño y que lo asparan si lo hacía. Jesse la deseaba. Por lo tanto, la tendría.
– Oh, por el amor de Dios, deja de mirarte al espejo -musitó Bella, mirándose al espejo y atusándose el cabello con las manos. Llevaba lista más de media hora y se había pasado todo ese tiempo mirándose y remirándose en el espejo.
El cabello estaba bien. Lo llevaba suelto y ondulado, cayéndole por la espalda. Se había puesto una falda negra, muy larga y una blusa roja de manga corta y profundo escote, que le dejaba ver la parte superior de los pechos. Se miró una vez más en el espejo y pensó seriamente en cambiársela.
Después de todo, Jesse era el principal responsable de que ella hubiera dejado de ponerse prendas ceñidas o sugerentes. ¿Acaso estaba tan loca como para meterse en la guarida del león con aspecto de ser una suculenta pieza de carne?
– Probablemente -respondió.
Entonces, lanzó un suspiro de impaciencia y salió del pequeño cuarto de baño. Ya estaba. No iba a volver a mirarse en el espejo ni iba a seguir preocupándose por el aspecto que tenía o por lo que llevaba puesto. A pesar de lo que Jesse le había dicho aquella tarde en la rienda, no se trataba de una cita, sino de tan sólo una cena. Y de una apuesta que ella no tenía intención de perder.
Se sobresaltó cuando sonó el timbre. Entonces, respiró profundamente y se dirigió a la puerta. No tardó mucho. Su casa era pequeña, pero le encantaba. Además, le tenía mucho cariño porque se trataba de la primera casa que era suya de verdad.
Miró a su alrededor para asegurarse de que todo estaba ordenado y abrió la puerta. Jesse estaba en el pequeño porche repleto de macetas que rebosaban de petunias, pensamientos y margaritas. Bella tuvo que contener la respiración al verlo.
Jesse tenía un aspecto… casi comestible.
El cabello, algo largo, le acariciaba suavemente el cuello de la camisa blanca. Lo llevaba abierto y dejaba al descubierto una pequeña porción de bronceado torso. Llevaba unos pantalones negros, zapatos del mismo color y una sonrisa que parecía estar diseñada para tentar a los ángeles del cielo.
– Estás muy guapa -dijo él mirando un segundo más de lo necesario el escote de la blusa-. ¿Lista?
Bella sintió que los nervios le atenazaban el estómago. Trató de convencerse de que lograría dominarlos. Sin embargo, con sólo mirar a Jesse, se dio cuenta de que aquella sensación sólo iba a empeorar. Lo único que tenía que hacer era mantenerse firme. Así no tendría problemas.
– Seguramente, no, pero vayámonos de todos modos.
Jesse sonrió.
– ¡Así me gusta!
Bella sonrió también a pesar del cosquilleo que aún sentía en el estómago. Entonces, se dio la vuelta, tomó su bolso y sus llaves y salió al porche. Jesse cerró la puerta, le tomó de la mano y le dijo suavemente:
– Llevo tres años esperando esta noche.
La casa de Jesse era, naturalmente, maravillosa. Bella se lo había imaginado desde el momento en el que él había hecho entrar su deportivo por el camino de acceso a una mansión que parecía estar situada en lo alto de una colina.
Esa fue también la primera sorpresa de la noche.
– ¿Se trata de una casa «verde»? -preguntó mientras los dos se dirigían hacia la puerta.
– Sí. Tiene los suelos de bambú y las ventanas de cristal reciclado. Los constructores utilizaron hormigón, que proporciona mejor aislamiento, requiere menos acero y resulta más fácil de colocar como cimientos con menos impacto sobre la tierra. Además… ¿Qué ocurre?
Bella sacudía la cabera. Simplemente no se lo podía creer. Jesse… era mucho más ecológico que ella.
La casa estaba diseñada para parecer una antigua vivienda de adobe de estilo español. Estaba rodeada por multitud de arbustos en flor y docenas de árboles. Sobre el tejado, había paneles solares. Unas amplias ventanas vigilaban el océano. Incluso la puerta principal tenía un aspecto rústico.
– No me lo puedo creer -susurró ella.
– ¿Sorprendida? ¿Tal vez incluso atónita?
Bella levantó el rostro para mirarlo. Jesse la había engañado muy bien porque él tenía que saber que ella jamás se habría creído que él era tan consciente de los asuntos medioambientales. Jesse tenía la fama de destruir y cambiar, pero era él quien tenía los felpudos de las puertas de yute.
Dios.
Estaba metida en un buen lío.
– Me has tendido una trampa.
– La trampa te la has tendido tú, Bella -replicó él riendo mientras le abría la puerta y le franqueaba el acceso a la casa-. Diste por sentado que lo sabías todo sobre mí y estuviste dispuesta a apostar al respecto.
– Pero tú me lo permitiste -replicó ella, entrando al interior de la casa. Dentro, resultaba aún más perfecta que fuera. Maldita sea.
– Sí, bueno, te lo permití.
– Me engañaste. Sabías que yo nunca esperaría algo así. Es decir, yo trato de hacer las cosas todo lo ecológicamente que puedo, pero esto es…
– ¿Por qué estás tan sorprendida?
– ¿Estás de broma? Tú eres el hombre que desgarró por completo el corazón del barrio comercial de la ciudad y le dio la personalidad de una piedra.
– Así son los negocios. Y, para que lo sepas, todos los materiales que utilizamos fueron verdes.
– ¿Por qué? ¿Por qué te importa tanto?
– Soy surfista, Bella. Por supuesto que me interesa el medio ambiente. Quiero océanos y aire limpios. Simplemente, no doy publicidad a lo que hago.
– No. Lo ocultas.
– Eso no es cierto. Si te hubieras molestado en investigarme un poro más, habrías encontrado bastante información. La Fundación «Salvemos las olas» es mía, King Beach la financia.
Bella necesitaba sentarse. Lo miró fijamente, sorprendida e impresionada. ¿Cómo iba a poder reconciliar su imagen del depredador empresarial con aquel lado tan inesperado de Jesse King? ¿Sería posible que se hubiera equivocado sobre él? Si lo había hecho, ¿en qué otras cosas se había creado una imagen falsa sobre él?
Miró a su alrededor. Suelos de bambú. Claraboyas en el techo que permitían que la luz de la luna iluminara el vestíbulo, lo que le daba a la casa entera un aspecto mágico. Estaba más que atónita. Se sentía encantada. Casi orgullosa. ¿Cómo podía ser tan ridícula?
Jesse la agarró por el brazo y la condujo por un largo y amplio pasillo.
– Vamos. Le he pedido al ama de llaves que sirva la cena en el jardín.
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