La llevó a los baños dos veces por día los dos que siguieron, mientras se quedaron a disfrutar del manantial, y aunque la relación se volvió más amistosa que nunca en lo relacionado con la conversación y la mutua compañía, en ningún momento de esos dos días en White Springs él hizo el menor avance hacia ella…

Hasta que estuvieron en la estación de trenes y se despidió otra vez de ella.

¿Qué habría en las estaciones de tren que sumía sus corazones en la desolación aún antes de que se dijeran adiós?

Un instante antes de que abordase, la tomó de los brazos y la besó en la boca. Cuando lo hizo, Agatha sintió que estaba resuelto a que el beso fuese breve y amistoso. Pero cuando, al terminar la miró a los ojos, a los dedos enguantados que descansaban sobre el pecho de él, la tentación fue demasiado grande y la atrajo hacia él, con más dulzura esta vez, y le dio un beso húmedo, voluptuoso, con la lengua diciéndole adiós dentro de la boca, haciéndola sentir las rodillas flojas y el corazón a punto de estallar como un cañón.

Cuando la apartó y la miró a los ojos, Agatha tuvo la espantosa sensación de que los hombres y las mujeres se besaban así en todo el mundo en momentos similares, y que sólo su falta de experiencia la hacía creer que había algo especial entre ella y Scott, algo que significaba más de lo que en realidad era.

¿Por qué esperaste tres días para hacerlo?, quiso preguntar.

Pero una mujer decente no hace esas preguntas.

En cambio, dijo:

– Adiós. Y gracias por darme la posibilidad de nadar en White Springs. Nunca lo olvidaré.

– Yo no te di nada. White Springs siempre estuvo ahí para que tú lo tomaras.

Pero no era así, y ambos lo sabían. Le había dado más que cualquier otro ser humano. Le había dado el amor de ella hacia él, aunque no le hubiese dado el suyo propio. Y Agatha descubrió que eso era casi tan bueno como si le correspondiese.

Capítulo 20

El balanceo del tren creaba un ánimo que la llevaba a la introspección: el paisaje que se movía cada vez más rápido, hasta convertirse en una mancha verde a lo lejos, el retumbar incesante del metal chocando con otro metal y que subía desde abajo hasta que se convertía en algo tan propio como los latidos del corazón, el penetrante silbato que viajaba en el viento como un suspiro fantasmal, mientras que afuera el verde se transformaba en negro, y un rostro miraba al pasajero, y ese rostro era el de ella misma. Era como si alguien devolviese una mirada desde el inconsciente, exigiendo un examen.

En el camino de regreso a Proffitt, Agatha pasó las horas pensando en la apuesta que iba a hacer… y vaya si era una apuesta. El purgatorio contra el cielo. Porque vivir en la casa de Scott Gandy nada más que como la gobernanta era condenarse al purgatorio eterno. Lo amaba, lo quería, quería compartir la vida con él, pero como esposa, nada más. Sin embargo, él no mencionó ni amor ni matrimonio. Vivir en esa casa, reservarse sus sentimientos, ¿sería realmente preferible a quedarse sola en Proffitt?

Sí. Porque en Waverley también estaba Willy, y el amor del niño significaba para ella casi tanto como el de Scott.

¿Y qué se podía decir de las oportunidades para el cielo? Todo lo que había deseado, que un día Scott la mirara en los ojos y le dijese que la amaba, que quería casarse con ella y hacer que Willy fuese de ellos para siempre. Así era cómo tenía que ser. ¿Alguna vez lo comprendería él?

Ah, pero era un riesgo, una apuesta, porque no lo sabía. Ya antes había apostado contra Scott Gandy y perdió, y le dolió. Pero el amor era algo contagioso y una persona inteligente apostaría todas las veces.

Y Agatha Downing era una dama inteligente.


Dejar a Violet fue menos doloroso de lo que Agatha había imaginado, principalmente porque la amiga estaba embelesada con su nueva condición de mujer de negocios. Y, tal como predijo Scott, después de haber vivido en un cuarto de la pensión de la señora Gill, el apartamento de Agatha le parecía una casa lujosa de veraneo. Además, estaba maravillada porque Agatha había ganado un lugar en el hogar de LeMaster Scott Gandy, el hombre cuya sonrisa la hizo ruborizarse y reír tontamente tantas veces.

No obstante, a último momento, cuando ya tenía las cosas empacadas, la muestra cuidadosamente guardada entre capas de ropa, en un baúl (había donado los sombreros viejos a Violet) revisó el apartamento a la caza de toda posesión personal significativa, dio las instrucciones finales relacionadas con el estado de los libros contables de la tienda, Agatha miró en torno y se encontró con los ojos de Violet.

