Estaba decidida a hacerle la vida imposible precisamente por el hecho de que la afectara de esa manera. Seguramente debería dejar de enfrentarse a él, pero le resultaba imposible hacerlo.

Se había opuesto con todas sus fuerzas a que Jesse se convirtiera en el dueño y señor de Morgan Beach. Había perdido. Él se había instalado allí, había empezado a comprar locales y, en poco tiempo, había estropeado el único lugar al que ella había considerado su hogar.

Bella era hija única. Perdió a sus padres cuando tenía siete años y comenzó un largo peregrinar por hogares de acogida agradables pero impersonales. Cuando cumplió los dieciocho años, empezó una vida en solitario. No le importó, aunque siempre deseó formar parte de una familia.

Consiguió estudiar en la universidad haciendo ropa a las chicas que no tenían que preocuparse por ahorrar cada centavo. Cuando se tomó las primeras vacaciones de su vida, se encontró con Morgan Beach y ya nunca se marchó de allí.

Llevaba cinco años en aquel lugar y le encantaba. La pequeña ciudad costera era todo lo que siempre había deseado. Pequeña, agradable y lo bastante cercana de poblaciones más grandes a las que podía acudir cuando lo necesitara. Además, allí el sentimiento de comunidad era tan fuerte que encontró la familia que siempre había buscado. Allí, la gente se preocupaba por el prójimo.

En aquellos momentos, con Jesse King allí, su adorada ciudad le resultaba claustrofóbica.

– Eso intenta vendérselo a otro, Bella -dijo Kevin riéndose a carcajadas-. Cada vez que pronuncias su nombre, los ojos se le iluminan.

– Eso no es cierto -replicó ella. ¿Y si Kevin tenía razón? Qué vergüenza.

– Claro que lo es y te lo demostraré. Mira por la ventana.

Bella giró la cabeza y miró a través de la ventana del restaurante. Justo en aquel momento, Jesse King pasaba por allí. Los vaqueros, demasiado usados, se le ceñían a las largas piernas. La camisa blanca que llevaba le acentuaba aún más su bronceado.

Bella suspiró.

– Te he pillado -dijo Kevin.

– Eres malvado -replicó ella. Sin embargo, no pudo apartar la mirada del hombre que seguía ocupando demasiado tiempo sus pensamientos.

Capítulo Tres

A la mañana siguiente, Bella se había convencido de que Kevin tenía razón. Tendría que tragarse el orgullo y hablar con Jesse y decirle lo que pensaba de un hombre que le hacía el amor a una mujer y olvidaba su existencia a la mañana siguiente. Así se olvidaría de él.

Se detuvo un instante delante de su tienda y sonrió. Ni siquiera Jesse King podía aplastar la emoción que experimentaba todos los días cuando entraba en el mundo que había construido con su propio talento. Sin embargo, aunque disfrutaba de su tienda, cuando Jesse hubiera terminado la reforma, el local perdería todo su carácter. Arreglarían el chirrido que hacía la puerta al abrirse. Alisarían las paredes, pondrían moqueta y cubrirían la brillante madera. Bella's Beachwear sobreviviría, pero no sería lo mismo. En lo que se refería a los negocios, Jesse King tenía la misma intuición como con las mujeres. Para él, todo se reducía a los beneficios.

Notó que en la playa había comenzado a reunirse una pequeña multitud de gente. Se volvió para fijarse mejor y vio que había un montón de cámaras, enormes focos y ventiladores eléctricos sobre la arena. En medio de aquel revuelo estaba Jesse King.

Muy a su pesar, sintió curiosidad. Cruzó la calle y se subió a la acera. Unos guapísimos modelos, ataviados con las prendas de King Beach, estaban colocados alrededor de unas tablas de surf, tumbados boca abajo sobre la arena. A pesar de todo, lo que más le llamó la atención fueron las modelos que formaban parte de la escena en un segundo plano.

– Sinceramente, cualquiera diría que se podría interesar un poco más por lo que se ponen las mujeres.

– ¿Por qué no me sorprende que tengas algo que decir?

Bella giró la cabeza y se encontró con los ojos de Jesse, que reflejaban una expresión divertida y socarrona.

– Tú dirás -dijo él, con una sonrisa en los labios y los brazos cruzados sobre el pecho. Entontes, miró la escena que el fotógrafo estaba inmortalizando-. ¿Qué es lo que no te gusta sobre todo esto?

Bella se mordió el labio inferior. No era asunto suyo Y no debería importarle en absoluto, pero… Volvió a mirar a las guapas y delgadas modelos que llevaban bañadores corrientes y no pudo soportarlo.

