– Pero a mi cama no le pasó nada. Tengo otra almohada, y…
– Muy bien. Si usted no junta las cosas, lo haré yo. -Hizo un movimiento hacia el ropero-. ¿Están aquí?
Empezó a abrir la puerta.
– Está bien, ya que insiste. Pero si me parece que Jubilee tiene la menor objeción, volveré derecho aquí.
Gandy rió y le cedió el paso para que pudiese buscar el camisón y la bata. Sus ojos la siguieron mientras iba hacia la cómoda. Pero la parte de arriba había sido arrasada, y rebuscó con tristeza el cepillo entre los objetos tirados en el suelo, y levantó un recipiente para hebillas. Estaba roto. Juntó las dos partes y las sostuvo un momento. El rostro estaba apesadumbrado.
Levantó la vista y los ojos de ambos se encontraron.
– Lo siento, Gussie. -Como le pareció que iba a llorar otra vez, dijo-: Vamos -y la tomó del codo.
Agatha se detuvo junto a la lámpara y dio una inspección a la habitación que siempre mantenía fastidiosamente pulcra.
– ¿Quién pudo hacer algo así?
– No sé. Pero no quiero que esta noche se preocupe por eso. -La tomó del brazo-. Por la mañana vendremos y la ayudaremos a limpiar. Ahora, apague la lámpara.
Lo hizo, y la oscuridad se cernió sobre ellos. Fueron hacia la puerta, que Gandy cerró lo mejor que pudo, después de dejarla pasar.
– El de Jube es el último a la izquierda.
La jaula dorada estaba baja, y la puerta trampa estaba abierta en medio del pasillo. Por la abertura, un cono de luz iluminaba el techo, donde se rizaba el humo de los cigarros. Se oían con claridad los sones del piano y del banjo. Agatha echó un vistazo al bar de abajo, mientras pasaba junto a la abertura. Al llegar a la puerta de Jube, esperó. Gandy la abrió y entró sin hacer gala del menor embarazo. Sabía bien dónde estaba la lámpara. Agatha oyó raspar la cerilla y, a continuación, el rostro de Gandy apareció sobre la llama vacilante. Colocó de nuevo el tubo y volvió junto a ella.
– Jube subirá en un minuto. ¿Estará bien?
– Sí.
– Bueno… -Por primera vez esa noche, Agatha se sintió incómoda con él. Nunca la habían acompañado hasta el dormitorio. Y él nunca había acompañado a una dama para luego marcharse-. Cerraré un poco más temprano, para que el ruido no le impida dormir.
– Oh, no, por favor. No por mí.
– Jube subirá en cuanto termine esta canción.
Se dio la vuelta y desapareció antes de que pudiera darle las gracias.
El cuarto de Jube daba a la calle. La doble ventana estaba abierta y la brisa de verano hacía ondular las cortinas blancas hacia adentro, como velas hinchadas. Aunque nada estaba ordenado, ese desorden resultaba tranquilizador. Sobre el borde de un biombo de brocado, había vestidos de baile, medias dered negras, portaligas. Las puertas del guardarropa estaban abiertas de par en par. Dentro, colgaban los numerosos vestidos blancos de Jube. Junto a él, el tocador estaba repleto de tocados de plumas, cremas, lociones y maquillajes de varias clases. Agatha no pudo contener una sonrisa al ver el cenicero y una cigarrera de metal, que parecía completamente fuera de lugar entre la parafernalia femenina. La cama de bronce, no estaba tendida.
Se abrió la puerta e irrumpió Jubilee.
– ¡Agatha, Scotty acaba de contármelo! ¡Dios mío, debes tener los nervios de punta! Imagina: ¡que alguien entre así en tu casa! Pero no te preocupes por nada. Esta noche, dormirás aquí, conmigo.
El abrazo fue rápido y tranquilizador. De repente, Agatha se sintió feliz de tener la compañía parlanchína de Jubilee. Habría sido enervante pasar la noche en medio del desorden de al lado, oyendo cada crujido del edificio, pensando si no oía pasos en la oscuridad.
– En verdad, lo aprecio, Jubilee.
– ¡Oh, bah! ¿Para qué están los amigos? -Se sentó en una silla y comenzó a soltar los botones de los zapatos con un gancho-. Además, esta noche me duelen los pies. Me alegró terminar un poco más temprano. Scotty dice que echará al último cliente más o menos a medianoche.
– Le dije que no tenía por qué hacerlo.
– Ya lo sé, pero cuando Scotty está decidido, no puedes hacerle cambiar de opinión. Podríamos prepararnos para ir a la cama.
