– Me alegro de que fuera así -después de agarrar su sandwich y su vaso de leche, se levantó de la mesa-. Hasta mañana.
Cuando llegó al camarote, cerró la puerta y se apoyó en ella. Luego sonrió y dio otro mordisco al sandwich. Era bonito tener un héroe que cuidara de ella. Alguien a quien le importara más su seguridad que su dinero. Pero, ¿hasta dónde estaría dispuesto a llegar aquel desconocido para ayudarla?
Amy dio un suspiro, pensando que en realidad había una pregunta más importante que esa. ¿Cuánto tiempo podría resistirse a su guapo y encantador protector?
Capítulo 2
No estaba del todo dormido cuando oyó el primer golpe en la puerta. Al principio, Brendan creyó que era parte del sueño en el que se había empezado a sumergir, pero cuando volvió a oír otro golpe, se incorporó. Solo podía haber una persona al otro lado, y considerando el modo en que había reaccionado a Amy Aldrich horas antes, dudaba que una visita a esas horas de la noche fuera conveniente. Así que cerró los ojos y se dio media vuelta.
Sin embargo, ella llamó de nuevo, con más insistencia esa vez. Él se levantó finalmente, maldiciendo entre dientes, y encendió la luz.
– Pasa.
La puerta se abrió y Amy se asomó.
– Siento despertarte -dijo en voz baja-, pero en mi camarote hace muchísimo frío. ¿Tienes otra manta?
Brendan se quedó pensativo. En realidad, El Poderoso Quinn no estaba preparado para albergar huéspedes. Porque cuando alguno de sus hermanos se quedaba a pasar la noche, no necesitaban muchas comodidades. Así que la única manta que tenía, además de las que le había dejado a ella, era la que estaba usando él en esos momentos, y si se la daba, no pegaría ojo en toda la noche.
– Ponte más ropa -le sugirió.
Amy abrió la puerta un poco más y él vio a la tenue luz del pasillo que ya lo había hecho. Además de varias capas de ropa, llevaba una sudadera con capucha. Y si le quedaba alguna preocupación sobre la atracción que pudiera sentir por ella, esta desapareció cuando vio los guantes de lana que se había puesto y sus zapatillas de paño.
– Voy a morir de hipotermia -aseguró-. Y va a ser por tu culpa.
Brendan oyó que, efectivamente, le castañeteaban los dientes. Entonces soltó un gemido mientras se dejaba caer sobre la cama.
– ¿Cómo es que todo lo que te pasa es culpa mía?
Ella entró en el camarote, se sentó en la cama y agarró una esquina de la manta para ponérsela sobre los hombros.
– Porque lo es. Podías darme esta manta.
Aunque Amy no estaba tan sexy como podía estar, el hecho de que estuviera sentada en su cama de madrugada, era suficientemente inquietante para Brendan. Nunca había llevado a ninguna mujer al barco. Este era su escondite y siempre había pensado que invitar allí a alguna mujer, especialmente si era por motivos de placer, sería una violación de su intimidad. Claro, que Olivia había estado allí y también Meggie. Olivia había dormido en aquella cama con Conor. Y ahora que tenía allí a Amy Aldrich, en realidad no le parecía tan preocupante. Después de todo, era su invitada, no su amante.
Pero aquello cambió en el momento en que la invitada se tumbó a su lado, se tapó con la manta y se acurrucó contra él. Él, que no llevaba nada encima, esbozó una sonrisa incómoda.
– ¿Qué demonios estás haciendo?
– Me voy a quedar aquí hasta que entre en calor. Luego me iré a mi habitación. No es solo el frío, ¿sabes? La humedad se te mete en los huesos.
Brendan se sentó y colocó bien la manta entre ambos. No quería comportarse como un mojigato, pero aquello era totalmente inaceptable.
– No vas a dormir aquí. Esta es mi habitación.
– ¿Y qué pasa? No va a pasar nada. Solo quiero entrar en calor.
– Vuélvete a tu camarote, Amy -ordenó con los dientes apretados.
– No -replicó ella, envolviéndose en la manta-. Quiero quedarme aquí. No tienes por qué preocuparte. No voy a atacarte cuando estés durmiendo. Ni siquiera me atraes. Es solo porque tienes el cuerpo caliente.
Amy le quitó uno de los almohadones que tenía bajo la cabeza.
– Tienes un ego enorme. Por favor, no eres tan guapo -dijo, riéndose, y luego se dio la vuelta, dándole la espalda.
