Otra vez se le ocurrió besarla. Le brillaban los labios al morder la perdiz enmantecada, pero cada vez que alzaba la vista y lo sorprendía mirándola, se limpiaba cuidadosamente con la servilleta y bajaba los ojos.
Reflexionó sobre los motivos que lo impulsaron a llevarla ahí. En efecto, quería invitarla a tomar las aguas, y a aprovechar todos los beneficios físicos que le brindarían. Pero, para ser sincero consigo mismo, había otra clase de experiencias físicas que quería brindarle. Dio un mordisco a una tierna y suculenta perdiz y paseó la vista de los pechos plenos al torso esbelto de su compañera de mesa. No era la clase de mujer a la que uno compromete bajo la falsa excusa de «llevarla a tomar las aguas». Cuando sucediera, si sucedía, que tenía con ella un contacto íntimo, se sentiría obligado a hacer lo que debía.
Agatha dio un bocado, alzó la vista y lo vio admirando sus atributos femeninos. Dejó de masticar. Scott bebió un sorbo de agua mineral. La tensión zumbó alrededor de los dos el resto de la comida.
La mujer se limpió los labios por última vez, y dejó la servilleta. Gandy apartó el plato de postre, pidió una taza de café y encendió un cigarro, después de cortarlo con unas diminutas tijeras de oro.
– Veo que todavía las tienes.
– Sí, señora.
Mientras encendía el cigarro, Agatha observaba cómo los labios y el bigote adoptaban la forma de él. Después, se sumergió en el aroma picante y lo disfrutó una vez más. Le surgió un recuerdo, claro como un reflejo sobre aguas tranquilas.
– Recuerdo el día en que el óleo ese de Dierdre llegó a Proffitt. Pagaste mi cena en el restaurante de Paulie y yo me puse tan furiosa contigo que quería… quería meterte el dinero por el gaznate.
– Y tú eras tan remilgada y correcta que yo me sentí avergonzado como el demonio por haberte hecho caer en el barro.
– ¿Avergonzado, tú?
Alzó las cejas.
– Así es.
– No creí que fueras capaz de avergonzarte de nada. Siempre me pareciste tan… tan arrogante y seguro… Y tan irritante con tu tendencia a bromear. Oh, cómo te odiaba.
Scott se respaldó en la silla en una postura negligente y rió.
– Se me ocurre que tenías buenos motivos.
– Dime -dijo Agatha, cambiando bruscamente de tema-, ¿cómo está Willy?
Las cejas de Scott se unieron, y se inclinó hacia adelante, golpeando distraído el cenicero con el puro.
– Willy no es el mismo chico que era cuando partimos de Proffitt.
El talante alegre de la mujer se esfumó, y lo reemplazó la preocupación.
– ¿Qué le pasa?
– Está convirtiéndose en un verdadero pillo. En mi opinión, está demasiado tiempo en contacto con la gente indebida. Un jugador de barco fluvial, un tabernero, un estibador, tres ex prostitutas, y una nana negra con una boca tan atrevida como un ganso furioso. Del único que no aprende malas costumbres es de Marcus. Las chicas lo malcrían de una manera espantosa y, a veces, pasa por etapas en que habla con el mismo lenguaje de albañal que ellas. Leatrice lo consiente constantemente, y cuando se va con los hombres al bosque es difícil imaginar a qué clase de conversaciones está expuesto. Incluso se volvió exigente conmigo. Cuando no le hago caso, se enfurruña o se pone contestador. Te digo, Gussie, a veces, cuando me contesta… -cerró el puño en el aire-…quisiera ponerlo sobre mi rodilla y curtirle el trasero.
– ¿Por qué no lo haces?
El puño se aflojó, y la expresión de Scott se ablandó.
– Creo que porque tuvo suficiente de eso con su padre.
– Pero Alvis Collinson nunca lo amó, Scott. Tú sí. No me cabe duda de que sabrá reconocer la diferencia.
Comprendió que tenía razón y movió la cabeza, desesperanzado.
– No puedo, Gussie. Nunca podré levantarle la mano a ese chico.
La mujer sintió que un nudo de amor se expandía en su pecho, al reconocer en esa frase la clase de padre que era: como el que ella hubiese deseado para sí misma.
– Pero hay que reprender a Willy cuando lo merece pues, de lo contrario, será cada vez peor, y no hay nada más desagradable que un niño caprichoso.
– Está bien, es caprichoso. Pero, a decir verdad, no es culpa de él. Parte del problema es que no hay ningún chico de su edad para jugar. Lo llevé un par de veces al pueblo a pasar la tarde con un niño de su edad, A. J. Bayles, pero Willy es tan insoportable que A. J. no lo invitó más. Y empezó a hablar con una amiga imaginaria.
