Jesse observó cómo los ojos de ella se nublaban y sintió los latidos de su corazón rugiéndole contra el pecho cuando se inclinó sobre ella una vez más para besarle los senos. Su propio corazón le galopaba como un caballo desbocado en el cuerpo. Le resultaba imposible recuperar el aliento, pero no le importaba. Aquello era lo que estaba buscando desde hacía tres años. Aquella mujer. Aquel momento. Aquel vínculo.

Bella se movía sinuosamente debajo de él, Jesse decidió dejarse llevar y comenzó a moverse con ella con largos y firmes movimientos destinados para proporcionar el máximo placer, para avivarlo de tal modo que los dos ardieran en las llamas del orgasmo. Una y otra vez, la reclamaba con cada envite. Ella lo recibía de pleno, levantando las caderas para él y creando así un suave ritmo que él no había encontrado con ninguna otra mujer. Era como si sus cuerpos reconocieran fácilmente el sentimiento al que los dos se habían estado oponiendo. Se pertenecían el uno al otro. Encajaban.

Jesse le colocó las manos a ambos lados de la cabeza y miró aquellos maravillosos ojos color chocolate, que brillaban bajo la luz de la luna. Entonces, se entregó por completo. Sintió que se le tensaba el cuerpo y supo que el momento había llegado cuando Bella alcanzó su clímax y observó la magia en sus ojos. Sólo entonces, se permitió seguirla.

Cuando los últimos temblores de su cuerpo cesaron por fin, se dejó caer encima de ella. Sintió que Bella lo abrazaba y lo acurrucaba contra su pecho.


La noche pasó demasiado rápidamente. Jesse no parecía saciarse de ella. Hicieron el amor una y otra vez y cada ocasión fue mejor que la anterior. Alcanzaban juntos el orgasmo, dormían brevemente y volvían a hacer el amor. Por fin, sobre las dos de la mañana, se pusieron unos albornoces y bajaron a la cocina para dar cuenta por fin de la cena que el ama de llaves de Jesse les había dejado preparada. Ya estaba completamente fría, pero no les importó. Bebieron vino, cenaron y entonces, Bella fue el postre encima de la mesa de la cocina.

Jesse no podía apartar las manos de ella. Sabía lo diferente que era aquella experiencia para él. Jamás había querido que una mujer se quedara a pasar la noche con él. En el caso de Bella, no quería que se marchara. Nada cambiaría mientras la tuviera allí, en su casa. Cuando el mundo se interpusiera entre ellos, todo sería diferente.

Sin embargo, no pudo ignorar el amanecer. Él estaba acostumbrado a levantarse temprano. El hábito le venía de todos los años que pasó entrenando en el mar en las primeras horas del día. Por lo que a él se refería, el alba era la mejor parte del día.

Bella seguía durmiendo cuando él se levanto de la cama para hacer un poco de café. Su ama de llaves no llegaría hasta mediodía, por lo que el desayuno dependía de él. Sonrió al pensar que podía llevar a Bella una taza de café a la cama, para luego convencerla de que se diera una larga y cálida ducha con él.

Sin dejar de sonreír, apretó el botón que encendía la cafetera y se dirigió a la puerta principal. Salió al exterior, tomó el periódico del porche y regresó a la casa. Fue desplegando el periódico mientras entraba en la cocina.

Mientras esperaba que se hiciera el café, se reclinó contra la encimera y hojeó el delgado periódico local. Se detuvo en la página del editorial y lo dejó un instante para servirse la primera taza de café del día. Tomó un sorbo y examinó las cartas al editor en las que se contenían toda las quejas de los habitantes de Morgan Beach, desde los chicos que utilizaban su patinete en las calles o el hecho de que los perros no debían pasear por la playa.

– En las ciudades pequeñas como ésta siempre hay alguien que tiene algo que decir.

Entonces, una carta en concreto le llamó la atención. Frunció el ceño. Miró hacia arriba y, tras dejar el periódico un instante, sirvió dos tazas de café y se dirigió a su dormitorio. Bella seguía aún acurrucada bajo el edredón. Durante un instante, Jesse estuvo a punto de ignorar aquel estúpido periódico y de unirse de nuevo con ella en la cama.

Sacudió la cabeza y se sentó en el borde del colchón. Dejó el café sobre la mesilla de noche y comenzó a apartar el sedoso cabello del rostro de Bella.

– Bella, despierta…

– ¿Qué? ¿Por qué? -susurró ella mientras se colocaba la almohada sobre la cabeza y se hundía un poco más bajo el edredón.