Se lo merecía, por haber supuesto que la atracción entre ellos era mutua. Porque ella acababa de dejarle claro que era solo por su parte y no tenía inconveniente en pasar la noche en su cama. No le importaba que estuviera desnudo y en un estado de indudable excitación. Ella solo quería un lugar caliente donde dormir y él podía dárselo. Pero, ¿a qué coste?
Brendan la miró enfadado y luego le quitó un mechón de pelo que tenía sobre su almohada.
– Quédate en ese lado y yo me quedaré en el mío -le advirtió-. O dormirás en el suelo.
– De acuerdo -replicó ella, tapándose mejor con la manta.
Pero la barrera entre ellos era demasiado fina. Y la cama, aunque era doble, no les permitía estar muy separados. De manera que, aunque ella estuviera contra la pared, tenía la espalda peligrosamente cercana a su vientre. Brendan estaba inmóvil, temiendo moverse y hasta respirar.
Brendan nunca habría podido imaginarse que compartiría la cama con una mujer sin hacer nada con ella. Aunque hacía mucho que no se acostaba con ninguna, aquello normalmente significaba una noche de placer que culminaba en una maravillosa relajación. Pero en lugar de eso, allí estaba con una mujer de hielo que lo único que quería de él era el calor que pudiera darle.
No estaba seguro del tiempo que permaneció así, solo sabía que estaba todavía en la misma posición después de que ella se durmiera. Amy había conseguido acurrucarse contra él hasta quedarse prácticamente pegados. Su cabello le daba en la cara y su lenta respiración era el único sonido que se oía en mitad de la noche. Trató de dormir, pero cada vez que cerraba los ojos, le venían imágenes un tanto pornográficas a la mente. Se imaginaba a sí mismo desnudándola, quitándole todas aquellas capas de ropa y abrazando su cuerpo. Tomándola en sus brazos mientras sentía el excitante calor que despedían ambos.
En un momento dado, notó un calambre en la pierna y gimió. La única manera de estirar la pierna, sería ponerla encima de la cadera de Amy. Lo hizo y el dolor desapareció inmediatamente. Pero un momento después, se dio cuenta de lo que había supuesto aquella acción. Estaba totalmente pegado a la espalda de ella y se mostró incapaz de sofocar una erección. Maldijo en voz baja y se echó hacia atrás, pero no había sitio.
Solo podía hacer una cosa, pensó irritado. Se incorporó, pasó por encima de ella y se levantó. Luego agarró los vaqueros que había dejado sobre una silla cercana y se los puso. Se quedó en medio de la habitación, observando a su invitada, que dormía plácidamente. La idea de dormir con ella allí era impensable. Consideró la posibilidad de llevarla a su camarote, pero no estaba preparado para las protestas de ella. Así que lo que hizo fue salir de la habitación, ir al camarote de Amy y meterse entre las ásperas mantas de lana de la cama que había ocupado ella en un principio. Desde luego, las literas de la tripulación no eran muy cómodas y además eran bastante pequeñas.
Brendan se cruzó de brazos y miró la cama que tenía encima. ¿Cómo demonios se le habría ocurrido invitar a Amy a pasar la noche en el barco? Desde el principio, se había dado cuenta de que aquella mujer le daría problemas. Ella parecía decir siempre lo que le pasaba por la cabeza, aunque fuera ofensivo. Se comportaba además como si él fuera la causa de todos sus problemas, echándole la culpa de todo hasta que él no tenía otro remedio que actuar. Y luego tenía el descaro de meterse con él en la cama. ¡Como si fuera lo más normal del mundo!
Amy Aldrich desde luego era diferente a todas las mujeres que había conocido hasta entonces. Y eso hacía que se sintiera completamente intrigado y cautivado por su belleza.
Deseaba conocer qué tipo de mujer había detrás de aquella piel luminosa y aquellos ojos increíblemente azules.
Al día siguiente, se levantaría temprano y le buscaría una habitación. Aunque tuviera que pagársela durante una semana o dos, merecería la pena. Amy Aldrich había irrumpido en su vida, rompiendo la armonía que tanto esfuerzo le había costado conseguir. Si le permitía quedarse, no hacía falta decir lo que pasaría. Seguramente perdería por completo la cabeza y se enamoraría de ella, como ya les había pasado a Conor y Dylan.
No, eso no iba a sucederle a él. Él era más fuerte y decidido que sus hermanos y no se dejaría arrastrar por la tentación. Una vez que Amy saliera de su barco y de su vida, estaría de nuevo a salvo. Eso sí, tendría que ser cuanto antes.