Agatha no se inmutó.
– Eso es bastante común. Yo lo hacía con frecuencia de pequeña. ¿Tú no?
– Si no fuera esta amiga en particular, no me preocuparía.
– ¿Quién es?
Gandy miró, ceñudo, el cenicero, y sacudió el cigarro más de lo necesario.
– Gussie, vas a pensar que estoy loco, pero en el dormitorio que compartimos Willy y yo… bueno, eh… parece que está embrujado.
En lugar de expresar estupefacción, Agatha preguntó seria:
– ¿Por quién?
– ¿Me crees? -preguntó, atónito.,
– ¿Por qué no? ¿Por quién?
– Creo que se trata de mi hija, Justine.
– ¿Y es con ella que habla Willy?
– Sí. -Casi sin advertirlo, estiró la mano sobre la mesa y la apoyó sobre la de ella. La mirada era oscura, afligida-. Gussie, yo también la oí. Pide ayuda. Sólo la escucho en el dormitorio noroeste de la segunda planta, el que llamamos el cuarto de los niños. Pero la oigo con la misma claridad que cualquier otra voz humana, y en varias ocasiones he visto su silueta donde ella… o quien sea… se había acostado sobre la cama, sabiendo que nadie había estado ahí para arrugarla.
– ¿Te asusta?
Lo pensó un instante.
– No.
– ¿A Willy?
– No, al contrario.
– En ese caso, ¿qué tiene de malo? Al parecer, tienes un fantasma amistoso. Y si eres el padre, no creo que quiera hacerles daño ni a ti ni a nadie cercano a ti.
Miró a Gussie como si la viera bajo una luz distinta.
– Eres sorprendente.
– Mi padre era minero. No hay personas más supersticiosas que los mineros. Si oyen caer, aunque sólo sea un guijarro, en un pozo profundo, lo atribuyen a fantasmas. Y muchos jurarían que tienen razón, en particular después de un derrumbe.
El alivio de que aceptara su historia fue tan grande que se sintió culpable de haber intentado disuadir a Willy.
– Le dije a Willy que era imposible que hubiese visto a Justine y hablado con ella. Me parece que fue un error de mi parte.
– Tal vez. En tu lugar, yo lo dejaría hablar con ella todo lo que quisiera. ¿Qué mal puede hacerle? Si no es más que una creación de su imaginación, lo superará con el tiempo. Si no, no está más trastornado que tú, ¿verdad?
– Ah, Gussie, me siento tan aliviado… Estos últimos meses he estado muy preocupado, pero tenía miedo de comentárselo a cualquiera en Waverley. Pensé que si lo hacía podía llegar a oídos de Leatrice, y ella ya usa un saco de asafétida maloliente en el cuello para espantar a los espectros, como dice. Si descubre que en verdad hay uno, jamás querrá entrar otra vez en la mansión. Y aunque es muy rebelde, la necesito, para que la casa funcione con fluidez.
– Esa Leatrice me recuerda a Ruby.
– Lo es. Pero, como ya te he dicho, empezó a influir en Willy. Empieza a imitar su carácter mandón y su mala gramática. Lo cual nos lleva a otro punto. Willy ya tiene seis años. Tendría que ir a la escuela, pero la más cercana está en Columbus, y es un trayecto de dieciséis kilómetros, sólo de ida. Yo no tengo tiempo de hacer ese viaje dos veces por día, y, por cierto no hay nadie en Waverley preparado como para ser su tutor.
Antes de que Scott prosiguiera, los latidos de Agatha se aceleraron.
– Es por eso que te traje aquí, Gussie. -Seguía sujetándole la mano, con los dedos enlazados, las palmas hacia abajo-. En este momento, te necesita más que a nadie. Llora por ti cuando se va a acostar, y en Navidad armó un gran alboroto porque no te llevé a Waverley ni lo mandé a él a Proffitt. Intenté hacer las cosas bien con él, pero después de haber hablado contigo tan poco tiempo comprendo que mi criterio no es para nada tan apto como el tuyo. Necesita tu sentido firme y confiable de lo que está bien y lo que está mal. Y alguien capaz de decirle que no y sostenerlo. Alguien para controlar lo que aprende de las chicas y de Leatrice… y hasta de mí. Necesita una maestra, lecciones cotidianas. Tú podrías hacer todo eso. Gussi si vinieras a Waverley.
De modo que ésa era la proposición… Al diablo con la estúpida interpretación de que la había hecho ir ahí para algo tan tentador como la seducción. Ya no tendría que preocuparse más por eso. Ni perder un solo momento más imaginando que la llevó a ese sitio para pedirle que se casara con él. No la quería como amante ni como esposa, sino como gobernanta de Willy.