Agatha miró alrededor, con timidez. Jubilee ya estaba quitándose las plumas del cabello, y Agatha la imitó con las hebillas. Para su horror, Jubilee se puso de pie junto a la silla y se quitó el escueto traje de baile, y al levantar la vista vio que Agatha estaba parada, vacilante, junto a la cama.
– Si prefieres, puedes usar el biombo.
Mientras se desvestía, oyó que Jube canturreaba: «Un pájaro en una jaula dorada», después encendía un cigarro y manipulaba cosas sobre la mesa del tocador. El humo del cigarro llegó hasta el biombo, y Agatha no pudo contener una sonrisa. Recordó el día en que vio por primera vez a Jubilee que llegaba en la carreta. Si alguien le hubiese dicho que terminaría pasando la noche en el cuarto de ella, lo habría tildado de loco. Pero ahí estaba.
Salió de atrás del biombo vestida con el camisón de cuello alto y una bata blanca calada.
Y ahí estaba Jubilee. De pie junto al espejo del tocador, rascándose el vientre y los pechos blancos, sin otra prenda que los calzones. Tenía el cigarro entre los dientes y hablaba sin quitárselo.
– Malditos corsés. -Se rascó más fuerte, dejándose marcas rojas en la piel pálida-. ¿No te parece fastidioso cómo pican cuando te los quitas? Vosotras, ya que estáis luchando por los derechos de las mujeres, podríais hacer una campaña que nos librara para siempre de los corsés. -Se sujetó los pechos llenos con las manos y los levantó, haciendo desaparecer el lunar que tenía en el surco entre ambos-. ¿Te imaginas? -Rió entre dientes, como si estuviese sola-. Andar por la calle con un vestido sin corsé con ballenas. ¿No sería bueno?
Giró y Agatha bajó la vista. Nunca había visto a una mujer desnuda, y mucho menos una que exhibiera sin pudor los pechos delante de otra. Jube exhaló el humo y cruzó el cuarto hasta la tumbona. Se recostó, los pechos colgando, y revolvió entre las prendas tiradas hasta encontrar la bata turquesa. Cuando se incorporó para pasarla por los brazos, los pezones rosados parecieron destellar como faros en la habitación.
Desbordada, Agatha no supo a dónde mirar.
Al parecer, Jube no se daba cuenta. Despreocupada, se ató el cinturón y exclamó con entusiasmo:
– ¡Agatha, tienes un cabello maravilloso! ¿Puedo cepillártelo?
– ¿Ce-cepillármelo?
Ninguna mujer le había cepillado el cabello desde que murió la madre.
– Me encantará. Y te relajará. Ven. -Dejó el cigarro en el cenicero, tomó un cepillo de la mesa del tocador, y dio una palmada sobre el banco bajo que había ante ella-. Siéntate.
Agatha no pudo resistirse. Se sentó ante el tocador de Jubilee y dejó que la mimasen. Se sintió maravillosamente bien. Al primer contacto de las cerdas que le masajeaban el cuero cabelludo, unos estremecimientos le recorrieron la nuca y los brazos, y cerró los ojos.
– Desde que murió mi madre, nadie me había cepillado el cabello. Y eso fue cuando era niña.
– Es tan hermoso y espeso -lo elogió-. El mío es fino y lacio. Siempre deseé tener un pelo como el tuyo. Eres muy afortunada de tener ondas. Yo tengo que ponerme rizadores.
– ¿No es curioso? -Agatha abrió los ojos-. Yo siempre deseé tener cabello más fino, más lacio y rubio.
Jube cepilló todo el largo de los mechones, desde la coronilla hasta la espalda.
– ¿Crees que hay personas satisfechas con lo que tienen?
A Agatha le pareció una pregunta extraña, por provenir de una mujer tan bella como Jubilee. Las miradas de ambas se encontraron en el espejo.
– No lo sé. Pero supongo que todos deseamos algo.
– Si pudieras pedir cualquier cosa en el mundo, ¿qué desearías?
A Agatha siempre le pareció lo más evidente del mundo, y la dejó estupefacta que para Jubilee no lo fuese. Mientras movía el cepillo, distraída, tenía la cabeza rubia ladeada.
– Piernas y caderas sanas.
La respuesta de Jubilee no fue la que esperaba: no la miró asombrada o acongojada por haber pasado por alto algo tan obvio, sino que adoptó una expresión soñadora, mientras seguía cepillando el pelo de Agatha, y comentó:
– Sí, me imagino. Pero, ¿no es curioso? Nunca pensé en ti como lisiada.
El comentario fue una sorpresa absoluta. Aunque siempre estuvo convencida de que todo el mundo la miraba con lástima, sin saber por qué, le creyó. Nunca tuvo nadie con quien compartir sus sentimientos más íntimos, alguien que los compartiese con ella, y preguntó:
– ¿Y tú, qué desearías?
