Conforme iba leyendo, aprendió cosas no solo de los pescadores, sino del autor mismo. De lo que respetaba en la vida y lo que quería.
– ¿Qué estás haciendo?
– Me has asustado -exclamó, poniéndose una mano en el pecho.
Dejó la hoja que estaba leyendo y se dio cuenta en ese momento de que había cometido un error.
– Lo siento. Es que empecé a leer y… No quería entrometerme, es que cuando empecé, no pude dejar de leer. Es precioso.
Brendan pareció sorprenderse por su elogio. Tenía los ojos soñolientos y el pelo revuelto, y la sombra de barba en su mandíbula se había vuelto más oscura. Llevaba solo los pantalones y Amy no pudo evitar mirar una y otra vez hacia su pecho y su vientre musculosos. ¿Cómo podía ser tan perfecto? Debía de tener algún fallo, ¿no?
– No quería ser cotilla -repitió, soltando una risita-. Es que soy muy curiosa. Siempre lo he sido.
– No está terminado todavía.
– Ya lo he visto. Si quieres saber mi opinión, el libro necesita un poco más de investigación. Me gustaría saber más de la vida personal de esos hombres, lo que querían ser, cuáles eran sus sueños, por qué motivo decidieron que su única opción era pescar. También me gustaría conocer a sus esposas y amigos. ¿Has pensado alguna vez en entrevistarlos? Podría añadir un poco de riqueza a la historia -se detuvo en seco, pensando que lo estaba insultando-. No porque necesite más riqueza, ya la tiene así. Bueno, la verdad es que no sé lo que estoy diciendo, así que no me hagas caso. Además, como soy tan curiosa, siempre meto la pata.
– Se ve que sabes de literatura.
– Estudié literatura americana en la universidad -afirmó, sonriendo-, Antes de que lo dejara, claro. Y leí mucho. Sobre todo revistas de moda -no quería que él pensara que sabía demasiado, ya que quizá empezara a hacerle más preguntas sobre su pasado.
– ¿A qué universidad fuiste?
– A una pequeña cerca de Los Ángeles – mintió-. ¿Sabes? A lo mejor te puedo ayudar con el libro. He visto que tienes muchas notas, pero están desordenadas. Podría pasarlas al ordenador, corregirlas y hacerte sugerencias. Podría ser una especie de secretaria.
Brendan se echó a reír.
– No necesito ninguna secretaria. Ella agarró una de las notas que había tomado en una servilleta del Longliner.
– Creo que sí. Por lo que he visto, necesitas todavía confirmar algunas cosas y hay ciertas lagunas en tu investigación. Y una vez que termines el libro, tendrás otros proyectos. Te podría ayudar con ellos. Además, me lo debes.
– ¿Te lo debo?
– Sí. Fue por ti por lo que perdí mi trabajo y mi habitación, ¿recuerdas?
Brendan se la quedó mirando y Amy sintió que la esperanza renacía en su corazón. ¿Estaba Brendan considerando su propuesta?
– De acuerdo. Imaginemos que necesitara una ayudante. ¿Qué pedirías a cambio?
– Trescientos dólares a la semana, en metálico, y alojamiento.
– ¿Trescientos dólares a la semana? No soy rico. Además, si te pagara tanto dinero, desde luego que querría deducirlo en mis impuestos. Cien dólares a la semana en metálico.
– Doscientos cincuenta. Bueno, doscientos. Más el alojamiento. Y es mi oferta final.
– ¿Doscientos dólares y alojamiento?
– Sí. Eso es lo que ganaba en el bar. Brendan tomó aire y lo dejó salir despacio. Amy esperó en silencio, rezando para que su oferta no hubiera sido demasiado alta.
– De acuerdo, pero por doscientos dólares, harás todo lo que te diga. Amy frunció el ceño.
– De eso nada -protestó, levantándose-. Estoy un poco desesperada, pero no tanto como…
– No me refería a eso.
– ¿Qué quieres decir entonces?
– No me refiero a favores sexuales. Si vas a ser mi ayudante, entonces te puedo pedir cosas que no estén relacionadas con mis libros. Como que hagas la compra o limpies el despacho. Una ayudante tiene que hacer todo lo necesario para que la vida del escritor sea lo más cómoda posible.
– Puedo hacerlo.
– Y dormirás en tu propia habitación, bueno, camarote. Te traeré sábanas y más mantas y una estufa. Por otra parte, me pedirás permiso antes de hurgar en mis cosas. Yo valoro mucho mi intimidad. No estoy acostumbrado a tener gente a mi alrededor y no quiero que me molestes.
– De acuerdo.
