– Después de la reunión, fuimos a cenar. Por cierto, me pregunté por qué no llamabais.

– Y yo me preguntaba por qué no nos habíais llamado.

– Fuimos a bailar-dijo Raine-. Y, bueno…

– ¿Entonces ahora sabe que le gustas?

– Ahora lo sabe.

Las dos se miraron en silencio durante un momento.

– ¿Y Alec?

– El también sabe que me gusta.

Raine asintió y esbozó una sonrisa.

De repente las dos se echaron a reír y Alec y Kiefer se dieron la vuelta.

– No pasa nada -dijo Raine.

– Cosas de chicas -añadió Charlotte.

Alec entornó los ojos y las miró de manera inquisitiva, pero Charlotte se encogió de hombros con un gesto inocente. Tenía que guardarle el secreto a Raine. Después de unos segundos, los hombres siguieron hablando.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Raine.

Charlotte no sabía qué iba a pasar desde ese momento. La noche anterior había sido de ensueño, pero un día después, a la fría luz del día, no tenía ni idea de lo que él esperaba.

– ¿Y qué pasa con vosotros? -le preguntó a Raine.

– ¿Sinceramente? Creo todo va a ser muy embarazoso a partir de ahora -respondió su amiga-. Fue genial, pero ahora tenemos que trabajar juntos -se cruzó de brazos y apoyó la cabeza en el reposacabezas del asiento-. Esto no puede acabar bien.

Charlotte, que la comprendía muy bien, asintió con la cabeza. Por lo menos ella se iría de la casa en unas pocas semanas y su camino y el de Alec no tendrían por qué volver a cruzarse, pero Raine lo tenía bastante más complicado con Kiefer.

Alec se levantó del asiento y caminó por el pasillo. La expresión de su rostro era seria e impenetrable.

– Kiefer quiere hablar contigo -le dijo a su hermana.

Sin atreverse a mirar a su hermano a los ojos, Raine se levantó y avanzó por el pasillo.

Alec se quedó atrás y se sentó junto a Charlotte.

– Hola-le dijo, suavizando su rostro de inmediato.

– Hola -dijo ella, sonriendo.

– ¿Cómo te encuentras?

– Bien.

– ¿Cansada?

– Un poco.

La tomó de la mano.

– ¿Entonces qué quieres hacer en Londres?

Ella no quería hacerse ilusiones, pero no podía negar que deseaba pasar más tiempo con él.

– ¿Qué quieres hacer en Londres? -dijo, repitiendo la pregunta de él.

Sin previo aviso, Alec le puso las manos sobre las mejillas y le dio un beso en los labios.

– Kiefer -dijo Charlotte en un susurro, advirtiéndole de su presencia.

– Ya lo sabe -respondió Alec, saboreando sus labios-. Esto es lo que quiero hacer en Londres.

– ¿Durante dos días enteros?

– Sí.

– ¿Kiefer te dijo… algo? -preguntó Charlotte con cuidado.

Alec miró hacia donde estaba sentado con Raine.

– Mira.

Charlotte volvió la cabeza. Raine estaba sentada sobre el regazo de Kiefer en el enorme butacón, riendo y charlando.

– Me siento como si estuviera en el instituto.

El asintió con la cabeza.

– Pero con un transporte mejor y una tarjeta platino.

– Vas a intentar gastar dinero conmigo en Londres, ¿verdad?

– ¿Intentar? -le preguntó él, ladeando la cabeza y esbozando una sonrisa irónica-. Ya he reservado habitación en el Ritz y también un palco en el Grand Tier de Covent Garden.

Capítulo 8

Charlotte se sintió como una princesa consentida durante el resto del viaje, tanto en Londres como en París. En un momento dado dejó de discutir con Alec sobre el dinero, e incluso desistió de pagarse su propia ropa.

El podía llegar a ser muy testarudo y persuasivo.

Pero ya estaban de vuelta en la Provenza. Uno de los conductores de Alec les había llevado el Lamborghini al aeropuerto y, tras meter el equipaje en la limusina de Kiefer y Raine, habían salido a toda velocidad rumbo a la mansión Montcalm.

– Ya casi hemos llegado -dijo Alec, reduciendo marchas al ver el desvío hacia Chateau Montcalm.

Mientras se acercaban a la mansión y los álamos y robles se sucedían tras la ventanilla, Charlotte trató de ponerle palabras a sus sentimientos.

– ¿Qué? -le preguntó él al ver que ella lo observaba con insistencia.

– Lo he pasado muy bien, Alec.

