Si vio las maletas abiertas en el suelo, no dijo nada. La dejó a un lado de la cama y volvió a besarla. Le acarició la espalda y las caderas antes de llevar las manos a sus pechos. La estaba acariciando con ternura, casi con cariño.
Enseguida se quitaron la ropa y cayeron juntos sobre la cama. Kateb metió la mano entre sus piernas, pero Victoria lo detuvo.
– Quiero que estés dentro de mí -susurró.
El se puso un preservativo y se arrodilló entre sus piernas. Victoria tomó su erección y la guió hasta su interior.
Ya estaba húmeda, sólo con pensar en hacer el amor con él. Aquel día, no le interesaba su propio placer, aunque también lo estuviese sintiendo. Quería que fuesen un solo cuerpo.
Sin aviso previo, Kateb se retiró, se tumbó de espaldas y la instó a colocarse encima de él para poder así jugar con sus pechos mientras hacían el amor. Victoria se movió encima de él hasta encontrar el ritmo perfecto.
No dejaron de mirarse a los ojos. Victoria sintió que estaba llegando al clímax y se movió con más rapidez y fuerza, hasta sentir las sacudidas de placer que invadían todo su cuerpo. El llegó al orgasmo en ese mismo momento y Victoria pensó que aquél había sido el momento más íntimo de su vida.
Cuando hubieron terminado, se tumbaron de lado, mirándose. Ella le acarició la cicatriz, tenía los ojos llenos de lágrimas.
– Te quiero-murmuró, luego le acarició los labios-. No digas nada. No espero nada de ti.
También había mucha emoción en los ojos de Kateb, pero ella sabía que no quería arriesgarse. Prefería estar solo a volver a perder a su amor. No obstante, jamás lo admitiría. En su lugar, fingiría no fiarse de ella.
– No estoy embarazada -le dijo Victoria-. Me va a venir el periodo en uno o dos días.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque estoy hinchada y tengo muchas ganas de comer chocolate. Lo sé. Pero quiero quedarme hasta después del reto, luego, me marcharé -a no ser que él le pidiese que se quedase.
Pero Kateb se puso en pie y se vistió. Luego, se marchó sin decir nada.
Victoria y Yusra llevaron el enorme y pesado libro hasta las puertas cerradas.
– Yo no puedo entrar -le dijo Yusra, nerviosa-. Es la cámara de los ancianos.
– Tienes que ayudarme a meter el libro, luego, si quieres, podrás marcharte.
– Está bien -Yusra miró a su alrededor-. Si los guardias nos ven…
– No harán nada. Soy la amante del príncipe y tú estás aquí conmigo. No pasará nada.
Victoria sujetó el libro con una sola mano y golpeó la puerta con la otra, tres veces.
Unos segundos más tarde, alguien abrió una puertecilla a la altura de los ojos.
– ¿Quién llama al consejo de ancianos?
– Victoria. Dígale a Zayd que se trata del reto. Tengo una solución al problema.
– Eres una mujer -respondió el hombre indignado.
– ¿De verdad? ¿Cómo lo sabe? Mire, este libro pesa mucho. Dígale a Zayd que estoy aquí.
La pequeña puerta se cerró y segundos más tardes se abría la grande. Dos guardias salieron y tomaron el libro de sus manos antes de volver a entrar.
– Supongo que deberíamos seguirlos -le dijo Victoria a Yusra.
– Tú primero.
Victoria alisó la parte delantera de su túnica. Había decidido ir vestida de manera conservadora, con una camisa tradicional de manga larga y pantalones anchos. Iba cubierta de los pies a la cabeza y no llevaba joyas llamativas. Esperaba que así los ancianos la tomasen en serio.
– Gracias por recibirme -dijo cuando llegó frente a la mesa en la que estaban sentados los ancianos-. Estoy aquí por el reto.
– ¿Cómo puedes ayudamos? -le preguntó Zayd.
– Ofreciéndome como sacrificio de Kateb.
Los hombres se miraron los unos a los otros antes de volver a mirarla a ella.
– Eso es imposible -contestó uno de ellos.
– No del todo. Mire, todos sabemos que es una venganza. El chico quiere ganar a toda costa, delante de muchas personas. ¿Y si hace trampas o algo así? ¿De verdad lo quieren tener de líder?, Kateb es el mejor para ocupar el puesto.
– Continúa -le pidió Zayd.
– Si Fuad intenta algo, Kateb podría quedar herido. Entonces, yo saltaría al ruedo en su lugar. Así Kateb se salvaría y todos volveríamos a casa.
– Pero la lucha es a muerte -señaló Zayd.
Victoria no quería pensar demasiado en aquello.