– Pasamos muchas horas juntas, aquí, ¿no es cierto?

– Ya lo creo. Hemos dado infinidad de puntadas entre estas paredes. Pero también reímos mucho.

Agatha esbozó una sonrisa triste.

– Sí, es verdad. -Moose, desde el interior de una cesta para aves, lanzó un quejido de protesta-. ¿Estás segura de que no te importa que me lleve al gato?

– Desde luego que estoy segura. ¡El animal de la señora Gill se fue por tres días, otra vez, la semana pasada y volvió apestando a dicha paradisíaca, el pelo todo apelmazado, y cojeando, qué te parece! Me habría gustado verla. Tt-tt. Como sea, dentro de nueve semanas habrá una nueva carnada de gatitos en la pensión, y Josephine no sabrá qué hacer con ellos cuando empiecen a trepar por las cortinas y a afilarse las garras en los muebles. No, tú llévale a Moose a Willy, que es con quien debe estar. -Hizo una pausa y miró alrededor-. Bueno, y ahora será mejor que os llevemos a vosotros dos a la estación, no sea que el tren llegue temprano. Como estará el señor Gandy esperándote en el otro extremo de la línea, no quisiera que lo pierdas. Tt-tt.

Agatha cerró la puerta de la tienda por última vez, giró para echar una última mirada a la cortina verde que había levantado todas las mañanas y bajado todas las tardes durante más años de los que quería recordar. Alzó la vista hasta la ventana del apartamento, allá arriba. El comentario nostálgico que hizo adentro se debía a su cariño por Violet. Pero al darle la espalda al edificio no sintió ni una fugaz punzada de remordimientos. Fue un lugar solitario todos los años que vivió allí, y marcharse era un placer.

Pero cuando ella y Violet se despidieron junto al tren humeante, a las dos las asaltó un súbito y agudo dolor. Los ojos de ambas se encontraron y supieron que, con mucha probabilidad, sería la última vez que se veían.

Se abrazaron fuerte.

– Fuiste una amiga auténtica, Violet.

– Tú también. Y no pierdo la esperanza de que el señor Gandy se ilumine y te tome como amante, si no como esposa.

– Violet, eres escandalosa -dijo, riendo con los ojos húmedos.

– Querida, te contaré un secreto que no le conté a nadie hasta ahora. Una vez, cuando tenía veintiún años, tuve un amante. Fue la experiencia más maravillosa de mi vida. Ninguna mujer tendría que perdérsela. -Agitó un índice torcido bajo la nariz de la amiga-. ¡Recuérdalo, si se presenta la ocasión!

Todavía riendo con los ojos llorosos, le prometió:

– Lo recordaré.

– Y dales saludos de mi parte, y dale a ese apuesto Gandy un beso en la mejilla, y dile que es de Violet, que quiso hacerlo cada vez que él entró en la tienda. ¡Y ahora, sube a ese tren, chica! ¡Rápido!

Por eso fue fácil partir: Violet la ayudó, con su espíritu indoblegable. Sólo cuando estuvo a unos ochocientos metros de camino, Agatha soltó libremente el llanto. Pero, en cierto modo, eran lágrimas de alegría. ¡Y, por cierto, Violet le había dado en qué pensar!


Lo pensó en las pocas horas de vigilia que quedaron durante el largo viaje al Sur, evocando a Violet, preguntándose quién habría sido el amante, y si se habría topado con él a lo largo de los años. ¿Cuánto habría durado el romance? ¿Por qué no se casaron? ¿Qué fue lo que la convirtió en la experiencia más maravillosa de la vida?

Agatha solía pensar que sólo las malas mujeres se unían con hombres fuera del matrimonio, pero Violet no tenía nada de mala. Era una buena mujer cristiana.

La idea le dio vueltas en la cabeza, mientras se producía la ya conocida transformación fuera de la ventanilla del tren, dejaba atrás el invierno cambiándolo por la primavera, el tiempo frío por el tibio, el barro por las flores. Entretanto, danzaban ante los ojos de Agatha imágenes de Scott y de Willy…

Hasta que fueron algo más que imágenes. Reales, de pie sobre la plataforma de guijarros rojos de la estación, escudriñando las ventanas que pasaban raudas; Scott, alzando un dedo para señalar: «¡Ahí está!». Los dos, saludando con la mano, jubilosos, sonrientes. El corazón de Agatha se hinchó al ver a sus dos amores, y aunque nunca había estado en Columbus, Mississippi, la sensación de bienvenida era fuerte, aguda y dulce. Cuando se apeó, estaban al pie de la escalerilla, Willy encaramado al brazo de Scott.

