Brendan se encogió de hombros.
– Conor tiene que irse a trabajar. Es policía en Boston. ¿No te lo había dicho?
Brendan notó que Amy se ponía nerviosa.
– No, no me lo habías dicho -dejó escapar un suspiro-. Bueno, pues ha sido un placer conocerte. Espero que vuelvas pronto.
Conor se levantó y fue hacia las escaleras despacio.
– Me alegra haberte conocido, Amy -se volvió a Brendan-. Te llamaré para decirte lo que he averiguado sobre lo que hemos hablado.
Después de que Conor saliera, Amy se quedó mirando fijamente la puerta.
– Me parece que no le he gustado a tu hermano.
– Pero si no te conoce.
– No, pero soy muy intuitiva y sé que no le he gustado.
Brendan le pasó un brazo por los hombros y la atrajo hacia sí.
– Además, da igual que le gustes o no. A mí si me gustas y eso es lo que importa.
Amy se volvió hacia él, sonriendo alegremente.
– Tú también me gustas -dijo. Se puso de puntillas y le dio un beso breve en los labios.
Capítulo 6
Amy se despertó con el sonido del agua contra los laterales del barco y los chillidos de las gaviotas que estaban buscando peces para desayunar en aquella fría mañana de diciembre. Estiró los brazos sobre la cabeza y se arropó bien con las mantas.
– Vive el momento -se dijo.
Brendan se había ido el día anterior a Nueva York para una reunión. Le había dejado una lista de las cosas que tenía que hacer. Ella lo había acompañado al tren y luego se había ido de compras. Doscientos dólares eran toda una fortuna para ella, ya que no tenía que pagar habitación ni comida.
Había comprado tres jerséis, unos vaqueros nuevos, unos pendientes y otra manta para la cama. Luego, encontró una tienda de material de dibujo y compró lápices, acuarelas y cuadernos. Cuando vivía en casa con sus padres, podía comprar todo lo que quería, pero nunca se había sentido mejor que viviendo con Brendan. Era una vida completamente sencilla, con pocas responsabilidades y muchas satisfacciones. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Brendan, además, respetaba su inteligencia y, cuando terminaban cada día el trabajo, tenía una sensación de satisfacción increíble.
En su casa, consideraban que su doctorado en literatura inglesa había sido una pérdida de tiempo. Aunque sus padres habían apoyado su deseo de ir a la universidad, pensaban que seguir estudiando después de la carrera era solo un modo de posponer lo esencial. Su obligación era casarse con el hombre adecuado y tener tres o cuatro hijos modelo.
La primera vez que había llevado a casa a Craig, sus padres se habían alegrado mucho. Él provenía de una buena familia de Nueva Inglaterra y, a pesar de que la carrera laboral que pensaba ejercer no era la más adecuada para ellos, lo vieron desde el principio con buenos ojos. Más tarde, Craig había cambiado todos sus ideales debido a la influencia de su padre.
Amy estaba segura de que Brendan nunca se habría dejado influenciar de ese modo. Él era un hombre que se había labrado su propio futuro y se había convertido en un escritor consagrado.
– Brendan Quinn -Amy soltó un suspiro.
El mero hecho de pronunciar su nombre la hacía sentirse bien y protegida.
Se estaba acostumbrando a fantasear con la idea de que, cuando su padre finalmente la encontrara y la obligara a volver a casa, Brendan acudiría a rescatarla.
De todos modos, aunque no la encontraran, acabaría volviendo por sí misma. Pero sería cuando dejara de sentirse avergonzada por haber cancelado la boda. Quizá para entonces Craig hubiera asumido que no pensaba casarse con él.
Amy soltó un gemido y se tapo la cara con la almohada. Pero, en ese momento, se sobresaltó al oír voces fuera.
– Hola, Brendan -se oyó decir a una mujer-. ¿Podemos subir a bordo?
Amy se incorporó y echó un vistazo por el ojo de buey que había sobre la cama, pero el cristal estaba helado y no se podía ver nada. Así que, con un gesto de fastidio, se levantó de la cama, se envolvió en su nueva manta y salió.
– ¿Quién es? -gritó.
En el muelle había dos mujeres muy guapas, una rubia y otra morena. Ambas parecieron sorprenderse al verla.
– Estamos buscando a Brendan -dijo la rubia.
Amy sintió un ataque de celos mientras contemplaba la belleza de ambas.
– En este momento no está -les explicó-, ha tenido que irse a Nueva York.
– ¿Eres Amy? -le preguntó entonces la morena.