La imagen de Willy llorando por ella al acostarse hizo brotar en su pecho un impulso de amor maternal, aunque no bastó para disipar su decepción. Retiró los dedos de los de Scott y juntó las manos en el regazo.
– Entonces, ¿seré la gobernanta?
– ¿Por qué suena como una palabra tan fría? Significas tanto para Willy como si fueras su verdadera madre. Eso te convierte en algo muy superior a una gobernanta. Dime que lo harás, Gussie.
¿Y vivir en tu casa, deseándote todo el resto de mi vida?
– ¿Cuándo quieres que vaya?
Ansioso, se echó adelante.
– Al exigir que te llevara a Waverley lo más rápido posible para empezar su vestido de bodas, Jube me sacó la decisión de las manos. Ella y Marcus piensan casarse el último sábado de marzo, y dijo que quiere que asistas a la boda ¿Qué dices?
Se sintió obligada a ofrecer cierta resistencia, aunque débil.
– Pero, tengo un negocio. No puedo dejarlo y marcharme, simplemente.
– ¿Por qué no? De todos modos, está languideciendo lentamente. Tú misma me dijiste que pronto los sombreros serán cosa del pasado. Y las fábricas de la costa Este que confeccionan ropa, están condenando el oficio de modista al mismo destino. Es sólo cuestión de tiempo.
– ¿Y Violet?
– Ah, Violet. -Gandy hizo una pausa y recordó los chispeantes ojos azules de la pequeña mujer arrugada-. Sí, sería duro para ti dejar a Violet. -Levantó una ceja-. A menos que le dejes todo el negocio a ella.
– ¿Todo el negocio?
– Bueno, ¿qué otra cosa puedes hacer con ese museo de nidos de pájaros y mariposas, y esos gabinetes llenos de cintas, encajes, y ese enorme escritorio de tapa enrollable? Hasta podrías dejarle los muebles de tu apartamento… eso, claro, si estás de acuerdo. Te aseguro que tenemos todos los que queremos en Waverley. ¿No crees que sería un cambio agradable para Violet tener un lugar propio en lugar de un cuarto minúsculo en la pensión de la señora Gill?
Pensar en Violet frenó a Agatha. Se había convertido en una verdadera amiga, y dejarla sería muy triste, por cierto. Scott dijo:
– Yo creo que Violet sería la primera en insistirte para que aceptaras. ¿Me equivoco?
Como si estuviese ahí, Agatha escuchó las risitas de Violet ante la súbita aparición de Scott en la tienda, vio a la pequeña mujer sonrojándose cuando él se inclinaba sobre la mano surcada de venas azules y la rozaba con los labios, oía el suspiro cuando se hundía en la silla y se abanicaba la cara enrojecida con un pañuelo perfumado de lavanda.
– Cada vez que te acercabas a Violet ella deseaba tener cuarenta años menos. ¿Cómo podría esperar una opinión objetiva de alguien así?
Gandy rió.
– Entonces, ¿lo harás?
Tal vez fuese virgen, hasta inocente. Pero había unas vibraciones inconfundibles entre ella y Scott Gandy. Y según las emociones del momento, podía creer en ellas o no. Sin embargo, en los momentos de lucidez comprendía que entre ellos existía una innegable atracción física que crecía a cada hora que pasaban juntos.
Tendría que preguntarle qué intenciones abrigaba en ese sentido… ¿no? Ahora que Jube se iba a casar con Marcus, ¿estaba ella destinada a convertirse, a su debido tiempo, en la amante? Un hombre como Scott no pasaría mucho tiempo sin mujer y, aunque no había dicho que la amaba, debía de considerar innecesario el amor en lo que se refería a la convivencia. Después de todo, tampoco amaba a Jube. Sí, debería preguntárselo, pero, ¿cómo aborda una mujer un tema como ese con un hombre que ni la besó después de cinco meses de separación? Una mujer como Agatha Downing no lo hacía.
Al fin, aspiró una bocanada trémula, contuvo el aire un momento, y lo soltó de una vez.
– Lo haré. Con una condición.
– ¿Cuál?
– Que dejaré todo a Violet, menos mi máquina de coser. Si quiere una, tendrá que comprársela. La mía es un regalo tuyo y creo que es lo más adecuado para llevar a Waverley para hacer el vestido de Jube.
– Muy bien. Considera pagado el transporte.
Cuando la acompañó hasta la puerta, no se despidió con el beso que ella esperaba sino con un firme apretón de manos que sellaba el pacto entre los dos.
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