– ¡Gussie, Gussie! -gritó, arrojándose hacia ella.

La abrazó e hizo caer el sombrero que usaba sólo porque tenía tantos que no le cabían en la sombrerera. Scott lo agarró con la mano libre, mientras ella y Willy se abrazaban.

– Oh, Willy, te eché de menos.

Cerró los ojos para contener las lágrimas de felicidad. Se besaron: sabía a zarzaparrilla. Le apartó el cabello y le sujetó el rostro, sin cansarse de contemplar las mejillas pecosas y los preciosos ojos castaños.

– Scott dice que te quedarás para siempre. ¿Es verdad, Gussie, es verdad?

Agatha le sonrió a Scott.

– Bueno, creo que sí. Traje todas mis pertenencias, hasta la máquina de coser y a Moose.

– ¡A Moose! ¿En serio?

– En serio. Está en una cesta para aves en el vagón del equipaje, y el guardia le dio de comer.

Willy derramó ruidosos besos sobre Agatha que caían en cualquier parte.

– ¡Jesús! -se alegró-. ¡Moose! ¿Oíste eso, Scotty! ¡Trujo a Moose!

– Trajo a Moose -lo corrigió Scott. Cuando Agatha le sonrió, Willy la atrapó por las mejillas exigiendo atención exclusiva.

– Vas a ver mi yegua. ¡Se llama Cinnamon, y está preñada!

– ¡No me digas!

– Scotty me dejó ver cómo la preñaban.

– Ya veo que llegué justo a tiempo para encaminar tu educación por donde tiene que ir, teniendo en cuenta que tienes cinco años.

– Seis. Cumplí años.

– ¡Cumpliste años! Y yo me lo perdí…

Compuso una expresión de exagerada pena.

– No importa. Cumpliré más el año próximo. Vayamos a buscar a Moose. Zach está esperando con los carros.

Willy saltó de los brazos de Scott al suelo de adoquines y salió corriendo, dejando a Gandy y a Agatha frente a frente. Sin barreras entre ellos, las miradas se toparon y se sostuvieron. La sensación de prisa se disipó.

– Hola, otra vez -dijo ella.

– Hola. ¿Cómo fue el viaje?

– Agradable. Apresurado. Gracias por la estupenda ubicación. Esta vez, en verdad dormí.

– ¿Esta vez?

– En la otra ocasión estaba demasiado excitada para dormir. Ésta, me hallaba demasiado agotada para no hacerlo.

– ¿Tuviste problemas para arreglar las cosas en Kansas?

– Todo salió perfecto. -Sintió tal tentación de tocarlo que, de súbito, cedió. Se puso de puntillas, le enlazó un brazo en el cuello y lo besó en la mejilla-. Éste es de parte de Violet. Me pidió que te dijera que quiso hacerlo cada vez que entrabas en la sombrerería.

Le apoyó en la espalda la mano que sostenía el sombrero al mismo tiempo que bajaba la cabeza para darle el gusto.

Cuando Agatha quiso apartarse, la sujetó con el brazo. Le aparecieron los hoyuelos en las mejillas y la voz se hizo más queda.

– Ése es de Violet. ¿Y de tu parte?

Tuvo la presencia de ánimo de besarlo jocosamente en la otra mejilla, en son de broma.

– Ése es de mi parte. Y ahora, dame mi sombrero.

Se lo puso en la cabeza.

– Creí que habías abandonado los sombreros.

– Es mucho pedir para una mujer que los usó toda su vida. Conservé mis preferidos, y éste era el lugar más apropiado para llevarlos.

Estiró la mano para acomodarlo, pero Gandy lo hizo por ella, y contempló el resultado con ojo crítico.

– Mmm. Me parece que no -decidió, y se lo quitó-. Siempre estás mejor sin sombrero.

– Eh, vosotros, vamos -interrumpió Willy-. Zach está esperando.

A desgana, Scott prestó atención al niño.

– Está bien, está bien. Ve a decirle a Zach que acerque la carreta al vagón de equipajes, al otro extremo, y nosotros iremos para allá.

Gandy tomó a Agatha del brazo y caminaron por los adoquines hacia el vagón de equipajes.

– ¿Le dejaste la sombrerería a Violet?

– Sí. Estaba encantada. ¿Quién es Zach?

– Hijo de uno de nuestros antiguos esclavos. Es muy hábil con los caballos, y está enseñándole a Marcus el oficio de cuidador y herrador. De modo que trajiste la máquina de coser.