– Eso es poco probable.
Victoria puso los ojos en blanco, se levantó y se inclinó a recogerle el plato. Al hacerlo, el escote del vestido se separó de su cuerpo, lo que permitió que Kateb viese sus pechos. Tenían la forma y el tamaño perfecto para sus manos. Victoria se incorporó enseguida, pero lo que había visto Kateb había sido suficiente para saber que le gustaría hacer el amor con ella.
Después de colocar los platos sucios en una bandeja, Victoria se quedó al lado de la mesa.
– Y ahora, ¿qué?
– El café -contestó él señalando hacia un rincón.
Ella se acercó y al ver lo que había allí, se volvió con los brazos en jarra.
– Debe de ser una broma -comentó.
– ¿Si?
– ¿Qué ha pasado con eso de ser uno con la naturaleza? -preguntó, señalando la máquina de café que había encima de la mesa-. Con esto se puede hacer hasta espuma. La gente que es una con el desierto no sirve los cafés con espuma.
– Tal vez la leche sea de cabra.
– Y tal vez usted sea un metrosexual disfrazado.
– ¿Te estás burlando de mí?
– Sí. Me estoy burlando de usted. ¿Una máquina de café? No puedo creerlo. Supongo que espera que le prepare el café.
– Por supuesto.
– Espero que se pase toda la noche sin pegar ojo -luego, Victoria volvió a mirar la máquina de café-. Ha tenido suerte. Tenemos una igual en el comedor del palacio. Sé cómo manejarla.
El se sintió más intrigado por su manera de moverse que por el café que preparaba. Tenía la piel pálida, las piernas, largas. Era bella, llena de curvas, tan descarada. Kateb sintió deseo y supo que era por Victoria, y no sólo porque tuviese ciertas necesidades biológicas.
Hasta entonces, sólo había deseado a Cantara. ¿Qué significaba que estuviese deseando a Victoria? ¿Era porque la conocía más de lo que se había molestado en conocer a las otras mujeres con las que había estado? ¿Era la cercanía? ¿O era ella en concreto?
Sabía que detrás de su sentido del humor y de sus ojos azules latía el corazón de una mercenaria. Había ido a El Deharia para casarse con Nadim, a pesar de saber que jamás lo amaría. Sólo había pensado en conseguir lo que quería. Y, aun así…
– ¿Con espuma? -le preguntó ella-. ¿Sin espuma?
– Sin espuma.
Victoria dejó la laza encima de la mesa.
– ¿Algo más?
Kateb se apoyó en los cojines y pensó en tener su cuerpo muy cerca del de él.
– Podrías besarme.
Ella abrió los ojos como platos.
– Me lo había prometido -se obligó a decir, en contra de su voluntad. Se puso pálida.
Kateb sintió su miedo y le alargó la mano.
– Mantendré la promesa -le dijo, sin saber por qué se sentía obligado a tranquilizarla. Estaba allí para complacerlo, pero no quería que tuviese miedo. Le apretó los dedos-. Un beso no es sexo.
– Eso me han dicho.
– Un beso -insistió él haciéndola bajar hasta los cojines.
Victoria se arrodilló a su lado.
– Esto es como cuando un tío te dice: Sube a tomar un café, no pasará nada.
– Yo no soy cualquier tío. Soy un príncipe.
– Eso no es más que un tecnicismo. En serio, no estoy preparada…
El arqueó las cejas.
Victoria suspiró.
– Un beso.
– Tal vez te guste.
– Tal vez -admitió con indecisión.
Se agarró a sus hombros, se inclinó y apoyó los labios en los de él.
Al principio, Kateb no sintió nada. Sólo notó su piel caliente, le pareció agradable, pero no erótico. Entonces ella se movió un poco y una ola de deseo lo invadió. La pasión y la necesidad lo consumieron hasta que sólo pudo pensar en que Victoria no dejase de besarlo.
Sus labios estaban calientes y suaves, lo tentaban. Ella siguió besándolo, jugando con él. Kateb quiso apretarla contra su cuerpo, pero se acordó de su palabra.
Sólo un beso.
Juró en silencio, deseando sentir su peso sobre él antes de hacerla suya.
Entonces Victoria se apartó y abrió los ojos. Había confusión en ellos, y sorpresa, lo que hizo saber a Kateb que ella también había sentido la conexión.
– ¿Kateb?
Un beso. Volvió a jurar por haberle hecho aquella promesa y por haberle dado su palabra. No podía hacer otra cosa que no fuese quedarse allí tumbado, deseando lo que no podía tener.
