– Nunca apuesto sin tener uno en la mano -explicó.

– Ah.

En medio del silencio, el humo flotó hasta la nariz de Agatha.

– Adelante, Gussie -dijo con calma-. Da.

La mujer tomó las cartas como si fuese a salir un escorpión de entre ellas. Las sentía extrañas en las manos, resbalosas y nuevas, y aun así, no tan amenazadoras como podría suponerse, teniendo en cuenta el desastre que eran capaces de acarrearle.

Le dio la primera, sin deslizarla.

Quitándose el puro de la boca, le recordó:

– Cara arriba.

Obediente, lo dio vuelta: tenía tres tréboles negros.

– Tres -anunció Scott.

El de Agatha tenía una dama coronada y un corazón rojo.

– Reina de corazones -explicó Scott-. Vence a mi tres.

El tercero de Gandy fue otro tres, pero para cuando tenían cuatro cada uno, sobre la mesa no había nada promisorio. Con manos trémulas, Agatha dio la vuelta el último naipe: un siete de espadas sin nada que lo superase. Antes de dar vuelta el último, contempló la figura que había en el dorso y le pareció que oscilaba ante sus ojos. El corazón le latió en la garganta. Los ojos claros se toparon con los oscuros a uno y otro lado de la mesa, y el humo del cigarro se elevó entre ellos. Scott aguardaba con la misma calma que si estuviera esperando el postre, y en cambio, Agatha, temblaba como si sufriese de paludismo.

– Sea lo que fuere, no habrá resentimientos -dijo el hombre.

Con un gesto silencioso, pues no confiaba en la firmeza de su voz, la mujer asintió.

Inspirando una bocanada honda y conteniéndola. Agatha dio vuelta la última carta.

Era un dos. El par de tres de Scott superaba a su par de dos.

Los contempló, tragó saliva. Scott cerró los ojos y exhaló un suave soplido por la nariz, golpeado por la ironía de haber ganado a Willy con la peor mano que le hubiese tocado jamás. Abrió los oíos, y vio a Agatha cenicienta, atónita. Tendió la mano, cubrió el dorso de la de ella y la oprimió fuerte… fuerte.

Pero en los ojos de Gandy no brilló ninguna chispa de triunfo. Más bien, parecían desolados.

– Gussie, yo…

– ¡No! -Sacó la mano de un tirón-. No pronuncies ninguna frase noble. Yo perdí limpiamente. ¡Willy es tuyo!

Se incorporó. La silla chirrió al ser empujada atrás, y como Agatha se movió con mucha rapidez, se balanceó contra el borde de la mesa. El licor se desbordó del vaso y formó una mancha oscura en el paño verde, pero ninguno de los dos lo notó. Gandy también se levantó.

– ¡Gussie, espera!

Levantándose la falda, cojeó veloz hacia la puerta trasera para no echarse a llorar delante de él.

Cuando se hubo marchado, Scott permaneció en la penumbra silenciosa de la taberna fría, tratando de convencerse de que había sido una mano limpia: ella misma la dio. La fatalidad eligió por ellos.

Aferró el borde de la mesa, y lanzando una violenta maldición, la volteó, haciendo caer sillas y naipes, que volaron por el salón. El cristal se hizo astillas. La botella rodó contra la pata de la mesa y se detuvo, gorgoteando su contenido sobre el suelo de tablas.

Al oírlo, se sintió peor.

Se derrumbó en una silla, se echó hacia adelante, y se apretó la cabeza. ¡Dios misericordioso! ¿Cómo fue capaz de quitarle al niño? No tenía a nadie en el mundo. ¡A nadie! «Y yo tengo tanto», pensó. Permaneció así, sentado, hasta que alguien le tocó levemente la muñeca. Se irguió como si le hubiesen disparado.

– ¿Qué haces levantado? -preguntó con brusquedad.

– Oí un ruido -respondió Willy-. ¿Estás bien, Scotty? ¿Tienes diarrea otra vez, o algo así?

– No, estoy bien.

– No se te ve bien. Pareces enfermo. ¿Qué pasó con la mesa?

– No te preocupes, muchacho. Escucha… ven aquí.

Willy se acercó arrastrando los pies, las manos extendidas, y de pronto se encontró sobre el regazo de Scott.

– Tengo algo que decirte. -La mano larga de Scott subió y bajó por la espalda de Willy, sobre la áspera ropa interior que usaba cuando hacía frío-. ¿Recuerdas que te pregunté sobre la plantación, si te gustaría vivir allí? Bueno, iremos. Se llama Waverley y es donde yo viví cuando tenía tu edad. Un día de estos cerraré la taberna y regresaré, pero te llevaré conmigo, Willy. ¿Te gusta?

– ¿Quiere decir que viviré contigo para siempre, siempre?