– Si se ha tomado tantas molestias en hacer una campaña publicitaria tan ambiciosa, por qué no le preocupa que las modelos salgan maravillosas en las fotos?

– Están maravillosas.

– ¿Por qué me molesto? -musitó ella sacudiendo la cabeza-. Mire la rubia que está en la parte trasera.

Jesse la miró y sonrió. Bella no le hizo ningún caso.

– El traje de baño no le sienta bien. Le está demasiado ceñido en las caderas y demasiado amplio en el busto.

– Pues a mí me parece que está bien -declaró él.

Bella se apartó un mechón de cabello del rostro y señaló a una morena que estaba hablando con uno de los modelos.

– ¿Y qué me dice de ella? Ese biquini está mal cortado y la tela es demasiado brillante- ¿Qué ha hecho? ¿Ir a unos grandes almacenes y comprar trajes de baño de saldo?

Jesse frunció el ceño.

– A mí me parece que están bien. Además, esta sesión de fotos no es para las mujeres. Se trata de King Beachwear. Vendemos trajes de baño para hombres. Las chicas son sólo el fondo.

– ¿Y tienen que ser un fondo mal vestido?

– Tenemos un contrato. Estamos dando a unos grandes almacenes…

– ¡Ah! -exclamó ella. Estaba encantada de no haberse equivocado cuando dijo dónde creía que Jesse había comprado los trajes de baño.

– Esos grandes almacenes salen en los agradecimientos de la fotografía -afirmó él.

– Bien. Utilice uno o dos, pero si quiere que este anuncio sea atractivo, todos los modelos que aparecen en la foto deberían resultar llamativos.

– ¿Y eso significa…?

Bella se dijo que no se debería haber implicado. Después de todo, ¿qué le importaba si el anuncio no estaba tan bien como debería. Sin embargo…

Volvió a mirar los trajes de baño que llevaban las modelos. Su instinto como diseñadora no pudo soportarlo. Además, Jesse King resultaba tan arrogante que ella quería…

– Significa que las mujeres son las que van a las tiendas a comprar, señor King. Si tuviera algo de sentido común, lo sabría. Esos trajes de baño que llevan sus modelos son tan genéricos que deberían llevar la etiqueta de talla única. Mis trajes de baño están hechos para ensalzar la figura de la mujer. De todas las mujeres.

Jesse sonrió. La miró de arriba abajo y la desafió con la mirada.

– ¿Incluso la tuya?

Bella se sintió insultada. Levantó la barbilla y le dedicó una mirada de desaprobación. Sabía que estaba siendo manipulada, pero, en ese momento, no le importaba. Estaba tan convencida de que tenía la razón que se moría de ganas por demostrarle lo equivocado que estaba. El mejor modo de hacerlo era demostrarle exactamente lo que quería decir

– Volveré enseguida-anunció.

Se dirigió a las modelos y habló con ellas brevemente. Hizo que le dijeran sus tallas y cruzó rápidamente la calle para entrar en su tienda. Sólo tardó unos minutos en salir. En los brazos, llevaba algunos de sus trajes de baño.

– ¿Qué te crees que estás haciendo? -le preguntó Jesse mientras ella empujaba a las modelos a una de las caravanas.

– Estás a punto de descubrirlo.

No dijo nada más. Se limitó a cerrar la puerta.

Los minutos fueron pasando, Jesse no hacía más que fruncir el ceño. No estaba seguro de por qué dejaba que Bella se saliera con la suya.

– Jesse, ¿cuánto tiempo…?

Se volvió a mirar a Tom, el fotógrafo, y luego hizo lo propio con su reloj.

– Vamos a darle unos minutos más, Tom. En cuanto admita que se ha equivocado por meter la nariz donde no la llaman, volveremos a iniciar la sesión.

– Por mi parte, estupendo -respondió Tom-, pero sólo nos dejan utilizar la playa por la mañana.

– Tienes razón -dijo Jesse. El permiso se terminaba a mediodía. Se acercó a la caravana y llamó a la puerta-. Bella, no tenemos más tiempo. Hay que terminar la sesión.

La puerta de la caravana se abrió y las modelos salieron. Iban muy sonrientes. Jesse las miró a todas cuando pasaron a su lado. Hasta la más delgada parecía tener una bonita figura. La tela se le ceñía al cuerpo y hacía destacar sus curvas. No quería admitirlo, pero Bella tenía razón.

