El deslizó el pulgar entre sus piernas y recorrió el suave encaje de sus braguitas. Charlotte estaba húmeda y caliente.
Sin dejar de besarla y acariciarla, la agarró del trasero y, cargándola en brazos, la llevó al cuarto de baño adyacente. Una vez dentro, la apoyó sobre la encimera del lavamanos, le quitó el diminuto jirón de tela que cubría su dulce feminidad, se puso un preservativo y rozó la suavidad de su sexo.
Entonces le alisó el cabello con la palma de la mano y, mirándola fijamente a los ojos, acarició su hinchado labio inferior con la punta del pulgar.
Ella se inclinó adelante y, entre susurros y gemidos, le agarró del cabello.
El abrió los finos pétalos de su feminidad con los dedos de la mano.
– ¿Ahora? -le preguntó.
– Ahora -susurró ella.
Alec empujó hacia adentro y la agarró con fuerza de la cintura, empujando una y otra vez y saboreando el tacto de su cuerpo alrededor de su miembro.
Le bajó el vestido, destapó sus exquisitos pechos y cerró los labios alrededor de uno de sus dulces pezones, succionando y mordisqueando hasta hacerla jadear con todo su ser.
Deseaba verla completamente desnuda, pero no había tiempo para eso.
La cadencia del movimiento aumentaba por momentos y la mente de Alec palpitaba de placer. Ya no quedaba nada en su conciencia excepto un instinto básico y un grito de deseo que finalmente los llevaría a la cumbre del paraíso más exquisito.
Se aferró a ella con ambas manos y la abrazó con fervor mientras los temblores del éxtasis sacudían sus cuerpos, sudorosos y saciados.
Charlotte yacía sobre la enorme cama de Alec, enredada en las sábanas. Tenía la mejilla apoyada en su fornido pecho y desde ahí podía oír su respiración regular y vigorosa. Una fina brisa se colaba por la ventana abierta del tercer piso, agitando las cortinas y descubriendo las luces del jardín.
– Creo que deberíamos mantener el secreto -se aventuró a decir ella.
– ¿Eso crees? -él deslizó las puntas de los dedos sobre su brazo desnudo-. A lo mejor deberíamos dejar a entrar a Kiefer con la cámara.
– O quizá podríamos hacer una rueda de prensa aquí mismo.
– Entonces seguro que conseguiríamos una portada.
Ella volvió la cabeza y apoyó la barbilla sobre el hombro de Alec.
– En serio.
El la miró a los ojos.
– En serio. Es nuestro secreto.
Ella asintió.
– ¿Y qué pasa con Jack?
Charlotte frunció el ceño.
– ¿No vas a decírselo?
– No.
Ella nunca había tenido suficiente confianza con su hermano como para hablarle de su vida privada.
– ¿Y tú se lo vas a decir a Raine?
Alec se encogió de hombros.
– No sé.
– Sospecha algo, ¿sabes?
– ¿En serio?
– Después de la escena que montaste esta tarde me preguntó si te me habías insinuado. Pensaba que te había puesto como loco porque te había rechazado.
– No andaba muy desencaminada.
– Le dije que nos habíamos besado -Charlotte se acomodó sobre el pecho de Alec y empezó a juguetear con el borde de la sábana.
– ¿Se lo vas a decir? -preguntó él.
Charlotte no sabía muy bien cómo definir lo ocurrido.
«¿Una aventura? ¿Un rollo de una noche? ¿O tal vez una canita al aire?», se preguntó en silencio.
No obstante, sí había algo que tenía claro como el agua: no estaba dispuesta a perder la cabeza por él. Se había metido en todo aquello con los ojos bien abiertos y, a pesar de saber muy bien quién era Alec había compartido su cama, así que no era momento de exigir explicaciones y compromiso.
– Es mejor que no lo sepa -admitió Charlotte-. Pero no quiero mentirle. Mi abuelo… -se detuvo.
No había razón para complicar todavía más las cosas. Su abuelo no tenía por qué enterarse de nada. En realidad, nadie tenía por qué enterarse de nada.
– ¿Cuánto hace que trabajas para el embajador?
– Desde que era muy jovencita. Empecé avalando en el despacho y, después, tras terminar la universidad, empecé a trabajar a tiempo completo. Y cuando su asistente ejecutiva lo dejó para casarse, yo ocupé su lugar temporalmente.
– ¿Y cuándo fue eso?
– Hace tres años. Justo antes de conocerte.
– Ah -Alec asintió con la cabeza-. Roma. Deberías haberte quedado la llave ese día.
