Y no era por el pelo, de un color rubio ceniza, ni por el maquillaje, ni por los ojos oscuros y los labios pintados de un color rojo brillante. Ni siquiera por los tres aros que llevaba en cada oreja. La observó durante un buen rato mientras servía una mesa de ruidosos clientes. Seguramente debía de ser por el modo en que andaba, que no se parecía en nada al de las otras camareras. Lo hacía moviendo las caderas y los senos de una manera bastante seductora, aunque a la vez elegante. Parecía deslizarse sobre el suelo como una bailarina. El largo cuello y la forma en que movía los brazos aumentaban la ilusión de que no estaba sirviendo bebidas a un grupo de ratas inmundas, sino flotando sobre un escenario acompañada de Baryshnikov.

Terminó con la mesa y Brendan levantó la mano para que se acercara. Pero justo cuando ella se dirigía hacia él, una de las ratas la agarró por detrás y la sentó sobre su regazo. En un segundo, tenía las zarpas sobre ella.

Brendan se dio cuenta de que la situación se estaba volviendo cada vez más complicada y a nadie parecía preocuparle lo más mínimo. Él sabía cuál era la única solución.

– ¡Detesto las peleas! -afirmó en voz baja.

Echó su silla hacia atrás, atravesó el salón y se puso al lado de la mesa.

– Quite las manos de encima de la señorita -le ordenó al otro, con los puños cerrados.

– ¿Qué has dicho, muchacho?

– He dicho que quites las manos de encima de la señorita.

La camarera le tocó el brazo. Brendan la miró e inmediatamente se quedó impresionado por su juventud. Por alguna razón, había esperado encontrar un rostro ajado por los años y el trabajo duro. Pero en lugar de eso, se encontró con un rostro tan joven, tan perfecto, que estuvo tentado de tocarlo para ver si era de verdad.

– Puedo solucionarlo yo sola. No hace falta que te metas. Se me dan bien las situaciones conflictivas y las relaciones personales. Hice un seminario al respecto.

Tenía una voz grave y sensual, que sedujo a Brendan por completo. Este, sin hacer caso de lo que ella había dicho, la agarró de la mano e hizo que se levantara.

– Vete, yo me encargaré de esto.

– No, de verdad, lo haré yo. No hace falta pelearse. La violencia nunca resuelve nada -repitió la chica, agarrándolo por la manga de la chaqueta.

– Por favor -insistió.

Brendan no estaba seguro de qué hacer.

No le gustaba abandonar a una mujer en apuros.

Especialmente después de haber oído desde pequeño todas aquellas historias de los antepasados de su familia, que se habían comportado siempre de un modo caballeroso. Miró hacia el bar y vio que la gente lo miraba sin pestañear, esperando ver si se iba o se quedaba y peleaba.

Cuando se volvió de nuevo hacia la camarera, vio por el rabillo del ojo que algo se movía hacia él. Era una botella de cerveza, que iba directamente hacia su cabeza. La esquivó a tiempo; le pasó al lado de la oreja, dando a uno de los borrachos de la mesa en la sien. El hombre cayó inmediatamente al suelo.

La camarera derramó una jarra de cerveza sobre la cabeza de su agresor y luego comenzó a golpearlo con ella. Brendan esquivó otra botella y un puño antes de que aterrizara en su mandíbula. Decidido a marcharse antes de que él o la camarera salieran heridos, la agarró y la sacó de la pelea. Pero ella se soltó, volvió y le atizó a uno de los borrachos con los puños.

En ese momento, los demás clientes los rodearon y se metieron en la pelea, o comenzaron a gritar, animándolos.

– ¡Detesto las peleas! -musitó él.

Consideró la posibilidad de salir de allí corriendo, pero no podía dejar a la camarera en mitad de todo aquello. En ese momento, ella estaba golpeando la cabeza de uno de los borrachos con su bandeja. Luego le dio un golpe en la pierna a otro que vino a ayudar a su amigo herido.

Nadie parecía preocuparse por la seguridad de la mujer. Los clientes que no estaban metidos en la pelea, no paraban de animarla. El resto de las camareras se habían colocado en la barra para ver mejor la pelea. Uno de los camareros había ido a llamar teléfono, seguramente para avisar a la policía, mientras que otro había sacado un bate de béisbol y lo enarbolaba amenazadoramente. Conforme la pelea se hacía más violenta, Brendan comenzó a preguntarse si la policía llegaría a tiempo o no.

