– ¿Amy es miembro de esa familia?

– Sí, y en mayo heredará cinco millones de dólares. Y cuando su padre muera, heredará el resto de su hacienda. Es una de las mujeres más ricas de Boston.

Brendan se pasó la mano por el pelo, incapaz de decir nada.

– ¿Y por qué demonios se ha escapado? He estado todo este tiempo preocupado por ella, pensando en su pasado y en lo que ocultaba, temiendo que la policía la encontrara algún día, y lo que estaba ocultando es que es rica.

– Tal vez no quiera el dinero -replicó Conor, encogiéndose de hombros.

– ¿Quién demonios puede no querer ese dinero? -preguntó Brendan, enfadado. Luego bajó la voz, al ver que los demás clientes se volvían hacia ellos-. ¿Y qué hay de su prometido?

– Craig Atkinson Talbot -Conor abrió el sobre-. ¿Por qué los ricos siempre tienen nombres compuestos? Es de otra familia rica de Boston, relacionada con la banca, pero no tienen tanto dinero como los Aldrich Sloane. Amy desapareció una semana antes de que se celebrara la boda. Al principio, los padres pensaron que había sido secuestrada y la policía empezó a buscarla. Pero, pasado un tiempo, llegaron a la conclusión de que se había escapado. Entonces, el padre contrató a varios detectives privados para que la buscaran.

– Pero es una mujer adulta y puede hacer lo que le plazca, ¿no? -dijo Brendan-. No puede obligarla a que vuelva.

– Bren, no creo que ni tú ni yo podamos entender del todo a ese tipo de familias. Nosotros somos distintos, no tenemos a nadie que nos diga lo que podemos y no podemos hacer. Llevamos vidas sencillas y solo tenemos que pensar en trabajar y seguir hacia delante. Pero tener tanto dinero te ata. No puedes escapar. Me imagino que Amy tendrá presiones de todo tipo y no podrá casarse con el hijo del tendero de la esquina, por ejemplo.

Brendan se quedó mirando la foto de Amy y su prometido.

– Y tampoco con el hijo de un pescador irlandés, ni con un escritor que no sabe qué encargo recibirá el mes que viene.

– No digas eso. Yo también pensé lo mismo cuando conocí a Olivia, pero si amas a alguien de verdad, todo se puede solucionar.

– Olivia no es la hija de un millonario.

– Y yo no soy un escritor famoso. Tú no eres cualquier trabajador, tienes una profesión valorada y la gente te conoce. Eso cuenta.

Brendan miró por la ventana y vio que la niebla se había vuelto tan espesa, que habían encendido las luces de las farolas.

– Está claro que para Amy no es suficiente, porque, si no, me hubiese contado la verdad.

– No sabes los motivos que puede tener para ocultártelo, así que no saques conclusiones.

Brendan se había preparado para oír una mala noticia, pero nunca podía haber adivinado algo así. No se había enamorado de una camarera y aspirante a editora, se había enamorado de la heredera de una familia millonaria de Boston. Él, Brendan Quinn, un chico irlandés de clase media que había llegado del viejo continente.

– Ahora la defiendes, ¿eh? -le dijo a Conor-. Hace una semana me decías que la echara.

– No es una delincuente y nunca ha incumplido la ley, a no ser que cuentes el que tú le estés pagando en dinero negro -Conor se echó hacia delante-. ¿Qué vas a hacer? ¿Le vas a decir que lo sabes?

Brendan se encogió de hombros.

– Todavía no lo sé -tomó su taza y dio un trago largo al café-. Ahora me tengo que ir.

– Lo sé. ¿Por qué no venís esta noche al pub? Tráete a Amy. A Olivia le gustaría verla y estoy segura de que también a Meggie. Les ha caído muy bien.

– Tal vez -dijo Brendan.

La respuesta era solo para tranquilizar a su hermano. Se levantó, dejó unos cuantos dólares sobre la mesa para pagar los cafés y le dio a Conor un golpecito en el hombro.

– Gracias, Con. Te agradezco mucho lo que has hecho.

– Me alegro que haya salido todo bien.

Brendan sonrió con amargura.

– Eso está por ver.

Se dio la vuelta, fue a la puerta y salió a la calle. El día era cálido para la época del año en la que estaban y la niebla se había deslizado hacia el puerto. Mientras echaba a andar por la calle principal, recordó la primera vez que había visto a Amy.