– Así es. Para siempre, siempre.

– ¡Hurra! -exclamó, embelesado.

– ¿Crees que te agradará eso?

– ¡Claro… Cristo!

Se le iluminó la cara.

– Viajaremos en tren. Mississippi está lejos.

– ¡En tren… Jesús! -Los ojos del niño expresaban deleite y brillaban como un par de pecanas del Sur-. Nunca antes fui en tren. -Alzó la cabeza, aferró una de las solapas de Scott y lo miró en los ojos-. ¿Gussie irá con nosotros?

Scott esperaba la pregunta y, aun así, lo golpeó como un puñetazo en el plexo solar.

– No, hijo, no irá. Gussie vive aquí. Como tiene su negocio aquí, se quedará.

– Pero quiero que venga con nosotros.

Scott lo rodeó con los brazos, y lo estrechó contra el pecho.

– Ya lo sé, pero no es posible.

Willy se apartó y lo miró, ceñudo:

– Pero es nuestra amiga. Se sentirá mal si me voy sin ella.

A Scott se le hizo un nudo en la garganta. Se aclaró la voz y cerró con torpeza el último botón de la ropa de dormir de Willy.

– Sé que se sentirá mal. Pero, de vez en cuando podrás volver en el tren a visitarla. ¿Te gustaría?

Willy se encogió de hombros y fijó la vista en la solapa, desconsolado.

– Supongo que sí -farfulló.

El desánimo del chico reflejaba de tal modo el de Gandy que, cuando lo tomó de los hombros, y le habló, fue para consolarlos a los dos.

– Escucha, hijo, a veces, aunque amemos a las personas, tenemos que abandonarlas. Eso no significa que las olvidemos ni que no vayamos a verlas nunca más. Y no te olvides de que Agatha te ama. Si pudiera, ella te retendría aquí, pero sería muy duro por lo pequeño del lugar en que vive. En Waverley, habrá lugar de sobra para ti, y tendrás un cuarto para ti solo en la mansión… ésa del cuadro que está en la sala, ¿sabes? Ya no dormirás más en la despensa. Y habrá miles de cosas para ver y para hacer. Y hay un río donde puedes pescar. -Forzó un tono alegre-. Ya verás las enredaderas de uva silvestre de las que puedes colgarte en el bosque. ¡Trepan tan alto en las encinas que hay junto al agua, que no se puede ver la punta!

– ¿En serio?

Si bien Willy recuperó una parte del entusiasmo, estaba empañado por una nota de tristeza.

– En serio.

– Pero, ¿podré volver a visitar a Gussie?

– Sí, te lo prometo.

Willy pensó un instante, y concluyó:

– Se sentirá mejor cuando le diga eso.

Scott apoyó una mano en la cabeza rubia.

– Sí, estoy seguro.

– Me llevaré a Moose, ¿no'cierto?

Esto era duro. Scott también lo esperaba, pero no supo qué responder.

Interpretando mal la vacilación de Scott, Willy se corrigió:

– Quise decir, ¿no es cierto?

La influencia de Agatha. La necesitaba mucho, y la culpabilidad de Scott por haber recibido la mano ganadora se renovó. Tomó a Willy de los brazos y lo acarició subiendo y bajando las manos.

– Sería incómodo en el tren, hijo. Pernoctaremos en un coche dormitorio, y un animal no puede dormir ahí. Pero estaba pensando; tienes razón, Agatha nos echará de menos. Quizá le gustaría tener a Moose para hacerle compañía.

– Pero…

Los ojos de Willy comenzaron a llenarse de lágrimas, que luchó por contener.

En el último medio año había perdido mucho. Primero, el padre, ahora a Agatha, y hasta al gato. Era esperar demasiado que un pequeño de cinco años aceptara tantas pérdidas con estoicismo.

– En cuanto lleguemos a Waverley, conseguiremos otro gato -prometió Scott-. ¿Hacemos trato?

Willy se encogió de hombros y dejó caer el mentón. Scott lo estrechó otra vez contra el pecho.

– Oh, Willy…

Se le agotó el falso entusiasmo y permaneció largo rato con la mejilla sobre el pelo del niño, mirando el suelo. Comprendió que lo mejor para todos sería hacer un corte limpio, rápido. Les diría a todos que empacaran al día siguiente y, al otro, tendrían que estar preparados para irse.

– Es tarde. ¿No crees que tendríamos que dormir un poco?

– Creo que sí -respondió Willy, melancólico. Scott se levantó con Willy en el brazo y se estiró para alcanzar la lámpara-. ¿Puedo subir contigo? -pidió el chico.

Scott se detuvo en la puerta de la despensa.

– Creo que esta noche Jube duerme conmigo -respondió.