– Bueno, todo el mundo volvería a casa, menos yo -aquélla no era su parte favorita.
– Eres una mujer.
Yusra indicó a los guardias que acercasen el pesado libro.
– La persona que se sacrifique no tiene por qué ser un hombre -dijo Victoria-. No pueden oponerse. Es mi elección.
– ¿Sabes utilizar un sable? -preguntó uno de los ancianos.
– No, ni siquiera voy a intentarlo.
Su plan era sencillo. Sólo tenía la esperanza de que Fuad fuese rápido y certero.
– No voy a saltar al ruedo a vencerlo -añadió-, sino a morir.
– Kateb jamás lo permitirá -le advirtió Zayd.
– No tiene por que saberlo. Yo sólo saltaré al ruedo si lo hieren. En ese caso, no se dará cuenta. Y nadie se lo dirá.
– ¿Por qué quieres hacer algo así? -preguntó otro anciano.
– Porque lo amo y no quiero que muera.
Zayd asintió muy despacio.
– Como desees, Victoria.
– Gracias -contestó ella, aliviada y aterrada al mismo tiempo.
– Espero que Kateb sepa el tesoro que tiene contigo-le dijo Zayd.
– Yo también -admitió ella, a pesar de saber que no era así. Y que cuando se diese cuenta, ya sería demasiado tarde porque estaría muerta.
Capítulo 13
Kateb se dirigió al harén. No había podido dejar de pensar en Victoria y en lo mucho que iba a echarla de menos. Había tardado casi toda la noche en darse cuenta de que era una mujer diferente a las demás. La llamó.
– ¡Estoy aquí atrás! -gritó ella.
Siguió el sonido de su voz hasta el dormitorio. Al entrar Kateb miró la cama en la que habían hecho el amor la tarde anterior. La cama en la que ella le había ofrecido su corazón.
Todas las maletas estaban cerradas. Ella iba vestida con unos vaqueros y una camiseta, parecía preparada para marcharse.
– Estoy con el periodo -le dijo, encogiéndose de hombros-. Me marcharé después del reto.
– El reto no te interesa -contestó él.
– Quiero verte ganar
– Hoy no habrá ninguna victoria con Fuad. No deseo matarlo.
– ¿Tienes que hacerlo?
– Si me suplica que lo perdone, lo dejaré marchar.
– Viene a vengarse, no va a suplicarte nada.
– Lo sé. He venido a pedir que te quedes aquí, conmigo. Me amas. Cásate conmigo.
Ella apretó los labios, tragó saliva.
– ¿Por qué?
Kateb había esperado que se lanzase a sus brazos y lo besase apasionadamente, pero Victoria nunca era fácil… ni predecible.
– Porque quieres hacerlo. Porque me gusta tu compañía. Porque debo casarme y te he elegido a ti. Nuestros hijos heredarán tu inteligencia y decisión. Nuestras hijas, tu belleza y alegría.
– A veces eres un cerdo sexista -comentó ella suspirando-. ¿Me amas?
– No.
– ¿Me crees cuando te digo que yo te amo?
El guardó silencio. Creerla significaba confiar en ella, volver a entregar su corazón. Se había quedado destrozado al perder a Cantara. ¿Cómo se quedaría si perdía a Victoria?
– Supongo que eso es un no -murmuró ella-. Me marcharé después del reto.
– ¿Y si te lo prohíbo? ¿Y si te encierro en el harén?
– No lo harás. Tú no eres así.
– No sabes nada de mí.
– Lo sé todo -se acercó a él, se puso de puntillas y lo besó-. Por eso te quiero. Ahora, vete.
– Seguiremos luego con la conversación -dijo él, irritado.
– Eso espero -susurró Victoria-. De verdad lo espero.
Cuando se hubo marchado, Victoria fue a buscar a Yusra.
– ¿Vas a ir así vestida? -le preguntó la otra mujer desde la puerta de la cocina.
– Sí. ¿Por qué?
– Pensé que te pondrías algo más tradicional.
– Si voy a morir hoy, lo haré cómoda. Y tendrás que admitir que estas botas son espectaculares. Yusra la abrazó.
– He estado rezando por tu seguridad.
– Bien -respondió ella, devolviéndole el abrazo-. Yo también. Espero que funcione.
– Puedes cambiar de opinión. Los ancianos lo entenderían.
– No puedo. Tengo un mal presentimiento y necesito saber que Kateb va a estar bien. Es algo que no puedo explicar.
– Lo amas. No hay nada que explicar.
– Si las cosas salen mal -añadió Victoria de camino al ruedo-, podrás pasarte los próximos cincuenta años haciendo que se sienta culpable.
