– Buenas. Tengo un plan de negocio. Y a Kateb le gusta -le dio una carpeta a Rasha y dejó las otras encima de la mesa-. Podemos verlo juntas y luego lo discutes con las otras artistas. Cuando hayáis tomado una decisión, házmelo saber y, si quieres, seguiremos adelante.
Victoria repasó su plan página por página. Rasha sólo frunció el ceño al ver las cifras.
– Es mucho dinero -murmuró-. No sé cuánto vamos a tardar en ahorrarlo. Muchos años.
– No se espera que obtengáis vosotras el dinero. Kateb financiará la expansión. Como prueba de su apoyo, os ofrecerá un préstamo a un interés muy bajo. Cree en ti y en las otras mujeres, Rasha. Aprecia vuestro talento y quiere que tengáis éxito.
– ¿El príncipe nos financiará? ¿Nos ofrece su apoyo?
Victoria sonrió.
– Así os será mucho más fácil vendérselo a vuestros maridos, ¿verdad?
– Mucho más. ¿Cómo lo has convencido? ¿Qué le has dicho?
– Le he ensañado las cifras y él mismo ha visto las posibilidades. Le interesa diversificar la economía del pueblo. Vais a traer mucho dinero al pueblo, y él lo respeta.
Rasha sonrió de oreja a oreja.
– El príncipe nos aprecia.
Tomó los papeles y corrió a la otra habitación.
Las demás mujeres la rodearon. Ella les explicó todo. Victoria deseó decirles que Kateb era como cualquier otro hombre, pero sabía que no la entenderían.
Al menos, era un buen líder. Los ancianos habían elegido bien.
¿Se daría cuenta de ello la mujer que se casase con él por obligación? ¿Entendería que estaba solo? ¿Lo apoyaría y lo reconfortaría? ¿Se daría cuenta de que podía ser muy bueno, pero que no quería que todo el mundo viese sus puntos débiles?
En cualquier caso, aquello no era asunto suyo. Para cuando él hubiese elegido esposa, ella estaría muy lejos de allí. Debía sentirse feliz por ello, pero no podía.
– Estamos encantadas -le dijo Rasha-. ¿Cómo podemos agradecerte la ayuda?
– Me estoy divirtiendo mucho con todo esto. No te preocupes.
Rasha sonrió.
– Diseñaremos una colección llamada Princesa Victoria.
– No soy una princesa -contestó ella, a pesar de gustarle la idea-. Sólo soy… la chica del harén.
– Pero seguro que el príncipe Kateb ha visto que eres un tesoro.
– Seguro -dijo ella en tono de broma-. Voy a dejaros las copias del plan de negocio para que lo leáis más despacio. Hablaremos dentro de un par de días para concretar los detalles.
– Sí. Estupendo.
Rasha la acompañó a la puerta. Al abrirla, Victoria vio al mismo niño del otro día en el jardín.
– Márchate Sa’id -le pidió Rasha-. No queremos que estés aquí.
Los ojos del niño se llenaron de lágrimas.
A Victoria le sorprendió que Rasha le hubiese hablado con tanta dureza.
– ¿Quién es?
– Nadie. Un niño del pueblo. Mi hermana tiene una amiga que hace ropa preciosa. ¿Podríamos vender su trabajo del mismo modo?
– Tal vez -contestó Victoria, observando cómo el niño desaparecía por la esquina-. ¿Dónde están sus padres? No debe de ser muy mayor.
– Su madre murió. Su padre… se marchó hace poco del pueblo.
– ¿No tiene familia?
Rasha se encogió de hombros.
– ¿Quién le da de comer? -quiso saber Victoria-. ¿Dónde duerme?
– Eso no debe preocuparte. Estará bien.
Rasha volvió a sacar el tema de la ropa y Victoria le prometió que lo pensaría, sobre todo para marcharse enseguida y buscar al niño.
¿Cómo era posible que Rasha fuese tan insensible con un niño? Siempre le había parecido una mujer cariñosa y amable, pero había tratado a Sa’id como a un gato callejero.
Victoria giró la misma esquina que el niño. Lo vio sentado en una puerta, limpiándose la cara. Estaba dando patadas al empedrado de la calle con los pies descalzos.
– ¿Sa’id? -lo llamó ella.
El niño levantó la vista y sonrió.
– Hola.
– Hola, soy Victoria.
– Tienes el pelo bonito.
– Recuerdo que te gustaba.
Estaba muy delgado y cubierto de polvo y mugre. Iba vestido con harapos. Ella no sabía mucho de niños. ¿Qué edad tendría? ¿Siete? ¿Nueve años?
Se agachó a su lado.
– Sa’id, ¿dónde vives?
El dejó de sonreír.
– Tengo que irme.
– No, por favor. ¿Tienes casa?
