Y ése era el motivo por el que él dirigía la película a pesar de las claras desavenencias entre hermanos.
– Alec Montcalm -le dijo, estrechándole la mano.
David se puso en pie.
– David Hudson.
– Me ha parecido entender que usted es el director de la película.
– ¿Eso es todo lo que le ha parecido entender? -preguntó David, mirando a su hermano Markus de reojo.
– ¿Le apetece una copa? -preguntó Alec, mirando su copa medio vacía. David bajó la vista.
– Un Glen Klavit con un cubito de hielo.
Alec llamó a uno de los miembros del servicio y señaló la copa de David.
– Yo tomaré lo mismo -le dijo al camarero.
– Un hombre que entiende de whisky-comentó David.
– El año pasado estuve en el castillo de Klavit. Es muy difícil acceder y hace mucho frío. Pero no hay un sitio mejor en todo el mundo para destilar whisky.
David asintió. El camarero les sirvió las bebidas en una bandeja de plata.
– Charlotte y yo estuvimos en Londres hace poco -comentó Alec para prolongar la conversación.
– He dado un paseo por la casita de la piscina -dijo David, como si Alec no acabara de mencionar a su hija-. Y me preguntaba si estaría dispuesto a hacer una pequeña reforma.
– Nos quedamos en el Ritz. Fuimos a ver al Royal Ballet.
David entornó los ojos, como si intentara comprender lo que Alec pretendía.
– Ya, estupendo. Hay un problema con la iluminación y necesitamos añadir una ventana en el frente. Cuando giremos el plano a la izquierda perderemos la iluminación natural, y no queremos que la intención de la película sea tan sombría. Se trata de la escena principal, cuando Lillian y Charles se juran amor eterno. He pensado en añadir unas luces posteriores, pero tampoco queremos algo demasiado edulcorado, sino realista.
– Siempre y cuando no usen explosivos, no hay ningún problema -dijo Alec.
David se echó hacia atrás con el ceño fruncido. Era evidente que no había entendido la broma.
– Es una escena de amor.
– Entiendo -dijo Alec.
– Está hacia la mitad del guión. Los conflictos de los personajes se encuentran muy bien definidos y los protagonistas son…
– Claro -le interrumpió Alec, dándole un buen trago al whisky con la esperanza de encontrar fascinantes los comentarios del padre de Charlotte. Sin duda alguna debería haber elegido algo más fuerte para beber-. Pongan la ventana.
– Estupendo-dijo David, asintiendo-. Entonces, hablaré con el personal de vestuario para lo del sombrero de Lillian.
– Desde luego -dijo Alec, sin saber muy bien de qué estaba hablando.
Charlotte no tenia nada en común con su padre, eso estaba claro.
Miró a su alrededor. Jack estaba hablando con su primo Max, pero, mirándolo bien, el hermano de Charlotte tampoco tenía mucho parecido con David Hudson.
– Necesitaremos algunos días más para el rodaje -añadió David-. Cece tiene que revisar algunas partes del guión.
– No hay ningún problema -dijo Alec.
Siempre y cuando Charlotte permaneciera en la casa, el equipo de rodaje podía quedarse todo el tiempo que quisiera.
– Buenos días -dijo Charlotte al entrar en la cocina al día siguiente.
Eran casi las diez y el ruido del rodaje ya se filtraba a través de las gruesas paredes de piedra.
Cece estaba tomando el desayuno en compañía de su hijo, Theo, cuya paternidad había sido desvelada muy recientemente por su madre.
Theo era hijo de su hermano y, por alguna razón, Charlotte no se sentía tan incómoda en su presencia.
Quizá era porque tanto él como su madre eran nuevos en el clan Hudson.
– Buenos días -contestó Cece, sonriendo.
– ¿Te importa que desayune aquí contigo? -le preguntó Charlotte, sirviéndose una taza de café.
– Claro que no. David lleva toda la mañana incordiando. Pero no le quedará más remedio que esperar por la nueva versión del guión.
Las páginas de la nueva copia del argumento estaban sobre la mesa, delante de Cece.
– Oh, lo siento -dijo Cece al recordar que estaba hablando del padre de Charlotte.
– No hace falta que te disculpes por criticar al hombre que me abandonó después de hacerle la vida imposible a mi madre -Charlotte tomó asiento frente a Cece-. Vaya. Disculpa mi sinceridad.
– Bueno, seguro que David se lo tiene bien merecido.
– Imagino que Jack y tú habéis hablado de nuestro padre.
