Conor parecía impresionado.

– ¡Unos pendientes! Me parece muy buen regalo.

– Sí -asintió Brendan-. ¿Sabes? Yo no quería enamorarme de ella. Hice todo lo posible para evitarlo. Y justo cuando le confieso que la quiero, ella se va.

– Ve a buscarla.

– Sí, claro, solo tengo que aparecer en la puerta de la mansión de los Aldrich y decirle a su padre que quiero casarme con su hija.

– ¿Quieres casarte con ella?

– En un futuro, sí. Eso es lo que suelen hacer las parejas que se quieren, ¿no?

Conor soltó una carcajada y luego le hizo una seña a Liam, que estaba en el otro extremo de la barra.

– Brendan va a casarse -le dijo. Pocos segundos después, Liam estaba a su lado. Justo entonces, apareció Dylan, y Brendan comentó que ya solo faltaban los gemelos. Pero Conor lo informó de que no habían ido aquella noche, así que tendrían que esperar para enterarse de la buena noticia.

– ¿No estás yendo muy deprisa, Conor? – le preguntó Brendan-. Se ha marchado. Así que, ¿cómo diablos voy a pedirle que se case conmigo?

– ¿Cuándo vas a presentárnosla? -le preguntó entonces Dylan-. ¿Por que no has venido hoy con ella?

– Está… ocupada -dijo Brendan.

– No tan ocupada -replicó Conor, haciendo un gesto hacia la puerta.

Brendan se giró despacio y le dio un vuelco el corazón cuando vio su bonito rostro. Se levantó corriendo y fue hacia ella.

– Amy, ¿qué estás haciendo aquí? -dijo, agarrándole las manos y apretándoselas.

– Estuve en el barco y vi tu nota. Tenemos que hablar -añadió, mirando a su alrededor algo nerviosa.

– Vamos fuera -dijo Brendan, pensando que allí había mucho ruido.

Nada más salir se fijó en el Bentley que había parado enfrente del pub.

– ¿Es tuyo?

– Es de mi abuela. Se lo dio mi padre. Brendan soltó una carcajada.

– ¿Has venido en un Bentley a este barrio?

– Bueno, me ha traído el chófer de mi abuela.

– ¿Has traído tus cosas o las has dejado en el barco? ¿Tenías el pasaporte en casa de tus padres?

Amy se mordisqueó el labio inferior mientras lo miraba a los ojos.

– He venido porque quiero despedirme de ti. No puedo ir contigo, Brendan.

– ¿Qué estás diciendo?

– Tengo que quedarme. Mi abuela me necesita.

– Pero íbamos a ir juntos.

– Pues vas a tener que ir tú solo -Amy respiró hondo-. Los dos sabíamos que no podía salir bien, Brendan. Existen demasiados impedimentos. Tu trabajo, mi familia… Ambos tenemos metas distintas en la vida.

– Pero hasta hace unos días, nos gustaban las mismas cosas. Nos gustaba estar juntos. ¿Qué ha cambiado?

– Hemos vivido en medio de una fantasía. Tú realmente no necesitas una ayudante, solo me contrataste para darme trabajo. Pero yo no necesito ningún trabajo. Dentro de dos meses, heredaré dos millones de dólares y podré comprar todo lo que quiera.

– Y si eso es lo que querías, ¿por qué te marchaste de tu casa? ¿Y por qué te quedaste a vivir conmigo?

– Porque pensaba que podía convertirme en una persona diferente. Y durante un tiempo, lo conseguí, pero luego me di cuenta de que por mucho que me empeñe, no conseguiré nunca ser una persona normal. Siempre me perseguirá mi origen social.

– Sé que yo no puedo ofrecerte nada que no puedas conseguir por ti misma -dijo Brendan-, excepto la promesa de estar siempre a tu lado.

Amy sonrió.

– Lo sé, y sé lo difícil que es encontrar algo así -dijo ella, acariciándole la mejilla-. Lo hemos pasado muy bien y nunca olvidaré lo que hiciste por mí. Me ayudaste cuando no tenía dónde ir y me diste la oportunidad de ser algo más que una rica heredera.

Brendan la besó con ternura, pero ella se apartó finalmente.

– Ven conmigo -insistió él.

– No puedo.

– Te quiero -aseguró Brendan, mirándola a los ojos.

Una lágrima comenzó a rodar por la mejilla de ella.

– Y yo también te quiero a ti, pero eso no es suficiente. Creo que, si me quedo a tu lado, acabarías lamentándote de ello.

– Nunca -dijo él.

Amy tocó los labios de él y le sonrió como si no pudiera creerle. Luego, le dio un beso breve y echó a correr hacia su coche.

