Sa’id asintió y sonrió por primera vez desde que había entrado en la habitación.

La sirvienta se aclaró la garganta.

– Señor, ¿puedo responsabilizarme de Sa’id? Lo conozco de toda la vida. Es un buen chico y nos haremos compañía.

– Gracias -le dijo Kateb-. Hablaré con Yusra para que tengas tiempo libre para estar con él.

La chica tomó a Sa’id de la mano y lo sacó de la habitación. El niño se detuvo en la puerta para despedirse de Victoria con un ademán.

En cuanto se hubieron marchado, ésta fue hasta donde estaba Kateb.

– ¿Lo has convertido en un sirviente? ¿Tiene nueve años y va a tener que fregar suelos? ¿Qué hay de la escuela? ¿Qué hay de su educación?

– Deberías darme las gracias por haberlo sacado de la calle. Ahora tiene la protección del príncipe. Eso significa que estará a salvo.

– Y será un sirviente.

– Por ahora -dijo él con paciencia-. Hasta que me proclamen líder, el poder que tengo aquí es mínimo. En cuanto tenga el liderazgo, perdonaré a Sa’id y permitiré que vuelva a vivir como cualquier niño del pueblo.

– Ah -dijo ella más tranquila-. Eso no lo habías dicho.

– No me habías dado oportunidad. Enseguida me juzgas.

– No a ti -admitió-, pero sigo enfadada con Yusra y Rasha.

– Nuestras costumbres son diferentes.

Ella se puso en jarras.

– No quiero volver a oír eso. No hay excusa para lo que le había pasado a Sa’id.

– Yusra es tu amiga. ¿Y acaso ya no vas a apoyar el proyecto de Rasha?

– ¿Quieres decir que las estoy juzgando con demasiada dureza?

– Estoy diciendo que nuestras costumbres son diferentes. Los niños suelen ilustrar lo mejor y lo peor de nuestra cultura. La prueba es Sa’id.

– ¿Hay más niños como él?

– No, que yo sepa.

– Cuando seas líder, ¿cambiarás la ley para que no se vuelva a abandonar a ningún niño?

– Me pides demasiado.

– Tienes mucho que dar.

Kateb pensó que Cantara no le habría pedido aquello. Habría aceptado el destino de Sa’id. Victoria no era así. Ella luchaba hasta que conseguía cambiar lo que creía que estaba mal.

Las dos mujeres eran muy diferentes y a pesar de que siempre amaría a Cantara, ya no formaba parte de él. Sin darse cuenta, la había perdido, o el tiempo le había curado la herida.

Sintió pesar y, por extraño que fuese, también esperanza.

Victoria estaba completamente fuera de lugar con sus vaqueros, la camisa de seda, las ridículas botas de tacón y los pendientes largos. Parecía preparada para ir de compras en Nueva York o Los Ángeles. El pelo rubio y los ojos azules la diferenciaban. Y con su forma de ver el mundo y su actitud siempre encontraría injusticias donde los demás no veían nada fuera de lo normal.

– Sabes cómo agotar a un hombre -le dijo.

– Vete a echar una siesta.

– ¿No vas a enfadarte?

– No por algo así.

Kateb pensó que no quería nada para ella.

– Eres una mujer complicada.

– Gracias.

– No era un cumplido.

– ¿Estás intentando distraerme?

– No -suspiró-. Cuando sea líder, cambiaré la ley.

Victoria se acercó a él y le dio un beso. El la deseo al instante, a pesar de que había sido un beso casto.

– Sabía que lo harías -le dijo emocionada-. Gracias.

Volvió a besarlo y se marchó. El la observó y se quedó solo, en silencio.

Se sintió como si le acabasen de dar algo importante. Algo precioso, aunque no sabía el que. Sin querer, miró el calendario que tenía encima del escritorio. ¿Cuántos días faltarían para saber si iba a quedarse o no?

Había deseado sacarla de su vida, pero en ese momento se preguntó cómo serían las cosas si se quedaba.


Durante los siguientes días, aparte de ir a ver a Sa’id de vez en cuando, Victoria estuvo casi todo el tiempo en el harén. Seguía enfadada con las mujeres por haber permitido que el niño viviese en la calle.

Aunque le caían bien Rasha y Yusra, no podía considerarlas sus amigas después de aquello.

Al tercer día estaba cansada del harén, así que bajó a la cocina a comer. Por el camino, se encontró con Yusra. Las dos mujeres se miraron.

– Estás enfadada -le dijo Yusra.

– Sí.