– De acuerdo. Y entonces me habría convertido en portada de todas las revistas, habría arruinado el prestigio de mi familia y, además, me habrían echado del trabajo.
Alec hizo una pausa.
– Eso habría sido terrible, ¿no?
– Lo habría sido. Me pusiste en una situación muy difícil.
– Entonces, menos mal que esperamos unos años -le dio un beso en la frente y la estrechó entre sus brazos-. Sinceramente, ahora mismo, me alegro mucho de que hayamos esperado.
Charlotte no supo qué decir. El hablaba como si lo hubieran hecho a propósito, como si hubieran estado conectados, como si hubieran pensado el uno en el otro durante esos tres años. ¿Acaso Alec había pensado en ella después de irse de Roma? ¿Acaso se había acordado de ella a pesar de la larga lista de mujeres con las que había estado en ese tiempo?
Charlotte trató de recuperar la cordura. No podía permitirse el lujo de hacerse ilusiones.
– ¿Sigue preocupado Kiefer sobre los rumores acerca de ti y de Isabella?
– Parece que hemos encontrado un aliado en Ridley Sinclair.
– ¿Ah, sí? -Charlotte ni siquiera lo conocía.
– Por lo visto suele tener aventuras con las estrellas con las que comparte rodaje.
– ¿Y se hospeda en la misma casa que Isabella?
Alec asintió.
– Así es.
– ¿Tú crees que tendrán algo?
– Dicen por ahí que ya hay algo entre ellos. Pero el rumor podría haberlo empezado Kiefer.
Charlotte se rió.
– Creo que empiezo a tomarle algo de estima.
– Ten cuidado con Kiefer -le dijo Alec en un tono serio.
Charlotte lo miró a los ojos.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que Kiefer es muy mujeriego.
– ¿Y tú no? -preguntó Charlotte, contemplando la maraña de sábanas a sus pies. La manta había caído al suelo horas antes.
– He oído que tu padre viene mañana -dijo Alec, cambiando de tema.
– Y yo he oído que Lars todavía tiene trabajo para unos días. Pero ya quieren empezar a ensayar las escenas principales.
– ¿Y eso te incomoda?
– ¿Las escenas principales?
– Ver a tu padre. ¿Es peor que ver a Jack?
– No es lo mismo -dijo Charlotte, escondiéndose de la brisa fresca bajo las sábanas.
Alec estiró el brazo y recogió la manta para extenderla sobre ambos.
– Gracias -dijo Charlotte, cómoda dentro de su crisálida de calor.
– Tu padre…
– Es divertido. Creo que siempre supe que David era un padre terrible. Incluso cuando mi madre vivía, nunca estaba en casa. Y cuando murió, de verdad pensé que sería Jack quien se haría cargo de mí.
– ¿Cuántos años tenía Jack entonces?
– Nueve. Pero parecía muy seguro de sí mismo y responsable. El me daba de comer, me leía cuentos por la noche… -sonrió al recordar aquellos momentos dulces.
– Y entonces te abandonó.
– No, no lo hizo -ella sabía muy bien que no había sido culpa de Jack-. Pero durante muchos años esperé que viniera a buscarme. No sé qué se me pasó por la cabeza. Creía que podríamos vivir solos y mantenernos aunque sólo fuéramos unos niños. Es absurdo, ¿verdad?
Alec estiró la manta y la arropó con ella.
– Sólo eras una niña pequeña.
– Una niña a la que le llevó mucho tiempo despertar y afrontar la cruda realidad.
– ¿Crees que estás enfadada con él?
Ella sacudió la cabeza.
– Lo echaba de menos. Eso es todo.
«Y lo sigo echando de menos», pensó. Necesitaba un hermano, no un amigo, o un conocido.
– Háblame de ti y de Raine -Charlotte sabía que debía volver a su habitación antes de que regresaran todos, pero no tenía ganas de irse. No quería que todo terminara tan deprisa-. ¿Tú cuidabas de ella? ¿Le gastabas bromas? ¿Os rebelabais contra vuestros padres?
Alec se echó a reír.
– Yo era la peor pesadilla de Raine.
Un ruido ensordecedor sacudió la mansión y llamaradas de color naranja iluminaron los cielos. Alec se arrojó encima de Charlotte para protegerla.
– ¿Qué demonios…? -masculló, mirando hacia la ventana.
Charlotte parpadeó al ver el fuego. Un espeso humo ascendía hacia el cielo.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó él.
Le pitaban los oídos, pero aparte de eso se encontraba bien.
Alec saltó de la cama, fue hacia la ventana y se puso los pantalones rápidamente.
