Charlotte sintió un hueco en el estómago. Ella era la causante de todo.

– No me lo puedo creer -dijo.

– Estas cosas pasan -respondió Raine, mirando alrededor.

El hombre que transportaba la camilla se detuvo ante ellos.

– ¿Ha habido algún muerto? -le preguntó la ATS.

El otro médico sacudió la cabeza.

– Parece que había tres personas en el tráiler, pero todos salieron. Uno tiene un brazo roto. Otro sufre una conmoción. Y hay algunas quemaduras superficiales. Y éste -señaló al hombre al que estaban atendiendo, que seguía inconsciente en el porche.

– Necesitará que le den algunos puntos. Deberíamos tomarle la tensión.

Los dos médicos contaron hasta tres y subieron al hombre a la camilla.

– Estará bien -afirmó la ATS mientras le ponía las correas de seguridad.

– Gracias -dijo Charlotte.

– No es culpa tuya -dijo Ruine mientras se llevaban al hombre.

– Yo le prometí a tu hermano que nada saldría mal.

– ¿Y acaso provocaste la explosión?

– No.

– Entonces, Alec lo entenderá.

Charlotte vio a Alec entre la gente. Estaba charlando con el jefe de bomberos, gesticulando y hablando frenéticamente.

– Podemos replantar las flores -dijo Raine, intentando poner una nota positiva-. Quitaremos todos los escombros.

– Deberías echarme -comentó Charlotte, suspirando. No quería ser el objeto de la furia de Alec, sobre todo después de lo que había ocurrido entre ellos.

– Eres voluntaria -dijo Raine-. Creo que no podemos echarte.

– ¿Crees que rescindirá el contrato?

Un enjambre de mariposas empezó a revolotear en el estómago de Charlotte cuando Alec fue hacia ellas. Su mirada tenía un matiz implacable y su boca era una línea rígida.

– Creo que estamos a punto de averiguarlo -dijo Raine.

Charlotte se acercó a su amiga en busca de protección. Su corazón latía cada vez más deprisa cuanto más se acercaba él. Tenía las manos sucias y la ropa empapada, cubierta de ceniza y sudor.

– Nadie ha resultado herido grave.

– Lo siento muchísimo -dijo Charlotte.

Alec arrugó la expresión de los ojos.

– ¿Saben qué pasó? -preguntó Raine.

– Parece que fue un fallo eléctrico de los materiales pirotécnicos. Esto los va a retrasar mucho -miró a su alrededor con una expresión desolada. ¿Puedo hablar contigo a solas? -le preguntó a Charlotte.

– No es culpa suya -dijo Raine.

Alec miró a su hermana como si estuviera loca y agarró a Charlotte del brazo, pero entonces recordó que tenía las manos sucias y la soltó rápidamente.

Señaló un rincón aparte en el porche.

– Me siento fatal -empezó a decir ella tan pronto como estuvieron lo bastante lejos-. Debería haber pensado más en la seguridad. Debería haber previsto algo así.

– Tengo que preguntarte… -dijo Alec, deteniéndose y volviéndose hacia ella con gesto de preocupación más que de enfado.

– ¿Qué? -preguntó Charlotte.

– Lo que pasó entre nosotros, hace un rato…

Charlotte se puso tensa y trató de hacerse a la idea de lo que estaba por venir.

– No tienes por qué decir nada, Alec. Lo entiendo. Estoy totalmente de acuerdo contigo.

Lo mejor era seguir adelante como si nada hubiera ocurrido. De hecho, podía considerarse muy afortunada si él le dejaba continuar con la película.

– ¿Estás de acuerdo conmigo? -le preguntó él.

Ella asintió.

– Será nuestro secreto.

Alec se cruzó de brazos.

– Ya hemos hablado de eso.

– Sí -dijo Charlotte, asintiendo-. ¿Y entonces qué queda por hablar?

– Lo que quería preguntarte era… -miró alrededor y entonces se acercó un poco más-. ¿Quieres volver a hacerlo?

Charlotte parpadeó varias veces.

– No entiendo.

El dio otro paso adelante.

– Ni siquiera me atrevo a tocarte aquí fuera, y no digamos besarte y abrazarte, pero lo que te estoy preguntando es si te gustaría volver a hacer el amor conmigo.

– ¿Y terminar la película?

– ¿Y qué tiene que ver eso?

– Bueno, yo estoy aquí por el rodaje, y acabo de destruir tu jardín.

Alec miró por encima del hombro de ella.

– La verdad es que han armado un buen lío.

– ¿Nos vas a echar?

– No.

– ¿Por qué?