El sonrió.

– Yo también.

Sus miradas se cruzaron un momento.

– Gracias -dijo ella con franqueza.

– De nada -respondió volviendo la vista hacia la carretera y aminorando la velocidad al ver acercarse el camino que conducía a la casa.

Charlotte dejó escapar un suspiro y se preparó para volver a la vorágine del rodaje. Los tráilers seguían donde los habían dejado y el césped aún estaba destrozado.

Alec detuvo el coche y fue a abrirle la puerta del pasajero. Charlotte se bajó y estiró el cuello y también la espalda, que estaban entumecidos después del largo viaje.

El lugar de rodaje estaba tranquilo. Sólo había algunos ayudantes de producción y guardias de seguridad merodeando por la zona y ordenando las cosas para el día siguiente.

Pero entonces Alec abrió la puerta principal de par en par y en un instante se desvaneció la quietud que reinaba en el jardín. Se oían murmullos risueños y música animada provenientes del salón de la casa, y la inconfundible voz de Lars proponía un brindis en honor de Isabella.

Charlotte sintió un nudo en el estómago de inmediato, pero antes de que pudiera decirle nada a Alec, éste echó a andar hacia las puertas del salón. Su rostro, serio y circunspecto, auguraba la tormenta que se les venía encima.

– ¿Señor Montcalm? -dijo Henri, interceptándolo por el camino.

– Ahora no, Henri -rugió Alec, sin detenerse. -Pero, señor…

– Ahora no -repitió, siguiendo adelante.

Charlotte se sorprendió. Era la primera vez que le oía hablarle así a uno de sus empleados.

– La señora Lillian Hudson ha llegado esta tarde.

Alec no mostró reacción alguna, pero ella sí. ¿Lillian estaba allí? ¿Su abuela se había presentado en el plato?

– Dada su enfermedad y avanzada edad… -recalcó Henri, yendo detrás de Alec-. Creí oportuno invitarla a pasar unos días en la casa.

Alec vaciló un instante.

– Tenía la certeza de que usted así lo habría querido de haberse encontrado en la casa -dijo Henri, intentando explicarse.

– ¿Está enferma? -preguntó Alec, contrayendo la mandíbula.

– Tiene cáncer -respondió Charlotte en un tono triste.

– La he alojado en la habitación Bombay. Su hijo Markus está en la habitación contigua. El resto de la familia se aloja con Jack en el hotel.

Alec respiró hondo.

– Lo siento mucho -dijo Charlotte en un susurro.

El la miró, pero guardó silencio.

– La cena de hoy es en honor de la señora Lillian, para darle la bienvenida a la Provenza -dijo el mayordomo.

Alec permaneció callado durante unos segundos y entonces asintió con la cabeza.

– Gracias, Henri.

– De nada, señor.

– ¿Me presentas a tu familia? -le dijo de pronto, tomándola de la mano.

A Charlotte se le agarrotó el estómago. A juzgar por las voces y el jolgorio, casi toda la familia Hudson, por no hablar del equipo de producción, estaba reunida en el salón de Alec. Pero ella estaba cansada y lo último que deseaba era hacerles frente en ese momento.

No obstante, no podía decirle que no. El había sido muy paciente con ellos y no podía rechazar su petición.

Charlotte asintió con la cabeza, le agarró del brazo y le condujo a través del arco que daba paso al salón de alto puntal.

Entre los presentes en la celebración estaban su abuela Lillian, su tío Markus, su padre, David, su hermano, sus primos, Devlin y Max, y también Isabella, que charlaba animadamente con Ridley Sinclair.

– Alec -lo saludó Jack con entusiasmo, extendiendo la mano-. Me alegro de que estés de vuelta.

– Gracias -respondió Alec, intentando contener la tensión que endurecía su voz. Jack se dio la vuelta.

– Este es Alec Montcalm, nuestro anfitrión. Todos lo saludaron con efusividad, pero se hicieron a un lado al ver que Lillian Hudson iba hacia él.

– Señor Montcalm -dijo la débil anciana.

Alec dio un paso adelante.

– Señora Hudson -asintió con la cabeza y tomó su mano a modo de saludo-. Es un placer conocerla por Fin.

– Soy yo quien le debe dar las gracias por su hospitalidad, en nombre de toda mi familia.

– Por favor, no es necesario -dijo Alec-. Ha sido un placer.

A juzgar por su tono de voz y actitud, ninguno de los presentes habría adivinado los dolores de cabeza que el rodaje le había dado en las últimas semanas.

