– Qué bien -dijo Charlotte.

– Tiene una cajita con un solitario impresionante.

– ¿En serio? -preguntó Charlotte, alegrándose por su amiga.

– Es un buen hombre.

Charlotte asintió con la cabeza.

– ¿Y qué pasa contigo? -añadió Alec.

– ¿Qué pasa conmigo? -repitió ella.

– ¿Qué tienes pensado hacer esta noche?

Ella fingió considerarlo un momento.

– Bueno, resulta que tengo una reserva de avión.

– Eso está cancelado -le dijo él, agarrándola con más fuerza aún.

– Entonces, supongo que estoy libre.

– ¿Te gustaría cenar conmigo?

Ella sonrió y le dio un beso rápido.

– Me encantaría.

– Tengo una caja fuerte en el dormitorio.

– Bueno, creí haberle dejado claro que el soborno no era necesario conmigo -dijo ella, bromeando.

– Creo que podemos buscar un anillo de compromiso. La caja está llena de joyas y reliquias de la familia. Si no recuerdo mal, mi abuela… ¿Charlotte?

Esa vez ella no pudo contener las lágrimas.

– ¿Lo decías en serio?

– ¿Lo de casarnos? Por supuesto que sí. Enseguida. Ahora mismo. Siempre y cuando obtengamos la licencia. Tú llevas un hijo mío, Charlotte. Mi heredero. Y no voy a dejarte cambiar de opinión.

– No voy a cambiar de opinión -afirmó con sinceridad.

Estar en sus brazos era justo lo que quería hacer durante el resto de su vida.


***

En un rincón del jardín Montcalm, a la sombra de los cipreses, Charlotte y Alec, acompañados de Kiefer y Raine, hicieron sus votos matrimoniales.

Charlotte llevaba un inmaculado vestido blanco con escote palabra de honor hecho del más fino satén, con adornos de encaje por todo el corpiño y un bonito lazo a un lado de la cadera.

Jack y Cece hicieron de testigos y, aparte de Theo, que se entretenía jugando en la hierba, ellos fueron los únicos invitados a la boda doble.

Alec le puso una milenaria alianza de oro macizo encima del solitario talla princesa que una vez había llevado su abuela y, mientras los proclamaban marido y mujer, la estrechó entre sus brazos y le dio un beso intenso y auténtico.

Y entonces Kiefer besó a Raine y Jack descorchó una botella de champán.

– Espero que a partir de ahora tengamos un descuento en el alquiler de Chateau Montcalm -dijo, bromeando.

– ¿Descuento? -preguntó Alec, levantando las cejas.

– No vas a cobrarles lo mismo a tu familia -dijo Jack, levantando su copa para proponer un brindis.

– Claro -dijo Kiefer.

– Por las novias -propuso Jack, mirando a su hermana con toda la ternura con que la había mirado veinte años antes-. Por las novias más hermosas.

– Por las novias -coreó el resto del grupo.

– No te vamos a cobrar por usar la casa -dijo Alec.

Jack estuvo a punto de atragantarse con el champán.

– Era una broma -le dijo, tosiendo, mientras Cece le daba golpecitos en la espalda. Charlotte miró a Alec con asombro.

– Pero los daños…

El se encogió de hombros.

– Nosotros…

De repente se oyó un gran estruendo y los invitados se protegieron instintivamente. Algo emitió un ruido indefinido y entonces se oyeron gritos lejanos.

La comitiva nupcial echó a correr hacia el camino y en ese momento aparecieron Isabella, Ridley y otros tres miembros del equipo de rodaje. Acababan de salir de la casita de la piscina.

Con gran esfuerzo, un cámara bajó de un viejo roble centenario y entonces el árbol crujió una segunda vez, cayendo paulatinamente y precipitándose sobre la casita de la piscina hasta aplastarla por completo.

Agitando los brazos, David gritó algo ininteligible y echó a correr hacia el cámara, pero en ese momento tropezó con un cable y cayó de cabeza en la piscina.

– ¡Vaya! -dijo Alec, bebiendo un pequeño sorbo de champán y agarrando a su esposa de la cintura.

– Eso no se ve todos los días -dijo Kiefer.

– Sí, eso va a salir del sueldo de David -dijo Jack, bebiendo de su copa.

Charlotte puso los brazos alrededor de la cintura de su esposo y levantó la vista hacia él.

– Bienvenido a la familia, cariño.

Alec le respondió con un beso apasionado; un mero anticipo con sabor a champán, un atisbo de la larga noche de placer que tenían por delante.

Se apartó un instante y la miró a los ojos con deseo.

– Y bienvenida a la mía.

Barbara Dunlop

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