Pero Amy era una persona curiosa por naturaleza y sabía que no iba a poder cumplirlo. Y en cuanto a dormir en su propio camarote, sospechaba que aquella noche en la cama de Brendan no sería la última.
– Pero además de doscientos dólares y la cama, quiero pedirte una cosa: que si alguien viene preguntando por mí, sea quien sea, le digas que no me conoces y que no me has visto en tu vida. ¿Lo harás?
– ¿Va a venir alguien a buscarte? ¿Quién?
– No importa. ¿Lo harás?
– ¿Qué pasa aquí? -preguntó Brendan-. ¿Es que tienes problemas con la justicia?
– No, te juro ante Dios que no tengo problemas con la justicia. Es un asunto personal que se resolverá con el tiempo por sí solo.
– De acuerdo.
Amy dio un grito de alegría y extendió los brazos por encima de la mesa para darle un abrazo.
– Lo habría hecho por nada -gritó-. Solo por no tener que trabajar otra vez de camarera -se echó hacia atrás-. Pero te prometo que haré un buen trabajo. No tendrás queja.
– Eso espero -contestó Brendan, retirándose con su café como si necesitara alejarse de ella.
Amy sonrió.
– De acuerdo. Tú eres una persona independiente y yo no debería haber hurgado en sus cosas.
Brendan se volvió, agarró un maletín de cuero y lo puso sobre la mesa.
– Puedes usar este ordenador. ¿Sabes utilizarlo?
– Por supuesto.
Luego Brendan agarró dos pequeñas cintas y una grabadora que había en un estante y lo dejó todo al lado del ordenador.
– Esto hay que pasarlo a máquina. A doble espacio. Y después de que acabes con eso, puedes ordenar las entrevistas como quieras. Luego, tienes que ir a comprar lo que tengo aquí apuntado. Vamos a trabajar hasta tarde y necesitaremos tomar mucho café. Y tendrás que comprar lo necesario para desayunar, comer y cenar. ¿Sabes cocinar?
– No, pero tengo buen instinto para improvisar. Me pagarás la comida, ¿verdad?
Brendan soltó una carcajada.
– Me vas a salir un poco cara, señorita Aldrich.
– Me imagino que tienes razón, señor Quinn.
– Ahora me tengo que ir a Boston, volveré por la tarde -explicó Brendan, sacando de su cartera un billete de cincuenta dólares-. Ten, para la compra.
Unos minutos más tarde, Amy oía el ruido de la puerta al cerrarse y se quedó sola. Y feliz.
Era perfecto. Tenía un trabajo y un lugar bonito donde quedarse. Su jefe, además, era el hombre más guapo que había conocido en su vida. Y aunque él se negaba a admitirlo, existía cierta atracción entre ellos. ¿Cómo acabaría todo? ¡Acabara como acabara, desde luego sería toda una aventura!
Brendan subió las escaleras de la casa de Dylan con una caja de libros sobre su hombro.
– Va a ser toda una novedad que haya libros en casa de Dylan. Tendrá que tirar esas revistas malas que tiene para hacer sitio.
Meggie Flanagan, la novia de Dylan, estaba en el porche con las manos en las caderas. Tenía las mejillas enrojecidas por el frío.
– Ya las ha tirado -contestó Meggie-. Ahora, me encantaría deshacerme de la hamaca de cuero.
Dylan salió en ese momento y la agarró por detrás.
– Todavía no te he enseñado lo que se puede hacer en ella. A lo mejor entonces te gusta más.
Las mudanzas las hacían siempre entre todos los hermanos. No se cambiaban mucho de casa y era una excusa para verse. Brendan no había coincidido con ellos desde la boda de Conor y Olivia y se alegraba de estar allí.
– Sí, espera a que te enseñe cómo se puede sostener en una mano una lata de cerveza y un paquete de patatas fritas, y en la otra el mando de la televisión. Te sentirás más enamorada que nunca de él -añadió Brendan, sonriendo.
La risa de Meggie lo siguió mientras subía las escaleras hasta el segundo piso. Aunque Brendan odiaba admitirlo, cada vez que estaba con Dylan y Meggie, o con Conor y Olivia, se sentía como sino fuera de la familia. Seis meses antes, los hermanos Quinn estaban todos felices y solteros… y con la idea de seguir igual. Pero en ese momento, era como si una enfermedad hubiera atacado a los dos hijos mayores. Conor ya se había casado y Dylan iba a hacerlo en junio. Aunque en realidad no se comportaban como si les hubiera sucedido una desgracia, sino como personas que compartían un secreto y no querían decírselo a nadie.