– Jack y yo hemos hablado de muchas cosas en los últimos meses.
Charlotte sintió una inesperada punzada de envidia sana.
– Me alegro de que os tengáis el uno al otro. Y siento haberme perdido la boda.
– Avisamos con muy poca antelación.
– Estábamos en China y no podía dejar al embajador -dijo Charlotte.
– Jack me lo dijo -de pronto Cece se volvió hacia su hijo-. No te metas eso en la boca, Theo.
Charlotte miró al pequeño, que mordisqueaba un tren de juguete con gesto sonriente.
– Es adorable -le dijo a Cece. -Es igual que su padre.
Al oír las palabras de su cuñada, Charlotte sintió el picor de las lágrimas en los ojos.
– ¿Vas a darle un hermanito o una hermanita? -le preguntó, parpadeando rápidamente.
Cece sonrió.
– No sé. Creo que vamos con retraso, pero tenemos pensado recuperar el tiempo perdido. Charlotte se echó a reír.
Max y su asistente, Dana Fallón, pasaron por la ventana.
– Creo que hoy van a filmar en la parte de atrás. Escenas en el jardín, me parece -dijo Cece.
Max le gritó algo al asistente de dirección, que estaba al otro lado del césped, y el hombre le contestó con gestos.
Dana empezó a decir algo, pero Max no le hizo ningún caso.
– Oh, Dios -dijo Charlotte, suspirando. La mirada de Dana no dejaba lugar a dudas.
– Lo sé -dijo Cece-. Está loca por Max.
– ¿Y él lo sabe?
Cece sacudió la cabeza.
– El hombre no se entera de nada que no tenga que ver con el trabajo. Ella es una buena chica.
– A lo mejor alguien debería darle alguna pista. ¿Jack, quizá?
Cece arqueó una ceja.
– Si tú fueras ella, ¿querrías que alguien te echara una mano en eso?
Charlotte no pudo evitar pensar en su relación con Alec. El era un mujeriego empedernido, un hombre que no tenía ni el más mínimo interés en una relación seria.
Ni hablar… Ella nunca habría querido que alguien lo pusiera al tanto de los sentimientos que albergaba por él. Jamás habría querido que supiera que se estaba enamorando de él.
Ese era un secreto que no podía revelar.
– No -admitió-. Supongo que lo mejor que podría pasarle a Dana es que Max se dé cuenta por sí mismo. ¿Hay algo que podamos hacer para ayudar?
Cece sonrió.
– Buenos días -dijo Raine, entrando en ese momento en la cocina.
– Hola, Raine -respondió Charlotte-. ¿Conoces a Cece? Es la guionista de la película y mi nueva cuñada -las palabras sonaban extrañas en su boca, pero tenía que usarlas de todos modos.
– No, no nos conocíamos -dijo Raine, extendiendo la mano.
– Tienes una casa preciosa -dijo Cece-. La película será más realista aquí.
– Sólo espero que siga en pie cuando hayáis terminado -dijo Raine, sirviéndose una taza de café y escogiendo unas pastas.
– He oído lo de la explosión. Y también he visto los daños. Nosotros nos haremos cargo de todo.
– Lo importante es que nadie resultó herido.
Cece miró las páginas del guión.
– De ahora en adelante no habrá más escenas de batalla.
– Te lo agradecemos -dijo Charlotte.
– Pero no me puedes negar que fue de lo más emocionante -comentó Raine.
– Lo fue -dijo Charlotte, recordando las horas previas a la catástrofe. Esa había sido la primera vez que había hecho el amor con Alec-. Voy a cambiarme -dijo, intentando ahuyentar esos pensamientos.
Al ponerse en pie sintió un repentino mareo que la hizo tambalearse.
– ¿Demasiadas noches en vela? -le preguntó Raine.
Las palabras de Raine despertaron la curiosidad de Cece.
– Demasiadas fiestas en Londres y París -respondió Charlotte, aguantando las ganas de fulminar a Raine con la mirada-. Anoche dormí muy bien.
– Ya no somos tan jóvenes como antes -dijo Cece.
– Eso lo dirás por ti -replicó Raine-. Yo me voy de Fiesta como cualquier quinceañera.
– Sí, y por eso las ventas de tu revista no hacen más que bajar -dijo Kiefer de repente, lanzándole una mirada sarcástica al entrar en la cocina.
Algo ocurría entre ellos; algo íntimo e intenso que despertaba los celos de Charlotte.
