– ¿Eso es lo que harán con mi papá?
– Claro, lo sepultarán, pero en el cementerio, donde está tu madre.
– Ah.
– E… esta noche, tú vendrás conmigo a casa. ¿Quieres?
– Sí.
Lo dijo en tono neutro, sin inflexiones.
– Willy, es probable que, en el fondo, tu padre fuese un buen hombre. Pero, como tu madre murió tan joven, tuvo muchas penas en la vida.
La boca de Willy se apretó y miró los pliegues del corpiño de Agatha. Los músculos se fueron tensando uno a uno, hasta que el rostro pequeño se transformó en una máscara desafiante:
– No me importa que esté muerto -dijo, obstinado, pero le tembló la barbilla-. ¡No me importa! -Comenzó a alzar la voz y a golpear el colchón-. ¡No me importa, aunque lo entierren ahí afuera, junto al retrete! No me importa… no me importa… n… no m… me…
Hasta que se arrojó sollozando en brazos de Agatha. Los puños aferraron el vestido, y la cabeza enmarañada se hundió en el seno de la mujer. Ésta extendió una mano sobre la espalda pequeña y la sintió agitarse.
– Oh, Willy. -Lloró junto con él meciéndolo, acunándole la cabeza y estrechándolo contra su propio corazón dolorido-. Willy, querido…
Lo entendió profundamente. Simpatizó con él por completo. Apoyó la mejilla sobre la cabeza del niño, dejó que el tiempo girara hacia atrás y se vio a sí misma, también convertida en una huérfana desafiante, que afirmaba lo mismo que Willy acababa de hacer, cuando lo que quería expresar era precisamente lo contrario.
– Willy, todo estará bien -dijo, tranquilizadora.
«Pero, ¿cómo?, -pensó-, ¿cómo?»
Lo acostó en una cama improvisada sobre el suelo, en su apartamento, pero al despertar, por la mañana, lo encontró acurrucado junto a ella en la cama, con las pequeñas nalgas tibias contra su cadera enferma. Lo primero que pensó al despertar fue que era el primer varón con el que había dormido; el siguiente, que tenerlo ahí aunque fuese por tan poco tiempo, valdría la pena el trabajo que le daría sacar los piojos.
Lo llevó a casa de Paulie a desayunar y lo observó engullir suficientes tortillas como para techar una escuela. Después, lo dejó en el Cowboy's Rest, y dio instrucciones a Kendall de que lo refregase bien por todos lados sin piedad, y se deshiciera discretamente de la ropa sucia. Media hora después, iría a buscarlo con ropa limpia. Encontró los pantalones y la camisa que le había hecho, pulcramente doblada en el cajón de la cómoda. Fue al apartamento de Gandy y golpeó la puerta con suavidad. Esperaba que le abriese Jubilee, y la sorprendió ver que, en cambio, aparecía Ruby.
– ¿Cómo está? -preguntó, en un susurro.
– Más o menos. Pero ése es fuerte como una mula. Se pondrá bien.
– Vine a buscar las botas de Willy.
– Voy a ver dónde están.
Mientras esperaba afuera, Agatha contempló el cuadro que representaba la casa blanca de la plantación, en la pared del apartamento, frente a la puerta. Debajo, sobre una consola, estaba el humidificador de cigarros y el molde para sombreros de Scott, con el Stetson negro encima. Era extraño, pero ver los objetos personales de un hombre para una mujer era como compartir algo íntimo con él.
Apareció Ruby con las botas de Willy.
– ¿Cómo lo está tomando el pequeño?
– Hasta ahora, no muy bien. Está en el Cowboy's Rest, tomando un baño, y ya sabes cuánto los odia.
– ¿Sabe lo de su padre?
– Sí. Yo se lo dije.
– ¿Cómo reaccionó?
– Afirmó que no le importaba. -Agatha se topó con los ojos negros de Ruby y suavizó el tono-. Pero lloró de un modo que partía el corazón.
– Me imagino que habrá sido duro decírselo.
– No fue una noche fácil para ninguno de nosotros, ¿verdad? -La última vez que Agatha y Ruby hablaron, la mujer negra se apartó con estoico desapego después de que ella leyó la invitación del gobernador a tomar el té. Cómo le había dolido. Pero ahora, Agatha estiró la mano-: Ruby, lamento que yo…
– Señor, lo sé, mujer. Pero, ¿no te parece que éste es un mundo muy loco y confuso?
Ruby no le aceptó la mano, pero no fue necesario. Agatha sintió como si se hubiese sacado un enorme peso de encima. Enderezó los hombros y cambió de tema.
– Willy quiere ver a Scott. ¿Crees que estará bien si lo traigo, más tarde?
– No veo el inconveniente. Tal vez distraiga al patrón de ese brazo herido.
Esa tarde, a las cuatro, cuando Agatha llamó a la puerta de Gandy, llevaba de la mano a un niño con el cabello cuidadosamente partido al costado, con una onda dorada resplandeciente sobre la frente. Además de un corte de pelo reciente, estrenaba calzoncillos y medias flamantes, de Harlorhan's Mercantile, botas de cuero marrón, lustrosas con cordones sin nudos, pantalones azules hechos en casa, y una camisa de rayas, también azules.
