– Gracias -dijo Charlotte, mirándose las uñas de las manos y comparándolas con las de los pies.
La manicurista de Raine le puso la última capa de laca de uñas y entonces las dos mujeres empezaron a recoger sus cosas.
Charlotte se inclinó hacia Raine para susurrarle al oído:
– ¿Les dejamos una propina o algo?
– No te preocupes. Ya me he encargado de eso -dijo Raine-. ¿Te apetecen unas fresas y champán?
– Pero si ni siquiera es medio día…
– Estás de vacaciones. Y estás en la Provenza -dijo Raine, poniendo una sonrisa de oreja a oreja mientras marcaba un número rápido en el teléfono.
– A este paso, a lo mejor no me voy nunca -murmuró Charlotte, suspirando y relajándose sobre la tumbona.
Mientras Raine hablaba con el servicio de la cocina, Charlotte cerró los ojos y dejó que la brisa fresca le acariciara el rostro.
El suave murmullo de las cigarras llenaba el ambiente.
– ¡Rápido! -Raine le dio un codazo-. Mira quién viene.
Charlotte parpadeó, cegada por la intensa luz del sol. Más allá del jardín que se extendía detrás de la piscina había dos hombres que avanzaban hacia ellas.
Era Alec, vestido con unas mallas de ciclista y una camiseta ceñida que realzaba sus potentes músculos.
– ¿No es el tío más bueno que has visto jamás? -dijo Raine, emocionada.
– ¿Qué? -preguntó Charlotte, sin entender muy bien.
– Noooo -dijo Raine, haciendo una mueca-. Kiefer. El tipo que viene con él.
– Oh -Charlotte apenas había reparado en el hombre que le acompañaba, rubio y algo más bajo de estatura.
– Es nuestro vicepresidente -le explicó Raine-. Las chicas de la oficina están locas por él.
– Y parece que tú también -dijo Charlotte, riendo a carcajadas mientras les observaba atentamente.
Era bastante alto, pero tenía una complexión más delgada que la de Alec. Su anguloso rostro y su paso firme y desenfadado no dejaban lugar a dudas. Al igual que su jefe, Kiefer debía de ser todo un rompe corazones.
– No digas ni una palabra, por favor -le pidió Raine.
– No querrás salir con un empleado -le dijo Charlotte, mirando a Alec.
– No quiero que piense que soy una de sus fans.
– ¿Y eso es malo?
– Míralo -dijo Raine.
Charlotte volvió a fijarse en Kiefer. Sin duda era bastante atractivo, pero carecía del magnetismo animal que poseía el hombre que iba a su lado. Si las chicas de la oficina perdían la cabeza con facilidad, entonces debían de haberla perdido muchas veces por Alec.
Las dos chicas dejaron de hablar cuando los hombres se acercaron a ellas.
Kiefer miró a Charlotte de arriba abajo sin siquiera reparar en Raine.
– ¿Y ésta es tu chica corriente? -le preguntó a Alec, claramente sorprendido.
Charlotte les lanzó una mirada fulminante.
– ¿Qué?
Alec se puso tenso.
– Tranquilo, Kiefer -respiró hondo-. Charlotte, éste es mi vicepresidente, Kiefer Knight. Se le acaba de ocurrir la idea más absurda del mundo.
Capítulo 3
Kiefer arrastró una silla y se sentó al lado de Charlotte, lejos de Raine.
– Me preocupa la reputación de Alec -dijo Kiefer en un tono de voz persuasivo y sutil.
Charlotte, que no podía dejar de pensar en la abrasadora mirada de Alec, trató de concentrarse en las palabras de Kiefer.
– Tengo entendido que Isabella Hudson será la protagonista.
– Es la película de mi familia -dijo Charlotte.
– Si están juntos aquí, los rumores se extenderán como la pólvora.
Charlotte miró a Alec, que seguía de pie junto a su tumbona, mirándola fijamente.
– ¿Tienes algo con Bella? -le preguntó.
– Te veo venir, Kiefer -dijo Alec.
Kiefer levantó las manos en señal de rendición.
– De acuerdo, Alec. Tranquilo.
– Kiefer quiere que finjas ser mi novia para acallar los rumores sobre Isabella y yo.
Charlotte trató de entender lo que acababa de decir.
– ¿Estás saliendo con Bella?
– No estoy saliendo con Isabella -le dijo en un tono de exasperación.
– Pero ella es muy famosa. Y además es preciosa. La prensa se inventará sus propios titulares.
Charlotte por fin comprendió lo que estaba ocurriendo. Querían arrojarla a los lobos para salvaguardar la reputación de Alec.