– ¡Uno de los camiones está ardiendo!
– ¿Ha explotado? -Charlotte se levantó de la cama y buscó su ropa.
Alec marcó el número de emergencias en el móvil y fue hacia la puerta del dormitorio.
– ¿Estarás bien? -le preguntó a Charlotte antes de marcharse.
– Sí, claro.
Las sirenas de los bomberos ya se oían en la distancia y los gritos de la gente inundaban el jardín.
Rogando que nadie hubiera sufrido daños, Charlotte se vistió a toda prisa y bajó las escaleras rápidamente a ver si podía ser de ayuda.
El jardín frontal parecía la zona cero de un desastre. Los miembros del equipo corrían a socorrer a los que yacían en el suelo y Alec estaba en medio de todo el alboroto, gritando a sus empleados para que llevaran mantas y botiquines. Con la ayuda de los jardineros, intentaba rociar con agua los gigantescos tráiler y también una pequeña cabaña que estaba próxima al fuego.
Charlotte se paró en seco, sin saber qué hacer, y entonces miró al hombre que estaba más próximo. Tenía la cara cubierta de ceniza y se agarraba el brazo izquierdo, que estaba cubierto de sangre.
– Está herido -le dijo ella, acercándose.
El se miró el brazo.
– Es sólo un corte.
– ¿Algo más? -le ayudó a incorporarse y lo llevó al porche para que se sentara.
– Era el tráiler de efectos especiales -le dijo el herido.
Charlotte le arrancó la manga de la camisa ensangrentada. El hombre tenía un profundo corte en el antebrazo.
– Estaban preparando los efectos pirotécnicos para la escena de la batalla -dijo el hombre, conmocionado.
Charlotte miró hacia el amasijo en llamas. La silueta de Alec se divisaba delante de las llamaradas.
En ese momento llegaron los camiones de bomberos y él les hizo señas para que avanzaran al tiempo que hacía apartarse a la gente.
Los bomberos saltaron del camión y empezaron a conectar las mangueras.
Si alguien se hubiera encontrado dentro del tráiler…
Un miembro del personal de la casa apareció junto a Charlotte y ella aprovechó para quitarle un par de toallas. Humedeció una de ellas, la enroscó cuidadosamente alrededor de la herida del hombre y, con la otra, presionó el corte para cortar la hemorragia.
– ¿Le hago daño?
El hombre sacudió la cabeza sin dejar de mirar a los bomberos. Las ambulancias estaban cerca.
Los ATS corrieron hacia un par de personas que estaban tiradas en el suelo y Charlotte no supo si llamarlos para que atendieran al hombre que estaba con ella.
– Puedo esperar-dijo el hombre.
– ¿Seguro? -la toalla se estaba empapando de sangre.
– ¿Charlotte? -era la voz de Raine. La expresión de su rostro era de total perplejidad-. ¿Qué ha ocurrido? Acabamos de volver y…
– ¿Puedes hacer que venga un médico? -le preguntó Charlotte.
Raine reparó en el hombre herido.
– Claro.
Corrió a toda prisa a través del jardín y paró a una mujer uniformada, señalando a Charlotte. La mujer agarró un maletín negro y fue hacia ellos.
– Gracias -le dijo Charlotte.
– Estoy bien -afirmó el hombre herido.
– Vamos a ver como está -le dijo la ATS, retirando la toalla rápidamente.
Abrió el maletín y sacó gasas, desinfectante y esparadrapo.
– Voy a mandarlo a que le den unos puntos.
El hombre asintió con gesto de cansancio.
– ¿Qué ocurrió? -preguntó Raine.
– Un tráiler de efectos especiales saltó por los aires -le dijo Charlotte.
Raine bajó la voz.
– ¿Había alguien dentro?
Charlotte miró a la ATS.
La mujer se encogió de hombros.
– Conseguimos salir -dijo el hombre-. Pudimos… -empezó a parpadear rápidamente y se puso muy pálido.
– Mon Dieu -dijo la ATS, tumbándolo en el suelo y levantándole las piernas-. Se ha desmayado -les dijo y entones habló por su intercomunicador-. ¿Etienne? ¿Puedes traer una camilla?
Entre los chirridos de la radio se oyó una respuesta ininteligible.
– ¿Has visto a Alec? -preguntó Raine.
– Estaba ayudando a los bomberos -Charlotte escudriñó la oscuridad.
El tráiler siniestrado había quedado reducido a un montón de chatarra chamuscada, pero el resto de camiones seguía en pie, y también el cobertizo. El jardín estaba arruinado y las jardineras cercanas se habían quemado.
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