Pero, ¿por qué iba a sentir celos? Si Raine y Kiefer eran felices juntos no podía sino alegrarse por ellos. Y si Jack y Cece también habían encontrado la felicidad, mucho mejor.
Sin embargo, una emoción inefable le atenazaba las entrañas…
– Tengo que ir a vestirme -dijo a toda prisa y dejó la cocina.
Alec había sido demasiado dulce con ella durante los últimos días, pero eso no le daba derecho a hacerse ilusiones.
Había empezado a ver cosas que en realidad no estaban ahí, y eso sólo podía significar una cosa cuando se trataba de un hombre como Alec.
Un corazón roto.
Capítulo 9
Dos días mas tarde, Lillian, Markus, Devlin y la novia de este último, Valerie Shelton, volvieron a casa.
Alec esperó a que terminara la jornada de rodaje y, a medianoche, fue a la habitación de Charlotte.
Abrió la puerta con sigilo y se detuvo a mirarla un segundo. La luz de la luna penetraba en la habitación a través de la ventana abierta y se derramaba sobre su suave piel como en un baño de plata. Las mantas estaban a mitad de la cama y así dejaban ver parte del camisón de encaje morado que había comprado en Roma.
Entró en la estancia y se agachó junto a la cama.
– ¿Charlotte? -le susurró al oído.
Ella se movió, todavía dormida. Alec le acarició el cabello.
– ¿Charlotte?
Ella gimió.
– ¿Han prendido fuego a la casa?
El sonrió.
– No. Todo sigue en su sitio. ¿Todavía estás dormida?
– Lo estaba -respondió, entreabriendo los ojos.
– Me sentía solo -confesó él.
Después de un momento de silencio, Charlotte sonrió.
– Yo también.
– Gracias a Dios -dijo Alec y se metió en la cama a su lado.
La rodeó con el brazo alrededor de la cintura y la atrajo hacia sí.
– Me encanta verte vestida de seda -se acurrucó contra su esbelto cuello y aspiró el dulce aroma de su piel de terciopelo-. Pero también me gustas sin vestir -metió la mano por dentro del corto camisón y la deslizó hacia su vientre plano.
– ¿Estamos durmiendo o haciendo el amor? -preguntó ella al sentir sus labios en el lóbulo de la oreja.
– ¿Tienes alguna preferencia? -le preguntó Alec, que sí lo tenía claro.
– Sólo preguntaba.
– ¿Y no podemos hacer las dos cosas?
– Últimamente me levanto muy tarde.
– Puedo ser muy rápido. Y después te dejo dormir.
Ella soltó una carcajada que la hizo estremecerse.
– Vara caballero estás hecho. Alec movió la mano hacia la curva de sus pechos.
– ¿Te viene bien así?
Charlotte se tumbó boca arriba y Alec la contempló un instante bajo la luz de la luna. Era una mujer tan hermosa…
– Me viene mejor lento -dijo ella, metiendo las manos por debajo de la camiseta de él y sacándosela por la cabeza.
– Entonces así será -respondió, inclinándose para besarla.
Ella entreabrió los labios y Alec perdió la cordura de inmediato. Una fría brisa le recorría la espalda mientras su sangre ardía hasta el punto de ebullición. Pero no podía dejar de besarla, de venerar su cuerpo con caricias y besos cada vez más íntimos; no podía dejar de hacerle el amor…
Finalmente cayeron exhaustos sobre la cama, pero él continuó abrazándola con fervor, en el umbral del sueño al despuntar el alba, anhelando cosas que sabía que nunca podrían hacerse realidad.
Charlotte se despertó sola. Era tarde y el set de rodaje era un maremágnum de actividad. Las máquinas estaban en plena ebullición, la gente gritaba de un lado a otro y el grasiento olor a fritura proveniente del camión del catering inundaba su habitación.
De repente sintió náuseas.
Salió corriendo hacia el cuarto de baño y vomitó algo. Una fría capa de sudor le cubría la frente y las extremidades le pesaban demasiado. Definitivamente, tenía que empezar a dormir más.
Descansó un momento con la frente apoyada sobre los gélidos azulejos, se echó agua en la cara y se cepilló los dientes.
Tenía hambre, mucha hambre.
Agarró el albornoz que estaba detrás de la puerta y entonces se detuvo bruscamente.
Tenía demasiada hambre y llevaba cuatro mañanas sintiendo náuseas nada más levantarse. Hizo unos rápidos cálculos mentales y se sentó en el borde de la bañera.
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