Delante del espejo de pie, Agatha encontró la mirada de Scott en el cristal. Se dio vuelta con lentitud, preguntándose si tendría noción de lo que significaba para una mujer como ella tener un cuarto semejante en una casa como esa.
– Ya he tenido intimidad, Scott. No es tan deseable. Durante muchos años viví en ese apartamento oscuro y pequeño, sin nadie que fuese a golpearme la puerta e interrumpirme o molestarme. No imaginas lo espantoso que fue. -Esbozó una sonrisa que venía del corazón-. Por supuesto, dejaré las puertas abiertas mientras trabaje aquí. Aunque me provoca algo de culpa quedarme con una de las habitaciones más encantadoras de la casa, que podrían rendir dinero si se usaran para los huéspedes.
– Tu responsabilidad es cuidar de Willy, y no se me ocurre cómo podrías hacerlo desde las cabañas de esclavos. Además, hay otros tres cuartos de huéspedes arriba, tan grandes como éste.
– Pero esto es más de lo que yo esperaba. El lugar más hermoso en el que he vivido.
Gandy dio unos pasos hacia el interior de la habitación y se detuvo junto a la cama.
– Estoy contento de que estés aquí, Gussie. Había pensado…
De pronto, irrumpió Willy por la puerta, y tomó a Agatha de la mano.
– Ven a ver mi cuarto, Gussie.
Tironeó, impaciente, y Scott los siguió y se quedó al pie de la escalera de la derecha, viendo cómo subían.
– ¿Puedes subir sin problema?
– Nada sería capaz de detenerme -contestó, mirando sobre el hombro.
Mientras subían, a Agatha la sorprendió cruzarse con una pareja de mediana edad que bajaba. Vestían ropa de montar.
– Hola -la saludó la mujer.
– Hola.
Al instante, Gandy subió corriendo.
– Ah, señor y señora Van Hoef, ¿van a los establos?
– Así es -dijo el hombre.
– Es un día perfecto para cabalgar. Señor y señora Van Hoef, me gustaría presentarles a Agatha Downing, la más flamante de los residentes permanentes de Waverley. -A Agatha le explicó-: Robert y su esposa, Debra Sue, llegaron ayer de Massachusetts. Son nuestros primeros huéspedes oficiales.
Agatha murmuró una respuesta cortés, y el matrimonio siguió su camino.
– ¿Ya hay huéspedes?
– Van Hoef dirige una harinera, y se lo considera uno de los cinco hombres más ricos de Massachusetts. ¿Sabes por qué está aquí, Gussie?
– No.
– Porque una vez me dijiste algo, cuando estábamos hablando de Waverley. Te referiste a él como un tesoro nacional, ¿recuerdas? -No se acordaba, y prosiguió-. Cuando me marché de Kansas, no tenía idea de cómo haría para que Waverley fuese productivo otra vez. Un día, estaba mirando por la ventana de la rotonda -miró hacia allí, y otra vez a Agatha-, y recordé tus palabras. Entonces, comprendí el potencial que había en este sitio. Si no hubiese sido porque insististe en que volviera, tal vez no lo habría hecho jamás. Quería darte las gracias por instarme a regresar.
– Pero yo no hice nada. Todo lo hicisteis tú y los demás.
Willy se había adelantado y estaba inclinado sobre la baranda de la pasarela, balanceándose sobre la barriga.
– ¡Date prisa, Gussie!
Agatha levantó la cabeza y contuvo el aliento.
– ¡Willy! ¡Bájate!
Las risas burlonas del niño rebotaron en la enorme cúpula.
– No tengo miedo.
– ¡He dicho que te bajes… y lo he dicho en serio!
Willy se creía gracioso balanceándose en la balaustrada, exhibiéndose.
– Scott, quítalo de allí.
Sólo le llevó unos segundos sacarlo de la baranda y depositarlo en el suelo. Cuando Agatha llegó hasta ellos, estaba furiosa.
– Jovencito, si te vuelvo a ver haciendo eso otra vez, te haré lustrar los husos uno por uno, de abajo arriba. Todos, ¿entendido?
Willy se enfurruñó.
– Bueno, Cristo, no sé por qué te pones así. Nadie se enfada. ¡Qué diablos, Pearl me anseñó a deslizarme por la baranda!
– ¿Qué?
– Me anseñó…
– Enseñó. Y ésta fue la última vez que lo hiciste. Puedes decirle a Pearl que te lo dije yo. Y ahora, ¿qué tal si me muestras tu cuarto?
A Willy le pareció que lo mejor era tomarse revancha.
– ¡No quiero! ¡Tú sola puedes mirar mi tonto cuarto!