Brendan no envidiaba la felicidad de sus hermanos, pero la verdad era que no entendía el cambio que habían experimentado en un tiempo tan corto. No se imaginaba que pudiera sucederle lo mismo a él. Él siempre había sido capaz de mantener una relación objetiva con las mujeres… apartada de su profesión y la vida que había elegido llevar. Y hasta hacía poco, había pensado que sus hermanos poseían el mismo talento, pero era evidente que se había equivocado.
– No has hablado mucho hoy -comentó Conor, acercándose para ayudarlo con la caja de libros-. ¿Va todo bien con tu libro?
– Sí. He contratado a una muchacha para que me ayude.
Conor puso cara de sorpresa.
– Nunca habías tenido antes una ayudante. ¿Por qué la necesitas ahora?
Brendan sonrió. No pensaba decir nada de Amy, pero tenía ciertas dudas acerca de ella y su hermano, que era policía, podía ayudarlo.
– Bueno, la chica se cruzó en mi camino y necesitaba trabajo, así que se lo di.
Conor se quedó mirándolo un rato y luego fue a la cocina y sacó dos cervezas de la nevera. Le dio una a Brendan y este tomó un trago.
– Sí, sé que parece un poco raro, pero yo fui en parte responsable de que la echaran del trabajo que tenía. Y también de que perdiera la habitación donde se alojaba -se encogió de hombros-. Así que se ofreció a ayudarme y le dije que sí. La pagaré en metálico y le daré alojamiento. Ella, a cambio, está a mi disposición.
– ¿Qué trabajo tenía? -quiso saber Conor.
– Era camarera en un bar de pescadores en Gloucester.
– No sería una bailarina de esas que se desnudan, ¿verdad? Porque trabajé un tiempo en ese mundillo y esas chicas son…
– ¡No! No es bailarina de striptease, es solo una chica que trata de ganarse la vida. Aunque eso es lo extraño. No le pegaba estar en aquel bar. Ella es… diferente.
– ¿Por qué?
– Es culta, inteligente y habla como si se hubiera educado en una familia rica. Pero luego… tiene un lado rebelde.
Conor miró hacia su cerveza y comenzó a jugar con la etiqueta.
– Odio decirlo, pero parece la típica mujer que va por ahí estafando a los demás. Te pide que le dejes quedarse una noche contigo y luego no se va.
– Yo también tengo mis dudas -dijo Brendan-. Por eso me gustaría que averiguaras algo de ella si puedes.
– ¿Que averigüe algo de ella?
– Sí, ya sabes, que la investigues como hacéis los detectives. Tú trabajaste en los bajos fondos y todavía tienes amigos allí. Descubre quién es y de dónde viene. Se llama Amy Aldrich y es rubia, aunque estoy seguro de que no es natural. Tiene los ojos azules y un cuerpo muy bonito. No es muy alta y lleva muchos pendientes.
– ¿Eso es todo lo que me puedes decir?
– Es lo único que sé.
– Bueno, si quieres de verdad saber cosas de ella, mira entre sus cosas. Mándala hacer algo y, mientras, mira en su cartera. Busca pistas en su equipaje. Intenta encontrar su carnet de conducir o su tarjeta de crédito. Cualquier cosa que me sirva.
– En su equipaje, encontré algo, aunque al principio no le hice mucho caso. Tiene una maleta de esas muy caras con un logotipo. El logotipo es A. A, o sea, Amy Aldrich. Aunque también había una «s» al final.
– Quizá esté casada.
Las palabras de Conor fueron como un puñetazo en el estómago. ¿Tendría ella un marido en alguna parte? ¿Sería de él de quien huía?
– Estoy seguro de que no se comporta como una mujer casada.
– ¿Y eso qué significa? ¿Cómo se comporta una casada?
– Ya sabes, como Olivia. Feliz y satisfecha consigo misma. Serena. Amy no es así. Por otra parte, ahora que lo recuerdo, me hizo prometer que, si alguien iba a buscarla, le dijera que no la conocía.
– Está casada -aseguró Conor-. Seguro que está casada y por algún motivo se ha escapado. Lo que tienes que hacer cuanto antes, si tienes un poco de sensatez, es despedirla. Échala del barco y haz que salga de tu vida para siempre, antes de que el marido aparezca con un revólver.
– Sí, pero si su marido es violento, ¿no estará más segura conmigo?
Conor se quedó mirándolo atónito.
– Hombre… No me digas que te has enamorado de ella.
– ¡De eso nada! ¡Claro que no!
– Te has enamorado. Ya sabes que me encantaría que encontraras a alguien, pero esta no es tu chica, Bren. Confía en mí. En cuanto empezaste a hablarme de ella, mis instintos de policía se han puesto alerta. Despídela y búscate a otra.
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