El suspiró.

– ¿Tienes idea de lo difícil que es para mí estar aquí parado sin besarte y tocarte?

Charlotte, que sí lo sabía muy bien porque estaba librando la misma batalla, sonrió.

– Contesta a mi pregunta, por favor -dijo él, frunciendo el ceño.

– Sí.

– Bien.

– Raine nos está mirando.

– Deja que yo me ocupe de Raine -dijo Alec.

Capítulo 6

Charlotte se quitó el vestido y se dio una buena ducha. Ya era más de medianoche, pero la gente seguía trabajando en el jardín y resultaba imposible dormir. Los ruidos se sucedían y aún había unos cuantos bomberos junto a los rescoldos humeantes.

Se puso unos vaqueros y una camiseta y se dirigió a la cocina. Una copita de brandy quizá la ayudara a cerrar los ojos.

Al pasar por delante de la biblioteca, oyó voces tras la puerta entreabierta.

Alec, Kiefer, Jack y Lars, junto con otros tres miembros del equipo, estaban sentados alrededor de una enorme mesa.

– David estará aquí mañana por la mañana para evaluar la situación -dijo Jack, guardándose el móvil.

– Por lo menos perderemos dos días de rodaje -comentó Lars, frunciendo el ceño-. Me parece que a alguno se le va a caer el pelo…

– Yo puedo traer a un equipo de construcción del proyecto de Toulouse -le dijo Kiefer a Alec.

Charlotte se encogió por dentro. Ella sabía muy bien que Alec no quería molestar a sus empleados más de la cuenta.

– No creo que sea necesario echar a nadie -dijo Alec, mirando a Lars-. A mí me parece que van a necesitar toda la ayuda posible.

Los tres miembros del equipo se quedaron de piedra y Lars se puso rojo como un tomate.

– Y a mí me parece que usted no debería opinar.

– Ha sido mi jardín el que se ha quemado-dijo Alec-. Y no quiero que se convierta en un set de rodaje de forma permanente.

– Hay que seguir adelante -intervino Jack, dándole la razón a Alec-. A veces ocurren accidentes.

Esa era la primera vez que Charlotte veía tomar las riendas a su hermano; algo inesperado en él.

De pronto Alec advirtió su presencia tras la puerta. Sonrió y la invitó a entrar.

– ¿Y el equipo de construcción? -preguntó Kiefer.

– Si podemos contar con ellos -dijo Alec, señalando una silla a su lado.

Charlotte tomó asiento donde le había indicado.

– Mándame la factura -le dijo Jack a Kiefer.

Kiefer asintió.

Lars guardó silencio y apretó con fuerza la mandíbula.

– Si cambiamos el orden de rodaje de las escenas treinta y cinco y dieciséis, podemos ganar algo de tiempo -dijo uno de los miembros del equipo, consultando la programación del rodaja

– ¿Puedes traer a los extras mañana? -preguntó Jack.

– Claro -respondió el hombre, haciendo una anotación.

– El editor no ha terminado todavía con la escena treinta y cinco -dijo Lars.

– Pues tiene ocho horas para terminarlo -replicó Jack.

– Imposible -objetó Lars.

– ¿Quieres discutirlo con David mañana? -preguntó Jack en un tono cortante-. No estoy dispuesto a decirle a un hombre que viene de hacer cine independiente con un presupuesto muy bajo que nuestro editor es un divo mimado.

Alec se inclinó hacia Charlotte y le susurró al oído:

– Me parece que Jack lo tiene todo bajo control.

Ella trató de no sonreír. Siempre había asumido que su hermano era una persona pusilánime, de poca iniciativa. Sin embargo, parecía que se había equivocado completamente.

– ¿Charlotte? -dijo Raine desde la puerta.

Charlotte se apartó de Alec de inmediato.

– Te estaba buscando -le dijo a su amiga, poniéndose en pie y yendo a su encuentro-. Esperaba tomarme una copa de brandy -le dijo en un tono bajo.

– Ven por aquí -le dijo Raine, señalando la cocina.

Todavía llevaba una ceñida falda negra con un top de color púrpura y Charlotte no pudo evitar preguntarse qué había estado haciendo durante la última media hora.

Se sentó frente a la mesa del desayuno mientras Raine rebuscaba en una estantería. La ventana daba al este y los destrozos del jardín no eran visibles desde esa perspectiva. Había luna llena y múltiples estrellas brillaban en el firmamento. Pequeñas farolas iluminaban algunas de las sendas del jardín posterior y a lo lejos se divisaba la piscina, más allá de unos arbustos de adelfas.