Los ojos del niño volvieron a llenarse de lágrimas.
– No.
– ¿Y no tienes familia?
– No -dijo él, limpiándose los ojos.
A Victoria, que sólo se había encontrado con gente amable en el pueblo, le extrañó que hubiese un niño solo en la calle.
– Debes de tener hambre -le dijo-. Es casi hora de comer. Yo tengo hambre. ¿Te gustaría venir conmigo a comer algo?
Sa’id abrió mucho los ojos.
– Vives en el Palacio de Invierno.
– Sí, ya lo sé.
– Yo no puedo entrar.
– ¿Por qué no? -Porque no puedo.
– Pero si yo vivo allí y tú vienes conmigo, tendrías que poder entrar, ¿no crees?
– Tal vez.
Victoria se incorporó y le tendió la mano.
– Claro que sí, porque lo digo yo y porque tengo el pelo bonito.
El niño sonrió.
– De acuerdo -y le dio la mano.
Victoria entró por la parte trasera del palacio. No quería causar problemas hasta que no supiese lo que estaba pasando, pero estaba decidida a dar de comer al niño.
Acababa de entrar en la cocina cuando se dio cuenta de que las cocineras hablaban en un idioma extraño acerca de manos sucias y lugar sagrado, así que llevó al niño a un cuarto de baño y los dos se lavaron las manos. Luego, fueron al comedor de servicio. Victoria lo sentó a una mesa y fue por comida.
Cuando volvió con la bandeja, una de las sirvientas se acercó a ella y le hizo una leve reverencia.
– Señorita Victoria, ¿ha traído usted a Sa’id a palacio? -la chica parecía asustada.
– Sí. ¿Hay algún problema?
La sirvienta debía de tener unos dieciocho años, era lista, guapa y sonriente, pero en esos momentos se mordía el labio inferior.
– No, por supuesto que no. Usted es la amante del príncipe. Conozco al niño. Su madre y la mía eran primas políticas. Me ha sorprendido verlo aquí.
– A mí me ha sorprendido verlo en la calle. ¿Sabes por qué vive allí?
La chica negó y bajó la cabeza.
Victoria pensó que le haría las preguntas a Yusra.
– ¿Puedes sentarte con él hasta que averigüe qué está pasando?
La chica sonrió.
– Con mucho gusto. Ya he terminado mi jornada. Puedo llevármelo a mi habitación.
Victoria observó cómo hablaba la muchacha con Sa’id. El niño asintió y se comió lo que le había llevado como si llevase días en ayunas.
No tardó en encontrar a Yusra, que estaba frente a un armario lleno de toallas y sábanas.
– El niño Sa’id -le dijo sin más-. ¿Lo conoces? Vive en la calle. Al parecer, no tiene familia.
Yusra dejó la toalla que tenía en la mano.
– Lo conozco. Su madre murió hace un tiempo. Su padre robó camellos y en vez de aceptar su castigo, huyó al desierto. El niño carga con la deshonra de su padre -volvió a mirar las toallas.
– Espera un minuto. ¿Qué quiere decir eso?
– Que el niño será castigado en ausencia de su padre.
– ¿Castigado, cómo?
– Ya no es uno de los nuestros.
Victoria la miró fijamente.
– ¿Lo abandonáis? ¿Tiene que arreglárselas solo? ¿Cuántos años tiene, nueve?
– Sí. Es la costumbre.
– Pues es horrible. ¿A nadie le importa que se muera de hambre?
– Debe ser castigado.
– ¡Pero si él no ha hecho nada malo!
Yusra suspiró.
– Hay cosas que no puedes entender. Son nuestras costumbres.
– Pues es una equivocación y no permitiré que ocurra.
– No podrás evitarlo.
– Ya verás cómo sí.
La reunión con el jefe de agricultura solía interesar a Kateb, no obstante, esa tarde sólo podía pensar en que Victoria estaba fuera, yendo y viniendo. La veía cada vez que pasaba por delante de la puerta abierta. No había mirado dentro, pero era evidente que lo estaba esperando, y que no estaba contenta.
Después de cinco minutos, Kateb detuvo la conversación y programó otra reunión para una semana más tarde. Cuando el hombre salió, Victoria lo miró y él le hizo un gesto para que entrase.
– ¿De qué era la reunión? -preguntó enseguida.
– De la cosecha de esta temporada.
– Estupendo. Porque hay gente que tiene que comer. Dime, ¿hay que estar en una lista para que te den comida?
Era evidente que estaba furiosa. Le brillaban los ojos y parecía tener ganas de lanzar algo.
A Kateb le sorprendió sentirse tan interesado por su malestar. Quería saber qué había pasado y, sobre todo, quería solucionar el problema.
Se levantó de la mesa y fue hacia ella. Tomó sus manos y la miró a los ojos.
– Cuéntame qué te pasa.