– Me equivoqué -admitió Yusra suspirando-. He necesitado que alguien de fuera me recuerde quiénes somos, que valoramos la familia y la bondad.

Victoria tardó un segundo en darse cuenta de que ya no tenía que seguir estando enfadada.

– No sé qué decir -contestó-. Me alegro de que te hayas dado cuenta de que Sa’id es sólo un niño.

– Por supuesto. Es un niño maravilloso. He estado hablando con Rasha. En cuanto el príncipe sea líder, vamos a pedirle que cambie la ley. A Rasha le gustaría llevarse a Sa’id a su casa.

Victoria se sintió aliviada.

– Kateb ya tiene planeado cambiar la ley, pero seguro que le alegra saber que hay más personas que apoyan la idea.

– Bien. Entonces, ¿volvemos a ser amigas? – preguntó Yusra.

– Sí, por supuesto -dijo Victoria sonriendo-. Siento haberme enfadado.

– La culpa ha sido mía. Me he acostumbrado a que las cosas sean como han sido siempre.

– Todos lo hacemos.

– Ven. Vamos a comer juntas y hablemos de qué otras leyes podríamos cambiar.

– A Kateb no le gustará -rió Victoria.

La cocina estaba llena de personas del servicio. Cuando Yusra y Victoria entraron, la habitación se quedó en silencio. Victoria sintió que todo el mundo la miraba.

– No te preocupes, se acostumbrarán a ti. Tardarán. Se está corriendo la voz de lo que has hecho para ayudar a Sa’id.

– Habrá a quien no le guste que me entrometa.

– Tal vez, pero no se atreverán a decir nada. Al menos, no te lo dirán a ti.


Después de comer, Victoria fue a la biblioteca. Quería ver si había algún catálogo de las obras de arte del palacio. Había que saber qué había e intentar asegurarlo todo, si es que era posible.

Entró en la biblioteca y se dio cuenta de que no estaba sola.

– Kateb -dijo, casi sin aliento, y se aclaró la garganta.

Últimamente se ponía nerviosa cuando estaban juntos, sentía un cosquilleo en el vientre. Era algo más que el deseo de estar con él. Era algo que no podía definir, y que no quería pararse a analizar.

– Yusra me ha dicho que querías hablar conmigo. Al parecer, piensa que tienes mucho poder de convocatoria.

– Y tiene razón. Has venido.

– ¿Qué quieres ahora? ¿La emancipación para los gatos? ¿Una escuela para las ovejas?

– No le burles de mí. Yusra me ha dicho que tenía razón con respecto a Sa’id.

– Y a ti te ha encantado oírlo.

– Eso es verdad.

– ¿Qué les has prometido durante la comida? ¿Van a pedirme un aumento de sueldo? ¿Que mejore el tiempo?

Ella dudó.

– Todavía no he tenido tiempo de organizar mis ideas, pero se trata de los horarios del personal de servicio. Más de la mitad son mujeres con hijos. Todas empiezan y terminan de trabajar a la misma hora, y les sería de gran ayuda empezar y terminar a distintas horas. A mí me parece razonable.

– ¿Hablas en serio? -le preguntó Kateb divertido.

– Por supuesto.

– ¿Qué más?

– Los textiles. No sé cómo meterlos en el mercado. Me preguntaba si podría escribir a alguna princesa de la zona. Ellas llevan más tiempo en este mundo y tal vez tengan alguna sugerencia. Tengo entendido que estaría bien empezar por la princesa Dora, de El Bahar, pero necesito tu permiso.

– Ya lo tienes.

– ¿Y el resto?

– Me ocuparé de ello cuando sea líder.

– ¿La primera semana?

– O tal vez la segunda. La primera tendré muchas cosas que hacer.

Victoria deseó presionarlo, pero se contuvo. Había sido más que razonable con Sa’id.

– ¿Qué cosas?

– Como líder, me otorgarán doce chicas vírgenes. Podré elegir a una como esposa si quiero. El resto se quedará en el harén. Así que los primeros días estaré muy ocupado.

– ¿Doce vírgenes? ¿De verdad? ¿Tienes cosas serias de las que ocuparte y vas a entretenerte con doce vírgenes?

Kateb rió, se acercó a ella, le puso las manos en los hombros y la besó.

– Me alegro de que Nadim nunca se fijase en ti.

Volvió a besarla, alargando el momento un poco más que el anterior.

Victoria no entendía nada.

– ¿No vas a casarte con una de las vírgenes?

– No. Ni las llevare al harén.

– Entonces, ¿por qué has hablado de ellas?

– Porque es demasiado fácil hacerte perder los nervios, Victoria. Deberías controlarte más.

