– ¿Qué estás haciendo? -dijo ella, tratando de liberarse de sus brazos-. No llevo nada debajo de la camiseta.

– Bien. Yo tampoco llevo nada. Así te calentarás antes -respondió, tratando de mantener un tono indiferente-. ¿Estás mejor?

– Mmmm.

– Nos quedaremos un poco así y luego te tomarás la sopa.

Brendan cerró los ojos y luchó contra la tentación de besar su nuca. Se estaba metiendo en un terreno peligroso, se dijo. Lo mejor seria distraerse, charlando con ella.

– ¿Te importaría decirme lo que ha pasado?

– Ya te lo he dicho. Me caí al agua y luego salí. Eso es todo.

– No tienes que tener secretos conmigo, Amy. Confía en mí.

– Pero si ni siquiera te conozco.

– Pues mientras entras en calor podemos aprovechar para conocernos. Háblame de ti.

– ¿No va esto contra la ley? Un jefe que se mete en la cama con su empleada puede ser acusado de acoso sexual. Podría denunciarte.

– Un jefe que deja congelarse a una empleada puede ser acusado de negligencia. Y ahora no cambies de tema. Háblame de ti.

Ella se giró por completo y lo miró a los ojos.

– ¿Te gustaría besarme?

– ¿Qué? ¿Por qué me preguntas eso?

– Bueno, por curiosidad. Yo estoy casi desnuda, tú también y estamos en la cama. Sería el paso siguiente, ¿no?

– Cre… creo que no sería muy buena idea -murmuró él, soltándola, levantándose de la cama y agarrando sus pantalones-. Tómate la sopa.

Luego salió de la habitación.

Cuando volvió al camarote principal, Brendan miró a su alrededor sin saber qué hacer. No podía negar que deseaba volver y aceptar la oferta de Amy Aldrich. ¿Pero se detendría en un beso? Un beso conduciría a una caricia y esta a su vez a cosas más íntimas y eróticas. Aunque aquella mujer era exasperante, también era irresistiblemente sexy.

Hizo un gesto de impaciencia y pensó que Amy podía estar casada, y él no quería nada con una mujer casada. ¡Aunque su estatus de casada o soltera era lo menos importante! Podía ser una criminal que se hubiera fugado. Se sentó ante la mesa de la cocina y se pasó la mano por el pelo en un gesto nervioso. ¿Por qué no podía resistirse a ella?

Maldijo entre dientes. ¿Cómo habían pasado de la conversación sobre su vida a…?

¡Claro! Amy le había preguntado lo del beso solo para distraerlo.

Volvió a su camarote y se acercó a la cama. Amy lo miró con los ojos muy abiertos, tapada con la manta hasta la nariz. Entonces, Brendan se agachó y puso una mano a cada lado de ella.

– ¿Me has preguntado si quería darte un beso?

Amy asintió.

– Creo que mereces una respuesta, ¿verdad?

Ella volvió a asentir y bajó la manta. Brendan se agachó y la besó. No fue un beso breve ni casual, fue un beso intencionado, con el deseo de que el corazón de Amy latiera a toda velocidad. En un momento, sacó la lengua y comenzó a explorar su boca. Luego acomodó todo el cuerpo sobre el de ella, atrapándola. Pero Amy no hizo ningún ademán de querer escapar. Él imaginó que la había sorprendido su comportamiento y que se había quedado quieta solo por eso. Pero justo en ese momento le rodeó con sus brazos y le devolvió el beso con igual intensidad.

En cuanto ella respondió, Brendan supo que estaba perdido. Había besado a muchas mujeres, pero nunca a ninguna que pareciera disfrutar tanto como Amy. Era el tipo de mujer a la que podía estar besando durante una hora o dos, o tres quizá, sin aburrirse. Una chica cuyo misterio la hacía más tentadora.

Le costó un gran esfuerzo recuperarse y, cuando finalmente se apartó de ella, estaba seguro de que no debería haberla besado. Pero también estaba igual de seguro de que volvería a suceder. Después de haber saboreado su boca, querría volver a hacerlo una y otra vez. Bajó los ojos y miró sus labios, húmedos y ligeramente hinchados. Luego luchó contra la tentación de volver a besarla.

– Ahora estoy más caliente. Gracias.

Brendan se apartó de la cama y se fue hacia la puerta para ocultar la evidente muestra de su deseo por ella.

– Bien -dijo-. Entonces no tendré que repetirlo.