– ¡Willy, vuelve aquí! -gritó Scott.
Willy siguió bajando la escalera. Scott iba tras él, pero Agatha lo tomó del brazo y negó con la cabeza. Las palabras llegaron con perfecta claridad por la rotonda:
– ¿Por qué no me lo muestras tú, mejor, Scott? Es en ese cuarto donde Justine suele visitar a Willy, ¿verdad? Me gustaría que me cuentes al respecto. -Se encaminó hacia la puerta-. Oh, pero si es encantador.
Oyeron que los pasos del niño aminoraban y se lo imaginaron mirando hacia arriba, ansioso. Recorrieron la habitación, y Scott hizo una inspección breve, contándole de cada cosa que, estaba seguro, Willy estaría impaciente por mostrarle a Gussie: los juguetes, el caballo mecedora, la vista a los establos. Cuando salieron del cuarto de los niños y continuaron hacia la puerta del próximo del de huéspedes, supieron que Willy estaba escuchando, y lo vieron ocultarse más allá de la escalera curva, en el suelo bajo.
– Al principio, cuando reabrimos Waverley, usamos todas las habitaciones de arriba para nosotros, pero mejoramos una por una las cabañas de los esclavos, para que cada uno tuviese una casa propia. Jube y Marcus están arreglando el viejo mirador y se mudarán allí después de casarse. Los Van Hoef se instalaron aquí. -Señaló el cuarto este, al frente-. Y mañana llegarán huéspedes de Nueva York y les daremos ese cuarto. -Señaló el que estaba frente al de Willy-. Y este… -se paró en la entrada del dormitorio que estaba sobre el salón principal-…es el dormitorio principal.
Sin saber por qué, Agatha dudó en trasponer el umbral.
– Tú naciste aquí.
– Sí. Lo usaron mis padres, después Delia y yo.
Delia, su perdida Delia. ¿Todavía la añoraba?
– ¿No lo usas para ti?
– No. Comparto el cuarto de Willy. Así puedo alquilar éste.
El dormitorio principal estaba decorado con el mismo tono de azul hielo del chaleco que Gandy usaba ese día. Una alta cama con baldaquino, de palo rosa, con postes tallados a mano, dominaba el espacio. En el centro de la cabecera, formando parte del intrincado tallado, había un óvalo convexo firmado por Prudent Mallard. A los postes de las esquinas estaban sujetas ondas de tul blanco y, junto a ella, una escalerilla portátil de tres escalones para subirse. Un tocador haciendo juego ocupaba casi toda una pared. En las ventanas, unos lazos también azul hielo, y un dibujo de bambú color albaricoque, similar al de las colgaduras de la cama. El dibujo se repetía en un par de sillas Chippendale enfrentadas, ante las idénticas ventanas del frente y, entre ellas, había una mesa con tapa de mármol. La chimenea estaba hecha de mármol de Carrara con un guardafuego de hierro forjado. El bronce y los hierros relucían, armonizando con la araña, con sus globos de cristal trabajados al agua fuerte. Una alfombra hecha a mano de un azul más intenso con un dibujo de color herrumbre en el borde cubría el centro del suelo original de pino, y dejaba el resto expuesto.
– ¿Vendrán pronto huéspedes que ocupen esta habitación?
– La semana que viene.
– Ah.
No le agradaba en absoluto presenciarlo. Tenía la sensación de que sería una profanación que entraran extraños en la gran cama Mallard, donde había sido concebido el heredero de Waverley.
– ¿Te gustaría contemplar la vista desde arriba? -preguntó, al parecer sin inmutarse de cederles su cama a los extraños-. Es grandiosa, pero son muchos escalones.
– De todos modos, quiero verla.
Vio que alzaba la barbilla, con los ojos fijos en la cúpula octogonal que remataba la mansión como una corona resplandeciente sobre la cabeza de un monarca. Percibió su orgullo, su impaciencia por mostrarle todas sus posesiones. Subieron el último tramo de escalera que los llevó, al fin, a la pasarela. Y ahí, abajo, se extendía la herencia de Scott. Agatha, con los dedos apoyados sobre el borde de la ventana, se tambaleó.
– Es impresionante.
– ¿Ves ese campo, ahí?
Lo señaló.
– Sí.
– Hemos plantado un poco de algodón, lo suficiente para que los huéspedes tengan una impresión de cómo era antes. ¿Y ves esa pradera que baja hasta el río? -Miraron hacia el este-. A medida que pueda, pienso llenarla de caballos.
Fueron recorriendo la pasarela, hasta llegar a un punto desde el que miraban al sur, hacia el sendero de coches.