Brendan no estaba seguro de cuánto tiempo estuvo allí, con la mirada perdida, mirando hacia donde el coche de ella había desaparecido. Solo reaccionó cuando notó que hacía mucho frío.

No podía creerse que la relación con Amy hubiera terminado. No podía dejarla salir de su vida sin una explicación razonable. Soltó una maldición y cruzó la calle para entrar en su coche. Pero, antes de arrancar, esperó a tranquilizarse un poco.

– Yo no quería enamorarme -se dijo Brendan-, así que, ¿qué me importa? Me iré a Turquía y allí me olvidaré de ella.

Pero mientras se ponía en marcha tuvo que admitir que le iba a resultar tan difícil olvidarse de ella como le había resultado mantenerse lejos de ella.


– ¿Qué tal estás hoy, abuela? -Amy entró en el dormitorio de su abuela con una bandeja de plata.

Al ver que su abuela estaba sentada en la cama, leyendo una revista, sonrió.

– Estoy bastante bien. Así que creo que ya es hora de que empiece otra vez a hacer mi vida normal.

Amy se sentó en la cama y tuvo que admitir que su abuela no tenía aspecto de estar enferma.

– El médico dice que necesitas descansar. Mañana podrás levantarte unas cuantas horas, pero va a pasar un tiempo antes de que puedas recobrar tu ritmo normal de vida.

– Bueno, pues entonces serás tú quien vuelva a hacer su vida -dijo Adele Aldrich-. No deberías pasar tanto tiempo cuidando de una anciana.

– Abuela, tú de anciana tienes poco. Estoy segura de que no hay una mujer de ochenta años más joven que tú en Nueva Inglaterra.

Su abuela le dio una palmadita mano.

– Vamos a tomar una taza de té las dos juntas, ¿quieres, cariño?

Amy alcanzó la bandeja y sirvió dos tazas de té. Luego, le dio una a su abuela.

– Estoy tan contenta de que te encuentres mejor… Estaba muy preocupada por ti.

– Y yo también por ti. Nunca pensé que todo lo que te conté de buscar aventuras te impulsaría a escaparte.

– Bueno, lo único que me dijiste fue que debía controlar mi propia vida y es lo que hice.

Su abuela bebió un trago de té y dejó la taza sobre el platito.

– Y si lo has pasado tan bien, ¿por qué pareces tan triste? Tienes que contarme tu viaje detalladamente, Amelia.

– Bueno, tuve varios trabajos y viví en sitios bastante interesantes -hizo una pausa y tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener la emoción-. Y me enamoré.

La abuela la miró, arqueando las cejas.

– ¡Ah, eso explica lo triste que estás! ¿Te importa contármelo con más detalle?

– Fue fantástico. Él era un hombre dulce y considerado. Me conoció cuando trabajaba de camarera en un bar y no le importó. Le gusté como persona y no le importó que no tuviera dinero. Me ofreció un lugar donde vivir y me dio trabajo.

– ¿Y a qué se dedica ese joven? -preguntó Adele.

– Es escritor y yo lo ayudé con el libro que estaba escribiendo.

– ¿Y qué tal en la cama? ¿Os lo pasabais bien?

Amy tosió.

– ¡Pero, abuela, no puedes preguntarme algo así!

– Bueno, nosotras siempre hemos sido sinceras la una con la otra y tengo que saber todos los detalles para evaluar mejor la situación.

– Lo que pasa es que eres una cotilla. Pero ya que lo quieres saber, nos lo pasábamos muy bien en la cama.

– ¿Mejor que con Craig? Amy soltó una risita.

– Sí.

– Me alegro, porque a mí nunca me gustó ese muchacho. Tiene la mirada furtiva y nunca me ha gustado la gente que no te mira a los ojos cuando habla.

– Toda mi vida me he portado como una hija modelo, de la que mis padres pudieran sentirse orgullosos. Pero yo no sabía quién era en realidad. Así que me di cuenta de que no estaba preparada para casarme y por eso me marché. Supongo que tú ya lo habías adivinado, ¿verdad? Adele asintió.

– ¿Y has averiguado quién eres en realidad?

– Creo que sí. Al menos, estoy más cerca de conseguirlo que antes.

– ¿Y ese hombre, el escritor, te ha ayudado a lograrlo?

– Sí -respondió Amy-. Con él me siento libre.

– ¿Y dónde está ese hombre tan maravilloso? ¿Por qué no lo has traído para que lo conozca?

– Está en Turquía -dijo, mirándose los dedos mientras se los retorcía en el regazo-. Se fue ayer y estará fuera cuatro meses. Me pidió que fuera con él, pero le dije que no.

– ¿Por qué?