Amy se estiró bajo la manta, disfrutando del calor que envolvía su cuerpo. Abrió los ojos y miró a su alrededor. La luz entraba por los pequeños ojos de buey, iluminando las partículas de polvo que se movían en el aire frío de la mañana.
Al ver que estaba sola, intentó recordar el momento en que Brendan se había ido. Pero no pudo hacerlo. El reloj de la mesilla marcaba las nueve en punto, un poco antes de lo que normalmente se despertaba después de una noche trabajando en el Longliner. Dio un suspiro. Pero ya no era camarera. Ese mismo día, tendría que ponerse a buscar otro trabajo y otro lugar donde vivir. También tendría que seguir ocultando su verdadera identidad para que los detectives de su padre no la encontraran.
Aunque la idea de comenzar de nuevo era una molestia, formaba parte de la vida que había elegido al irse de casa. Cosa de la que no se arrepentía en absoluto. Bueno, quizá una o dos veces se había arrepentido, al acordarse de su abuela.
Adele Aldrich había sido, y sería siempre, la persona que más había influido en su vida. La madre de su padre jamás se había resignado a la vida que sus padres habían pensado para ella. A los dieciocho años, nada más recibir el dinero de su herencia, se había ido en busca de aventuras. Había hecho un safari por África, senderismo por los Andes y hasta un viaje en barca por el Amazonas. Luego, para disgusto de sus padres, había aprendido a volar y había puesto sus conocimientos al servicio de Inglaterra, en la guerra.
Amy sonrió para sí.
– Abuela, yo también estoy corriendo aventuras. Aunque sería mucho más fácil con dinero en el bolsillo.
Se levantó de la cama, se echó la manta por los hombros y se fue en busca de Bren-dan. Quizá podría convencerlo para que le permitiera pasar allí una noche más. No seria fácil encontrar un trabajo que reuniera todo lo que ella necesitaba: sin contrato, que le pagaran en metálico en vez de a través de un banco, y que incluyera la comida. Por otra parte, encontrar una habitación con solo treinta dólares en el bolsillo le sería aún más difícil.
Cuando llegó al camarote principal, vio que Brendan tampoco estaba. Amy retrocedió y se metió entonces en el camarote donde había intentado dormir al principio. Allí estaba Brendan, acurrucado en una de las camas, con el pecho al descubierto. Por un momento, Amy se olvidó de respirar y volvió a sorprenderse de lo atractivo que le resultaba aquel hombre.
Afortunadamente, había sido capaz de alejar ese tipo de pensamientos la noche anterior. Compartir la cama con un desconocido era una cosa y compartirla con el hombre más sexy que había conocido en su vida, otra muy distinta. Quizá lo mejor fuera irse de allí cuanto antes. Su vida ya era complicada de por sí, sin la necesidad de dejar entrar en ella a un hombre tan guapo como Brendan Quinn.
Dando un suspiro, le tapó el pecho con la manta y fue hacia el camarote principal. Allí, se quitó los guantes y se dispuso a preparar una cafetera.
Poco después, se estaba tomando un exquisito café.
Distraídamente, miró el montón de folios que había sobre la mesa y se dio cuenta de que formaban parte del borrador de un libro. Debajo de otra pila de folios, había una sobrecubierta de un libro. La sacó y vio que había una foto de Brendan en la que tenía un aspecto bastante peligroso. Parecía un pirata.
El autor de la famosa novela: La Montaña de la Locura, leyó Amy. Debajo había unas cuantas citas de otros autores, hablando elogiosamente del último libro de Brendan, que narraba un rescate en la cara norte del monte Everest.
Amy volvió al manuscrito y leyó unas cuantas líneas, que no era de alpinistas, sino de hombres y mujeres como los que ella había conocido mientras trabajaba en el Longliner. Brendan estaba escribiendo un libro sobre los pescadores que faenaban en aguas del Atlántico Norte y sus familias.
Amy enseguida se sumergió en la prosa fluida de Brendan. En el libro, narraba las razones por las que los hombres salían a pescar, arriesgando sus vidas cada día. Amy reconoció los diferentes personajes que allí salían. Y aunque era bastante difícil convivir con los pescadores, Brendan les daba cierta dignidad mientras explicaba por qué era un modo de vida que estaba desapareciendo poco a poco.
"La aventura de amar" отзывы
Отзывы читателей о книге "La aventura de amar". Читайте комментарии и мнения людей о произведении.
Понравилась книга? Поделитесь впечатлениями - оставьте Ваш отзыв и расскажите о книге "La aventura de amar" друзьям в соцсетях.