Jesse le quitó la almohada y la dejó a un lado.

– Vamos, despiértate.

Bella abrió un ojo y lo miró con desaprobación.

– Jesse, pero si aún es de noche…

– Está amaneciendo y el periódico ha llegado ya. El Semanario de Morgan Beach -dijo él, observándola para ver qué reacción tenía ella.

– Me alegro -musitó. Entonces, comenzó a olisquear-. Huelo café.

– Te he traído una taza -dijo él.

Cuando Bella se hubo acomodado, le entregó una taza. Ella se había cubierto los senos con la sábana y tenía el cabello completamente revuelto. Estaba tan hermosa. Y parecía tan inocente…

Resultaba raro que Jesse jamás hubiera considerado la posibilidad de que ella pudiera estar trabajando en su contra. Debería haberlo hecho.

Bella dio un sorbo a la taza y trató de despejarse.

– ¿Por qué estamos despiertos?

– Yo siempre me levanto muy temprano.

– Es una malísima costumbre, menos mala por el hecho de que, al menos, me has traído café -añadió, con una dulce sonrisa.

– Sí. Y material de lectura.

– ¿Cómo? -preguntó ella. Entonces, se fijó en el periódico, que él había doblado para destacar una sección en concreto. Pasaron unos segundos antes de que lo comprendiera todo-. Oh, no…

– Oh sí. Tu carta al director ha salido publicada esta mañana.

– Jesse…

– Espera, quiero leerle mi parte favorita -dijo él concentrando su atención en la carta corta y al grano que Bella había escrito-. «Morgan Beach está vendiendo su alma a un depredador empresarial a quien no le importa lo que nos pueda ocurrir a nosotros o a nuestros hogares mientras su empresa obtenga beneficios. Deberíamos unirnos y dejarle bien claro a Jesse King que no permitiremos que nos compre. No rendiremos nunca nuestra identidad. Morgan Beach existía mucho antes que Jesse King y seguirá existiendo mucho después de que él se canse de jugar a ser un miembro de nuestra comunidad».

Bella cerró los ojos. Un gruñido se le escapó de la garganta. Entonces, se cubrió los ojos con una mano, como si no pudiera ni siquiera mirarlo. Tenía una expresión de tristeza total en el rostro. Al menos, Jesse se alegró de eso.

– Muy bonito -añadió, con el sarcasmo reflejado en la voz-. Me gusta en especial eso de «depredador empresarial». Parece que esa expresión te gusta. El resto es bastante bueno. Deberías ser escritora.

– Estaba enojada.

– ¿Estabas? ¿Y ya no lo estás?

Bella subió la sábana un poco más y luego se mesó el cabello con una mano, apartándoselo así del rostro.

– No lo sé.

– Genial. No lo sabes.

Jesse se puso de pie y se dirigió a una de las ventanas. Se sentía como si le hubieran dado una patada en el vientre. Desde siempre había sabido que a Bella no le gustaba lo que él estaba haciendo en la ciudad, pero aquello era… Acababa de pasar la noche con él a pesar de que sabía que iba a dispararle de nuevo públicamente.

Recordó la noche anterior. ¿Cómo podía haberse mostrado tan ansiosa, tan dispuesta, si era eso lo que pensaba de él? Jesse se sentía utilizado. De repente, se dio cuenta de cómo se debían haber sentido todas las mujeres que habían pasado por su vida.

Miró el mar y trató de no escuchar el crujido que estaban haciendo las sábanas, que indicaba que ella se estaba levantando. Un instante después, ella se le unió junto a la ventana. Llevaba el edredón enrollado alrededor del cuerpo como si se tratara de una toga.

– Se me había olvidado que había escrito esa carta -dijo.

– Si eso es una disculpa, te has lucido -replicó él. Arrojó el periódico contra una silla y tomó un trago de su café.

– No es una disculpa. Cuando lo escribí sentía cada una de las palabras, por lo que no me voy a disculpar por eso.

– Genial -dijo Jesse mirándola-. ¿Decías en serio todo eso? ¿De verdad te parece que no me preocupa lo que le pueda ocurrir a esta ciudad?

– Jesse, cuando me mudé a este lugar, lo hice porque me encantaba. Yo nunca antes había tenido un verdadero hogar Yo… crecí en hogares de acogida.