Jube dejó el cepillo, acomodó el pelo tirante y alto sobre la coronilla de Agatha en forma de nido, sujetándolo con las manos. Entonces la miró otra vez en los ojos y respondió con mucha suavidad:
– Una madre que, a veces, me cepillara el cabello. Y un padre que estuviese casado con ella.
Por largo rato, se comunicaron sólo con los ojos. Entonces, Agatha se dio la vuelta.
– Oh, Jubilee. -Le tomó las manos con cariño-. ¿No crees que somos unas tontas, aquí, deseando lo que nunca tendremos?
– No lo creo. ¿Qué mal hay en desear?
– Me imagino que ninguno. -Agatha parpadeó varias veces, y emitió un sonido que no llegaba a ser risa-. Acaba de ocurrírseme que, un año atrás, uno de mis deseos hubiese sido tener una amiga… Y ahora creo que encontré varios donde menos lo esperaba. Jubilee, yo… -La emoción le quebró la voz, mientras pensaba las palabras justas para expresar cuánto había llegado a valorar la amistad de Jubilee, Scott, y los otros. Los sentimientos hacia ellos la invadieron sin que lo advirtiese. Sólo en ese momento en que los necesitaba y estaban ahí, con las manos extendidas, pudo reconocer la profundidad de esa amistad-. Cuando digo que agradezco que me hayáis recibido aquí, hablo en serio. Estoy tan contenta de que estés aquí. Estaba muy acongojada por lo que sucedió en mi apartamento, pero ahora me siento mucho mejor.
Jube se inclinó y apretó la mejilla contra la de Agatha.
– Bueno. Entonces, ¿por qué no nos metemos en la cama? Al parecer, ya terminó el alboroto, de modo que podrás dormir un poco. Scotty dice que mañana iremos y limpiaremos tu casa. -Jubilee apartó las mantas y palmeó las sábanas, junto a ella-. Vamos, ven.
Agatha accedió, gustosa. Acomodó la almohada y se sentó contra ella, alzando los brazos para cumplir el último ritual del día.
– ¿Y ahora qué haces?
– Siempre me trenzo el cabello antes de dormir.
– ¿Para qué?
Pensó en una buena razón pero no se le ocurrió ninguna.
– Mi madre me enseñó que eso hace una dama todas las noches.
– Pero así debes dormir sobre el bulto de la trenza. Para mí, no tiene ningún sentido.
Agatha rió: nunca lo había pensado, pero Jubilee tenía razón.
– Lo último que haría con mi pelo sería trenzarlo.
– Bueno, pero entonces, ¿qué haces?
– ¿Cómo qué hago? Nada. Duermo con el cabello suelto. -Se pasó el cepillo por su propia cabellera, echó la cabeza atrás y la sacudió-. Es un placer.
– Está bien… -Agatha comenzó a deshacer la trenza inconclusa con los dedos-. Lo haré.
Sin dejar de cepillarse, Jubilee fue hasta el tocador, se metió el cigarro entre los dientes y fumó mientras se cepillaba.
– ¿Te molesta el cigarro?
– Para nada.
Agatha supo que era verdad. Por estar cerca de Gandy, había llegado a aficionarse.
– Me relaja, ¿sabes? -le explicó Jube-. Cuando termino de bailar, estoy toda tensa. A veces, me cuesta dormirme enseguida.
Jube enroscó el dedo alrededor del fino cigarro negro, fue hasta el pie de la cama y se sentó, reclinándose contra el rodapié de bronce, con el cenicero en la falda, todavía cepillándose el cabello rubio.
Alguien llamó a la puerta.
– Hola, somos nosotros. -Pearl y Ruby entraron, sin esperar permiso-. Nos enteramos de las malas noticias. No te aflijas. Es probable que no vuelva a suceder.
Por turno, fueron a apoyar la mejilla contra la de Agatha y a desearle las buenas noches.
– Si Jube empieza a roncar, ven conmigo.
Cuando se fueron, se oyó otra llamada.
– ¿Sí? -dijo Jube.
– Somos Jack e Ivory.
– Bueno, entrad… ya lo hicieron todos.
Agatha casi no tuvo tiempo de cubrirse con las mantas hasta el cuello antes de que ellos dos aparecieran.
– ¿Ya está tranquila, señorita Downing? -preguntó Jack.
– Sí, gracias. Jube me cepilló el pelo y me hizo olvidar todas mis angustias.
– No cabe duda de que Jube es buena con el cepillo -comentó Ivory.
¿Jube habría cepillado el pelo de Ivory? Antes de que pudiera imaginarse, siquiera, semejante espectáculo, éste dijo:
– Bueno, buenas noches, señorita Downing. La veré mañana.
– Buenas noches, Ivory.
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