Cuando salió y cerró la puerta, se quedó en el pasillo y repasó brevemente los últimos minutos de su vida. Tenía la sensación de que había perdido por completo el control. Pero en adelante, se dijo, pensaría en Amy Aldrich solo como su empleada, y no como la mujer bella, deseable e irresistible que sabía besar de un modo tan apasionado.


Estaba amaneciendo cuando Amy abrió los ojos. Al principio, no estaba segura de dónde se encontraba. Había tenido un sueño en el que estaba en su casa, en la gran cama de su dormitorio. En una época, había sido muy feliz allí. Pero aquellos sentimientos cambiaron cuando sus padres convirtieron al hombre al que amaba en una persona en la que no podía confiar.

El recuerdo de aquello todavía le dolía. Poco después de que se comprometieran, ella había escuchado a su novio hablar por teléfono con una mujer de la que era, evidentemente, algo más que un simple amigo. Amy se lo había dicho y él había lo negado todo. Sus padres habían saltado rápidamente en su defensa, asegurando que ella debía haberse equivocado. Por un tiempo, había logrado convencerse de que así era.

Pero la desconfianza no se borró del todo y, conforme la boda se iba acercando, sus dudas y su inseguridad comenzaron a hacerse más grandes. Poco a poco, se fue dando cuenta de que su vida nunca había sido suya del todo. Que nunca había vivido de acuerdo a las expectativas que su abuela había puesto en ella.

Cuando se marchó de la casa de sus padres, a mitad de la noche, había tenido miedo. No estaba segura de estar haciendo lo correcto y le preocupaba no poder vivir por sus propios medios. Pero al mismo tiempo estaba contenta de correr ese riesgo y de poder vivir nuevas experiencias. Amy soltó un suspiro. Pero las aventuras tenían su precio, como el de no sentirse segura desde hacía mucho tiempo. En ese momento, por primera vez desde que se había ido, sus dudas parecieron perder importancia y sus miedos comenzaron a disiparse. En El Poderoso Quinn se sentía a salvo al lado de Brendan.

Abrió la puerta del dormitorio pequeño y se asomó. Brendan estaba durmiendo en la pequeña cama con solo unos calzoncillos. Tenía destapado el torso, mostrando su vientre liso. Una de las piernas le colgaba fuera de la cama y estaba cubierto únicamente por una manta retorcida, como si no notara el frío de la mañana.

Mientras miraba su rostro casi adolescente, sintió una enorme gratitud hacia él. Bren-dan Quinn no era más que un desconocido, pero aun así, le había dejado un lugar donde estar y le había dado un trabajo. Eso solo lo podía hacer un hombre de buen corazón. Soltó un suspiro profundo. Pero también Craig había sido bueno al principio… antes de que el dinero de su familia lo corrompiera.

Amy borró de su mente el recuerdo de su novio y se concentró en Brendan. En sus rasgos viriles y atractivos. La fuerte mandíbula, la boca cincelada, las oscuras pestañas y la nariz perfecta. Se fijó en sus labios y se acercó. Tanto, que casi podía tocarlo. ¿Qué sentiría si volvía a besarlo?, se preguntó.

Se acercó y rozó la boca de Brendan con la suya. Luego acarició los labios con su lengua y sintió un escalofrío, que sabía no era de frío, sino producto de la deliciosa sensación de hacer algo prohibido.

La segunda vez que lo besó, él abrió los ojos y la miró. Al principio, Amy pensó que estaba medio dormido y que volvería a cerrarlos. Pero entonces estiró una mano y la agarró por la cabeza para besarla con ardor.

Amy dio un grito de sorpresa. Más por la intensidad del beso, que por el hecho de que Brendan estuviera totalmente despierto. Fue consciente de que estaba pisando terreno pantanoso. Si Brendan Quinn había planeado seducirla, no estaba segura de poder resistirse.

Brendan la agarró por la cintura y la puso encima de él, sin dejar de besarla. Luego, pasó una mano por debajo de la camiseta y rozó apenas la curva de sus senos, provocando en Amy un deseo que la estremeció por entero. Se arqueó contra él, pero la mano de Brendan volvió a la cintura. Amy abrió entonces los ojos y vio que él la estaba mirando fijamente.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó él.

– Te estoy besando -fue su respuesta.

– ¿Por qué?

– Porque me gusta.

Brendan contempló el rostro de ella como si quisiera guardarlo en la memoria.

– No quiero que me beses y tampoco quiero que te acuestes conmigo. Se supone que eres mi empleada, nada más.

Amy dio un suspiro e hizo una mueca. Al mismo tiempo, pasó una mano por su pecho desnudo.

– ¿Es que no te gusta como beso?

