Agatha se despertó de golpe.
La respiración jadeante era real. Venía de al lado de la cama. Pesada, sibilante, asmática. El pánico la invadió. Le sudaron las manos. Se le tensaron los músculos. Permaneció inmóvil como un cadáver mirando, tratando de ver quién estaba junto a su hombro. ¡Oh, Dios! ¿Qué hago? ¿Dónde está el objeto pesado que tengo más cerca? ¿Podré alcanzarlo más rápido de lo que el intruso me atrape a mí? ¿Qué hago primero, gritar o saltar?
Hizo las dos cosas a un tiempo, aferrando la almohada v balanceándola hacia atrás con toda la fuerza posible. Pero nunca tocó al intruso: se la arrebató y la tiró. El grito de Agatha quedó interrumpido por la mano incrustada sobre la boca. El otro brazo del sujeto la aferró, cruzado sobre el pecho y las costillas y la alzó hacia atrás, aunque ya estaba a medias levantada.
– Se lo advertí, pero no me hizo caso -siseó, en el oído de Agatha-. Ahora me escuchará, señora. Aquí tengo algo que la obligará a escucharme aunque no quiera.
La presión pasó a los pechos, y algo la pinchó bajo la mandíbula, del lado izquierdo.
– No veo bien en la oscuridad. ¿Está cortándole?
Estaba cortándola. Sintió que la punta del cuchillo le penetraba en la carne y gritó bajo la mano, clavándole las uñas en el brazo que sostenía el cuchillo.
– Tenga cuidado, señora.
Dejó de clavarle las uñas. Si tironeaba, y el sujeto se flexionaba contra la cadera de ella, el cuchillo podía clavársele en el ojo.
Oyó su propia voz que gemía, a cada exhalación aterrada. «¡Scott, ayúdame! ¡Comisario Cowdry… Violet… alguien! ¡Por favoooor!»
– Usted es la que empezó con esa basura de la prohibición, aquí. Organizó, sermoneó, y oró en los umbrales de las tabernas. Después, fue a gimotearle al gobernador hasta que logró que este maldito Estado explotase en un solo clamor. Bueno, en este pueblo, somos once a los que no nos gusta. ¿Entendió?
La apretó más fuerte. Los dientes le cortaron el labio y sintió el sabor de la sangre.
Intentó suplicar, pero las palabras salieron como gemidos ahogados contra la mano sudorosa, salada del sujeto.
– Ahora, se echará atrás, hermana, ¿entendió? Diga a las demás mujeres que terminen con sus malditos debates. Dígale a esa predicadora melosa que cierre la boca. ¡Y deshaga esa sociedad por la templanza! ¿Entendió?
Asintió, con gestos enloquecidos, frenéticos, y sintió que algo tibio le resbalaba por el cuello. Un dolor agudo provocado por la punta del cuchillo le dio la sensación de que la hoja ya le había atravesado el ojo. Gritó de nuevo, y el hombre le apretó la cara con tanta fuerza que creyó que le había roto la mandíbula. A cada latido, sentía que le explotarían las venas.
Los gemidos sé aceleraron, al pasar del pánico a la semiinconsciencia.
Por los orificios dilatados de la nariz le entró olor a cigarro y a sudor.
– Si cree que tengo miedo de matarla, se equivoca. -Creyó que se le saltarían los ojos de las órbitas-. Una organizadora muerta sería de lo más eficaz para ponerles paños fríos a todas las reformadoras de por aquí. Pero le daré una última oportunidad, porque tengo un gran corazón, ¿sabe?
Rió con malicia.
Agatha siguió hipando, desesperada.
– ¡Eh, hermana!, ¿qué es esto que siento? -La hoja se apartó y la mano se cerró sobre un pecho-. Para ser una lisiada, no está nada mal, ¿sabe? Quizá tenga una manera mejor de lograr que se porte bien, en lugar de matarla, ¿eh? -Deslizó una mano por el vientre de Agatha y lanzó una carcajada perversa mientras ella, sin querer, apretaba los muslos. Un instante después, sintió que le metía el camisón entre las piernas. Contuvo las ansias de gritar otra vez, pero se le cerraron los ojos y las lágrimas brotaron por las comisuras de los ojos-. Apuesto a que nunca lo hizo, ¿no, renga? Bueno, esta noche no tengo tiempo, pues ese maldito comisario entrometido anda por el callejón. Pero si no hace lo que le digo, volveré. Y no me importa para nada que pueda rodearme con las piernas o no. Usaré esto.
La hizo caer a gatas sobre la cama, con el camisón aún metido entre las piernas, y poniéndole una mano en la nuca, le aplastó la cara contra el colchón.
– Ahora, se quedará así cinco minutos… ¿entendido?