De repente, un fornido pescador agarró a la camarera y la levantó en volandas. Brendan dio un paso hacia delante. La chica dio una patada al hombre con el tacón de su bota y luego gritó pidiendo ayuda. Brendan no quería meterse, pero intuía que iba a acabar en medio de todo aquello.

En ese momento, el gamberro que había empezado la pelea se acercó a la camarera y le gritó algo. Luego alzó una mano para golpearla. Brendan, entonces, no pudo evitarlo. Golpear a una mujer era algo completamente inaceptable. Así que se puso entre el hombre y la camarera.

– Ni se te ocurra -le advirtió al hombre.

– ¿Vas a detenerme tú? ¿Con qué arma? Brendan maldijo entre dientes. ¡Dios, cómo detestaba las peleas! Pero algunas veces no podían evitarse.

– No llevo armas, solo mis puños. Y disparó el puño hacia la nariz de su contrincante. Este gritó de dolor y comenzó a salirle sangre de la nariz.

Seguidamente, Brendan se dio la vuelta hacia el hombre que estaba sujetando a la camarera. Un puñetazo directo al hígado fue suficiente para que la soltara. Brendan la agarró entonces del brazo, pero, para su sorpresa, la mujer se soltó enfadada.

– ¡Suéltame!

Brendan volvió a agarrarla.

– No me obligues a sacarte de aquí en brazos -la advirtió-. Porque te aseguro que preferiría no tener que hacerlo.

Así le pasó a Conor y luego a Dylan. No por la pelea, sino por el rescate. Exactamente así era como ambos habían terminado atrapados por los encantos de una mujer. Ambos habían salvado a una damisela en apuros y sus vidas nunca volvieron a ser las mismas. Así que él no iba a cometer el mismo error.

– ¡No me voy a ir! ¡Ya te he dicho que puedo cuidarme yo sola!

Y le dio una patada en la pierna. Brendan apretó los dientes e hizo un esfuerzo increíble por contener su lengua.

– Escucha, no voy a decírtelo otra vez – la agarró más fuerte que las veces anteriores y la arrastró hacia la puerta.

– ¡Socorro! ¡Socorro!

– No voy a hacerlo, no voy a ponerte sobre el hombro para sacarte de aquí -dijo Brendan en voz baja-. Porque si lo hago, será el fin.

– ¡Por favor, que alguien me ayude! ¡Me están secuestrando!

– Maldita sea.

Brendan se detuvo, se agachó, la agarró por las piernas y la puso sobre su hombro. Luego fue hacia la puerta. Unos cuantos clientes que no se habían metido en la pelea, comenzaron a dar gritos y a tirar palomitas de maíz como si fuera arroz en una boda. Brendan los saludó con la mano y salió a la calle.

Justo cuando salieron se oyó el ruido de las sirenas que se acercaban. Afortunadamente, habían salido a tiempo, pensó. También pensó que ya que él había sido quien había empezado la pelea era mejor no quedarse.

– Déjame en el suelo -gritó la camarera, moviendo las piernas.

– Todavía no.

Se dirigió hacia el muelle y, cuando estaban lo suficientemente lejos del bar, se agachó y la dejó en el suelo, pero no la soltó del todo.

– No vas a volver, ¿verdad? Porque me molestaría bastante pensar que he estado a punto de morir por salvar tu bonito trasero solo para que vuelvas allí.

– Ha venido la policía. Así que no pienso volver.

Brendan, satisfecho con su contestación, la soltó y se incorporó. Estaban bajo una farola encendida y Brendan contempló sus rasgos. A pesar de la luz brillante, Brendan se quedó atónito ante su belleza. No tenía los rasgos elegantes y sofisticados de Olivia, la mujer de Conor, ni tampoco la belleza natural de Meggie, la prometida de Dylan, aquella muchacha tenía una mirada salvaje e impredecible, rebelde y agresiva, como si no le importara lo que la gente opinara de ella.

Como evidentemente no le importaba lo que él pensara de ella.

En ese momento, lo miró como si quisiera asesinarlo.

– Si estás esperando que te dé las gracias, te estás equivocando -afirmó ella en tono desafiante.

Hacía frío y lo único que llevaba ella era una camiseta corta. Brendan se quitó su chaqueta y se la echó por los hombros.

– Tengo mi barco aquí cerca. ¿Por qué no vamos allí y tomamos un café? La policía tardará en irse una media hora.

– ¿Por qué iba a tomar un café contigo? – preguntó ella, mirándolo con desconfianza-. ¿Cómo sé que no eres como el bruto al que te has enfrentado?