– Sé que yo tampoco seré capaz de dormir -dijo Raine, sentándose enfrente de Charlotte.

Sacó una botella de coñac y dos copas de fino cristal.

– Me alegro mucho de que nadie resultara herido de gravedad -comentó Charlotte.

– Bueno, el Alec de hoy se parecía mucho más al de siempre -le dijo Raine, sirviendo las bebidas.

– Se lo tomó muy bien -admitió Charlotte, pensando que las dos horas de sexo ardiente que habían pasado esa tarde debían de haber moderado su temperamento-. ¿Y qué estuviste haciendo con Kiefer?

– Estamos renovando las oficinas principales de Toulouse. El arquitecto quería cambiar la configuración de mi despacho.

– ¿Y el problema es…?

Raine sonrió.

– Nada, en realidad. Pero no se lo digas a Kiefer.

– ¿Se lo estás poniendo difícil?

Raine asintió.

– ¿Sólo por diversión? -Charlotte bebió un sorbo de coñac.

– Por supuesto. La vida es demasiado fácil para Kiefer.

– ¿Y para ti no?

Raine arrugó el ceño.

– No es lo mismo. Yo no tengo a todas las mujeres de Francia rendidas a mis pies.

– Pero tú eres su jefa.

– ¡Ha! Me encantaría oírte decir eso con él en la habitación.

– ¿Decir el qué cuando yo esté en la habitación? -preguntó Kiefer, apareciendo de repente.

Charlotte le dirigió a Raine una mirada azorada, sin saber qué decir.

– Adelante -dijo su amiga, riendo-. Venga, díselo.

Charlotte se aclaró la garganta.

– Que ella es tu jefa.

Kiefer soltó una risotada.

– No lo será hasta que sea capaz de entender un informe financiero, redactar un contrato o desafiarme en una pelea.

– Pero soy la dueña del cincuenta por ciento de la corporación Montcalm.

– Los dos sabemos que eso es sólo un simbolismo -le dijo él, mirando la botella de coñac y sacando una copa de la estantería.

– ¿Ves con lo que tengo que lidiar cada día? -le preguntó Raine a Charlotte.

– ¿Tienes autoridad real? -le preguntó Charlotte, poniéndose de parte de ella.

– Claro que sí.

– Pero Alec es el director general -apuntó Kiefer-. Y no tengo ningún problema con rendirle cuentas a él.

– No sé, Kiefer -dijo Charlotte, provocándole-. Si ella te firma los cheques, entonces creo que trabajas para ella.

Kiefer se sirvió una copa.

– Cuando tenga poder para echarme, entonces empezaré a preocuparme.

– Estás despedido -dijo Raine.

Kiefer se echó a reír y levantó la copa, proponiendo un brindis.

– ¿Por qué no sigues publicando esas fotos tan estupendas y dejas que me ocupe de las cosas importantes, cielo?

Los ojos de Raine escupieron fuego.

– Aquí es imposible tener algo de respeto. A ver qué piensas cuando termine la carrera -dijo, poniéndose en pie.

No obstante, Charlotte siguió mirando a Kiefer, observando la expresión de sus ojos… Y entonces, durante una milésima de segundo, vio cómo su mirada descendía hasta el escote de Raine.

– Te deseo buena suerte con ello, Raine -dijo Kiefer.

– Gracias. Me encantará poder restregártelo en la cara.

– ¿Y de qué trata la carrera que estás estudiando? -le preguntó con ironía-. ¿De moda? ¿Bellas Artes?

– Por eso soy editora de una revista.

El Fingió observar la copa de coñac.

– Por cierto… -levantó la vista-. El mes pasado las ventas bajaron bastante.

– Eres un imbécil.

– Oye… -le dijo, fingiendo inocencia-. No dispares al mensajero.


– No me pidas esto, Alec -desde el balcón del despacho de Alec, Kiefer contemplaba las labores de la cuadrilla de albañiles que trabajaba en el jardín siniestrado.

– Sólo serán un par de días -dijo Alec desde la puerta, sin entender por qué se negaba Kiefer-. Llévala a las oficinas de distribución. Reúnete con los ejecutivos.

– Pero Raine no me necesita allí.

– Quiero que me pongas al día sobre el negoció de la revista. Tú mismo dijiste que las ventas disminuían.

– Sólo un poco.

Alec salió al balcón y se paró junto a su segundo de a bordo.

– Me necesitas aquí -dijo Kiefer.

– No.

– O en Toulouse.

– ¿Y de qué me sirves en Toulouse? Las oficinas están patas arriba y todo está en obras.