Vio cómo ella se llevaba la mano a los labios y tragaba saliva.
– Tal vez un segundo beso no estaría tan mal.
El se sintió aliviado, sintió que el deseo volvía a ascender. Liberado de su promesa, la tumbó sobre los cojines.
– No, no estaría nada mal.
Capítulo 5
Victoria no había sido capaz de parar. Nada más tocar los labios de Kateb con los suyos, se había dejado llevar por un deseo desconocido hasta entonces.
En su vida había habido hombres, dos. Ambos habían sido agradables, dulces y complacientes. Y ella había disfrutado de la experiencia, se había sentido cómoda haciendo el amor. Había sentido la excitación, el placer, pero nunca aquel anhelo que dejaba su mente en blanco y todo su cuerpo tembloroso.
Kateb la acercó a él y ella se dejó hacer. Entonces la besó y a partir de ese momento sólo pudo pensar en lo mucho que le gustaba que él tomase el control.
El príncipe la acarició con ansia y ella sintió calor. Lo abrazó por el cuello, para acariciarlo y para mantenerlo cerca. Kateb ladeó la cabeza y tocó su labio inferior con la lengua. Ella abrió la boca inmediatamente, deseando probarlo también, acariciarlo. Deseando tenerlo en sus labios, recibiendo y dando.
Él le metió la lengua dentro y la hizo bailar. Victoria lo imitó y con cada movimiento fue siendo más consciente de su hombría. De él. De todas las posibilidades.
Sus alientos se mezclaron. Los cojines cedieron y sostuvieron el cuerpo de Victoria. Kateb le acarició la espalda antes de agarrarla por la cadera.
A pesar de estar tapada de los tobillos a los hombros, Victoria agradeció que la fina tela no fuese una barrera para la piel caliente de Kateb. Deseó que la acariciase en otros lugares. Los pechos, entre las piernas… No quería que parara.
Ella le acarició los hombros, la espalda, el sedoso pelo. El dejó de besarla en los labios para pasar a su cuello. Victoria metió las manos por debajo de su camisa para sentir el delicioso calor de su piel desnuda. Kateb bajó y, a través de la tela, tomó uno de sus pechos con la boca.
Aquel movimiento inesperado hizo que Victoria gritase de placer. Sus pezones se irguieron y sintió humedad en su interior. Estaba consumida por el deseo.
Nunca había sentido semejante pasión. Era tanto el deseo que si Kateb no la hacía suya, moriría. Intentó quitarle la camisa. Él se incorporó para quitársela y luego le agarró a ella del vestido y estirando con fuerza, lo rompió en dos.
La tela cedió al instante y Victoria se quedó desnuda ante él. Se deshizo de la tela y alargó las manos hacia su cuerpo.
– Todavía no -le dijo Kateb en voz baja, llena de deseo-. Eres tan perfecta.
La miró de arriba abajo, acarició sus pechos con un dedo y luego fue bajando por su vientre. Victoria se quedó inmóvil, esperando a ver qué le hacía con él.
Nadie la había observado nunca con tanta intensidad, con tanta posesión. Sintió que su sexo sufría con la espera.
Y por fin la acarició allí. Fue una única caricia que hizo que abriese las piernas y contuviese la respiración. Kateb se agachó a lamerle el vientre antes de colocarse entre sus muslos y hacerla gemir con un íntimo beso.
Victoria ya estaba temblando y desesperada. Kateb se movió contra ella con una seguridad que hizo que se relajase. Se aferró a los cojines, clavó los talones en la alfombra y se ofreció a él.
Kateb se agarró a sus caderas y movió la lengua a un ritmo constante, imposible de resistir. Victoria notó que los temblores se convertían en sacudidas y le costó respirar.
El siguió acariciándola con la lengua, llevándola al límite. Hizo que arquease la cabeza hacia atrás y para esperar a que llegase…
Fue un orgasmo comparable a una tormenta en el desierto: rápido, bello, fuera de control. Victoria gritó mientras todo su cuerpo se sacudía. El continuó moviendo la lengua hasta que se quedó por fin quieta, sorprendida por la reacción de su cuerpo. Entonces Kateb se quito los pantalones y la penetró.
Su sexo era grande y estaba duro, y encajaba dentro de ella a la perfección. Puso las piernas alrededor de él, para ayudarlo a llegar más hondo, deseando tenerlo todo dentro. Abrió los ojos y se dio cuenta de que la estaba observando, su mirada era intensa. Victoria no pudo apartar la vista. Se quedó mirando su rostro y supo que estaba a punto de llegar al clímax.