– No he dicho eso.

– ¿Entonces sí te gusta?

– Me parece que has besado a muchos hombres, Amy Aldrich, y no te tomas los besos tan en serio como me los tomo yo. O puede que no hayas besado a tantos hombres y no te des cuenta de lo peligroso que es besar así.

– La verdad es que no he besado a muchos hombres. Por eso quiero aprender – soltó una carcajada-. Además, ¿cómo puedes tomarte tan en serio los besos? Quiero decir, párate a pensar. Primero pegamos la boca y apretamos. Luego empezamos a jugar con la lengua. No puedes tomarte una cosa así en serio.

Brendan acercó su boca a la de ella.

– Está claro que no te ha besado el hombre adecuado. Porque cuando se sabe besar, es muy… peligroso.

Amy contuvo el aliento, esperando, pero él no se movió.

– Demuéstramelo -sugirió, mirándolo fijamente a los labios.

Lo que había empezado como un juego, se había convertido en algo excitante y peligroso.

– Sería una tremenda equivocación -dijo él, separándose.

Amy se sentó, soltando un gemido, y se quitó el pelo de los ojos.

– No te conozco mucho, Brendan Quinn, pero nunca imaginé que fueras tan mojigato.

Amy se preguntaba qué tipo de hombre dejaría pasar una oportunidad así. Se levantó de la cama como si no hubiera pasado nada.

– Si no vamos a hacer el amor, me imagino que deberíamos trabajar -dijo, quitando la ropa de cama-. Levántate. Tengo que vestirme y para eso tienes que salir de mi habitación.

Brendan se echó a reír.

– ¿Quién es ahora la mojigata? ¿Hace un momento querías acostarte conmigo y ahora no puedes vestirte delante de mí?

– De acuerdo. Después de todo, ya me has visto, ¿no?

De un salto, Brendan salió de la cama y la agarró por la cintura.

– Sabes que este juego es muy peligroso, ¿verdad? -dijo, apretándola contra sí.

– A lo mejor me gusta el peligro. Él la miró casi enfadado.

– ¿Quién eres? -preguntó, agarrando su rostro entre las manos y pasándole el dedo pulgar por el labio inferior.

– Yo soy quien tú quieres que sea.

– Quiero saber quién eres realmente – dijo-. No quiero hacer el amor con una ilusión.

Y tan fácilmente como la había agarrado, la soltó. Luego salió del dormitorio y cerró la puerta. Amy no se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento hasta que tuvo que tomar aire. Se sentó despacio en la cama y se llevó la mano al pecho. El corazón le latía con tanta fuerza, que casi podía oírlo.

Un suspiro escapó de su boca. Cuando le había dicho adiós a su modo de vida anterior, se había prometido vivir a su antojo, disfrutando de cada día como si fuera una aventura. Pero hacer el amor con Brendan Quinn, a pesar de que era tentador, también le planteaba dudas de lo que podría pasar después.

No podía negar que él la atraía. Además, ella sentía mucha curiosidad por saber lo que sería dejarse llevar por la pasión. Pero no estaba segura de que se conformara con una noche o dos. Brendan era el tipo de hombre al que resultaría difícil olvidar. Y ella, en ese momento, no estaba preparada para hipotecar su felicidad futura por otro hombre.

También estaba el dinero. ¿Qué pasaría cuando él descubriera que era rica? Aunque la mayoría de la gente pensaba que el dinero daba la felicidad, Amy no era tonta. A ella tener tanto dinero no la había hecho feliz. La gente la miraba de diferente manera porque era Amelia Aldrich Sloane. No la veían como era en realidad, sino por el dinero que heredaría.

Pues bien, Brendan Quinn nunca iba a mirarla como a una heredera. No iba a preguntarse nunca cuánto valía en términos económicos. No iba a permitir que conociera ese aspecto de su vida. La Amy a la que había sacado aquel día del Longliner era la verdadera Amy. Se quedaría con él el tiempo que quisiera y luego seguiría su camino. Pero mientras estuviera allí, trataría de disfrutar al máximo y de aprovechar todos los placeres que le salieran al encuentro, incluyendo el placer de besar a Brendan Quinn cuando le apeteciera.

Capítulo 4

Brendan estaba en la cocina de El Poderoso Quinn, sentado a la mesa, tratando de concentrarse en las correcciones de su libro. Había estado toda la mañana tratando de corregir un capítulo que no le convencía. Para acabarlo, necesitaba entrevistar a la viuda de un capitán de barco que había desaparecido hacía dos años. Pero la mujer se negaba a hablar con él.