«Como si hubiera algo que salvaguardar», pensó.
– ¿Esto es una broma?
– Por desgracia, Kiefer lo dice muy en serio -dijo Alec.
– El ha sido muy amable dejándote usar la casa -le recordó Kiefer.
– Bueno, te diré lo que pienso -dijo Charlotte en un tono cortante-. Si Alec deja en paz a Isabella, entonces no habrá necesidad de montar un numerito con la chica de turno.
– No tengo intención de molestar a Isabella -afirmó Alec, alzando la voz.
Charlotte lo miró fugazmente y se volvió hacia Kiefer.
– Problema resuelto.
– La prensa sensacionalista no se contenta con la verdad.
– Y por lo visto, tú tampoco -dijo Charlotte.
– ¿Ha pensado alguien en la reputación de Charlotte? -preguntó Raine.
– Charlotte ha pensado en ello -dijo Charlotte.
– El podría haberlo incluido en el contrato -le dijo Kiefer.
– Pero no lo hice -replicó Alec.
Charlotte se volvió hacia Alec una vez más.
– ¿Crees que es una buena idea? -le preguntó con incredulidad.
– Creo que es una idea -dijo él, eligiendo las palabras con sumo cuidado-. ¿Buena? No lo sé. Pero a lo mejor ayuda a aplacar las especulaciones.
– ¿Y desde cuándo te preocupa que especulen con tu vida privada?
Kiefer volvió a entrometerse.
– Desde que el presidente de Kana Hanako, nuestro socio japonés, mostró su preocupación.
– ¿Debería preocuparme por algo? -preguntó Raine, alerta.
Kiefer reparó en ella durante una fracción de segundo.
– No es para tanto.
– ¿Y entonces por qué estamos teniendo esta conversación? Charlotte no va a destruir su reputación dejándose ver con Alec…
– ¿Hola? -dijo Alec de repente.
Raine levantó una mano, rechazando su objeción.
– Tú te lo has ganado a pulso, hermanito.
– Y no involucres a Isabella en esto -le aconsejó Charlotte.
– No tengo el menor interés en Isabella -los ojos de Alec se oscurecieron y la taladraron con una mirada-. ¿Puedo hablar contigo en privado?
– Todavía no se me ha secado el esmalte de uñas.
Raine y Kiefer se quedaron de piedra mientras Alec seguía mirándola en silencio. Era evidente que la gente no rechazaba las peticiones de Alec así como así.
– Entonces, más tarde -le dijo finalmente, y dio media vuelta con el rostro contraído por la tensión.
Alec tuvo que esperar un buen rato para poder hablar con ella. Raine y ella se fueron de compras a Toulouse y en cuestión de unas horas empezaron a llegar los primeros miembros del equipo de rodaje.
El diseñador de decorados, el manager de emplazamientos, el subdirector… y también los carpinteros, los encargados de atrezzo y los técnicos de iluminación.
La planta baja de la casa no tardó en convertirse en una zona de obras y, en más de una ocasión, Alec pensó en marcharse de la mansión mientras durara el rodaje.
Pero entonces veía a Charlotte, y cuanto más la veía, más decidido estaba a seducirla y conquistarla.
Una de esas veces la encontró sola, apoyada sobre el pasamanos del pasillo del tercer piso, mirando hacia el recibidor, donde estaban poniendo vías para las cámaras.
– Bonjour-le dijo, apoyándose junto a ella.
Ella lo miró un instante, y entonces miró hacia la puerta de entrada y también a ambos lados.
– Sin fotógrafos -le aseguró él.
– No me fío de Kiefer -respondió ella.
– Te pido disculpas -le dijo Alec-. No debería haberle dejado que te hiciera esa petición.
– ¿Que finja ser tu novia?
Alec asintió, aunque lo único de lo que realmente se arrepentía era de no haberla convencido para que aceptara.
– Te prometo que no saldrá de entre los arbustos con una cámara.
– ¿Y cómo sé que puedo fiarme de ti?
Una pieza del equipo se cayó estrepitosamente en el recibidor y entonces se oyeron varios gritos.
– ¿Y cómo sé yo que no destruirás mi casa? Creo que los dos tenemos que hacer un acto de fe.
Charlotte se volvió y Alec reparó una vez más en su extraordinaria belleza. Sus ojos azules destellaban a la luz del sol y sus labios, tan rojos como la pasión, esbozaban una sonrisa seca.
– Tú puedes reconstruir la mansión.
– Las losetas del suelo tienen más de trescientos años.
