El hombre que aparecía en la foto no parecía el tipo de hombre que pudiera atraer a Amy. Iba vestido con un elegante traje negro y parecía salido de las páginas de una revista de economía. Brendan miró de nuevo la imagen de Amy y se encogió de hombros.
– No la he visto en mi vida.
– Quizá ahora vaya de rubia -añadió el hombre-. Y creemos que puede estar viviendo en uno de estos barcos.
– En esta época del año no hay mucha gente. Y dentro de unas pocas semanas, se llevarán varios de los barcos fuera para pasar el invierno -se detuvo-. Pero había un tipo en un barco que estaba amarrado por allí -Brendan señaló más allá de El Poderoso Quinn-. Si no recuerdo mal, había con él una chica rubia. Era bajita y muy joven. Partieron ayer hacia el sur. Creo que pensaban irse a una zona más cálida.
– ¿Sabe dónde?
– El hombre siempre estaba hablando de Baltimore, pero no estoy seguro.
– Gracias.
Brendan agarró la foto con fuerza.
– ¿Le importa si me quedo con ella? Si vuelven, ¿cómo puedo contactar con usted para la recompensa?
El hombre pareció sorprendido, pero luego asintió. Sacó una pluma de la chaqueta y escribió detrás de la foto un número de teléfono.
– Este es mi móvil. Puede llamarme a cualquier hora.
– ¿De cuánto es la recompensa?
– Doscientos cincuenta mil dólares. Brendan dio un grito de sorpresa.
– Eso es mucho dinero.
– Su familia quiere asegurarse de que está bien.
Dicho lo cual, el hombre se dio la vuelta y se alejó del muelle. Se había mostrado tan serio, que Brendan no estaba seguro de haber conseguido engañarlo. Se le quedó mirando y pensó en la conversación que habían tenido. ¿Habría sido aquel hombre el que había obligado a saltar a Amy al agua días atrás? Brendan tuvo que hacer un esfuerzo para contenerse y no seguirlo para darle un puñetazo.
Pero no lo hizo. Recogió las bolsas y continuó su camino. Cuando llegó al barco y subió a cubierta, buscó al hombre con la mirada. Pero no lo vio. Luego entró en el camarote principal.
– ¿Amy?
El camarote estaba vacío.
Brendan dejó las cosas en el suelo y continuó hacia los camarotes donde dormían. Primero fue al de ella y luego al suyo. El barco estaba en silencio e inmediatamente pensó en el hombre con el que acababa de hablar. Si Amy había salido del barco, existían bastantes posibilidades de que se encontrara con él al volver. ¿Dónde podía haber ido? Le había mandado a él a por las compras con la excusa de que tenía algo importante que hacer.
De repente, volvió corriendo hacia su camarote para comprobar si sus cosas seguían allí. Afortunadamente, seguían allí. Amy no se había ido. Brendan decidió salir a buscarla. Ella no tenía coche, así que no podía haberse ido muy lejos. Pero justo cuando estaba abriendo la puerta apareció ella.
– ¿Dónde diablos has estado?
– Por ahí -dijo ella, frunciendo el ceño. Brendan se metió la mano en el bolsillo, dispuesto a enseñarle la foto y pedirle una explicación. Pero se lo pensó mejor y no le dijo nada.
– ¿Qué te pasa? -preguntó ella, comenzando a bajar las escaleras.
– Nada. Cuando vi que no estabas, pensé que te habrías caído al agua otra vez.
Amy se quitó la chaqueta y la dejó en el sofá. Luego tomó su ordenador portátil y lo puso sobre la mesa. Lo abrió y esperó a que se encendiera.
– ¿No me vas a decir dónde has estado?
– ¿Quién eres, mi madre?
Amy sacó entonces de su bolsillo unas hojas, las colocó sobre la mesa y, un momento después, empezó a teclear a toda velocidad. En un momento dado, vio que Brendan iba a decirle algo y levantó una mano para que no lo hiciera.
– Espera un minuto.
Y continuó escribiendo otros cinco minutos.
Brendan se quitó la chaqueta y comenzó a sacar las cosas de las bolsas. Cuando terminó de hacerlo, ella había dejado de escribir, aunque seguía mirando a la pantalla.
– Toma, creo que ya está.
– ¿El qué? ¿La lista de la compra de mañana?
– La entrevista.
Brendan la miró sin comprender.
– ¿Qué entrevista?
Amy esbozó una sonrisa y se levantó.
– La entrevista de Denise Antonini, la mujer del capitán John Antonini, el capitán que desapareció en el mar junto con su barco.