– Oh. -La decepción del chico fue evidente, antes aún de que preguntase-: ¿Cómo es que duerme contigo y besa a Marcus?

– ¿Qué?

Una línea de consternación apareció entre las cejas de Gandy.

– Besa a Marcus. La vi la noche en que se lastimó la mano. Y el día que fuimos al picnic, casi lo hicieron. Yo me di cuenta.

– ¿Marcus?

¡De modo que eso era lo que andaba mal!

– ¿Jube y Marcus y todos los demás irán a Waverley con nosotros? -Distraído, Scott demoró en responder-. ¿Irán? -insistió.

– No lo sé, muchacho. -Entró en el cuarto de Willy y lo arropó, todavía con la cabeza en otra parte-. Y ahora, a dormir, y antes de que te des cuenta será de mañana. Tendremos mucho que hacer para prepararnos.

– De acuerdo.

Scott se inclinó y lo besó pero, a mitad de camino, lo detuvo la voz de Willy.

– Eh, Scotty.

– ¿Qué?

– ¿Hay vacas en el Mississippi?

– ¿Te refieres a las que se ven aquí, cuando vienen los vaqueros?

– Sí.

– No. Sólo las que tenemos para ordeñar. Ahora, duerme.

Scott se sintió un poco mejor al dejar a Willy, comprendiendo que el niño empezaba a sentir curiosidad. Era la primera señal concreta de entusiasmo que mostró desde que supo que Agatha no iría con ellos. Pero cuando llegó a la habitación, los pensamientos pasaron de Willy a Jube.

No estaba en su cama, como esperaba. Pero tenía sentido. Ahora, todo tenía sentido.


A la mañana siguiente, Willy estaba en su taburete junto a la máquina de coser de Agatha, con Moose en brazos. Con su característica franqueza infantil, le dijo:

– Tengo que irme con Scotty en el tren, y voy a vivir con él en Mississippi y dice que tú no puedes ir con nosotros.

Agatha siguió cosiendo. En cierto modo, dirigir el movimiento de la tela le impedía quebrarse.

– Está bien. La ley de prohibición obliga a cerrar la taberna, pero yo tengo que seguir haciendo vestidos y sombreros para las señoras de Proffitt, ¿no es así?

– Pero yo le dije que te sentirías mal. ¿No vas a sentirte mal, Gussie?

Pedaleó como si su cuerpo extrajera la vida de la aguja brillante.

– Claro que sí, pero estoy segura de que volveré a verte.

– Scotty dice que puedo venir en tren.

El pedaleo se interrumpió bruscamente. Agatha tomó la mano de Willy, sin poder contenerse.

– ¿Eso dijo? Oh, qué bueno saberlo. -Era el premio consuelo aunque, en ese momento, no valía demasiado. Con un esfuerzo, reanudó el trabajo-. Estoy haciéndote un par de pantalones abrigados, de lana, para que te lleves.

– Pero allá hace calor.

– No siempre.

– Scotty dice que hay enredaderas para columpiarse, y que me comprará un caballo que yo pueda montar.

– ¡Caramba! ¿Qué te parece?

Sí, todo lo que este chico merece.

– Pero, Gussie.

– ¿Qué?

– Dice que no puedo llevar a Moose. ¿Te lo quedarás?

Por favor, Dios, haz que Willy hable de otra cosa. Haz que este día pase volando. Déjame pasarlo sin derrumbarme delante de él.

Pero tuvo que dejar de coser otra vez, pues las lágrimas le borroneaban la aguja. Se inclinó a levantar un retazo del suelo, secándose los ojos con disimulo antes de enfrentar a Willy y rascar a Moose bajo el mentón.

– Por supuesto que sí. Me encantará tener a Moose. Si te lo llevaras, ¿quién cazaría los ratones?

– Scotty dice que cuándo lleguemos podré tener otro gato. Seguramente, también lo llamaré Moose.

– Ah, es una buena elección. -Se aclaró la voz y volvió al trabajo-. Escúchame, querido, tengo mucho que hacer. Quería cortar y coser una camisa para ti, también.

– ¿Puedes hacerla blanca, con el cuello desmontable, como la de Scotty?

¡Por favor, Willy, no me hagas esto!

– Bl…blanca… claro, por supuesto.

– Nunca tuve una con cuello desmontable.

– Pues, mañana la… la tendrás, querido.

– ¡Iré a decirle a Scotty!

Saltó del taburete y salió corriendo. Cuando la puerta se cerró de un golpe, Agatha apoyó los codos en la máquina y se cubrió la cara con las manos. Dentro de ella, todo se estremecía. ¿Cuánto tiempo seguiría aumentando el dolor, hasta que al fin se apaciguara?


Poco después del mediodía, Willy apareció con una nota para Agatha, pero ella estaba ocupada adelante, con una cliente, y la recibió Violet.