No se había equivocado entonces. Amy no pertenecía al ambiente del Longliner. No le pegaba estar sirviendo bebidas, ni tratando de evitar que los clientes la manosearan. Procedía de una vida mejor, una vida que una familia como la de él nunca había conocido. De repente, toda sus inseguridades infantiles aparecieron de nuevo. Tanto él, como sus hermanos, siempre se ponían a la defensiva cuando se sentían inferiores a alguien.

Aunque no conocía a Avery Aldrich Sloane, sabía lo suficiente sobre ese tipo de hombres como para adivinar cómo reaccionaría. Su hijita no había nacido para desperdiciar la vida con un hombre como él. Tenía unos planes mejores para ella. Brendan maldijo entre dientes.

Llegó al muelle y se quedó un rato contemplando el agua. ¿Podría seguir tratándola igual después de saber quién era en realidad?

– Amelia Aldrich Sloane -murmuró en voz alta.

Aquel nombre no encajaba con la Amy que él había conocido.

Empezó a caminar por el muelle y, conforme se acercaba a El Poderoso Quinn, se dio cuenta de que Amy estaba subida a la cabina del piloto.

– ¿Qué demonios estás haciendo ahí? Ella se dio la vuelta y lo saludó con la mano.

– ¡Mira! He encontrado esto en la tienda que vimos el otro día.

Amy se puso a un lado para que Brendan viera un enorme Santa Claus de plástico. Estaba encendido y era como un faro en la niebla.

– ¿No es precioso? Se va a ver desde toda la costa.

– ¿Y eso es bueno?

– ¿No te gusta?

– Baja -dijo él con impaciencia. Brendan contuvo el aliento mientras la veía bajar por la escalera. Cuando llegó a su lado, vio que tenía las mejillas rojas del frío y que el pelo se le había rizado por la humedad. Lo rodeó con sus brazos y le dio un beso, pero Brendan no estaba alegre. Amy le parecía diferente y no sabía si tenía que sentirse dolido o enfadado.

¿Por qué le había ocultado algo tan importante? De acuerdo, tenía dinero. Pero, ¿creía que iba a intentar aprovecharse? Él ganaba suficiente dinero por sí mismo y no necesitaba más. O quizá fuera por otra cosa. Quizá las mujeres ricas como Amy Aldrich Sloane disfrutaran teniendo aventuras con hombres que pertenecieran a una clase social más baja. Y cuando se cansaran de ellos, los abandonaran sin ningún remordimiento.

– No me pude resistir -le explicó ella-. Lo compré cuando volvía de la compra. Solo me ha costado cinco dólares.

– Claro -dijo él con un matiz de sarcasmo-. Bueno, así, si la luz del puerto se estropea, podremos guiar a los barcos con este Santa Claus.

Brendan comenzó a subir al barco.

– Tal vez debería haber traído algo más religioso -contestó ella, siguiéndolo-. Tenían también un nacimiento, pero no me pegaba. Además, Santa Claus es un buen antídoto para que te vuelvas más divertido. ¿Cómo puedes mirarlo y no echarte a reír?

Brendan miró su rostro, en forma de corazón, y su enfado empezó a desaparecer. Aunque debería tener cuidado, la noticia de Conor lo había tranquilizado. Quizá todavía podrían tener un futuro juntos. No estaba casada y no era ninguna delincuente.

Por unos momentos, se olvidó de lo que había descubierto en el restaurante. No se imaginaba a Amy en una mansión con criados que atendieran todos sus deseos. No la imaginaba con ropa cara y lujosas joyas, conduciendo un coche deportivo. La única Amy que conocía era la mujer con la que compartía su cama.

Brendan la tomó en sus brazos.

– Estás fría.

Dio un suspiro y le dio un beso en la frente.

Estuvo un rato sin querer soltarla, temiendo que pudiera cambiar de repente y convertirse en una desconocida. Estaba decidido a pedirle explicaciones, pero lo único que le importaba en ese momento era sentir su cuerpo contra el suyo.

Brendan sabía que se estaba arriesgando al amar a alguien que quizá nunca le correspondiera. Pero a pesar de todas las mentiras, quería seguir creyendo en lo que veía en sus ojos y en lo que delataba su voz cuando hacían el amor. Amy Aldrich lo necesitaba tanto como él a ella.


– Vamos dentro. Tenemos mucho trabajo.

Amy observó a Brendan desde la cama; estaba doblando cuidadosamente su ropa. Acababa de salir de la cama y no se había molestado en ponerse nada encima.

Brendan tenía un cuerpo increíble. Era fuerte y esbelto, de hombros anchos y caderas estrechas. Amy siempre había considerado los atributos físicos menos importantes que la relación que podía establecerse entre dos personas, pero era muy agradable acariciar a un hombre tan perfecto y viril. Solo de pensarlo se le aceleraba el corazón. Le gustaba la personalidad de Brendan, su inteligencia y su corazón, pero su cuerpo la volvía loca.