– ¿Me has conseguido una entrevista con ella? ¿Cómo lo has hecho? No quería hablar conmigo. Llevo llamándola cuatro meses.
– No te he conseguido una entrevista precisamente, aunque para eso la llamé en principio, para convencerla de que hablara contigo. Eso es lo que una ayudante tiene que hacer, ¿no? Pues continuó negándose a conceder la entrevista, pero nos pusimos a hablar y, pasados diez minutos, me estaba contando su vida. Yo empecé a tomar notas tan rápidamente como pude para no olvidarme de nada. Y entonces, me dijo que podíamos encontrarnos en el Longliner para tomar algo, así que eso hicimos. Intenté imaginarme las preguntas que tú le habrías hecho – Amy echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Luego agarró los papeles que había dejado sobre la mesa-. Está todo aquí. Es justo lo que necesitas para terminar el capítulo.
Brendan miró las hojas.
– No deberías haberlo hecho.
Ella pareció sorprendida por la respuesta.
– ¿Por qué? Dijiste que necesitabas hacerle una entrevista y la he conseguido.
– La entrevista que le has hecho es tuya. No mía. No puedo ponerla en mi libro porque no la he hecho yo. Y ahora que ha hablado contigo, sí que no querrá hacerlo conmigo.
– Pero si lo tengo todo escrito aquí -insistió Amy, frunciendo el ceño. Luego, le dio con las hojas en el hombro.
– Estás siendo un cabezota. Te has enfadado solo porque he conseguido esa entrevista y tú no.
Brendan abrió la boca para decir algo, pero entonces vio la expresión del rostro de Amy. Al entrar, parecía feliz y, en ese momento, parecía dolida y ofendida. Y él tenía la culpa. Se maldijo en silencio y le agarró una mano. No estaba enfadado por la entrevista; la podría utilizar. Lo que pasaba era que se había asustado mucho al ver que no estaba.
– Lo siento -dijo, agarrándola por la cintura.
– Eso está mejor.
– Yo no podría haber conseguido la entrevista. La mujer no quería hablar conmigo, pero contigo sí.
Una sonrisa apareció en la boca de Amy.
– ¿Entonces te alegras?
Brendan se inclinó y la besó en la frente.
– Es estupendo -se separó un poco y la miró a los ojos-. Y ahora tendremos que ponernos con el libro.
Amy fue hacia la mesa.
– Estoy lista -dijo, colocando las manos sobre el teclado.
Brendan la observó durante un rato, notando que el corazón le latía a toda velocidad. Se acababa de dar cuenta de que podía herirla y pensó que no quería que volviera a suceder. Pero, sobre todo, se daba cuenta de que estaba enamorado de Amy y de que no podía hacer nada al respecto.
– ¿Dónde está? -preguntó Conor, mirando a su alrededor.
Brendan levantó la vista para mirar a su hermano y luego continuó sirviéndole la taza de café.
– No está aquí. Se ha ido a hacer unas compras. Volverá enseguida. ¿Por qué estás tan impaciente por conocerla? Creía que no querías hacerlo.
– ¿Se ha llevado su bolso?
– ¿Qué diablos te importa?
– Porque si no está aquí, deberíamos mirar en él para ver si encontramos algo. Lo que me dijiste el otro día no sirvió de mucho. Dame algo que haya tocado y buscaré sus huellas dactilares. Así averiguaremos si la busca la policía.
– No.
– Tiene que haber algo que tenga sus huellas.
– No, no me refiero a eso -señaló la mesa para que su hermano se sentara.
Luego, le dio la taza y se sirvió él también una. Al ver aparecer a su hermano, tenía que haberse imaginado que había ido para controlar a Amy. Conor lo visitaba a menudo, pero solía llamarlo desde el bar de enfrente para que se tomara allí una cerveza con él. No, aquella visita no era de cortesía. Estaba claro para qué había ido Conor a Gloucester.
– No quiero que te lleves sus huellas. No es necesario.
– ¿Te ha dicho quién es?
– No, pero no importa. Me da igual su pasado.
Conor hizo un gesto de impotencia.
– Estás cometiendo un grave error.
– Quizá… pero creo que me he enamorado de ella.
Su hermano mayor soltó un gemido y luego se pasó una mano por la frente.
– No puedes estar hablando en serio.
– Ojalá fuera así. No pensé que esto pudiera suceder, pero no quiero engañarte. No me importa quién es, de dónde ha salido, ni qué ha hecho en el pasado. Lo único que me importa es que existe una relación muy especial entre nosotros.
Conor agarró la taza con ambas manos y se quedó mirando el humo que salía de ella.