– Sí -respondió, parpadeando sorprendida.
– Ya te dije que Conor nos había mentido -aseguró la morena, acercándose a Amy y extendiendo la mano hacia ella-. Soy Meggie Flanagan y esta es Olivia Farrell… quiero decir, Olivia Quinn.
– ¿Quinn?
– Soy la mujer de Conor, el hermano mayor de Brendan, al que conociste el otro día -le explicó la rubia-. Y esta es Meggie, la prometida de Dylan, que también es hermano de Brendan.
– Yo soy Amy Aldrich -dijo ella, estrechándoles la mano-, la ayudante de Brendan.
– No serás pariente de Adele Aldrich, ¿verdad?
Al escuchar el nombre de su abuela, a Amy estuvo a punto de parársele el corazón. No había hablado con ella desde que se había ido, pero era la única persona de su familia a la que se había sentido tentada de llamar.
– No, me temo que no -mintió-. ¿Por qué?
– Porque Adele es una clienta mía -explicó Olivia-. Me dedico a las antigüedades y la ayudé a decorar su casa de Beacon Hill.
Amy se moría de ganas de pedirle a Olivia que pasara y le contara cómo estaba la alegre anciana. También le habría gustado preguntarle por sus gatos y si pensaba marcharse fuera a pasar el invierno.
– ¿Queréis entrar? -les preguntó.
– Habíamos venido para que Brendan nos llevara a comer por ahí. Pero estaremos encantadas de que nos acompañes tú.
Amy miró la manta con la que iba tapada y luego se tocó el pelo despeinado.
– Bueno, es que no estoy arreglada…
– Oh, te esperaremos -dijo Meggie cariñosamente-. No tenemos prisa.
Amy no estaba segura de por qué querían que mera a comer con ellas, ya que no la conocían de nada.
– Esperadme dentro, ¿no?
Las mujeres entraron detrás de ella.
– Sentaos -les ofreció Amy, señalando la mesa-. ¿Queréis un café? Olivia sacudió la cabeza.
– No, gracias -respondió, agarrando un taco de papeles con dibujos que había en la mesa, debajo de una taza.
Amy soltó un gemido.
– Oh, no los mires. Son solo garabatos.
– ¿Los has dibujado tú? -preguntó Olivia, dándoselos a Amy.
– Sí, quería regalarle algo a Brendan por navidad y como no tengo mucho dinero… Bueno, decidí ilustrar un cuaderno de cuentos sobre sus antepasados que está poco a poco transcribiendo.
– ¿Sobre los Poderosos Quinn?
– Eso es. Quería terminar de pasarlos a máquina e ilustrarlos para hacer un libro.
– Es un regalo maravilloso -aseguró Olivia-. Y tienes mucho talento. Amy se sonrojó.
– No, es solo que fui a clases de pintura cuando era joven y supongo que no se me ha olvidado. Y ahora, será mejor que me cambie. No sé cómo he podido dormir hasta tan tarde.
Amy fue a su camarote y comenzó a buscar entre su ropa. Como las otras dos iban vestidas de un modo tan elegante, no quería parecer una desarrapada. Luego se dijo que se estaba comportando como una estúpida. La ropa no era tan importante.
Así que, sonriendo, se puso unos vaqueros y un jersey azul. Luego se peinó y se recogió el pelo en una coleta. Decidió no maquillarse y ponerse solo unos pendientes.
– Ya estoy -dijo al salir finalmente del camarote-. Pero me da pena que hayáis venido a ver a Brendan y que él no esté.
Olivia y Meggie se miraron la una a la otra antes de responder.
– Bueno, en realidad no hemos venido a ver a Brendan -admitió Meggie-. Hemos venido a verte a ti.
– ¿A mí? ¿Por qué?
– Porque eres la novia de Brendan -le explicó Olivia-. Y queríamos conocerte. Además, queríamos corroborar si era cierto el modo en que os conocisteis.
– ¿Si es cierto el qué?
– ¿Te sacó en brazos de aquel bar?.- Amy asintió.
Entonces las otras dos se miraron significativamente.
– Será mejor que vayamos a comer -dijo Olivia-. Así nos conoceremos mejor.
Pero Amy no estaba ya tan segura de querer ir a comer con ellas. Estaban comportándose de un modo extraño y no sabía a qué venían aquellas preguntas. Aunque lo cierto era que parecían encantadoras y llevaba sin salir con amigas desde que la habían despedido del Longliner.
– Muy bien -respondió Amy.