– ¿Y ves esa construcción al otro lado del camino?
– Ahá.
– Ésa es la piscina. ¿Quieres verla?
– ¡Me encantaría!
Al llegar al suelo principal, se toparon con Willy que, sentado en el último escalón, hacía pucheros.
– Vamos a ver la piscina. ¿Quieres venir con nosotros?
Como seguía enfurruñado, Gandy se dio la vuelta, tocó el codo de Agatha y le indicó la puerta principal.
– ¡Está bien! ¡Iré!
Scott y Gussie intercambiaron una sonrisa disimulada.
Andando por el sendero de grava, los tres juntos, pasaron por los jardines ornamentales y el prado. Gandy dijo:
– Willy, mañana comenzarás a tomar lecciones con Gussie.
– ¡Lecciones! Pero yo iba a…
– Y estarás preparado a la hora que te indique, y…
– ¿Cómo podré estar listo si todavía no sé la hora?
– Ésa será tu primera lección. Deja de dar excusas, y escúchame. Les aclaré bien a todos que hay una sola persona que te dará órdenes: es Gussie. ¿Entendido?
– ¿Y tú?
– ¿Yo? Oh, bueno, a veces tal vez te las dé yo. Pero antes de que hagas planes para ir con Zach a los establos, o al bosque con Jack, o al pueblo con las chicas, tienes que preguntar a Gussie si está de acuerdo. Y si te da una orden y no la obedeces, como hoy en la baranda, tendrás problemas. Si quieres transformarte en un caballero cuando seas mayor, y ser inteligente y agradar a los demás, tendrás que aprender. No sucede por sí mismo. Por eso está aquí Gussie.
Llegaron a la zona de la piscina y después a una construcción de madera pintada de blanco entre robles y nogales, al otro lado del camino. Dentro, estaba fresco y umbroso, alumbrado por pequeñas ventanas. La piscina misma estaba hecha de ladrillo rojo y, en un extremo, un tramo de anchos escalones de mármol para entrar.
– No será tan elegante como la de White Springs, pero en medio del verano es un alivio después de un día caluroso.
– Huele mucho mejor que White Springs.
Scott rió. Agatha recordó la sensación de ingravidez, y le encantó la idea de poder experimentarla cada vez que quisiera.
– ¿De dónde proviene el agua?
– De pozos artesianos.
– ¿Es fría?
– Helada… tócala.
Tenía razón.
– Ivory dice que va a enseñarme a nadar -anunció Willy.
– ¿A nadar en serio? -preguntó Agatha-. Quiero decir, ¿no sólo a chapotear sino a nadar bien? ¿Con la cabeza en el agua?
Scott respondió por él.
– Ivory y yo solíamos ir a nadar juntos al río, de niños, antes de que construyeran la piscina. Es un nadador resistente. Por eso conseguía el trabajo de revisar los daños bajo el agua cuando era changador en los barcos fluviales.
– ¿Eso significa que estás de acuerdo en que le enseñe a Willy?
– Totalmente. Mientras esté con Ivory, Willy estará en buenas manos.
– Entonces, está bien. Reservaremos tiempo todos los días para las lecciones de natación.
De ese modo, comenzó entre Agatha y Scott una cooperación inconsciente en lo que se refería a Willy. Si bien Gandy había dicho que Agatha sería la única encargada, resultó diferente. Tal como en la época de Kansas, se consultaban mutuamente cada asunto que concernía de manera directa a la crianza o el bienestar del chico.
Esa noche, para la cena, Agatha mandó a Willy a lavarse de nuevo las manos pues la primera vez no estaban demasiado limpias y, como se quejó, Gandy reforzó la orden con una sola exclamación:
– ¡Willy!
El niño fue rezongando pero volvió con los nudillos inmaculados. Agatha miró a Gandy sobre la mesa, y pensó: «Somos mejores padres que la mayoría, casados o no». Y gozó del momento, del hombre, del pequeño, y de formar parte de la camaradería que reinaba en torno de la mesa, al anochecer.
A la mañana siguiente, Agatha preguntó si no había inconveniente en que Willy durmiese hasta más tarde y comenzara las clases a las diez, pues estaría ocupada en otras tareas hasta esa hora, y no tenía sentido hacerlo levantar exageradamente temprano: al comienzo, pensaba no darle más de tres horas de clase por día.
– ¿Tres horas? ¿Nada más? -se asombró Scott.
– Para un chico de seis años, tres horas pueden ser como dos días para un adulto. Poco a poco, aumentaré el tiempo.
– Está bien, Gussie, lo que te parezca mejor.
El sábado, se acercó a él y le preguntó:
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