De rodillas sobre la cama como un musulmán de cara a la Meca, sangrando sobre las sábanas, sintió la cadera como si estuviese rompiéndosele otra vez. Si pasaron cinco minutos o cinco horas, no estaba en condiciones de saberlo. Lo único que supo fue que el hombre salió por la puerta y que sólo había otra manera de salir del apartamento. Por ahí salió Agatha. Por la ventana, por la angosta cornisa que había detrás del falso frente de la tienda, hasta la primera ventana que encontró. Golpeó, pero Jube no salió. Desesperada, siguió hasta la próxima y golpeó otra vez, demasiado aturdida para comprender que también pertenecía al cuarto de Jube. Se arrastró hasta la siguiente y la aporreó con el puño, pero era la ventana del pasillo. Llorando, gimiendo, se tambaleó junto a la pared hasta la próxima ventana, que estaba abierta unos centímetros. La empujó hacia arriba y pasó por el alféizar al dormitorio de Scott.
De pie en la oscuridad, el pecho agitado, trató de controlarse después de haber pasado por la experiencia más terrible que había tenido que enfrentar hasta el momento.
– S… S… Scott… a… a… ayuda… me -rogó-. S… S… Scott…
Scott Gandy emergió de un profundo sueño al oír el susurro. Abrió los ojos, preguntándose si Jube había hablado en sueños. No, estaba llorando. Rodó para mirar sobre el hombro y vio una figura de blanco a los pies de la cama. El primer impulso fue ir a buscar la pistola, pero entonces oyó otra vez el gemido quebrado, desgarrado.
– S… S… Scott… p…p…por… favor.
Así, desnudo como estaba, saltó de la cama.
– ¡Agatha! ¿Qué ha pasado?
– U… u… un… h… ho…
Todavía alterada por la impresión, sólo pudo tartamudear. Temblaba con tal violencia que Scott le oyó castañetear los dientes. La sujetó de los hombros y sintió que su propio corazón se aceleraba de miedo.
– Cálmate, vamos, tranquila, respira hondo, otra vez.
– Un ho… ho… hombre.
– ¿Qué hombre?
– Un ho… ho… hombre f… f… fue…
– Despacio, Gussie. Un hombre…
– Un hombre f… f… fue a mi c… c… cuarto y te…tenía un cu… cu… cu… -Cuanto más lo intentaba, más difícil le resultaba la palabra-. Cu… cu…
Los temblores le recorrieron todo el cuerpo y respiraba como si estuviese debatiéndose en aguas profundas.
Scott la atrajo hacia él y la abrazó con firmeza, sujetándola con las manos y los codos, una mano en la nuca. Aun así, seguía jadeando con bocanadas breves, insuficientes, como un perro fatigado. Sintió contra el pecho los movimientos bruscos del torso de la mujer.
– Ahora estarás bien. Estás a salvo. Di una palabra por vez. Un hombre fue a tu cuarto y tenía un… ¿qué tenía, Gussie?
– Cu… cu… -El jadeo se hizo más rápido contra la oreja de Scott, como si apelase a toda su energía vocal, hasta que al fin explotó-: ¡Cuchillo!
– ¡Dulce Jesús! ¿Estás bien?
A Scott le pareció que cada uno de sus propios latidos era una explosión. Sin soltarla, se echó hacia atrás y se inclinó hasta que pudo verle los ojos inmensos, aterrados.
– N…no… lo s…sé.
Jube se despertó y preguntó, soñolienta:
– ¿Amor? ¿Qué pasa?
Gandy no le hizo caso.
– C…c…creo qu…que estoy san…sangrando -gimió.
La tomó en los brazos en el preciso instante en que a Agatha se le doblaban las rodillas.
– ¡Levántate, Jube! Agatha está herida. ¡Despierta a los hombres y corre a buscar al doctor!
– ¿Eh? -farfulló, desorientada.
– ¡Ahora, Jube! -vociferó-. ¡Trae al doctor Johnson!
Jube salió de la cama y encontró la bata camino de la puerta.
– ¡Manda a Jack aquí! -ordenó, mientras acostaba a Agatha en la cama tibia.
Cuando encendió la lámpara, vio enseguida la sangre sobre el camisón blanco. Fue presa del terror mientras buscaba la herida y la encontraba bajo la mandíbula. Revisó el cuerpo pero no encontró más desgarros en el camisón.
Agatha cruzó los brazos sobre el pecho, cerró los ojos y se estremeció.
– Tengo m…mucho f…frío.
La tapó hasta el cuello y se sentó al lado, sintiendo que el miedo daba paso a la furia.
– ¿Quién te hizo esto?
Sin abrir los ojos, tartamudeó:
– N…no s…s…é -respondió, entre hipos.
– ¿Qué quería?
– La pro…hibición en las ta…ta…
Tembló con tal violencia que el resto de la palabra se perdió.
Gandy habló en tono duro, cortante.
– ¿Te hizo daño de alguna otra manera?