– Muy bien, pues quédate aquí al fresco – se giró sobre sus talones y comenzó a alejarse.

Pero al poco oyó pasos detrás de él y sonrió.

– ¡Espera!

Brendan comenzó a andar más despacio hasta que ella lo alcanzó. Cuando llegaron a su barco, le dio la mano para ayudarla a saltar dentro. Ella tenía los dedos pequeños y delicados. De pronto, se dio cuenta de que estaba reteniendo su mano más tiempo del necesario y la soltó.

Entraron en El Poderoso Quinn y Brendan encendió las luces.

– No pensaba que fueras pescador -dijo ella.

– No lo soy -replicó Brendan, llevándola hacia el camarote-. Pero mi padre sí lo era. Cuando se jubiló, yo empecé a vivir en su barco. Lo he ido arreglando poco a poco, y he cambiado algunas cosas para convertirlo en un sitio acogedor. Sobre todo para el verano.

Ella se frotó los brazos, cubiertos por la chaqueta de Brendan.

– También para el invierno -dijo ella, volviéndose hacia él.

Brendan contempló sus rasgos hasta reparar en una mancha roja en su mejilla. Estiró la mano para tocarla y, nada más hacerlo, se dio cuenta de que había cometido un error. Una intensa atracción, tan fuerte como una corriente eléctrica, atravesó todo su cuerpo en cuanto tocó su delicada piel.

– Te has dado un golpe -murmuró. Se miraron y ella puso una mano sobre la de él.

– ¿Sí?

Brendan asintió, conteniendo las ganas de besarla, a pesar de que el sentido común le decía que sería algo totalmente incorrecto. Hacía diez minutos que se habían conocido, como mucho. ¡Si ni siquiera sabía cómo se llamaba! Y aun así, allí estaba, sin poderse quitar de la cabeza que lo que más le apetecía era tomarla en sus brazos y saborear su boca. Brendan tragó saliva al darse cuenta de lo que estaba pasando en realidad.

¡Era como una profecía! La había sacado del bar y ahora seguramente se enamoraría de ella… como le había pasado a Conor y a Dylan. Pues bien, no iba a suceder nada parecido. Le gustaba su vida tal como era en esos momentos… libre y sin compromisos. Brendan apartó la mano.

– Te daré un poco de hielo -afirmó-. Tú siéntate, no tardaré nada.

Ella se sentó a la mesa y comenzó a jugar distraídamente con un bolígrafo que encontró. Él retiró a un lado el ordenador portátil y también un montón de folios escritos a mano que metió en una carpeta.

– Entonces, si no eres un pescador, ¿qué eres?

– Soy escritor -contestó Brendan, sacando hielo del frigorífico.

Lo envolvió en un trozo de tela y luego se sentó al lado de ella para ponérselo sobre la marca roja que tenía en la cara. Sin pensarlo, le retiró un mechón de pelo que le caía sobre los ojos y se lo puso detrás de la oreja. Después, se dio cuenta de la intimidad del gesto.

– Debería irme -dijo ella, separándose de él.

Al principio, pensó que la había asustado. Pero luego se fijó en el deseo que brillaba en sus ojos mientras lo miraba de arriba abajo. Brendan se preguntó qué habría pasado si la hubiera besado. ¿Se habría retirado o habría respondido?

La muchacha se quitó la chaqueta y la dejó en la mesa.

– La policía posiblemente se haya ido ya y trabajo por horas. La gente quiere beber y a mí me pagan por servirles.

Se volvió hacia la entrada, pero Brendan la agarró del brazo y le ofreció su chaqueta.

– Tómala. Hace frío.

Ella hizo un gesto negativo.

– No te preocupes -vaciló unos segundos y esbozó una breve sonrisa. La primera sonrisa desde que se habían conocido-. Gracias. Por la chaqueta y por acudir en mi ayuda.

Entonces desapareció en la fría noche de diciembre, volviendo a aquel mundo extraño al que no parecía pertenecer. Brendan estuvo a punto de seguirla para preguntarle cómo se llamaba y qué estaba haciendo en aquel bar. ¿Por qué estaría ella allí? ¿Sería novia de algún pescador? ¿Habría nacido en Gloucester? También le gustaría saber por qué sus ojos le recordaban al cielo de un día de primavera.

Brendan sacudió la cabeza. Ya había sido un error sacarla del bar, así que se daba cuenta de que salir en ese momento detrás de ella sería una estupidez aún mayor. Esa chica no entraba en sus planes. En realidad, debería sentirse feliz por haberse librado de ella tan fácilmente.