Esa vez, abrió Ivory. Al ver a Willy, echó las manos atrás, fingiendo sorpresa.
– Bueno, ¿qué es esto?
– Me di otro baño -rezongó, con expresión fastidiada.
– ¿Otro? -Ivory no dejó de poner cara de asombro y de lanzar sonidos de contrariedad.
– Venimo a ver a Scotty.
Agatha le tironeó de la mano:
– Vinimos a ver a Scotty.
– ¿Y yo qué dije?
Ivory rió entre dientes y le sonrió a Agatha:
– ¿Cómo está usted, señorita Agatha?
– ¿Cómo está el señor Gandy?
– Fastidiado. No le gusta mucho estar acostado.
Con un susurro conspirativo, le respondió:
– En ese caso, tendremos cuidado.
Cuando entraron, el herido tenía los ojos cerrados, acostado en una cama de arce rizado, de proporciones masculinas, apoyado en un montón de almohadas, el brazo envuelto en gasa. Tenía el pecho desnudo, y la piel y el vello parecían muy oscuros en contraste con las sábanas blancas.
Con un solo vistazo, Agatha supo cuánto había sufrido desde la noche pasada.
Serio, Willy estaba de pie a su lado.
– Hola, Scotty -dijo.
Scott abrió los ojos y sonrió:
– Muchacho -dijo con cariño, alzando la palma.
– Gussie dice que no puedo abrazarte ni saltar sobre tu cama, ni nada.
– Eso dice, ¿eh?
Los ojos castaños de Gandy se alzaron hacia la mujer que tenía al niño de la mano: se los veía bien juntos. Tenía la sensación de que estaba bien que estuviesen ahí, con él. Sintió el deseo loco de apartar las sábanas e invitar a los dos a tenderse junto a él, a hablar tonterías y a reírse juntos.
– Hola, Agatha -dijo en voz queda.
– Hola, Scott. ¿Cómo te sientes?
«Confuso», pensó.
– He vivido días mejores, pero Ruby dice que si me palpita es porque no estoy muerto.
Willy miraba con expresión suplicante, aunque no se soltaba de la mano.
– ¿Puedo sentarme junto a él? Prometo que no lo voy a tocar para nada.
– Claro que puedes.
Le soltó la mano y sonrió al verlo cruzar la habitación con desusada solemnidad y acercarse a la cama cuanto podía, sin tocarla. Scott le enlazó el brazo sano en la cintura y lo atrajo junto al colchón.
– Jovencito, tienes un aspecto radiante. También hueles bien.
– Gussie me hizo tomar otro baño. -El tono se volvió más disgustado aún-. ¡Después, me hizo ir a la barbería!
– Es molesta, ¿no es cierto? -bromeó Scott, flechando a Agatha con su sonrisa llena de hoyuelos.
Willy adelantó el vientre y se lo frotó:
– Me dio otra vez los pantalones nuevos y la camisa, y también las botas. ¡Y me dio calzoncillos nuevos!
– Con que, ¿eso hizo?
Scott dejó vagar la mirada hacia Agatha mientras la mano grande acariciaba la espalda de Willy, y una sonrisa lánguida le jugueteaba en las comisuras de la boca.
Agatha habló con vivacidad:
– Sí, eso hizo. -Acercó una silla y la colocó junto a la cama-. Pero Willy ya está pagándolo, pues barrió el suelo del taller y fue a buscar la correspondencia. Tuvimos un día muy atareado.
Se sentó y plegó las manos sobre el regazo.
– ¿Te has enterado de que mi papá ha muerto? -preguntó Willy, sin preámbulos.
La caricia de Scott se detuvo.
– Sí, Willy, lo sé.
Willy prosiguió:
– ¿Estabas presente cuando lo balearon?
– Sí.
– ¿F… fuiste tú el que le disparó?
– No, hijo, no fui yo.
– ¿Quién lo hizo?
Otra vez, Scott lanzó una mirada a Agatha, pues Dan también era amigo de Willy. Renuente a desilusionar al niño, Gandy respondió, evasivo:
– Un hombre con el que estaba jugando a los naipes.
– Ah. -Willy reflexionó un momento, miró el vendaje de Scott, y preguntó-: ¿A ti también te dispararon?
– No, yo tuve un pequeño accidente con un cuchillo, nada más.
– ¿El cuchillo de papá?
Scott se aclaró la voz y se incorporó un poco sobre el codo.
– Escucha, Willy, en verdad siento lo de tu papá, pero no quiero que te aflijas. -Palmeó el sitio en la cama, a su lado-. Ven aquí, y te lo contaré.
Willy se encaramó y se sentó junto a Scott, los ojos atentos sobre el rostro oscuro que yacía sobre las almohadas blancas.
– Hice que Marcus limpiara la habitación del fondo, abajo. Ésa donde guardamos las botellas extra, las escobas y todo eso sabes? Instaló ahí una cama pequeña para ti y ahí dormirás desde ahora. ¿Qué te parece?