– Entonces dime qué sabes exactamente de ella. Solo para tranquilizarme.
Brendan se sacó del bolsillo del pantalón una foto y se la mostró a su hermano mayor.
– Es ella. Un tipo la andaba buscando ayer. Parecía un detective. Dijo que el hombre que está con ella en la foto es su prometido.
– ¿Esta es ella? Pues no parece ninguna delincuente.
– Es que no lo es. O por lo menos, no creo que lo sea. El hombre dijo que su familia la está buscando. Ofrecen un cuarto de millón de dólares de recompensa a quien pueda facilitar alguna información.
– ¿Un cuarto de millón de dólares? Debe de ser alguien importante para que ofrezcan tanto dinero -miró la foto-. ¿Qué es esto?
– El teléfono del hombre que me la dio. Me dijo que lo llamara si la veía.
– ¿Te importa que me lleve la foto?
– ¿Para qué?
– Voy a hacer algunas averiguaciones. Si no me dejas investigar en sus cosas ni llevarme sus huellas digitales, déjame que averigüe al menos lo que este detective sabe y te la devolveré después.
Conor se metió la foto en el bolsillo.
– ¿Quieres saber mi opinión? -añadió-. Seguro que la chica ha hecho un desfalco de unos cuantos millones y se ha escapado. Lo de su familia y todo eso es mentira. O si no, es la hija de algún millonario que quiere que vuelva a su lado.
– Pero si es hija de un millonario, ¿por qué se ha escapado? No creo que su padre pueda hacerle nada. Después de todo, es una mujer adulta.
– ¿Estás seguro? -preguntó Conor, arqueando una ceja-. ¿Y si tiene diecisiete años, en vez de veintisiete? ¿Le has preguntado la edad?
Brendan miró a su hermano sin saber qué contestar.
– Oh, cielos -exclamó, de repente, asustado-. Nunca se me había ocurrido. Simplemente lo di por hecho. Incluso estaba preocupado por si estaba casada. Desde luego, no se comporta como una adolescente.
– Nunca lo hacen.
– No, es imposible. Es demasiado inteligente. Sabe demasiado. Es… -Brendan cerró los ojos tratando de poner en orden sus ideas. No, por lo menos debía tener veintitrés o veinticuatro años-. Además, si está comprometida con el hombre de la foto, no puede ser tan joven.
– Pero de todos modos, es una suerte que no te hayas acostado con ella -dijo Conor.
– Sí -contestó Brendan, abriendo mucho los ojos-, una verdadera suerte.
Se oyeron pasos en cubierta. Ambos miraron hacia la puerta, que al poco se abrió. Amy apareció en el umbral. Llevaba dos bolsas y una lata de soda abierta. Brendan soltó un suspiro de alivio. Seguía preocupado por el detective, por si no se había creído lo de Baltimore.
Subió las escaleras y tomó las bolsas para ayudar a Amy a bajar. Esta, al llegar abajo, sonrió a Conor. Luego, miró a Brendan, esperando a que los presentara.
– Hola.
– Hola -contestó Brendan.
Amy frunció el ceño y fue hacia la mesa.
– Soy Amy Aldrich, la ayudante de Brendan. Tú debes de ser uno de sus hermanos. Os parecéis.
Brendan observó a Conor para ver su reacción y le pareció que su hermano estaba encantado.
– Me llamo Conor Quinn. Amy le estrechó la mano.
– Encantada de conocerte. Me sé todo sobre vuestra familia. Brendan me ha contado algunos cuentos de vuestros antepasados.
– ¿Sí? -una cálida sonrisa iluminó el rostro de Conor-. Pues él no nos ha contado nada de tí.
Brendan se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros.
– Conor siempre hace muchas preguntas. De hecho, me acaba de preguntar cuántos años tienes y yo no le he podido contestar.
Amy se puso seria.
– Creo que no te lo he dicho.
– Ah, entonces por eso no lo sabía -hizo una pausa-. ¿Cuántos tienes?
– Veinticinco -contestó Amy, claramente confundida.
Brendan miró a su hermano con una sonrisa de satisfacción.
– ¿De verdad? Es curioso. Me alegra saberlo.
– ¿Sí? ¿Por qué?
– Porque Conor ya tiene su respuesta. Y se va a ir ya, ¿verdad, Conor? Amy hizo un gesto negativo.
– Pero si no nos ha dado tiempo a conocernos apenas. Podemos invitarlo a cenar – se volvió hacia Conor-. Te quedarás, ¿verdad? No soy muy buena cocinera, pero podemos pedir una pizza. Por favor, quédate.
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