Charlotte miró a su hermano y entonces se dio cuenta de que él la miraba de arriba abajo, recordándole que su atuendo no era el más apropiado para el evento. Si la puerta del jardín hubiera estado más cerca, habría podido escabullirse sin problemas, pero lo último que deseaba en ese momento era llamar la atención.

– Como saben -dijo Lillian-, esta película es muy importante para mí.

Alec se hizo a un lado y le hizo señas a Charlotte.

– Su nieta me ha transmitido su deseo con mucha elocuencia.

Tanto Lillian como los otros miembros de la familia se volvieron hacia Charlotte.

Y ella no pudo evitar llevarse la mano a la cabeza, consciente de su apariencia desaliñada y polvorienta, después de un largo viaje.

– Hola, Lillian -la saludó.

– Me alegro mucho de verte, cariño -le dijo su abuela.

– Fue Charlotte quien me convenció -afirmó Alec.

Charlotte no tardó en darse cuenta de lo que intentaba hacer Alec, pero también advirtió la creciente incomodidad de Markus. Ese era su proyecto y no parecía acostumbrado a que otros se llevaran todos los elogios.

– Markus Hudson -dijo, dando un paso adelante con gran confianza en sí mismo-. Soy el director general de Hudson Pictures -añadió, estrechándole la mano a Alec.

Charlotte aprovechó para emprender la retirada. Lo único que deseaba en ese momento era escapar hacia la ducha y ése era el momento.

– He oído que estuviste en Londres -le dijo su hermano de repente, parándose a su lado.

Charlotte no tuvo más remedio que seguirle la conversación.

– Y también en Roma y en París.

Jack asintió, mirando a Alec de reojo.

– Raine quería ir de compras. Conoces a Raine, ¿verdad? Fue ella quien me ayudó a convencer a Alec para que os dejara filmar aquí. Debe de estar a punto de llegar -miró hacia el vestíbulo-. Viene con Kiefer, el vicepresidente de Montcalm.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Jack.

– Sí -dijo Charlotte sin más. Jack miró hacia su padre.

– ¿No vas a saludarle?

– No tengo mucha prisa -dijo ella, pensando que lo mejor era evitar el momento.

David observaba a su hermano Markus con los labios fruncidos, visiblemente molesto. Tenía una copa de Martini en sus manos.

Era un secreto a voces que los dos hermanos no se llevaban bien.

Su padre siempre había sido un director egocéntrico y narcisista, y su tío Markus tenía poca paciencia con los divos y divas de la industria del espectáculo.

– Demuéstrale que no tienes miedo -sugirió Jack de pronto.

– No tengo miedo -respondió Charlotte, mintiendo. No era sólo su padre quien la intimidaba, sino toda la familia.

Sabía que si hablaba con David volvería a ser la niña pequeña a la que nadie quería.

– Me alegra oír eso -dijo Jack, bebiendo un sorbo de su bebida-. Porque, definitivamente, no merece la pena -le dijo con desprecio.

Charlotte se limitó a asentir.

– ¿Por qué no vas a saludar a Cece? -sugirió Jack, refiriéndose a su esposa.

– Deja que me dé una ducha y enseguida estoy de vuelta. De verdad que necesito recomponerme un poco después del viaje.

– Theo es un gran chico -dijo Jack en un tono suave y tierno, mirando a su recién estrenada esposa una vez más-. Creo que voy a ser un padre estupendo -añadió. Su esposa Cece tenía un hijo, Theo, pero Jack se había enterado de su paternidad muy recientemente-. Y ese hombre… -su voz se volvió afilada de repente-. Ese hombre jamás tendrá nada que ver conmigo. Yo no soy él -dijo con resentimiento.

Charlotte sintió una repentina oleada de empatia por su hermano. Era evidente que él había logrado superar los traumas de la infancia y se alegraba mucho por él.

– Nunca me pareceré a él -insistió Jack.

Charlotte sintió envidia sana por su hermano y deseó ser tan fuerte como él.

Alec tenía razón: estaba enfadada, pero también sentía dolor y soledad. Y así, rodeada por el clan Hudson, la familia que tanto la había despreciado, no podía evitar preguntarse si alguien llegaría a amarla de verdad; si alguien la elegiría por sí misma, por lo que era como persona…


En cuanto tuvo ocasión Alec fue al encuentro de David. Era fácil ver que Markus y el padre de Charlotte no tenían una relación fraternal y amistosa pero, a juzgar por el comentario de Isabella, la visión artística y dramática de David no era fácil de encontrar en Hollywood.