Bella lo dijo tan tranquilamente que él ni siquiera pudo decirle que lo sentía. Sin embargo, recordó la avidez con la que ella había contemplado sus fotografías familiares, cómo le había gustado el hecho de que fueran muchos miembros de familia. Entonces, pensó en lo que debía haber supuesto para ella crecer sola y no pudo evitar sentir compasión hacia ella. Inmediatamente, se sorprendió por el hecho de sentir tanto hacia ella. Decidió que debía experimentar odio, pero, si la miraba, todo parecía quedar atrás.

– Me encantaban los edificios de la calle Principal, el ritmo lento de una ciudad pequeña, las casas de la playa. La sensación de comunidad. Lo vi y supe que éste era mi hogar porque yo jamás había pertenecido a otro sitio. Me pasé el primer año acostumbrándome a la vida de la ciudad, encajando en este lugar. Cuando tú te mudaste aquí, empezaste a cambiarlo todo inmediatamente.

– Nada permanece siempre inalterable -dijo él.

– Supongo que no…

– Entontes, el cambio es malo, ¿es eso?

– No es malo. Simplemente es un cambio. A mí no me gustan los cambios. Me encanta esta ciudad. Me encantaba cómo era y me enfadó que tú…

– ¿Comprara su alma? -dijo él, citando palabras del texto. Él jamás había tenido la intención de ser un depredador empresarial. Sin embargo, le había ocurrido. Había encontrado la paz en el cambio, incluso había empezado a disfrutar de su vida. Hasta que encontró a Bella. De repente, sentía que el éxito que había conseguido era sólo un fracaso disfrazado hábilmente.

Bella cerró los ojos.

– Lo siento. No tenía intención de hacerte daño. Bueno, supongo que eso era precisamente lo que deseaba, pero era antes,…

– ¿Antes de que te metieras en mi cama? -le espetó él-. Supongo que podría resultar algo vergonzoso atacar en público al mismo hombre con el que te estás acostando en privado.

– No es eso, Jesse. Creo que podría haberme equivocado sobre ti y que…

– ¿Podrías? ¿Dices que podrías haberte equivocado? Demonios, Bella. Qué amable eres.

Con la mano que le quedaba libre, ella lo agarró por el brazo. Lo miró a los ojos y dijo:

– Me había equivocado sobre ti. Lo admito. Quería odiarte porque me resultaba más fácil así. Quería que te marcharas de Morgan Beach porque no quería volver a verte. Yo quería…

– ¿Qué?

– Te quería a ti, Jesse. Te deseaba, pero no podía admitirlo ni siquiera conmigo misma.

– ¿Y ahora sí lo admites? -susurró él mientras le acariciaba suavemente el cabello.

Deliberadamente. Bella soltó el edredón y dejó que éste cayera a sus pies. Se acercó a él y le deslizó las manos sobre el torso para enganchárselas por último alrededor del cuello.

– Lo admito. Incluso estoy dispuesta a enviar una carta al periódico para retractarme si tú quieres.

Jesse sonrió. La irritación que había sentido al leer aquella carta en el periódico desapareció ante la perspectiva de volver a tenerla entre sus brazos.

– Creo que prefiero una disculpa más íntima.

– Oh, yo no me estoy disculpando -lo corrigió ella poniéndose de puntillas una vez más para volver a besarlo-. Simplemente estoy diciendo que estoy revisando mi opinión.

– ¿Lo suficiente para considerar que Bella's Beachwear pase a formar parte de King Beach?

– Bueno, lo suficiente para considerarlo -susurró ella.

Jesse soltó una carcajada.

– Con eso me basta por el momento.

Entonces, la lomó entre sus brazos y la llevó a la cama para perderse una vez más en los maravillosos atributos de Bella.

Capítulo Nueve

«Todo es diferente», pensó Bella. Desde la increíble noche que pasó con Jesse hacía unos pocos días, se habían visto a diario. Ella estaba en King Beach o él en su tienda para hablar de negocios. Jesse le había pedido consejo sobre cómo hacer que su ropa de baño fuera más ecológica y había escuchado atentamente sus opiniones. Iba a reunirse con tejedoras y costureras mientras seguía intentando que ella pasara a formar parte de King Beach.

Por primera vez, Bella sentía una cierta tentación. El éxito seguía sin interesarle cuando sólo tenía como objetivo el de ganar más dinero. Sin embargo, él la había engatusado con la posibilidad de llegar a las mujeres de todo el país con sus especiales trajes de baño y eso era algo que no podía descartar tan rápidamente. Con King Beach, ella podría encontrar la manera de que su pequeño negocio fuera viable a un nivel más importante sin perder por ello la calidad en la que Bella tanto insistía.