Charlotte bajó la vista.
– Entonces imagino que será indestructible -le dijo en un tono provocador. Alec no pudo evitar la carcajada.
– No voy a dañar tu reputación -le prometió. Ella asintió con la cabeza.
– Gracias.
En ese momento saltó el flash de una cámara. Alec la agarró de la mano rápidamente y la hizo entrar en la habitación que estaba detrás de ellos, cerrando la puerta tras ella.
– Sólo son algunas tomas de referencia para enviar al equipo de Hollywood -le dijo ella, sonriendo-. Pero gracias por el esfuerzo.
– No quería romper mi palabra a los dos minutos de haberme comprometido.
Sus manos seguían entrelazadas y aún estaban junto a la puerta de roble de la biblioteca de la tercera planta. Las estanterías estaban llenas de volúmenes encuadernados en cuero y unas gruesas cortinas de terciopelo verde con ribetes dorados adornaban ambos lados de las ventanas, por las que se filtraban los tenues rayos del sol.
La habitación, parcialmente en penumbra, era fresca, silenciosa y apacible.
Alec sentía la suavidad de su mano, la delicada piel de la palma, que sugería la textura de otras zonas de su cuerpo…
– ¿Alec?
Con la vista fija en sus carnosos labios, él le tiró de la mano v la hizo acercarse a él.
– No me digas que no sientes curiosidad.
– Yo… -Charlotte se detuvo y entonces le miró los labios. Era incapaz de mentir, pero tampoco podía decir la verdad.
El sonrió.
– Yo también.
– No podemos hacer esto -le advirtió ella. -No vamos a hacer nada.
– Oh, sí, claro que sí.
Alec volvió a tirar de ella y la hizo pegarse a él.
– De momento, sólo estamos hablando.
– Pero estamos hablando de besarnos.
– No hay nada malo en ello.
– ¿Tienes una cámara en el bolsillo?
– Eso no es una cámara.
Charlotte cerró los ojos y los apretó con fuerza.
– No me puedo creer que hayas dicho eso.
– Y yo no me puedo creer que te hayas escandalizado -le dijo él, riendo silenciosamente-. Te estás sonrojando.
– Estoy avergonzada porque la broma no ha tenido ninguna gracia.
– Estás avergonzada porque te sientes atraída por mí y, por alguna razón, crees que debes resistirte.
– Claro que debo resistirme.
– ¿Por qué?
– Eres un playboy millonario y hedonista.
– Lo dices como si fuera malo.
– Acabarás con mi buen nombre.
– ¿Por besarte en privado? Me halaga que pienses que tengo tanto poder -Alec respiró hondo y la miró fijamente-. Charlotte, bésame, no me beses, pero por lo menos sé sincera. Tu reputación no corre ningún peligro en este momento.
Ella dejó caer los hombros.
– Tienes razón -admitió.
Ambos guardaron silencio unos segundos y entonces, para sorpresa de Alec, ella le puso una mano en el hombro.
– Es sólo curiosidad -le dijo.
Una sonrisa asomó a los labios de Alec.
– Claro.
Ella se puso de puntillas.
– A lo mejor ni me gusta.
– A lo mejor -dijo él, permaneciendo inmóvil.
– ¿Hay muchas mujeres a las que no les gustan tus besos? -le preguntó ella, sonriendo.
– No recuerdo haber tenido ninguna queja, pero estoy seguro de que ninguna se ha tomado tanto tiempo antes de probar.
– Es que me gusta planear bien las cosas.
– Ya veo.
Los dos se miraron en silencio.
– ¡Oh, Dios! -exclamó Charlotte, sucumbiendo a sus impulsos. Cerró los ojos y se acercó aún más.
Pero Alec ya no podía esperar más. Entreabrió la boca y tomó sus labios calientes con fervor.
Su sabor, su aroma, el tacto de su boca… Una explosión de placer sacudió las entrañas de Alec. Ella lo dejaba obnubilado con sólo acercarse un poco.
El beso se volvió más intenso y Alec la acorraló contra la puerta de la habitación, apretándose contra ella. Le puso las manos sobre las mejillas y la acarició mientras exploraba todos los rincones de su boca. Gimiendo de placer, ella abrió más la boca y puso los brazos alrededor de su cintura.
El le metió un muslo entre las piernas y le subió un poco la minifalda al tiempo que se rozaba contra el suave tejido de sus pantys.
Su cuerpo estaba caliente, tenso, tieso… El ruido ensordecedor de una locomotora rugía en sus oídos y el mundo se había contraído a su alrededor. Sólo quedaban ellos dos.
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