– Eres muy guapo.

Brendan la miró sin comprenderla.

– ¿Qué?

– Que eres guapísimo -repitió-. Nunca pensé que un hombre pudiera ser tan guapo. Quiero decir, que hay hombres guapos en el sentido clásico. Por ejemplo, el David de Miguel Ángel. Pero cuando estás con la luz adecuada, eres… perfecto. Te podría mirar todo el día y no cansarme.

– No me importa que me mires. Pero me gusta más cuando me acaricias.

Y lo había acariciado mucho la noche anterior. Amy se puso a recordar el modo en que él la había seducido y la manera en que le había hecho el amor, diferente a la de otras noches. Le había parecido como si Brendan estuviera intentando memorizar cada momento. Había sido delicado, pero a la vez desesperado. También exigente, tomando cada gesto de ella y cada caricia como si fuera la última.

Y quizá pronto fuera la última. No habían hablado de su partida en los últimos días, pero el libro estaba casi terminado. Sin embargo, se inventaban tareas que los mantenían ocupados durante el día y luego se iban a la cama para hacer el amor apasionadamente.

Pero, ¿cuánto tiempo duraría aquello? Más tarde o más temprano, Brendan llevaría el libro a su editor y su trabajo habría terminado. Amy no sabía si tenía algún nuevo proyecto. Cuando le preguntaba al respecto, él se mostraba ambiguo. Así que ella lo tomaba como una respuesta negativa.

– Voy a darme una ducha. ¿Quieres venir conmigo?

Amy soltó una carcajada y se acurrucó bajo las mantas.

– Pero si casi no cabe una persona. No creo que entremos los dos.

– Podemos intentarlo -dijo él, como si fuera algo que quisiera experimentar.

– ¿Por qué no te duchas tú mientras yo preparo algo de comer?

Brendan se acercó a la cama y le dio un beso largo.

– Me parece una buena idea.

Brendan tomó una toalla limpia del armario que había junto a la puerta y salió. Amy se levantó, se puso una camisa de franela de él y se fue a la cocina. En la mesa, estaban esparcidos algunos folios.

No llevaba ni dos semanas en el barco y le parecía toda una vida. Pero también sabía que dentro de poco tendrían que decirse adiós.

– Pídeme que me quede y me quedaré – murmuró en voz baja.

En ese momento, sonó el móvil de Brendan.

– ¿Diga?

– ¿Está Brendan? -preguntó una voz de hombre.

– Soy su ayudante. ¿Quiere que le deje algún mensaje?

– Dígale que Rob Sargeant ha llamado. Soy su agente. Quería informarle de que el viaje a Turquía se ha adelantado. Tiene que estar allí el día veintitrés, dos semanas antes de lo que habíamos acordado. La excavación durará cuatro meses, así que podrá volver antes de la boda de su hermano en junio.

– ¿Cuatro meses? ¿Turquía?

– Tiene que conseguir un visado -continuó el hombre-, y aquí tengo su billete de avión. Dígale que se lo enviaré enseguida. Me imagino que le puedo dar el recado a usted, ¿verdad?

– Claro, claro. Soy su ayudante,

– Muy bien. En cualquier caso, dígale a Brendan que me llame hoy mismo.

– Muy bien -dijo Amy.

Después de dejar el móvil sobre la mesa, soltó un suspiro y se puso la mano en el corazón, tratando de hacerse a la idea. Brendan no le había pedido que se quedara porque él tenía que irse. Se marchaba fuera y no le había dicho nada.

Pero, si sabía que se iba a ir, ¿por qué se comportaba como si la quisiera? ¿Por qué dejaba que la relación se convirtiera en algo serio? Amy cerró los ojos y entrelazó las manos nerviosamente, recordando la primera vez que habían hecho el amor. Entonces había sido solo sexo y ella le había asegurado que para ella no significaba nada.

– Es lo que querías -murmuró-. Eso es justamente lo que le dijiste. Que no querías comprometerte a nada.

Pero no podía dejar de sentirse traicionada, como si la hubiera engañado para que se enamorase de él. No le extrañaba que Brendan se preocupara tanto por buscarle trabajo. Era el modo más cómodo de no sentirse culpable. Él había sabido desde el principio que su relación con ella iba a durar poco tiempo. Pero ella, estúpidamente, se había imaginado que podía llegar a convertirse en algo más serio. Notó que se le humedecían los ojos y tuvo que sentarse.