La única respuesta fue que Agatha se acurrucó más, las lágrimas brotaron tras los párpados cerrados, y giró la cara, avergonzada.
Scott le apretó el hombro a través de las mantas, e insistió:
– Gussie, ¿lo hizo?
Mordiéndose los labios, con los ojos apretados, negó enfáticamente con la cabeza.
Jack irrumpió en la habitación, vestido con su traje de dormir de una pieza.
– Alguien atacó a Agatha. Ve a echar una mirada atrás.
Llegaron Marcus e Ivory, sin otro atuendo que los pantalones.
– ¿Está bien?
– La hirieron con un cuchillo. Tal vez sea algo peor.
Jack rechinó los dientes, y la mandíbula se le tensó.
– ¡Vamos! -ordenó, y salió corriendo mientras los otros hombres le pisaban los talones.
Gandy miró a Agatha, acomodó las mantas bajo la barbilla y quiso saber:
– Te puso encima algo más que la hoja del cuchillo, ¿no es cierto? -Se levantó de un salto-. ¡Maldito sea! Descubriré quién es ese hijo de perra, y las pagará. ¡Juro por Dios que las pagará!
Agatha abrió los ojos y suplicó:
– ¡No… por favor, es peligroso… y fuerte!
Gandy cruzó a zancadas el cuarto, agarró los pantalones de un manotón, se los puso y se volvió otra vez de cara a ella, mientras se los abotonaba con gestos furiosos. Se tragó los epítetos que pugnaban por escapársele y se acercó de prisa a la cama, empujándola hacia abajo por los hombros.
– Acuéstate otra vez, Gussie, por favor. Todavía estás sangrando.
Quiso tocarse la herida con los dedos, pero Scott los sujetó antes de que pudiese hacerlo.
– Por favor, no.
– Pero, tus sábanas…
– No importa. Por favor, no te muevas hasta que llegue el doctor Johnson.
Le metió la mano bajo las mantas y la arropó otra vez. Después, se sentó junto a ella callado, la vista fija en los ojos enormes, desenfocados, acariciándole el cabello, apartándoselo de la frente una y otra vez.
– Scott -murmuró, los ojos llenos de lágrimas que los hacían parecer transparentes, como agua verde y profunda.
– ¡Shh!
– El hombre no me…
– Después… hablaremos de eso después.
Las lágrimas corrían en arroyuelos de plata por las sienes, y Scott las secó con los pulgares.
– No me dejes.
– No lo haré -le prometió.
Al ver que llegaba el doctor Johnson y ocupaba el lugar de Scott en el borde de la cama, los ojos de la herida se llenaron de pavor. El médico limpió la herida con salmuera y afirmó que no haría falta coser. Mojó generosamente un aposito de gasa con tintura de árnica, lo aplicó a la herida y lo sujetó con una tira alrededor de la cabeza. Entretanto, Ruby, Pearl y Jube espiaban ansiosas en la puerta. Los hombres informaron que no encontraron a nadie en el callejón ni en el apartamento de Agatha. El doctor Johnson se lavó las manos en el lavabo que usaba Gandy para afeitarse y; mientras las secaba, aconsejó:
– Esta noche, sentirá un poco de dolor. Tal vez una medida de whisky lo atenúe. Tendrá escalofríos hasta que pase la impresión pero, fuera de eso, se recuperará sin inconvenientes.
– Jack, ve abajo a buscar una botella, por favor -dijo Gandy, sin sacar la vista del rostro pálido de Agatha.
Jack desapareció sin decir una palabra.
– Marcus, Ivory, gracias por ir a ver. Si uno de vosotros quiere ir a buscar al comisario, creo que será mejor que hable con él esta misma noche.
– Ya te lo dije. Llegará en cualquier momento.
– Bien. -Gandy se dirigió a las mujeres-. Chicas, volved a la cama. Yo me quedaré con ella.
Jube se demoró un momento cuando las otras se fueron. Gandy le tomó la barbilla con ternura:
– Lo siento, Jube. Me pidió que no la dejase. ¿Te molestaría ir a tu propio cuarto lo que queda de la noche?
La muchacha le besó el mentón:
– Por supuesto que no. Vendré a verla por la mañana.
Scott era el único en el cuarto mientras Ben Cowdry la interrogaba. Agatha se había calmado en cierta medida, y respondía con lucidez, repitiendo las amenazas del atacante, recordando que olía a cigarro y que, al parecer, tenía una barriga prominente y voz áspera. Pero cuando Cowdry le preguntó si le había hecho otro daño, además de la herida de cuchillo, los ojos angustiados se posaron en los de Scott. Éste se apartó de la esquina del guardarropa en que estaba apoyado y avanzó.
"Juegos De Azar" отзывы
Отзывы читателей о книге "Juegos De Azar". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "Juegos De Azar" друзьям в соцсетях.