Fue un momento de intimidad como no había tenido otro, y a pesar de que le daba miedo, no pudo apartar la mirada. Entonces Kateb entró un poco más y llegó a un lugar que hizo que volviese a sacudirse de nuevo. Victoria dijo su nombre entre dientes. Cerró los ojos. Unos segundos más tarde, lo oyó gemir y notó que se quedaba inmóvil.
Kateb quiso convencerse de que habría tomado a Victoria hubiese sido quien hubiese sido. De que su deseo había sido muy fuerte y ella había estado desnuda. No obstante, durante cada segundo había sabido con quién estaba, y que la deseaba a ella en concreto. En esos momentos, todavía en su interior, la miró a los ojos y no supo qué debía decirle.
Podía decirle que había sido ella la que lo había liberado de su promesa, lo que no podía decirle era que había perdido el control.
Lo atraía físicamente. Y no era mala amante. Aunque, en realidad, él nunca había pensado en hacerla suya. La había llevado al Palacio de Invierno porque ella se había ofrecido a cambio de su padre. Tal vez la había llevado para castigarla, aunque no sabía qué delito había cometido.
Se retiró. A regañadientes.
Ella se puso en pie, tomó lo que quedaba de su vestido y se tapó.
– Veo que odias este vestido -murmuró antes de recoger también la capa y cubrirse-, ¿Puedo marcharme o tengo que pedir permiso?
– Puedes marcharte.
Ella asintió una vez y desapareció.
Kateb se levantó despacio y se puso los pantalones. Victoria se había dejado el vestido, lo recogió y lo apretó entre sus manos.
Aquello no tenía que haber ocurrido. No de ese modo. Sí, ella también lo había deseado, pero eso no lo eximía de su responsabilidad. No obstante, tampoco podía disculparse. Era un príncipe.
Se dijo a sí mismo que ella también había disfrutado la experiencia y, aun así, no pudo apartar de su mente la idea de que la había tomado en contra de su voluntad.
– Eso no es cierto -dijo en voz alta-. Lo deseaba.
Y mucho. ¿Tal vez demasiado?
¿Y si había fingido tener miedo? ¿Y si había deseado que aquello ocurriese para conseguir casarse con él? ¿Y si lo había planeado todo con su padre?
Se fue a su dormitorio. A pesar de haber llegado al clímax, sólo de pensar en lo que acababa de ocurrir volvió a desearla. Podía llamarla, insistir en que se sometiese a él, pero no lo haría.
Victoria era una complicación que no necesitaba. Una distracción. «Mujeres», pensó, sintiéndose cansado. Con Cantara las cosas habían sido fáciles, igual que con las otras mujeres con las que había estado de forma ocasional. No había habido malinterpretaciones. Siempre habían sido aventuras de una noche, nada más.
¿Qué esperaba Victoria y por qué le importaba a él? ¿De verdad se estaba sacrificando por su padre, o estaba interpretando un papel? ¿Cómo iba a averiguar él la verdad?
Victoria se pasó casi toda la noche sin dormir y cuando se levantó, estaba cansada. Se duchó en el increíble cuarto de baño, pero no se sintió como en casa.
Nada tenía sentido, pensó mientras se ponía una camiseta de manga corta y una falda larga. Por una parte, no podía arrepentirse de lo que había hecho. Kateb había hecho vibrar todas las células de su cuerpo, ¿quién no habría querido eso de un amante? Iba a estar allí seis meses. ¿No debía limitarse a disfrutar con él en la cama?
Por otra parte, le asustaba el hecho de haberse entregado por completo a él. Era la primera vez que le había ocurrido. Nunca había deseado a nadie con tanta desesperación, ni había perdido así el control. Era como si le hubiese entregado una parte de sí misma y no fuese a recuperarla.
Sólo se le ocurrió un modo de recuperar su equilibrio.
Yendo de compras.
Metió dinero en su bolso, buscó las gafas de sol y se decidió a comprobar si era cierto que podía ir adonde quisiera, siempre y cuando no saliese del pueblo.
Nadie la detuvo en la puerta del harén. Vio muchas personas por el palacio, algunas vestidas de forma tradicional, otras, de manera occidental. Un par de ellos le sonrieron, aunque la mayoría la ignoraron, pero nadie le preguntó adónde iba. Después de unos minutos, reconoció un par de cuadros en las paredes y supo que iba en la dirección correcta. Cinco minutos más tarde, estaba en la entrada y, desde allí, era fácil llegar al bazar.
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