Tom dejó escapar un silbido e inmediatamente comenzó a colocar a las modelos para la sesión. Jesse observaba atentamente y no dejaba de sacudir la cabeza. Estaba sorprendido por la transformación.

¿Dónde diablos estaba Bella? Subió los escalones de la caravana y se asomó al interior.

– ¿Te has arrepentido, Bella? Vamos, deja que te veamos con uno de esos trajes de baño de los que te sientes tan orgullosa…

– Date la vuelta.

La voz de Bella venía desde detrás de él. Jesse no podía entender cómo había logrado pasar a su lado sin que se fijara en ella. Cuando se dio la vuelta y la vio, lo comprendió todo.

No podría haber estado más equivocado.

– ¿Bella?

La miró de la cabeza a los pies una vez y no pudo evitar volver a mirarla, haciéndolo en aquella ocasión con más detenimiento. Aquella mujer tenía curvas suficientes para volver loco a un hombre.

– Vaya -dijo, caminando en círculo a su alrededor-. Resultas…

Había estado a punto de decir «familiar», pero no podía entender por qué. Por lo tanto, sustituyó aquella palabra por «sorprendente».

El biquini que llevaba tenía un color rojo intenso y se le aferraba a las curvas como si fuera las manos de un amante. Tenía los pechos altos, abundantes, una cintura estrecha, caderas redondeadas y, justo por encima del trasero, un pequeño sol tatuado. Su piel era suave, del color de la miel derretida. Su largo y espeso cabello le caía por la espalda y se meneaba con cada uno de sus movimientos. Los enormes ojos de color chocolate lo observaban con satisfacción.

– Gracias -replicó ella, tras colocarse las manos sobre las caderas-. Bueno, creo que he demostrado lo que quería decir.

– ¿Y qué era lo que querías decir?

– Que el traje de baño adecuado marca diferencias.

– Guapa, con un cuerpo como ése, podrías ponerte uno de mis trajes de baño y estar maravillosa.

Bella sacudió la cabeza. Jesse se quedó maravillado con el modo en el que el cabello le bailaba. Sintió una repentina tensión en el cuerpo. La necesidad se despertó en él como una bestia clamorosa. Ansiaba tomarla entre sus brazos, estrecharla contra su cuerpo, besarla hasta que ella no pudiera hablar y luego encontrar la superficie plana más cercana, tumbarla y hundirse en ella.

Sin embargo, a juzgar por el fuego que ardía en los ojos de Bella en aquel momento, esa pequeña fantasía no iba a producirse en un futuro muy cercano.

– Eres increíble -dijo ella suavemente.

– ¿Y qué se supone que significa eso?

– He vestido a tus modelos, y a mí misma, para demostrarte que tenía razón. Que tu modo de hacer las cosas no es el único. Que mi manera es mejor.

– No será tu manera de ganarte la vida.

– ¿Y quién dice que a mí me interesa eso? -preguntó Bella.

– Eres una mujer de negocios. ¿Por qué no deseas tener éxito?

– El éxito no tiene que ser a tu manera.

– Mi manera no es mala. El hecho de contratar a los fabricantes amplía el negocio, le permite alcanzar más dientes y…

– También te aleja de ellos -lo interrumpió ella-. Una empresa se hace tan grande que uno se olvida de por qué empezó su negocio, pero eso no le importa a un King, ¿verdad? -añadió. Se acercó a él y le hundió un dedo en el pecho-. Toda tu familia… sois como señores de la guerra. Llegáis a un lugar, compráis lo que queréis y jamás lo consideráis de otro modo que no sea el vuestro.

– Eh, un momento-replicó Jesse. Le agarró el dedo. Al sentir la calidez que emanaba de él, todos sus pensamientos se hicieron pedazos.

Recordó haberse sentido así en una ocasión al sentir el tacto de la piel de una mujer. Recordó cómo esa piel se deslizaba contra la suya, el calor de su unión, el sabor de su boca. Por un segundo, miró a Bella fijamente, pero inmediatamente se negó a creer que Bella Cruz fuera su mujer misteriosa.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella, tratando de soltarse-. ¿Por qué me miras de ese modo?

– Ni hablar -murmuró él, más para sí mismo que para ella. No podía ser. Era imposible que su mujer misteriosa fuera la misma que se había convertido en una pesadilla desde el primer día,

– ¿Qué dices? -dijo ella. En aquella ocasión, logró soltarse. Dio un paso atrás y entró en la caravana para recoger sus cosas-. Mira, yo… tengo que irme a mi tienda. Ya he pasado demasiado tiempo aquí y…