– No vas a creerlo -dijo ella, zafándose y empezando a andar de un lado a otro-. O tal vez sí. Yo no puedo creérmelo. Me gusta estar aquí. ¿Lo sabías? Creo que es un lugar precioso y que la gente es cariñosa y amable. Me encanta el palacio y La arquitectura y casi todo, pero esto es asqueroso.
– ¿A qué te refieres?
– Hay un niño, Sa’id. Al parecer, su madre ha muerto y su padre robó camellos. En vez de aceptar su castigo, el hombre ha huido, dejando a Sa’id solo. Debe de tener nueve años y vive en la calle. Nadie se ocupa de él, no le dan comida. Y estoy segura de que no va al colegio. ¿Dónde se supone que duerme por las noches? ¿Van a dejarlo morir de hambre?
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
– No lo entiendo. Me caía muy bien Rasha, pero lo ha tratado como si no valiese nada. Yusra me ha dicho que no es asunto mío, pero no puedo dejar que un niño sufra y muera, sobre todo, delante de mis ojos. Lo odio y odio a las personas que permiten que esto pase.
Una lágrima corrió por su mejilla, se la limpió con impaciencia.
– Te juro por Dios. Kateb, que si me dices que no es asunto mío, te mataré cuando estés dormido.
El la abrazó.
– No, no lo harás.
– Pues desearé hacerlo.
– No es lo mismo.
Ella lo miró, pero no sonrió.
– Hay un niño muriéndose de hambre en tu pueblo. Tienes que solucionarlo.
– No entiendes nuestras costumbres. Parecen duras…
Ella retrocedió.
– Son duras. Sí, el padre de Sa’id es un cretino, pero eso no es culpa del niño. No puede cambiar a su padre. No puede hacer nada para solucionar las cosas.
– Las normas son duras -repitió Kateb-, pero tienen una finalidad. Otros adultos ven sufrir al niño y saben que su comportamiento tiene consecuencias.
– No puedo creer que vayáis a dejarlo morir en la calle. ¿Qué pasará luego? ¿Quién se llevará su cuerpo? ¿O dejaréis que se lo coman los perros? -siguió llorando-. No puedo aceptarlo. No lo haré.
El volvió a abrazarla. Victoria se apoyó en él y lloró como si se le estuviese rompiendo el corazón.
– No puedes permitirlo -le susurró.
Él le acarició la espalda y murmuró su nombre.
«Tanto dolor por un niño al que casi no conoce», pensó. Victoria tenía una dulzura, una ternura que él no había conocido hasta entonces. Necesitaba ser protegida de la dureza del mundo. Y, al mismo tiempo, tenía una fuerza digna de admiración. Veía las cosas claras en ocasiones en los que los demás sólo ponían excusas.
Por fin dejó de llorar. El tomó su rostro y se lo limpió.
– ¿Dónde está ahora? -le preguntó.
– Con una de las sirvientas. Es una pariente lejana. Al menos, eso pienso.
– Haz que traigan al niño. Hablaré con él.
Victoria corrió a llamar por teléfono a la zona de servicio. En menos de diez minutos, el niño estaba allí acompañado de una joven.
– Príncipe Kateb -dijo la chica-. Este es Sa’id.
El niño se agachó. Parecía aterrado, pero no se movió del centro de la habitación.
– ¿Sabes quién soy? -le preguntó Kateb. Sa’id asintió.
– El príncipe. Y tal vez el nuevo líder, pero no estoy seguro. He oído hablar a la gente, aunque nadie quiere que me acerque.
Victoria dio un paso hacia él, pero Kateb la detuvo con una mirada.
– Me han dicho que estás viviendo en la calle.
– Mi madre murió y mi padre… -levantó la barbilla-. Mi padre es un hombre malo y un cobarde. Robó camellos y luego huyó -tragó saliva-. Ahora estoy solo. A veces es duro tener hambre, pero intento ser valiente.
Kateb se dio cuenta de que Victoria quería que hiciese algo, que se compadeciese de él a pesar de las tradiciones. Sabía que le rogaría por él, como había rogado por su padre. Miró a la sirvienta.
– Haremos un lugar para el niño, aquí en palacio -volvió a mirar al niño-. ¿Te asusta el trabajo duro?
– No, señor siempre ayudaba a mi padre. Soy fuerte y no como mucho -parecía esperanzado y resignado al mismo tiempo.
– Comerás todo lo que quieras -le dijo Kateb-. Necesito que me sirvan hombres fuertes y para eso, tienes que crecer. Así que comerás, dormirás bien y trabajarás. Cuando hayas terminado, jugarás, como todos los niños. ¿Lo has entendido?
"La amante cautiva" отзывы
Отзывы читателей о книге "La amante cautiva". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "La amante cautiva" друзьям в соцсетях.