Yusra se rió, pero pronto la risa se convirtió en sollozos.
– Lo haré. Te lo prometo.
– Bien, porque quiero que viva, pero no me importa que sufra al mismo tiempo.
Al llegar al ruedo, fueron conducidas a la cámara de los ancianos. Allí las recibió Zayd.
– ¿Has venido para sacrificarle por Kateb?
– Sí. No quiero que él sepa nada -continuó-. Y si todo va bien y no me necesita, tampoco quiero que nadie le cuente que me he ofrecido, ¿de acuerdo?
Zayd asintió.
Kateb esperó al lado del ruedo, con el sable, pesado y poderoso en su mano. Eran viejos amigos, aquel sable y él. Había confianza entre ambos.
El sol brillaba con fuerza y las gradas estaban llenas de gente, pero él sólo podía pensar en sí mismo, en Fuad y en la posibilidad de la muerte.
No quería matar al chico. Victoria tenía razón, cambiaría la ley, pero ya sería demasiado tarde para Fuad.
Victoria lo entendería. Sabría que él dormiría mal durante una época por lo que se había visto obligado a hacer, pero ella lo ayudaría a olvidar.
Aunque ya no estaría a su lado. No podía obligarla a quedarse. La única solución era amarla. Admitir lo que sentía su corazón. Si le daba todo lo que era, sería suya.
Pero era un riesgo demasiado grande. ¿Y vivir sin ella?
– Ha llegado la hora -le informaron.
Kateb se centró en la lucha y saltó al ruedo. Las gradas lo aclamaron. Hasta el suelo pareció temblar con el sonido. Él lo ignoró todo y miró al joven que se acercaba a él
– Has crecido mucho -le dijo a Fuad, que debía de tener unos veinte años y era fuerte y decidido.
– Prepárate a morir, viejo -replicó el chico-. Hoy derramaré tu sangre y vengaré a mi padre.
– Tu padre me secuestró y me habría matado. Su muerte era mi derecho.
– Yo soy su hijo. Tu muerte es mi derecho.
– No quiero matarte. Si me pides clemencia, te la concederé.
Fuad levantó su sable.
– No eres quién para dármela, viejo. Te mataré lentamente.
Victoria no podía oír lo que se estaban diciendo, pero no le gustó nada el lenguaje corporal de Fuad. Era evidente que quería que Kateb sufriese. Empezó a oír el sonido del metal chocando.
Fuad luchaba con ira y torpeza. Kateb parecía ser un oponente racional. Se movía con gracia, era casi como si bailase. Victoria enseguida se dio cuenta de que su objetivo era cansar a Fuad, no herirlo.
Después de un buen rato, Fuad dejó caer el sable. La multitud se levantó al instante. Yusra lo celebró con un grito, pero Victoria supo que algo no iba bien y le gritó a Kateb que tuviese cuidado.
Kateb bajó el sable para permitir a Fuad que recuperase el suyo, pero en vez de hacerlo, el chico sacó un cuchillo de su bota e hirió a Kateb en la pierna.
– ¿Eso está permitido? -gritó Victoria.
– No, pero no te preocupes. Es un corte poco importante. No tendrá consecuencias.
– El corte no, pero lo que hay en la hoja del cuchillo, si -respondió Victoria, segura de que había algo en ella.
En ese momento Kateb soltó el sable y cayó de rodillas. Fuad tomó su espada y la blandió sobre su cabeza, preparado para matarlo.
– ¡No! -gritó ella, corriendo-. ¡No! No puedes hacerlo. Yo soy su sacrificio.
Fuad la miró fijamente.
– Vete de aquí, mujer. Este no es tu lugar.
– Soy su sacrificio -dijo, deteniéndose delante de él-. Tienes que matarme. Es la ley -vio que varios hombres se agachaban al lado de Kateb-. Es veneno. Había algo en el cuchillo -les dijo.
Zayd corrió hacia ellos, respirando con dificultad. Tomó el cuchillo y lo olió.
– La venganza no tiene sentido-le dijo al chico.
– A muerte es a muerte -contestó él enfadado.
– ¿Qué te pasa?-le preguntó Victoria-. ¿Quieres que la vergüenza de lo que hizo tu padre continúe contigo?
Fuad la miró sorprendido y apoyó la espada en su pecho.
– Si quieres morir en su lugar, te mataré.
– Bien -gritó Victoria-. Hazlo si puedes. Mátame. ¿Y después? Tu padre seguirá estando muerto. ¿No te has parado a pensar que secuestró a un chico mucho más joven que tú? Kateb era sólo un crío. ¿Crees que quería matar a tu padre? El no tuvo elección, pero tú sí que la tienes.
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