– Lo que debería hacer es tirarte uno de esos libros a la cabeza.

El rió de nuevo.

– No lo harías. Son libros muy antiguos y podrías estropearlos.

– Eso es verdad.

Kateb le acarició la mejilla.

– Tendré en cuenta todo lo que me has dicho. Y, sí, contacta con la princesa Dora y pídele consejo. Es fuerte e inteligente. Tenéis muchas cosas en común.

Después de aquello, Kateb se marchó y la dejó sola, sintiéndose como si la acabase de atropellar un tren. ¿Qué acababa de ocurrir?

Se acercó a las estanterías llenas de libros, pero se detuvo. Acababa de darse cuenta, horrorizada, de cuál era la situación…

Se enfadaba cuando Kateb le hablaba de otras mujeres porque se había enamorado de él. Le había entregado su corazón y, en esos momentos, él podía destruirla si quería.

Todo su destino dependía de la suerte que tuviera. Si estaba embarazada, se quedaría con un hombre que jamás creería que lo amaba. Y si no, tendría que marcharse. No había término medio, ni habría fina] feliz.

En aquel juego, tenía todas las de perder.

Capítulo 10

Los suelos del taller brillaban como si hubiesen estado días encerándolos. Kateb imagino que lo habían hecho. El lanzamiento del sitio web de la fábrica de joyería había reunido a muchos habitantes del pueblo y Rasha quería causar una buena impresión.

Kateb circuló entre la multitud, buscando a Victoria. La vio hablando con una de las artistas y observó su perfil. A pesar de haberse acostumbrado a él, le seguía pareciendo muy bello. Sabía que debajo de aquel traje se escondían unas curvas capaces de enloquecer a cualquier hombre, pero intentó no pensar en ellas. Sería mejor concentrarse en el acontecimiento en sí y en los pedidos que habían empezado a llegar a través de la página web.

– Príncipe Kateb -lo llamó Rasha-. Es un honor que haya venido esta tarde. Esto ha sido posible gracias a usted. Siempre le estaremos agradecidas.

– Es un negocio próspero -contestó él-. Por eso lo apoyo.

– Gracias. Todo esto es gracias a Victoria. Es ella quien vio las posibilidades. Ha trabajado sin descanso. Su plan de negocio ha sido impresionante. Creo que fue a la universidad.

En El Deharia, pocas mujeres estudiaban más allá del colegio. Casi todas se casaban jóvenes y formaban una familia.

– Sí, estudió dos años -contestó Kateb.

– Pues imagine lo que habría sido capaz de hacer si hubiese podido estudiar más. La educación es muy importante.

– ¿Tienes hijas? -le preguntó Kateb a Rasha.

– Sí. Dos. De ocho y diez años.

– ¿Irán a la universidad?

La pregunta pareció sorprenderla.

– Son niñas inteligentes y tienen sueños, por supuesto, pero no sé… -se aclaró la garganta-. Ninguna mujer de mi familia ha ido a la universidad y mi marido, aunque es comprensivo, no vería la necesidad.

A Kateb no le sorprendió la respuesta.

Rasha se disculpó y fue a atender a sus invitados, y él volvió a fijarse en Victoria. Se preguntó qué habría pasado si hubiese podido estudiar más. Tal vez hubiese llegado a gobernar el mundo. Un mundo que tal vez fuese mejor así. Sonrió al pensarlo.

– ¿Quiere que nos vayamos ya? -le preguntó Yusra, acercándose a él. Ambos salieron a la calle.

– Victoria ya ha hablado con la princesa Dora.

Y tiene una reunión con los ancianos que hacen tallas. También quieren venderlas por Internet

– Interesante -contestó Kateb-. Ha iniciado una revolución.

– En tan sólo unas semanas. Debe de estar muy orgulloso de ella. Es una mujer que ve todas las posibilidades.

Kateb miró fijamente a la mujer.

– ¿Qué quieres decir?

– Que sólo faltan una o dos semanas para saber si está embarazada. Es poco probable, lo que significa que la dejará marchar. Nos ha dado demasiado. ¿Qué pasará con ella? ¿Volverá a trabajar para Nadim? Se merece más.

Kateb no había pensado en el futuro de Victoria.

Y Yusra tenía razón.

– Creo que debería ayudarla a encontrar un marido rico -sugirió la mujer. Es una mujer que ha nacido para entregar su corazón. Debería tener una familia, muchos hijos, un lugar al que pertenecer. Respeta su opinión, lo escuchará.

– Si dices eso. Yusra, es que no la conoces. Nunca accedería a un matrimonio de conveniencia.