El semblante de Willy se iluminó:
– ¡¿En serio?!
Agatha sintió una punzada de pena y, al mismo tiempo, le desbordó el corazón de gratitud hacia Scott. La sensatez le dijo que no podía alojar a Willy en forma permanente, pero esperaba que la situación se mantuviese incierta por unas noches más. Sin embargo, si había un lugar en el que al niño le gustaría estar, era con Scott. Se sentiría profundamente dichoso hasta en una cama improvisada sobre el suelo, en el cuarto del fondo.
– Pero, a la mañana, tendrás que levantarte y ayudar a Dan a amontonar las sillas sobre las mesas mientras barre. Y tendrás que ayudar a Jack con los vasos. Y también será tu tarea ver si las escupideras necesitan una limpieza. ¿De acuerdo?
– ¡Jesús, Scotty! ¿En serio?
– Sí, señor.
Entusiasmado, Willy se descontroló y se precipitó sobre Scott a darle un abrazo fervoroso. Éste hizo una mueca y soltó el aliento.
– ¡Willy!
Agatha se apresuró a apartarlo. De inmediato, el rostro del muchacho expresó remordimiento.
– Oh… lo… lo olvidé.
– Será mejor que bajes -dijo la mujer, con suavidad-. Otro día, cuando Scott se sienta mejor, podrás sentarte a su lado.
Se bajó, y la culpa crispó su rostro infantil:
– No quise lastimarte, Scotty.
Scotty desechó con esfuerzo las puntadas de dolor que le recorrían el brazo:
– No es nada, muchacho. Sólo me diste una punzada, pero ya casi pasó.
Al saberse perdonado, Willy se iluminó al instante.
– ¿Puedo decirle a Charlie y a los otros chicos dónde voy a vivir? -preguntó, excitado, refiriéndose a los niños que vendían comida en la estación.
– No hay problema.
– ¿Y puedo contarles lo del trabajo que me daste?
– Diste -lo corrigió Agatha.
– Diste.
Aunque el brazo le dolía mucho, Gandy forzó una risa.
– Ve, cuéntaselo.
– Pero, Scotty…
Con vertiginosa rapidez, el semblante del niño se ensombreció otra vez.
– ¿Y ahora, qué pasa?
– Mañana no puedo ayudar a Dan a barrer, porque enterrarán a mi padre y tengo que estar en el funeral.
Scott sintió un nudo en la garganta, y la ingenuidad del pequeño se le clavó en el corazón como la flecha de un cazador.
– Ven aquí -le indicó con suavidad, pero esta vez, con cuidado.
Sin hacer caso del dolor en el brazo, se estiró hacia el borde de la cama y extendió el brazo sano para recibirlo.
Tal como le indicó, Willy se acercó con cuidado y cuando la mano fuerte y morena acercó el cuerpo pequeño contra el pecho amplio del hombre, cuando la mejilla áspera, sin afeitar, se apoyó sobre el cabello rubio, la voz sonó incierta y trémula.
– Si empiezas pasado mañana, estará bien, muchacho. Y le preguntaré al médico si mañana puedo levantarme, para poder acompañarte en el funeral. ¿Qué te parece?
– Pero me llevará Gussie.
Scott miró a Agatha, todavía sentada junto a la cama, mirando a Willy con una lágrima delatora en un ojo, y una sonrisa compasiva. En ese instante, sus ojos claros se posaron en los muy oscuros del hombre.
Gandy habló con suavidad, con mechones rubios que se le enredaban en la barba:
– Gussie es una señora muy querida. Pero creo que yo también estaré.
En torno de la tumba de Alvis Collinson, se reunieron más personas de las que, probablemente, mereciera. Ahí estaba el amigo, Doc Adkins, una mujer corpulenta y huesuda llamada Hattie Twitchum, que lloró ruidosamente durante toda la ceremonia. Desde la muerte de la esposa, Alvis pasó mucho tiempo con Hattie y se rumoreaba que los últimos dos de los siete hijos se parecían mucho a Collinson. Al lado, estaba Mooney Straub, sobrio por primera vez en la historia conocida. Estaban presentes todos los empleados de la Gilded Cage: Jack, Ivory, Mareus, Dan, Ruby, Pearl y Jubilee. En un pequeño y apretado grupo, Scott y Agatha tenían de la mano a Willy. Tenían toda la apariencia de madre, padre e hijo. Willy llevaba un traje flamante, comprado en la tienda, que era una copia en miniatura del atuendo de Gandy: camisa blanca, y todo lo demás, negro. Agatha llevaba un vestido negro de bengalina, con cuello alto, generosas mangas en forma de pata de cordero que se estrechaban en los codos, y un sombrero negro de pastora echado hacia adelante, coronado por un crujiente velo negro, que formaba un moño amplio en la parte de atrás del ala. Gandy tenía un brazo en la manga de la chaqueta, y el otro le colgaba sobre el torso, de una cinta blanca.
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