Después de salir del camarote, Amy cerró la escotilla y se bajaron las tres del barco. Comenzaron a andar por el muelle y, mientras charlaban amigablemente, Amy pensó en lo agradables que eran Olivia y Meggie. Y quizá en el futuro llegaran a ser algo más que amigas. Si ella y Brendan tuvieran un futuro juntos, las otras dos se convertirían en sus cuñadas.
Pero luego trató de pensar en otra cosa. No quería pensar en Brendan de aquel modo. Aunque por mucho que se negara a reconocerlo, lo cierto era que se había enamorado de él.
Brendan echó un vistazo a su reloj por tercera vez en cinco minutos. El taxi giró hacia la calle que salía de la estación de trenes y corría paralela a los muelles. Ya solo le faltaban unos pocos minutos para llegar a casa… y para ver a Amy. Durante todo el trayecto desde Boston había estado cayendo una pequeña nevada, así que la luz de las farolas se reflejaba sobre la fina capa blanca que cubría las calles. Hasta entonces, no se había despertado en él el espíritu navideño, pero aquel año era diferente.
Estaba tratando de convencerse a sí mismo de que era por los planes que había hecho con sus hermanos y con Olivia y Meggie. Pero, en realidad, sabía que era por causa de Amy. Aquellas navidades no estaría solo. Tenía pensando llevarla a Boston en Nochebuena para que conociera a toda su familia. Luego, volverían al barco para pasar ellos solos el día de Navidad.
Brendan se pasó la mano por el pelo mientras miraba a través de la ventanilla del taxi. Sabía que debía tener cuidado, ya que su relación con Amy seria solo temporal. Ella estaba comprometida con otro hombre y él tampoco podía atarse a nadie debido a su trabajo.
El taxi llegó al embarcadero donde estaba atracado El Poderoso Quinn. Brendan pagó la carrera, agarró su equipaje y salió.
Desde lejos, vio el barco iluminado con una serie de bombillas y por un momento dudó si no se había confundido de embarcadero. Pero no era así. En ese momento, Amy salió a recibirle con una sonrisa en los labios.
– ¿Te gusta? -le preguntó.
Brendan se quedó mirando las luces que hacían que El Poderoso Quinn pareciera un árbol de navidad.
– Bueno, es… deslumbrante -dijo-. ¿De dónde has sacado todas estas luces?
– No te gusta -dijo ella, decepcionada. Brendan tenía que admitir que resultaba algo extravagante para un barco de pesca, pero por otra parte le daba un aire festivo.
– Sí que me gusta -aseguró él-. Nunca había pensado que El Poderoso Quinn pudiera resultar tan… bonito.
Amy se tiró a sus brazos dando un grito de alegría. Él le agarró el rostro entre las manos y la besó, tal y como llevaba soñando hacerlo desde que se había separado de ella.
Permanecieron allí abrazados unos segundos, a pesar del frío que hacía.
– Tengo otra sorpresa para ti -dijo ella, apartándose un poco y agarrándolo de la mano.
Una vez dentro del camarote principal, Brendan se fijó en el árbol de navidad que había en uno de los rincones. De pronto, él recordó el árbol enorme que había decorado su casa de la calle Kilgore. Su madre lo había aupado para que pudiera tocar los adornos.
– ¿Te gusta? -le preguntó Amy.
– Es estupendo -respondió él, acercándose y tocando las agujas del abeto.
– Y espérate -añadió ella, sonriendo-, que ahora viene lo mejor.
Amy apagó las luces, de manera que la única iluminación pasó a ser la del árbol. A continuación se acercó a él y lo abrazó por detrás.
– Así es como más me gusta -murmuró-. Con las luces apagadas.
Brendan se dio la vuelta hacia ella y se quedó mirando su preciosa cara, solo iluminada por las luces del árbol. Se inclinó y la besó en los labios al tiempo que le acariciaba una mejilla.
¿Cómo habían llegado a aquello?, se preguntó. Cuando la llevó a vivir con él, se había prometido mantener la distancia. Pero lo cierto era que se había enamorado perdidamente de Amy.
Ella comenzó a quitarle la chaqueta, que enseguida cayó al suelo. Luego le aflojó la corbata lentamente y le desabrochó la camisa. Cuando Brendan notó sus labios sobre el pecho, la agarró de la cabeza. Aquella mujer le volvía loco solo con tocarlo. Pero seguía sin saber nada de ella.
No conocía nada de su pasado. Había irrumpido en su vida de repente y seguramente desaparecería igual. Pero, eso sí, él trataría de impedirlo.
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