– Por muchas razones.

– Espero que no fuera yo una de ellas. Amy apretó con fuerza la mano a su abuela.

– En cuanto me enteré de que estabas enferma, decidí volver corriendo.

– Pero ya estoy mejor. Así que puedes irte a Turquía si quieres.

– Es que no solo es eso -explicó Amy-. Él es un hombre orgulloso y, dentro de poco, yo seré una mujer muy rica. Por otra parte, papá nunca aprobará nuestra relación.

– Oh, no te preocupes por tu padre. Es un carcamal. Te lo digo yo, que le di a luz. Él nunca tuvo el más mínimo espíritu aventurero y tampoco quiere que tú lo tengas -la abuela señaló la mesa que había junto a la ventana-. Tráeme el álbum.

Amy fue por el elegante álbum de fotos y se lo llevó a su abuela. Adele lo abrió y pasó las hojas despacio. Finalmente se paró cuando llegó a una foto en la que estaba ella de joven con un traje de piloto de avión.

– Mira -le dijo a su nieta-, esta foto es del día en el que comencé a trabajar para el ejército. Mi padre no quería que aprendiera a volar, pero yo quería ayudar a nuestros hombres, que se habían ido a la guerra.

– Pilotabas aviones de suministro, ¿verdad?

– Sí, y así conocí a tu abuelo, que era piloto de las Fuerzas Aéreas. Era un hombre encantador y muy guapo. Me enamoré de él locamente y nos los pasábamos estupendamente en la cama.

– Abuela, siempre he pensado que naciste en la época equivocada. Viviste tu propia vida, mantuviste tu nombre de soltera cuando te casaste y te opusiste a la voluntad de tu padre. Y tuviste la suerte de encontrar a un hombre que aceptaba tu origen social.

– Tu abuelo era muy pobre cuando nos conocimos y también muy orgulloso. Quería irse a California cuando acabara la guerra y hacerse granjero. Y yo decidí irme con él, sin importarme lo que opinara mi padre.

– ¿Y él? ¿Aceptó bien el que tú fueras rica?

– Nunca tocamos el dinero de mi herencia. Vivimos siempre del dinero que él ganaba. Parte de mi herencia la fui dando en actos de caridad, luego le di el dinero suficiente a tu padre para que montara su propio negocio y, una vez murió tu abuelo, he utilizado lo que me quedaba para llevar una vida cómoda. Así que ya ves que es posible, Amelia. Puedes conseguir que funcione.

– Pero papá nunca me dejará que rechace su dinero.

– Cariño, ese dinero fue mío antes que de él y, si tú decides rechazarlo, él no podrá decir nada -se inclinó hacia Amy y le dio un beso en la mejilla-. Vive tu vida, Amelia, y arriésgate. Vete a Turquía y dile a ese hombre lo que sientes.

– No sé dónde está.

– Contrata a algún detective con el dinero de tu herencia.

– Todavía no tengo mi herencia.

– Sí que la tienes. Como yo soy la responsable, acabo de decidir que la recibas inmediatamente. El dinero es tuyo Amelia, así que utilízalo en correr todas las aventuras que desees.

Amy abrazó a su abuela.

– Gracias. No te defraudaré, abuela.

– Ya lo sé. Lo único que tienes que hacer es vivir tu propia vida. Y con un poco de suerte, te casarás con ese hombre y me darás muchos biznietos.

Capítulo 9

La mansión de los Sloane, en Chestnut Hill, era una finca aristocrática, con verjas para mantener alejada a la chusma. Brendan se detuvo frente a la puerta, decorada con elegantes adornos navideños, y echó un vistazo a través de los cristales helados de su coche.

De pronto, le entraron ganas de salir huyendo, pero finalmente apagó el motor y salió del coche. Antes de ir allí, había ido a la mansión de la abuela en Beacon Hill, donde una criada lo había informado de que tanto su señora, como la nieta de esta, habían ido a la mansión de Chestnut Hill.

Cuando llegó a la puerta principal, vio que esta tenía una enorme aldaba, pero pensó que esta debía de ser solo un adorno y decidió pulsar el pequeño timbre que había al lado.

Mientras esperaba, se alisó la chaqueta y se atusó el pelo revuelto por el viento. Poco después, le abrió la puerta una anciana vestida de negro, con un delantal blanco.

– ¿Puedo ayudarlo? -le preguntó, sonriendo.

– Me gustaría ver a Amy… quiero decir, a Amelia Aldrich… Sloane.

La mujer lo miró de arriba abajo.

– Pase -dijo, echándose a un lado. Al ver el increíblemente lujoso vestíbulo, decorado con motivos navideños, se quedó impresionado.